21 junio, 2010

¡Feliz cumpleaños mi Dalia!

¡Un abrazo así de grande!

¡Una sonrisa así de bella!... y que ojos xD

Y finalmente una pasión que compartimos. El deseo que ellas no se conviertan en un recuerdo, que siempre nos acompañen con su majestuoso y sereno canto.


04 junio, 2010

Hijo de luna

Basado en el tema: "Hijo de la luna"

En tiempos remotos, entre la raza gitana, gentes de piel de morena y ojos del color de la noche existió una mujer que desafío sus costumbres. Era hermosa, más el tiempo es implacable y al mirarse al espejo veía como este le iba robando las rosas de sus mejillas, y las estrellas que antes brillaban es su melena oscura, pronto su piel iría perdiendo su tersura; su momento de moza pasaba y no hallaba un calé para desposar. Desesperada una noche buscó un lugar solitario y en el encendió muchas velas blancas, coloco también un bello ramo de flores del color de la plata, era una ofrenda para Luna. Su corazón le pedía inflamado:
- Bella dama, tú que todo lo ves, compañera de los amantes, dame por piedad un hombre de piel canela que me ame y me estreche en sus brazos. Que me haga conocer los secretos del lecho, aquellos que mi ser ignora.
Y allí estuvo entre lágrimas esperando que su ruego fuera escuchado. El sol asomo entre las montañas. Entonces Luna antes de volver a su hogar entre el Viento y las Nubes, decidió atender su pedido
- "Tendrás a tu hombre piel morena, pero a cambio quiero el hijo primero que de él engendres. Pues si no te importa inmolar a tu hijo por miedo a la soledad, poco lo vas a querer"
Luna estaba celosa de la mortal, pues en su condición de diosa era deshonroso acercarse a los hombres. Sin embargo soñaba con un día imposible en que pueda dormir al lado de un mortal que la abrace apasionadamente y la haga mujer; la diosa ansiaba ser madre y le tendió una trampa a la gitana, engendraría al ansiado niño por medio de ella.
La fiesta de unión fue fastuosa, y en lo alto Luna sonreía. Samira bailaba, sus ojos de noche prendidos en los de su hombre. Cuando los cantos y las danzas cesaron, y el sueño peso en los párpados de los invitados, Calisto la tomo en brazos, entraron en su tienda y se amaron hasta que el sol curioso se asomo en el cielo. No fue largo el tiempo en que ella supo que un ser crecía en su vientre, pero Samira calló que al unirse a su esposo había sentido dentro de su ser una fuerza poderosa, una luz clara que envolvió su cuerpo.
Calisto trabajaba arando los campos y llevando a pastar el ganado. Al anochecer, con paciencia construía la cuna para su primogénito. Con la sonrisa iluminándole el rostro lijaba la áspera madera hasta convertirla en terciopelo; las viejas gitanas hilaban las prendas primeras para el que estaba por llegar. Ocho meses y unos días más transcurrieron antes de que Samira diera a luz el fruto de su amor. Oh día aciago, Samira había burlado sus leyes. Aquel pequeño que la partera recibía, no era como los de su raza; de piel blanca y ojos grises en vez de los aceitunados de su padre.
Ya corría el rumor por todos los rincones, los comentarios maliciosos se deslizaban como mala hierba ahogando las flores.
- ¡Maldita su estampa!, ese es hijo de un payo y yo no me callo.
Calisto se preguntaba, en qué momento fue engendrado aquel bastardo. Sería que su mujer tenía ya un amante, que la tomo después que él. El gitano sabía bien que Samira llego sin conocer hombre a su lecho. Que furia amarga se apodero de él, la había amado tanto, ahora estaba deshonrado ante los suyos, no quedaba otra alternativa, la mancha de su deshonor debía borrarse con sangre.
Una tarde le ordenó a su mujer que tomará al niño y lo acompañara hasta las montañas, Samira presentía que aquel sería un viaje sin retorno; lo veía en los 0jos oscuros que alguna vez la miraron con ternura, ahora solo había en ellos odio y desprecio. Su vida poco importaba ya, pero el pequeño libre de cualquier culpa estaba.
- ¡Calisto, has conmigo lo que tengas que hacer, pero a él perdónale!
- ¡Calla mujer, nada tienes derecho a pedirme!, ¿quién es el payo que lo engendro?
- No puedo explicarte cosa alguna, porque nada tengo que decir.
- Sea pues como tú lo has decidido. De un calé nadie hace burla.
La piedad termino de eclipsarse en sus ojos, la tomo con rudeza y sin importarle que sus pies descalzos se lastimaran con las piedras del camino y los espinos la llevo a los montes.
- ¡Deja al niño a un lado!
Entonces saco un cuchillo, su mano levantada tembló unos instantes pero luego la descargo con furia sobre ella; se quedo tendida sobre una roca herida de muerte. Tomo al pequeño color de luna en sus brazos, y lo abandono donde humano alguno pudiera jamás hallarlo.

Dice la leyenda que jamás volvió a ser el mismo hombre, la culpa le carcomía el alma. No hallaba paz, su vida transcurría entre pesadillas terribles y días agobiantes. Los campos fueron abandonados, los animales huyeron a buscar mejor suerte. Y así poco a poco fue dejando de comer y beber hasta que sus ojos vieron por última vez el azul del cielo. Antes de que el último aliento huyera de sus resecos labios vio a Samira a su lado, sintió sus dedos finos acariciar su rostro y sonreír.
- Nuestro hijo está bien, vive allá en el cielo con su otra madre. ¿Has observado a Luna?... cuando esta plena, es porque nuestro niño está de buenas, y si él está triste ella mengua para hacerle una cuna.
Calisto murió con una sonrisa en los labios, ahora estaba en paz.

Y el pequeño hijo de Luna creció hasta que la niñez fue solo un recuerdo. Tenía la blancura de su madre sideral, los cabellos rubios; más el alma impaciente heredo de su madre morena. Luna le había regalado la inmortalidad y la juventud eterna, pero por las venas de Aristeo corría sangre gitana, pronto se le hacían largos los días sentados en el regazo de su madre. Ya no le satisfacía jugar con las Estrellas y pasear por los cielos, el ansiaba ver más de cerca a aquellos seres diminutos que andaban por la tierra; pero Luna le decía que aquellos eran "hombres", seres de corazón oscuro.
- Aristeo, no has de acercarte a los hombres, son gente de mal corazón. Solo saben de muerte y traiciones, levantan sus espadas unos contra otros. Se satisfacen en despojar a los débiles de sus campos, de su libertad, y de todo cuanto les es preciado. Agotan los campos, destruyen, queman, lastiman a la naturaleza y cuando ya no queda más por destruir migran a otros lugares a continuar su terrible obra.
Sin embargo, Aristeo era hijo de la Tierra también y pese a los consejos de su madre empezó a descender a ella a escondidas. Y todo aquel que lo veía quedaba prendado de él. Tanta belleza no era de este mundo, lo admiraban pero nadie se atrevía a acercarse ni mucho menos a dirigirle la palabra. Por primera Aristeo supo que era diferente, y la tristeza y la soledad le llenaron el joven corazón.
- Madre, te he desobedecido, he bajado a la tierra para ver a los "hombres" de cerca, pero todos huyen de mí. ¿Por qué madre mía?
- En la desobediencia está tu castigo. Ellos nunca se han de acercar a ti, presienten que eres hijo de un dios y te temen, como me temen a mí.
- Pero yo quiero hablar con ellos, quizá alguno no sea tan perverso y tenga el corazón de azucena. Me siento tan solo.
- ¿Y es que yo no soy nadie para ti?
- Madre, eso nunca, sabes que te amo. Pero algo me llama hacía ellos, no puedo decirte qué es, pues yo mismo no lo entiendo.
- No te basta Sol y tus compañeras las Estrellas, las Nubes, además de los Vientos, y los Mares.
- Sol, Vientos y Mares son sabios y de ellos he aprendido cosas de tiempos remotos; las Estrellas y las Nubes han sido mis compañeras en los juegos infantiles, pero ahora han cambiado. No me gusta cuando se ponen sus ropajes negros.
Luna sabía que un día de esa hiel probaría, no podría retener más a Aristeo. Maldijo su sangre terrena, pero debía dejarlo marchar, porque en su corazón estaba claro que tarde o temprano haría su voluntad, con su consentimiento o sin el. Era mejor que se marchara amándola que con el resentimiento pesando en su puro corazón.
- No puedo retenerte en contra de tú voluntad hijo amado. Desciende pues a la tierra, quédate entre los hombres y júzgalos por tus propios ojos. Más he de despojarte de tus dones divinos. Sentirás hambre, frío y dolor; tus bellos ojos conocerán el llanto, y tu cuerpo hermoso será vulnerable a las heridas y a las enfermedades. Pero hijo amado, yo estaré siempre a tu lado. Y Luna coloco un collar, hecho de su propia esencia alrededor de su cuello. Tómalo en tu puño y repite mi nombre tres veces, allí donde estés te encontraré. Oh mi amado hijo, mucho me temo que al volver tendrás el corazón en jirones, más yo te aguardaré y volverás a mi regazo, y yo menguare para acunarte. Debes ponerte estas ropas, no puedes mezclarte entre ellos tal como estas ahora.
Y Luna lanzó un haz luminoso a la tierra para que Aristeo descendiera por él. Su hijo la observó con amor unos instantes, le dio un beso tierno en la frente y se alejo sin mirar hacía atrás.
Dicen que aquella noche la luna no se asomo en el cielo, estuvo escondida entre las oscuras nubes sin mostrar su bella faz a la humanidad.
Aristeo estaba también pesaroso, pero a la vez lleno de curiosidad. Camino por calles sin fin, se maravillo de las edificaciones de los hombres, de esos artefactos en que se transportaban, de unos pequeños aparatos por los que conversaban sin cesar. Más se dio cuenta que entre aquella multitud que iba y venía con prisa nadie se detenía a mirar a los demás. No conversaban mirándose a los ojos, ni sonreían. Y sin embargo las miradas de los mortales se detenían en él, parecía ejercer una fascinación sobre hombres y mujeres por igual. Sus rostros se volvían a su paso como quien contempla algo inusual.
Sintió por primera vez un dolor agudo en el estómago, una extraña sensación de vacío. ¡Hambre! le susurro una voz al oído. Se acerco a una tienda, tomo algunas frutas y ya iba hacía la salida cuando se sintió sujetado con fuerza por unos de sus brazos. Algo lo hizo estremecerse... ¡Dolor!, volvió a murmurar la voz. Se volvió y observo a un hombre delgado de rostro agraciado que lo miraba con enojo, forcejeo tratando de deshacerse de aquella mano que lo lastimaba, pero fue inútil.
- ¿Por qué me sujeta así, no se da cuenta que me esta causando dolor? - en su voz no había rabia, solo desconcierto.
- Sabes, aquí no regalamos nada, así que ve a pagar esas cosas - y lo soltó mientras que con un dedo le señalaba un lugar donde la gente hacía filas con sus canastillas.
- ¿Y para qué debo ir allá?
- ¿Te estas burlando de mi? - los ojos sorprendidos del joven ablandaron al hombre. Era tan cautivador. Su ignorancia e ingenuidad no eran fingidas - ¿De dónde vienes muchacho, qué no sabes que debes pagar por lo que llevas?
- ¿Pagar, pagar con qué?
- Con dinero, ¿no conoces el dinero? - el hombre se busco en los bolsillos del pantalón y saco un gastado billete y lo puso frente a sus ojos - Esto es dinero y sirve para que comas, compres ropa y tengas un lugar para vivir; además de muchas otras cosas. ¿Has salido de algún centro psiquiátrico, o quizá has perdido la memoria, te drogas o qué?
El muchacho lo miraba con sus ojos grises muy abiertos, qué era todo aquello que el hombre le decía: ¿dinero, psiquiátrico, drogas?
- ¿Y cómo consigo eso que llama "dinero"? - el hombre se llevo las manos a la cabeza en un gesto cómico.
- ¡Trabajando su majestad, trabajando!
- ¿Y qué es trabajar? - el empleado ya no pudo contenerse más y soltó una carcajada que hizo que todos volvieran la vista hacía donde estaban. Muchos la dejaron allí por varios minutos, específicamente en el joven. Miradas de admiración, pero también de lujuria lo envolvieron.
- Trabajar niño tonto, es hacer alguna cosa para recibir a cambio esto - y volvió a ponerle el billete enfrente.
- ¿Y qué cosa debo hacer? - una sonrisa maliciosa rodó en los labios del hombre - Alguien como tú podría ganarse el dinero fácilmente. Mira nada más cómo te observan esos tipos y aquellas mujeres... todos son gente adinarada. Parecen lobos dispuestos a saltar sobre el cordero.
- ¿Ellos me darían dinero? Dime pues, qué debo hacer para que me lo den - El hombre sintió que las mejillas se le teñían de rubor, no podía creer que tanta inocencia existiera. Y su corazón encallecido se entristeció de pronto - Muchacho, lo que dije lo dije por decir, no me prestes atención.
- Yo quiero trabajar para ganar dinero, dime por favor qué hacer para que esos hombres me lo den.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Aristeo
- ¿Aristeo qué?
- Mi madre solo me llamaba así, no conozco otro nombre.
- ¿Y dónde está ella ahora?
- Ella vive allá en el cielo - el empleado le miro con ternura, pobre muchacho, la muerte de su madre le había hecho perder la cordura. Ahora entendía lo extraño de su conducta - vamos, llévate las frutas, yo las pagaré. Vuelve por aquí mañana veré si el jefe puede emplearte en algo. El hermoso Aristeo sonrío y el hombre sintió que ya no podría ser el mismo nunca más.
- Aristeo... ¿tienes dónde dormir?
- Yo dormía cerca a mi madre.
- Claro, pero dónde, ¿tienes una casa?
- Oh sí, vivo allá arriba.
- ¿En un edificio cerca de aquí?
- No, en el cielo, soy hijo de Luna -El empleado lo miro con una mezcla de asombro y compasión - Ve a sentarte allá, falta media hora para que salga, quiero que me esperes.
El muchacho fue a sentarse donde el hombre le indicaba, ajeno a la admiración que despertaba en todos los que posaban sus ojos en él. Pronto su salvador estaba a su lado, se había despojado del uniforme de la tienda y ahora vestía unos vaqueros.
- No tengo mucho espacio en casa, vivo solo y todo está muy desordenado, pero creo que es mejor a que pases la noche a la intemperie... además no me agrada cómo te miran esas gentes.
- ¿Y cómo me miran?
- Pareces un crío de tres años, ¿en verdad no sabes por qué te miran?
- Solo conozco la mirada de mi madre y de mis amigos.
- Ah, entonces tienes amigos.
- Sí, Sol, Mares, Vientos, Nubes y Estrellas son mis compañeros.
- Mejor es que calles si alguien escucha lo que dices te llevará a un sanatorio. Olvida lo de las miradas y ven conmigo.

El muchacho lo siguió sin poner resistencia. Alonso caminaba a su lado, sus ojos iban una y otra vez al rostro de su nuevo amigo; nunca antes, nunca después, vería tanta belleza reunida en una criatura nacida de hombre. Y de pronto la Luna hizo un desgarrón entre las nubes y brillo con inusitada intensidad, Alonso observo la piel del joven brillar en armonía. Parecía hecho de marfil y estrellas.
Llegaron a su departamento, era un lugar en extremo sencillo, desordenado más no sucio. Los libros de arte se amontonaban a los costados de un pequeño estante, sus habitantes habían excedido su espacio. Regados sobre la mesa muchos carboncillos; paisajes, rostros, animales, bosquejos de personas en diferentes posturas. Quito algunos papeles de uno de los sillones para hacerle espacio.
- Siéntate allí, voy por algo de comer.
- No es necesario, las frutas me han quitado el hambre. Mejor quédate a charlar conmigo, quiero saber todo de ustedes los hombres.
- ¿Qué?
- ¿De dónde vienen, qué hacen, cómo viven?
- ¡Qué preguntas!, mejor será que duermas, voy por unas cobijas.
Cuando Alonso regreso no pudo reprimir un escalofrío placentero que recorrió todo su ser. Aristeo se había despojado de sus ropas, y estaba frente a la ventana cubierto apenas con una prenda que le envolvía la cintura y caía hasta el medio de sus muslos. El claro de Luna lo inundaba; mas no era eso, era como si la propia luz brotara de su cuerpo. Las mantas se deslizaron de sus manos y su mirada embelesada se quedo enredada en el cuerpo del joven.
- ¡No te muevas Aristeo, espera, quiero dibujarte!
- ¿Qué es eso?
- Nada, ahora no puedo explicarte. Solo no te muevas.
Y la delgada mano de Alonso bailo sobre el papel; subiendo, bajando, derecha, izquierda, un trazo aquí, una sombra allá, un difuminado en aquel rincón. Parecía en trance, solo de cuando en cuando se detenía como para tomar aliento. Hasta que al final los trazos tomaron forma, eran el fiel reflejo de aquel que soñaba frente a la ventana.
- Eso que dijiste de que tu madre era la Luna, es una mentira... eso es una locura.
- Estas lleno de palabras nuevas. No sé que significa mentira.
- Mentir es cuando hablas sobre algo pero no cuentas lo que realmente sucedió.
- ¿Y mentir es malo? - y sus ojos grises se clavaron en los de Alonso como si le atravesaran el alma.
- Sí, la mayoría de veces lo es.
- No entiendo eso.
- Aristeo, hay cosas que son ciertas, pero que harían más daño revelándolas.
- Yo he mentido entonces... no le decía a mi madre que me escapaba a la Tierra, callaba porque sabía que la haría sufrir.
- ¿Por qué estas aquí ahora entonces? - Alonso había empezado a creer de forma inconsciente todo lo que el joven le decía.
- Mi madre decía que yo debía comprobar que el corazón de hombres es oscuro. Me dijo que probablemente sufriría mucho, pues al bajar a la tierra sería despojado de mi divinidad; pero si así lo quería, ella no seguiría oponiéndose.
-¿ Y aún con esa advertencia has querido descender a la tierra?
- Sí, porque hay algo en mí que me ata a ustedes, algo que no puedo entender y que hace mucho me llena de dudas, siento... siento que hay algo de humano en mi - vio al muchacho sonrojarse - sabes, nunca antes había expresado este pensamiento en voz alta.
- ¿Tu madre nunca te dijo nada?
- Nada, de su boca nunca salia nada. Ha sido una madre tierna y amorosa; tan paciente y dulce. Ella me dio esto - le dijo mientras le mostraba una medalla que parecía hecha de luz, Alonso no la había notado porque antes estaba cubierta por las ropas - ella está siempre conmigo para protegerme.
- Me trastorna todo lo que me dices, ya no sé si eres un sueño o si realmente estas aquí a mi lado.
- Soy real, tan real como tú, siente mi corazón si deseas - Alonso comprendía que si su mano rozaba aquella piel de seda le sería difícil controlar sus sentidos y dio un paso hacía atrás para apartarse del joven - No me temas, dame tu mano y siente como late.
Alonso temblando como si alguna fiebre lo devorara se acerco lentamente, poso su mano ardiente en el pecho de Aristeo. Realmente aquella piel era como lo había imaginado, suave pero tan fría, era como tocar una estatua del más fino mármol. Y bajo su palma sentía un corazón latiendo acompasado, como le costaba retirar su mano. El joven tampoco se movía, vio su delicada mano levantarse del costado de su cuerpo para posarse también sobre su pecho y sintió como si un rayo lo traspasara; un rayo blanco y luminoso, pero que no hería. Se quedaron unos minutos así, los ojos grises, en los ojos de hierba; respirando suave uno, agitado el otro.
- ¿Por qué tiemblas Alonso, es que aún me tienes miedo? ¿Los Vientos danzan a tu alrededor y te hacen sentir frío?, ellos solían jugar así conmigo, pero no me gustaban esos juegos; yo corría al regazo de Luna y ella me arrullaba y reñía a los Vientos. ¿Quieres que te acune en mis brazos?
Había tanta pureza en su pedido. La malicia no existía en aquellos ojos ni en palabra alguna salida de aquellos labios de coral. Cómo aceptar esos brazos cuando por dentro hay un incendio pronto a desatarse. Aristeo avanzo sonriendo hacía Alonso.
- ¡No, detente, no sabes lo que haces! - una sombra de tristeza cruzó el semblante del muchacho, se pensó rechazado por su condición de no humano y la voz le susurró al oído, ¡Rechazo! - Si yo te toco ya no seré dueño de mis actos... no sé qué pueda ocurrir. Nada sabes de las ansias de un cuerpo por poseer otro; nada sabes de la sangre palpitando como un río sin cauce, ni de la fiebre que te turba con la sola vista de otros labios.
- Tienes razón, nada sé de lo que dices. Tú no pareces tener el alma de noche. Quiero aprender contigo de esas cosas de las que me hablas.
- No Aristeo, poseerte sería algo así como un pecado. Duerme ahora, mañana veremos a mi jefe para ve si te emplea.
Y el joven se quedo de pie en silencio mirando como Luna menguaba, y poco a poco fue sintiendo que el sueño le vencía. A lo lejos escuchaba tararear a su madre una antigua canción de cuna.
Cuando Alonso se levanto al día siguiente corrió a buscar a su compañero. Todo estaba intacto, tal como lo dejara la noche anterior, solamente que Aristeo había desaparecido. ¿Había sido un sueño?, no, él lo había sentido suave y frío en su mano. Su pudor le había sabido a rechazo, era eso, y el joven se había marchado al creerse despreciado.
Que dolor tan grande le lleno el corazón... - ¿Dónde andas niño hermoso, no sabes que el mundo es implacable?, niño hermoso, van a destruirte allá afuera - y salio a buscarlo olvidando trabajo y comida. Lo busco por las calles elegantes mostrando su bosquejo; algunos decían que lo habían visto pasar, "caminaba como quien no tiene un rumbo fijo, como quien anda perdido", le decían las gentes. Lo busco en callejuelas oscuras, y no dudo que por allí también había dejado su huella. Los rincones parecían menos sucios y los rostros de los que habitaban en ellas estaban radiantes, como si un rayo de plata los hubiera tocado llevándose algo de su miseria.
Y Aristeo vago por el mundo, aprendió a trabajar para ganar aquello que todo lo compra... o casi todo. Supo de los inviernos helados y los veranos sofocantes. Conoció la avaricia de los hombres; se estremeció ante la crueldad con que se trataban unos a otros, sus ojos conocieron el rojo color de su sangre. Observo sin entender como los humanos destrozaban bosques, manchaban ríos y mares, enturbiaban el límpido cielo, y con más dolor aún vio como mataban a sus hermanos menores con saña y a menudo por el simple placer de matar. Los ojos grises de Aristeo se tornaron oscuros, y como su madre predijera el corazón se le volvió jirones. No es bueno el hombre se dijo.
Con fuerza sujeto la medalla que llevaba al cuello y estaba por invocar a su madre para que lo llevara lejos de toda aquella miseria, cuando su mirada se encontró con la de Alonso.
- Te he buscado por tanto tiempo, he seguido tu estela de plata sin poder hallarte. Siempre que llegaba a un lugar tú ya lo habías abandonado.
- Tú raza es malvada, ya nada quiero saber sobre los hombres. Solo ansió tornar a mi madre, tengo el corazón herido de muerte.
- Aristeo, cierto es lo que dices, pero entre los humanos siempre brotan flores de bondad. Hay muchos que vivieron y viven para cambiar todo aquello que tanto te horroriza. No juzgues a la humanidad entera por la maldad de algunos.
- Tú no eres así, lo veo en tus ojos, son dulces y claros. ¿Quieres venir conmigo?
- ¿Me llevarás con tu madre? , mi amado compañero, no creo que sea bueno a sus ojos.
- Luna ve más profundamente en el corazón de los hombres que yo, no temas, ella te amará como a un hijo y olvidará que eres fruto de la Tierra.
Aristeo le tendió su pálida mano a su amigo y Alonso se la tomo ya sin duda en la suya.
- Abrázame fuerte, muy fuerte. Quiero sentir tu corazón en mi pecho y tu cálido aliento en mi frío rostro - el otro se acercó y se fundieron en un abrazo más allá de sus cuerpos, entonces el hijo de la luna apretó la medalla en su puño e invoco a su madre.
Luna había esperado tanto ese día, feliz hizo brotar de su cuerpo un sendero de plateada luz para que su hijo subiera por él. Grande fue su sorpresa al ver a un descendiente de hombre atado al cuerpo de Aristeo.
- ¡Madre querida! - le dijo y cayo a sus pies con el rostro bañado en lágrimas.
- Cuanto hubiera querido ahorrarte este dolor, sin embargo era necesario, mis palabras nunca iban a ser suficientes.
- Todo cuanto me dijiste era verdad, solo en algo erraste madre mía, no todos los hombres tienen el corazón de oscura piedra. El es Alonso, mi tierno amigo, por amor a mí no me despojes de su compañía.
- No lo haré Aristeo, porque es de corazón puro, lo he visto en sus ojos de hierba.
Más la diosa callo su pecado, nunca le diría a su hijo que él también tenía sangre de hombre, y que en su afán por engendrarlo había ocasionado la desgracia de dos seres. Samira llevada por sus deseos, Calisto por su soberbia, era cierto, pero ella había precipitado sus destinos.

Si alzan la vista una noche de luna llena verán que ya no es blanca como lomo de armiño, algunas manchas estropean su blanca pureza. También verán dos estrellas brillantes y hermosas que titilan como alegres cascabeles, son Aristeo y Alonso, unidos para siempre en el firmamento.

"Hay cosas que son ciertas, pero que harían más daño revelándolas"

Para un querido amigo a quien no le puedo regalar hasta ahora una historia hace tiempo pedida.