31 julio, 2007

BBM: Cuatro años

Alma Beers no era diferente a cualquier otra muchacha; frágil y delgada, desordenada y tierna; sin muchas ambiciones, de pocas palabras. En realidad era la mujer ideal para Ennis, solo que tantos silencios agotaban sus vidas. Al mes de casados ya estaba embarazada de la pequeña Alma y no pasó mucho tiempo para que Francine se le uniera en un coro de berridos. La cocina se convirtió en una extensión de la habitación conyugal que compartían con las niñas. Pañales sucios, baberos, biberones; confundiéndose todo con las camisas sucias de Ennis, los platos por lavar y la sonrisa de Alma que a veces se le escurría por el lavabo.
Del Mar trabajaba en lo que se le presentara, ya sea en alguna granja o en la construcción de una autopista nueva, detestaba esto último, pero cuando hay dos nenas y una mujer que mantener no hay mucho que pensar. Los días pasaban grises, con esa monotonía agobiante que a veces trataba de aliviar con alguna salida a la ciudad. Alma siempre le insistía en que deberían dejar de vivir tan aislados; al fin logro que Ennis aceptara mudarse y fueron a vivir en un pisito sobre una lavandería en Riverton.
Jack continuaba quebrándose huesos; pero sin perder un ápice de su arrogante entusiasmo. Y al anochecer, después de los rodeos cuando los vaqueros se reunían en el bar de Ruffus; buscaba una media sonrisa , unos ojos del color de la hierba, un cabello del tono rubio de su cerveza. Pero siempre confundía el camino; y sus ojos sonreían en vano, en el lugar equivocado y a la persona errada. Jimbo, el payaso del rodeo, había sido en aquella ocasión el objeto de sus tiernas miradas. Jack sorprendió de nuevo esa sombra de desprecio que ya había visto en los ojos de Aguirre, se mordió los labios y desvió la mirada. Pero Jimbo no dejo las cosas allí, se fue en dirección a un grupo de vaqueros que bebían y jugaban al billar. Jack sabía que hablaban de él, porque de rato en rato le miraban con recelo; algo le decía que era mejor salir pronto del lugar, así que termino su cerveza y salió a la calle. Habría avanzado unas cuadras, cuando un grupo le salio al frente, reconoció a los hombres del bar, el corazón empezó a latirle furioso; sin embargo, respiro hondo y avanzó aparentando frialdad hacía ellos.
- ¡Twist!, sabes... la gente como tú no es bien vista por aquí. Así que mejor coges tus putas cosas y te largas.
- En qué los molesto. A qué viene todo esto.
- Mira... tú sabes bien de lo que hablo. Nadie te quiere aquí... o tal vez necesites que te lo hagamos entender mejor...
Jack observaba las pesadas herramientas que tenían en sus manos. No, ese no era el momento para desafíos; los miro uno a uno, bajo el ala de su viejo sobrero y se alejo rumbo al motel donde se alojaba, saco sus cosas y las echo a la parte trasera de su camioneta. Los hombres no dejaron de vigilarlo hasta que lo vieron subirse y alejarse en ella.
Su ruta era tan desigual como la marcha de su camioneta; y así, entre tumbos, viajaba de un extremo a otro de Texas. Siempre inscribiéndose en los rodeos, era lo único que hacía bien y los últimos dólares ya casi habían desaparecido de sus bolsillos. - quizá esta vez sí, quizá por esta puta vez las cosas me salgan como pienso - Y en verdad, en aquella ocasión los hados del destino jugaron a su favor; dos seis en dos tiradas, eso sí que era ser afortunado. Gano una buena cantidad de dinero montando un inmenso toro, "Dormido", que por esa vez le hizo honor a su nombre y además conoció a una chiquilla hermosa Lureen; desinhibida, briosa y ágil como una yegua. Era de esas pocas mujeres que no esperan a ser tomadas, sino que se lanzan a servirse por sí mismas. Lureen era además hija de un viejo adinerado. ¿Quién no conocía en Texas a Newsome?, el comerciante de maquinaría agrícola. Cuando se entero que su hija andaba con aquel perdedor, puso el grito en el cielo. Pero Lureen era indómita y engreída, acostumbrada a tener todo aquello que deseaba... y ahora se le antojaba aquel vaquero de ojos endiabladamente bellos. Así que Newsome no le quedo más que ceder; y como para desmentir cualquier rumor, Twist no tardo mucho en convertirlo en abuelo. La vida de Jack estaba cargada de colores; los de la ropa de su mujer, los de la habitación de Boby, los de los elegantes muebles, los de los relucientes tractores, los de su nueva camioneta. Todo tenía color... menos su vida.
Cada vez que tenía oportunidad de alejarse de casa; se lanzaba en busca de algún rastro de Ennis, preguntaba en los ranchos pero nadie le daba razón de él. A nadie le había contado que el verano siguiente en que se conocieron volvió a Signal, en busca de trabajo; pero lo que en realidad deseaba saber era si del Mar volvió alguna vez por ahí. Aquella vez, cualquier duda que hubiera tenido con respecto a lo que Aguirre sabía, quedo disipada. Este se encargo de dejárselo todo bien claro - veo que encontraron cómo pasar el rato allá arriba. Yo no les pagaba para que los perros cuidaran las ovejas mientras ustedes se revolcaban. Aquí no hay trabajo para ti Twist. ¡Largate de mi oficina! - Jack bajó los ojos avergonzado y salió dando un portazo. Pero lo que Joe nunca sabría, es que aquel verano del 63, el había regresado a la montaña. Recordaba que el día en que se despidieron, Ennis le contó que había olvidado su camisa. Busco en el lugar donde levantaron el campamento por ultima vez... y allí estaba, escondida entre unas ramas, sacudida suavemente por el viento. Algo ajada, pero entera. Se había quedado mas que enredada en las ramas, enredada en el tiempo; con suavidad la liberó, no quería que se fuera a rasgar, y luego... hundió su rostro en ella. Buscaba en vano el olor de su cuerpo, de su sangre... pero habían desaparecido. Solo permanecían los manchones rojizos.
Y una mañana de junio, después de cuatro largos años, el nombre de Ennis le resultó familiar a alguien. Ennis vivía en Riverton. Se apresuro a escribir una postal preguntándole si estaría allí el 24. Y el corazón se le hizo ligero, y por primera vez, después de mucho tiempo se le antojo que el cielo era azul... tan azul, que podía ahogarse con solo mirarlo.
Y la postal llego a manos de Ennis; y le faltaba el aliento cuando estuvo frente a la oficina del correo para mandarle la respuesta - ¡claro que sí!. - Y la sonrisa se instaló en sus labios, sus ojos brillaron como si una constelación entera se hubiera precipitado en ellos. Y los grises desparecieron, y llegaron los colores... el azul, el verde, el blanco de las montañas de Brokeback, de la vida.
El 24, Ennis vestía su mejor camisa, sus vaqueros limpios y planchados. Varias botellas de cerveza amontonadas sobre una mesa y el cenicero cargado de colillas de cigarro eran testimonio de su impaciencia. Jack no le había mencionado la hora, pero para el la espera empezó desde el amanecer, y la tortura de las dudas también. ¿Y si no daba con la casa, si algo le impedía llegar, en fin, si al final se había desanimado?. No, Jack no era así, el no era dado a jurar, pero cuando prometía algo siempre cumplía. Empezaba a adormecerse por el cansancio y la bebida, de pronto el sonido de un motor lo saco de su modorra. Era él, tenía que ser Jack.
Alma le observaba en silencio intrigada, no entendía porque lo entusiasmaba tanto la venida del dichoso amigo y por qué se negaba a invitarlo a comer algo en el Knife & Fork. Nunca antes le había visto aquella sonrisa, aquella luz desconocida iluminándole el rostro.
Allí estaba apoyado en su reluciente camioneta; pero ahora todo el espacio estaba inundado de Jack, y el aire no olía a otra cosa que a tabaco y a pino. Y Twist, ya no vio otra cosa que sus ojos claros y sus rizos rubios; y de pronto solo eran sus labios buscándose, sus cuerpos reconociéndose en cada curva. Y Ennis empujándolo ansioso a un rincón y apretando sus labios a los suyos con brutalidad; y sus manos vagando sobre la ropa queriendo encontrar el calor de la piel. El espacio entre los cuerpos era casi inexistente; labios y lenguas enlazadas; pechos apretados, sintiendo uno el latido del otro; muslo y entrepierna, anhelantes; pies pisándose torpemente entre ellos. - ¡hijo de puta!, ¡hijo de puta!

Quédate

Esta es una hermosa canción de una cantante belga, Lara Fabian. La escuche hace algunos años, era el tema principal de los protagonistas de una telenovela brasileña "Uga Uga". La letra es muy hermosa, habla de nostalgia, de la esperanza de encontrar a quien se ama. Y cuando se halla, esas ansias de no volver a perderlo. Una palabra que bien podría haber susurrado Ennis cuando se separaron después del primer reencuentro, o quizá la última vez en Brokeback, transcurridos ya veinte años... solo era decir... ¡Quédate!. De Jack nada hay que decir, durante veinte años se la repitió... ¡Quédate!

Quise ponerla como un intermedio del relato que he iniciado... que es casi una aventura. Una aventura en la que no quiero quedarme sola.


Quédate
Apareciste así
Y fue el destino que nos quiso reunir
Algún camino de otro tiempo más feliz
Te trae de nuevo aquí
Mi vida amaneció
y cada luz de mi universo se encendió
En otro rostro me dijiste aquí estoy yo
Y yo te conocí
Y mi vida te ofrecí
Quédate, que este tiempo es nuestro
y el amor tiene ganas de volver
Oh, quédate
Hoy no te me vayas como ayer
Te fuiste aquella vez
Y yo en mis sueños
tantas veces te busqué
Entre los ángeles tu voz imaginé
Así me conformé
Pero ahora te encontré
Quédate, que este tiempo es nuestro
Y el amor tiene ganas de volver
Oh quédate,
No me dejes sola otra vez
Que la noche es larga
Si no estoy contigo
Si otra vez me lanzas al abismo
Si otra vez te vas
Quédate
Por Favor
Por siempre
Quédate, que este tiempo nuevo
Como el sol nos abriga el corazón
Oh quédate, quédate
Que no vuelva el frío en el adiós
Quédate, que este tiempo es nuestro
Y el amor sólo quiere renacer
Oh quédate, quédate
Hoy no te me vayas como ayer
Quédate

28 julio, 2007

BBM: El amor es una fuerza de la naturaleza

La madrugada avanzaba y la intimidad entre ellos también. Ennis estaba amodorrado pero no conseguía dormir. Y el aroma a tabaco, a sudor, a pino fresco que se desprendía del cuerpo de su amigo; y su tibieza calentando su frío. Un paso en falso y ya no habría marcha atrás.
La luna se oculto tras una nube, un Jack agitado, excitado por aquella cercanía tomo la mano de su compañero y la llevo suavemente hasta su centro ansioso. Ennis se levanto sobresaltado; veía a Jack despojarse de su gruesa chaqueta, y se preguntaba qué estaba ocurriendo, qué lo retenía a su lado cuando lo que debería hacer era darle unos golpes y salir de la tienda. Entonces los labios de Jack buscaron ansiosos los suyos; pero ahora el corazón de Ennis latía furioso, solo deseaba poseerlo. Con rudeza coloco a Jack en la postura correcta, sus manos temblorosas aflojaron la correa y se desabrocho los vaqueros, luego buscaron los de su amigo y los deslizó hasta las rodillas. Y ayudado con algo de saliva lo penetro con fuerza. Jack se estremecía de dolor y placer ante cada arremetida. Ni una maldita palabra, el silencio solo era roto por los jadeos de Jack y los gruñidos de Ennis.
La mañana los encontró enlazados, cansados, con la cabeza dolorida y para Ennis sintiendo que todos sus esquemas se habían roto y ya no había forma de unirlos. Miró a su compañero, dormía tranquilo con una sonrisa curvando sus labios, se acomodo los pantalones y salio de la tienda. Recordó recién a las ovejas y que toda la noche habían estado solas. Monto de prisa, Jack lo alcanzo - te espero a la hora del almuerzo- pero Ennis le dirigió una mirada a medio camino entre el desprecio y la rabia y se alejo a todo galope de su lado.
Cuando regreso al mediodía, Jack estaba tumbado sobre el pasto. Avanzaba intranquilo hacía él quería abofetearlo y a la vez abrazarlo y volver a perderse en su cuerpo. Que suave era su piel entre sus manos, y que placentera la sensación de su cuerpo temblando bajo el peso del suyo. Pero aquello era algo aislado, algo que había surgido de la soledad, de los tragos; estaba seguro de que no era ningún marica. Se sentó junto al otro evitando mirarle a la cara y se apresuro a aclararlo todo. Jack lo miro y le dijo que el tampoco lo era - esto es asunto nuestro y de nadie más.
De nuevo el anochecer, y ambos comiendo en silencio. A Jack le atormentaban las dudas, ese no saber a qué atenerse lo estaba matando - voy a jugarme todo por ti esta noche Ennis, mi vida y la tuya estan en tus manos... tú decides - con ese pensamiento, mascullando apenas una despedida se fue caminando a la tienda. Lentamente se despojo de su casaca, de la camisa y aflojo sus vaqueros, se tendió sobre unas mantas y espero. No hacían falta palabras, le estaba ofreciendo su cuerpo, su amor, sus brazos y en ellos la paz que siempre estuvo buscando. Espero unos segundos... unos minutos, si Ennis cogía su caballo y se marchaba todo habría terminado. Pero del Mar no se marcho, se acerco avergonzado y temeroso hasta la tienda; se quito el sombrero, pero sus dedos todavía lo aferraban con fuerza, era la última piedra de su muralla. Jack lo entendió así y con suavidad se lo quito de las manos, sus ojos lo miraban con dulzura infinita y entonces acarició su rostro y guió la boca de Ennis hasta la suya; y su lengua cálida fue abriéndose paso por entre los labios apretados de Ennis, ahora lo sentía respirar agitado. Sus hábiles dedos fueron desabotonando uno a uno los botones de su camisa y lo despojaron de ella; y luego buscaron anhelantes los de sus vaqueros, y sus manos se hundieron dentro de ellos; y con suavidad fue acercando a Ennis hasta su cuerpo; y este ya no necesitaba de brújulas para orientarse, sabía que el norte se hallaba hacía sus labios y sus ojos y el sur... el sur estaba en la cálida tibieza entre sus piernas. No necesitaba instrucciones para recorrer su cuerpo, su boca y sus manos aprendieron pronto todos los caminos.
Las primeras veces solo lo hacían dentro de la tienda al anochecer; pero después se amaban sobre la suave hierba con el sol cayendo a plomo sobre sus espaldas; al calor de la hoguera al atardecer, resoplando y riendo, descubriendo cada día caricias nuevas; junto al río después de bañarse, en un mórbido juego, observándose sin tocarse, para luego estallar el uno dentro del otro. Ellos pensaban que eran invisibles, no sabían que una mañana Aguirre los había estado observando con sus prismáticos por diez minutos, aguardando que se vistieran para hablar con Twist.
- Tú madre me envío a que te avisara que tu tío Harold esta enfermo de pulmonía, tal vez no la cuente.
- Gracias, pero no creo que pueda hacer mucho aquí arriba.
- Pues allá abajo tampoco haces mucho- y su mirada alcanzó a Ennis que descendía con las ovejas.
Aquella mirada cargada de desprecio no paso desapercibida para Jack. Desde su montura Aguirre los observaba deseando que se convirtieran en la hierba que los cascos de su caballo pisoteaban. Luego se dio la vuelta y sin despedirse se alejo de ellos.
No era extraño que pese a ser verano, de pronto el clima cambiara y se vieran sorprendidos por una tormenta o una granizada. Y así ocurrió un día, el granizo se precipitaba enorme cayendo pesadamente sobre la hierba. Ennis quiso salir para evitar que las ovejas se desmandaran pero Jack lo detuvo.
- El granizo te a derribar, vas a perderte y no vas a lograr nada.
Y afuera la nieve cayendo y dentro de la tienda sus cuerpos desafiando cualquier frío, buscándose de sur a norte, de norte a sur, al este y al oeste de sus brazos enlazados. Siempre Ennis terminaba descansando sobre el vello oscuro y suave del pecho de Jack, estrechándole fuerte como si temiera un día no encontrarlo. A veces se dormía y despertaba sudoroso con los ojos llenos de miedo, soñaba que Jack se iba convirtiendo poco a poco en algo etéreo, hasta desaparecer por completo; entonces Jack le acariciaba el rostro, con ternura le besaba los labios y la frente y le repetía: - ¡Aquí estoy, aquí estoy, no tengas miedo! ven... quedate en mis brazos... siempre voy a estar a tu lado.
Al amanecer fueron a buscar a los animales, se habían mezclado con los de otro rebaño. Las marcas estaban casi borradas y fueron cinco días infernales para separar unas de otras. Al final el número fue el correcto; sin embargo, no eran todas las mismas que subieron con ellos. Ni ellos serían nunca más los mismos, Brokeback los había marcado para siempre.
Antes que el verano terminará, un día que Ennis regresaba de mañana para almorzar se encontró a Jack recogiendo la tienda y los cacharros. La sonrisa se le borro de los labios.
- ¿Qué estas haciendo?
- Aguirre vino temprano y me dijo que se avecina una tormenta. Quiere que bajemos con las ovejas.
- Pero las tormentas son normales, nada de que preocuparse. Ese hijo de puta no puede hacernos eso. Yo necesito mucho el dinero.
- Si quieres yo puedo prestarte algo. Te lo doy en cuanto lleguemos a Signal.
- No necesito tu dinero, acaso crees que estoy en la miseria.
Cuando estuvo arreglado Jack fue en busca de su amigo, lo encontró sentado sobre la hierba con la mirada perdida en el horizonte. Tenía ganas de juguetear un poco para alegrarlo. Y le echo un lazo, Ennis se levanto y empezó a caminar, ahora el lazo fue a enredarse entre sus pies haciéndole perder el equilibrio y rodar por el suelo. Jack se precipito sobre él y comenzaron a forcejear, primero como jugando, y después con rabia. La rabia de separarse, la rabia de perder su paraíso, la rabia de no saber si volverían a encontrarse, la rabia de perder el amor de sus vidas. Y de pronto Jack le dio un puñetazo en la nariz y Ennis empezó a sangrar profusamente; el otro se acerco confundido, no había querido lastimarlo, pero a Ennis lo único que le importaba era detener ese torrente de sangre; esa sangre que era su propio dolor. Y lo hizo con el puño de su camisa, con el puño de la de Jack y luego le devolvió el golpe dejándole amoratada la barbilla.
Y el descenso empezó y ellos sentían que se precipitaban a la realidad, a esa realidad de la que ya nada querían saber, y a la que sin embargo estaban obligados a volver.
Aguirre y su cara avinagrada de siempre los esperaba para entregarles su pago. No podía olvidar lo que había visto y el desprecio que sentía por ellos.
- Muchas de esas no subieron con ustedes. Los campesinos nunca hacen nada bien.
Ennis ayudaba a Jack con la camioneta, finalmente la hizo arrancar; como deseaba que estuviera averiada en serio, así podrían quedarse unas horas más juntos. Pero la maldita camioneta arranco. Ahora estaban frente a frente deseando besarse y abrazarse con todas sus fuerzas; y teniendo que contentarse con un apretón de manos. Y evitando mirarse porque sí lo hacían de pronto ya no tendrían fuerzas para separarse.
- ¿Vendrás el próximo verano?
- No sé, ya te dije que en noviembre me caso con Alma. ¿Y tú?
- Tal vez me quede con mi padre o me reclute el ejercito.
- Supongo que nos veremos.
- Sí, sí.
Y Jack subiendo de prisa a la camioneta porque las lágrimas empezaban a llenarle los ojos, alejándose a toda la velocidad que el viejo armatoste lo permitía; viendo la figura de Ennis algo encorvada, como si el peso del pequeño bulto que llevaba fuera inmenso, se iba haciendo más pequeña hasta volverse un punto oscuro. Y de nuevo lo envolvió una sensación ya conocida - por ti volveré Ennis, por ti volveré.
Del Mar esperaba perder la camioneta de vista para abandonarse a su propia pena; solo que las lágrimas se negaban a brotar y el dolor se transformaba en una sensación de nauseas. Tuvo que detenerse a un lado de la calle al amparo de un muro, y golpearlo con furia una y otra vez, y llorar sin lágrimas... siempre le dijeron que los hombres no deben llorar... y él no sabía cómo hacerlo.

25 julio, 2007

BBM: Un sentimiento desconocido


El cielo era de un azul diáfano, solo algunas nubes blancas le robaban algo de aquella pureza.
Las ovejas empezaban a llenar todo el espacio; un empleado se encargaba de bajarlas de los camiones y contarlas. Ennis conversaba con otro hombre que se apuraba en dejar bien atadas las provisiones que les servirían para una larga semana. Dos mulas y dos perros de pastoreo, un par de rifles, y los caballos, esos eran todos sus bienes para subir a Brokeback. Jack montado sobre una yegua baya y arisca, hacía gala de su pericia en la montura, Ennis lo miraba con cierta preocupación, temía que el animal lo tirara y pudiera lastimarse y ese no sería un buen comienzo, finalmente había encontrado un buen compañero y no deseaba perderlo.
Cuando todo estuvo listo, emprendieron el largo ascenso. El mar de animales subía tranquilamente con ellos; si alguna remoloneaba por ahí, uno de los perros le mordía suavemente las patas y lanzaba continuos ladridos, entonces la oveja sabía que debía moverse más de prisa o el segundo mordisco no sería tan leve. Jack llevaba entre sus brazos a una de las crías, le tenía un especial afecto a los animales pequeños y no deseaba que las demás la fueran a lastimar. Ennis avanzaba detrás vigilando.
Finalmente alcanzaron el lugar donde los forestales le tenían permitido pastar al rebaño y donde deberían montar el campamento. Ennis se encargaría de las labores domésticas; cocinaría y lavaría la ropa. Jack le ayudaría cortando leña y acarreando agua para la comida.
Esa primera mañana Jack partió con los animales hacía la parte de la montaña donde los pastos eran más tupidos y verdes, aquella era una zona prohibída, por eso debía subir con cautela. Sobre su yegua llevaba solo lo necesario para montar una pequeña tienda, y algo más de lo que no podía prescindir, una botella de whisky; sabía que debía olvidarse de las fogatas, nadie debía saber que las ovejas pastaban allí. Y así fueron todas las mañanas. Desayunaba frugalmente; unas judías, que Ennis se esforzaba en mejorar con algo de patatas fritas, y un café caliente; después revisaba su rifle y partía a vigilar a los animales. Volvía al medio día para hacer un almuerzo parecido y de nuevo al anochecer para cenar. El verano pasado llegó a odiar las judías, pero ahora hasta le sabían bien, que agradable era comerlas al calor de la hoguera, junto a su compañero, viendo como cada día aquella muralla con la que aquel se protegía se iba volviendo más frágil.
Antes había encontrado la forma de entretener aquellas largas noches de vigilia, pero ahora se le hacían insoportablemente largas. Sin saber bien por qué, buscaba la luz de la fogata de Ennis. La veía brillar solitaria en la oscuridad, como una estrella que hubiera olvidado a qué espacio pertenecía. Y así se quedaba largo rato, tratando de imaginar lo que Ennis estaría haciendo en ese momento; ya era cerca de la medianoche, ahora estaría ya tumbado sobre las mantas durmiendo tranquilamente o tal vez... no aquello era imposible. Pero quizá podría estar desvelado y le dedicaría algún pensamiento breve.
Ennis estaba efectivamente tumbado dentro de la tienda, pero tampoco dormía.
Qué extraño se sentía; por qué esas ganas de sonreír, el que era tan poco dado a la alegría; por qué deseaba que las horas volarán y amaneciera de nuevo; por qué esa soledad que lo aplastaba era de pronto ligera, tan ligera que casi no la sentía. Por qué lo perseguía aquella mirada azul, aún cerrando los ojos continuaba allí... tan dulce, tan profunda, tan brillante. Pero de pronto la sonrisa se esfumo de sus labios y de nuevo su mirada se hizo dura y triste, un recuerdo atroz lo oscurecía todo.
Llegaba entonces la mañana y con Jack llegaba la vida, y Ennis sonreía cuando lo divisaba de lejos. Se apuraba en arreglar los desportillados platos, ponía el café a calentar y removía el guisado. Y Jack desmontaba de prisa y se sentaba junto a su compañero; no era que sintiera tanta hambre, o más bien sí... hambre de su compañía, de las pocas palabras que conseguía arrancarle, de su media sonrisa, del roce de su ruda mano en la suya cuando le pasaba la comida o la botella de whisky.
Una de aquellas mañanas Jack regresó algo enfurecido, no había podido pegar los ojos en toda la noche, los lobos no habían dejado de rondar el rebaño. Que injustas le parecían las condiciones que Aguirre les había obligado a aceptar; que molesto era aquello de ir y venir tres veces al día. Aquello le sonó a Ennis a reproche, entonces le propuso a Jack cambiar de obligaciones; el bien podría encargarse de cuidar el rebaño, eso no le molestaba en absoluto. Twist se quedo mirándole unos instantes, tuvo la sensación que había hablado demás; acerco su mano al hombro de Ennis y la dejo unos segundos allí.
Los días de verano se sucedían; y ellos estrechando cada vez más su amistad; contándose cosas que nunca antes habían contado a nadie: tristezas, decepciones, aventuras, sueños y fracasos. Y Ennis se desbordaba como un río contenido, a menudo se sorprendía a sí mismo hablando sin parar. Y los inmensos ojos de Jack clavados en los suyos, como si lo que contaba fuera lo más interesante del mundo. Entonces callaba y se quedaba mirándole, mil cosas dándole vueltas en la cabeza y de pronto un deseo poderoso como el viento, la tormenta, el rayo, la lluvia o el granizo; como si todo el poder de la naturaleza lo envolviera. Un deseo de hundirse de una vez y para siempre en aquel azul y en aquellos brazos.
A Jack no se le daba mucho la cocina; así que se contentaba con abrir las latas y meter una cuchara dentro. Pero cuando Ennis se desnudaba para meterse al río a bañarse, echaba mano a las patatas y desviaba la mirada; aquello era demasiado, había cosas que no podían disimularse.
En una ocasión Ennis se hizo un pequeño corte con el filo de una de las latas, Jack se deshizo del pañuelo que llevaba atado al cuello y lo envolvió en la mano lastimada. Ennis dejo que el otro atendiera su herida, hasta que el calor de aquellas manos empezaron a agitarle, entonces retiro la suya confundido.
Cada vez era menos el tiempo que Ennis permanecía con las ovejas; sobretodo cuando regresaba a almorzar, ya eran varias las veces en que se quedaba junto a Jack hasta el anochecer; entonces a su pesar montaba sobre su caballo y se alejaba de prisa. Se alejaba reteniendo en sus oídos su charla amena, su voz rasposa entonando un extraño himno, el chirrido de su armónica y el sonido alegre, como el de una cascada de su risa. Se lo grababa todo para no sentir tan largas las noches.
La tarde caía suave y tranquila, oscureciendo las montañas, los árboles... y la botella de whisky que iba de mano en mano, y ellos riendo despreocupados y borrachos. A Ennis la bebida se le subía pronto a la cabeza y lo sumía en una modorra indomable; trato de levantarse, pero apenas si consiguió ponerse a cuatro patas y después se volvió a dejar caer en el piso, le pidió a Jack una manta para pasar la noche, ya saldría al amanecer.
- Te vas a congelar allí afuera, mejor entra.
- No te preocupes, yo no me doy ni cuenta...

Jack le alcanzo la manta y dando traspiés se fue a la tienda.

24 julio, 2007

Brokeback Mountain

Esta es una promesa hecha a Marga. No pretendo escribir nada nuevo (aunque quién puede saberlo), solo recrear está historia que un día nos unio, espero que por mucho tiempo.
Mari y Carlitos mil gracias por sus palabras, he suprimido esa entrada porque lamentarse no sirve de nada. He impreso sus comentarios más que en el papel en el corazón.

Jack echo en una vieja maleta las pocas cosas que necesitaba para unos meses fuera de casa. Un par de camisas, unas mudas de ropa interior; otro vaquero, algo más raído que el que llevaba encima, una casaca gruesa y su armónica para alegrarse esas noches que se hacen tan largas. No en vano había ido al mismo lugar el año pasado; y sabía bien que la soledad se hacía a ratos tan insoportable que a menudo terminaba charlando con los caballos, los perros y hasta con las ovejas. Era un trabajo duro y mal remunerado, pero cualquier cosa era preferible a pasar otra temporada al lado de su padre. Ya estaba harto de su tiranía, de su indiferencia. Nunca nada de lo que hiciera sería suficiente para él; siempre le echaba en cara que sus pretensiones eran demasiadas para el hijo de un campesino pobre. Sueños y más sueños.... que nunca se cumplirían.
Le dio un beso tierno en la frente a su madre; una mujer madura con ese aire de tristeza y resignación que parecían un sello en ella. Su padre no dejaba de echar pestes porque lo abandonaba con las tierras a medio labrar, el cerco sin terminar; pero Jack ya estaba decidido a marcharse, le hizo un gesto de despedida con la cabeza y subió a su destartalada camioneta y se alejo dejando tras de sí una polvareda. Miró por el espejo retrovisor y veía como poco a poco la figura de su madre, con su sencillo vestido y su ajado delantal se iba diluyendo en el paisaje. Cerró los ojos y respiró hondo, sabía que siempre volvería a Lightning Flat por ella y solo por ella. Tomo camino hacía Signal, en las tierras del Servicio Forestal de la montaña de Brokeback. Tarareaba alguna canción con la mirada fija en la carretera y a los lados el paisaje de bosques y montañas. Jack era de contextura mediana; el trabajo había modelado su cuerpo a conciencia; el cabello oscuro, los labios de un rosa fuerte y algo carnosos; pero lo que hacía más atrayente su fisonomía eran sus ojos grandes y azules, velados por espesas pestañas y esa propensión casi inconsciente a sonreír.
Iba pensando en el dinero que podía ganar en la próxima temporada de rodeos, eso era lo que realmente le gustaba. Estar sobre el toro encabritado sosteniéndose con todas sus fuerzas para que no lo tirara; esa sensación de dominio sobre el animal y los gritos de la gente alentándolo, le hacía sentirse importante. La camioneta iba dando tumbos por la carretera y Jack Twist iba rogando que no lo dejara abandonado en medio de la nada.
Llego a la pequeña caseta que servía de oficina al capataz. Le sorprendió ver a otra persona esperando por el empleo, pensaba que nadie más acudiría a trabajar en aquellas condiciones. Se quedo observándole con fijeza. Era un muchacho de su edad, vestido con la misma pobreza con la que él iba vestido. Su mirada se detuvo en sus rizos claros, en su rostro ceñudo y sus labios apretados; en su cuerpo delgado, pero musculoso. El otro también lo observaba con cierta curiosidad; pero en cuando se percató que le estaba prestando más atención de la debida, empezó a patear el suelo, mientras apuraba un cigarrillo a medio fumar. Pero de rato en rato levantaba la mirada para ver lo que el otro hacía. Ennis del Mar, venía de un pequeño pueblo situado en las fronteras de Utah; acostumbrado al trato duro de su padre, mitigado apenas por la tímida ternura que su madre le prodigaba a escondidas. Su padre siempre le decía que la rudeza era "de hombres" y no había escatimado esfuerzos en hacerselo entender. Una curva en una carretera curiosamente llamada "Caballo muerto" lo dejo huérfano, y de allí en adelante vivió con sus hermanos hasta que cada uno formo su familia, y él salía sobrando. Siempre había soñado con estudiar un poco, le hubiera gustado terminar por lo menos el bachillerato y estaba seguro que lo hubiera logrado, Ennis sentía que tenía suficiente seso para los estudios; pero un día la camioneta se malogro y junto con ella sus esperanzas. Ennis del Mar era rubio; con el rubio de la cerveza fresca, ojos claros y pequeños, y los labios siempre apretados, parecía que en ellos todo se contenía antes de salir; la risa, las palabras, las confidencias.
Jack continuaba con su rutina de aseo como si el otro no estuviera allí, había salido tan de prisa que no tuvo tiempo de afeitarse, ahora lo hacia usando el espejo retrovisor. Solo que su mirada más que su barbilla, buscaba la inquieta figura de su eventual compañero; era inútil luchar contra aquello, estaba en su esencia, era parte de su naturaleza y por más esfuerzos que hiciera esa mirada suya lo delataba. Aquel muchacho le atraía más de lo que hubiera querido.
La espera no fue demasiado larga, el ruido de una camioneta los saco de sus pensamientos. Para Jack, la figura regordeta y vulgar del capataz ya le eran conocidas, por eso no le sorprendió verse cerrar las puertas casi en sus narices al entrar este a la oficina. Pero para Ennis aquello le sentó muy mal, el podía trabajar como el que mas sin rechistar, pero le gustaba ser tratado con respeto.
Al rato Aguirre asomo la cabeza y les dijo que si les interesaba el trabajo entraran de prisa. Escucharon pacientemente las condiciones de trabajo, Jack aparentaba sumisión, pero un asomo de rebeldía brillaba en sus ojos. - ¡Mierda!, si no necesitara tanto el empleo, ya te mandaría yo donde mereces - Lo que menos le gustaba de todo aquello era que no estaría junto a su compañero, uno debía quedarse en el campamento oficial, y el otro subir con las ovejas al terreno vedado por los forestales y dormir con ellas para cuidarlas de los ataques de los lobos. Aguirre le asignó la parte más pesada a él, seguramente porque ya tenía experiencia en el asunto de cuidar las ovejas.
Partirían al amanecer, tenían el resto del día antes de irse a dormir para conocerse un poco, al menos eso era lo que Jack deseaba. Así que fue el primero en acercarse a Ennis y presentarse, sonriendo. Y Twist lo llevó hasta un pequeño bar que le se antojaba aceptable; además que era el único que existía en aquel lugar. Que difícil era para Jack evitar que la mirada se le perdiera en aquellos ojos que le recordaban el tono de los pastos en verano y luego descendieran, así, sin pensarlo, hasta sus labios delgados que parecían haber olvidado la sonrisa en alguna curva del tiempo. Y quedándose unos segundos en ellos pensó que bien podría con un poco de esfuerzo enseñarles a reír de nuevo. Al menos había logrado que musitara algunas palabras y había tantos días para compartir, tantos días para ir adueñándose de ese silencio y destruirlo en su bullicio. Si Ennis estaba cercado por fuertes murallas, el tenía su ternura, su sonrisa y sus ilusiones para derribarlas. Y las cervezas que iban y venían por la barra, y notando como la mirada de Ennis poco a poco se iba quedando en la suya.
Alquilaron una habitación doble en un hotelucho, al fin y al cabo solo dormirían unas horas, además sus escasos recursos no daban para nada mejor. El alcohol hizo pronto efecto en Ennis que cayó rendido sobre la cama. Jack se acerco hasta él, y suavemente lo descalzo, no le asombro ver que no llevara calcetines. Cogió una manta y lo cubrió, le acarició los cabellos y con una sonrisa se fue hasta su cama. No era la primera vez que se sentía atraído por un hombre, pero no de aquella manera, no con esa intensidad. Se durmió con la certeza de que Ennis había despertado un sentimiento desconocido hasta entonces, pero le asustaba saber qué nombre darle a este.

21 julio, 2007

Y tu sin saber


La niebla lame las calles y las veredas, se desliza lenta y pausada hasta envolverlo todo. Hasta envolverme a mí en sus helados brazos. Regreso a mi cama y me acuesto, el trabajo se acumula sobre el escritorio, pero que más da, igual no podría concentrarme. Hace días que no puedo fijar los pensamientos en otra cosa que no seas tú. Tú y tu cabello negro como mi suerte; tu barba de dos días; tus ojos claros, tan claros que si miro en ellos la noche desaparece; tus labios de rosa, que siempre me sonríen... como quisiera que no me sonrieran así...así, porque sin saberlo me estas atrapando.
Eres mi amigo, el compañero de oficina, el camarada que me acompaña a beber un café que siempre me sabe amargo. Y entre sorbo y sorbo me vas desmenuzando tu vida; me vas contando tus sinsabores, tus ilusiones perdidas... y yo bebiendo en silencio tus palabras....bebiendo tus palabras que me saben a muerte, porque me hablan de un amor que navega en tu pecho y yo... yo no soy el puerto que buscas. Que ganas a veces de coger mi chaqueta y salir de prisa, de cubrirme los oídos para no escucharte, pero de pronto una tímida sonrisa te ilumina el rostro y el rubor te enciende las mejillas; me desarmas, respiró hondo y lanzo la mirada a cualquier parte para no traicionarme. Pensaras que me molestan tus confidencias, ignoras que me abren surcos sangrientos en el pecho, que me llenan la boca de sal y sin embargo me quedo. Y luego al despedirnos, mi mano que aprieta fuerte y brevemente la tuya, muriendo por no poder retenerla por siempre en la mía.
Cómo decirte que quiero hacerme dueño de todos tus pensamientos, aunque me lastimen. Que me lanzas al vacío si te acercas, si me envuelves en la cercana tibieza de tu cuerpo cuando te inclinas para preguntarme algo; que el fuego se me desata por las venas al sentir tu aliento suave en mi nuca. Ya son tantas las veces en que me levanto fingiendo buscar algún documento por no aguantar el suplicio de tu cercanía... ¿qué pensaras vida mía?... ¿creerás que me desagradas?. Cómo acercarme a ti y confesar lo que siento; no sellar más mis labios, no detener más mis manos que te buscan, no silenciar más mis latidos que te esperan. Hasta cuándo esconder todo esto... pero tengo miedo, un presentimiento, casi una certeza, de que la verdad te alejara para siempre de mi lado.
En el silencio de la habitación le susurro tu nombre a las paredes que me cercan; se lo enseño a las sábanas que me envuelven, y ellas aprenden sus húmedas letras; se lo grito a la noche... sin miedo a que puedas escucharme. Quisiera decirte que con tu imagen empiezo el día, eres la luz que llega antes que la luz misma; y eres lo último que ven mis ojos antes que mis párpados cedan al cansancio....
Y a menudo sueño que me dices las cosas que nunca escuchare de tus labios; y me parece sentir tu cuerpo pegado a mi espalda, amoldando tus curvas a mis honduras, venciendo con los dientes y las uñas cualquier muro. Y puedo entonces recorrerte con las manos y los labios; con el alma y con la vida.
Te veo llegar ante mi puerta, sonriendo, siempre sonriendo y te acercas en silencio.... y me miras y tus ojos me dicen que sí, y entonces me acerco despacio y te estrecho fuerte entre mis brazos y ya sin miedo dejo vagar mis manos por tu cuerpo; temblando deslizo cada prenda y descubro la desnudez que antes solo imaginaba; con el corazón latiendo desbocado te beso, atrapo tus labios entre los mios, y mis manos dibujan estelas de plata en tu piel.... te acerco y te siento anhelante; tu mirada se nubla y te abandonas curioso a mis ansias. Y descubro todos tus rincones; me hago dueño de tus espacios húmedos y salados, dulces y suaves. Desfalleces y me dices que no me marche, me susurras palabras que descifro en tu aroma de hierba fresca y vainilla.

Un ruido me despierta.... afuera los autos van y vienen, algún perro le ladra a la luna, las luces se apagan, la ciudad duerme... y yo vuelvo a cerrar los ojos... vuelvo a intentar dormirme con tu nombre. Y las lágrimas te van desvaneciendo. Yo muriendo y tú sin saber.

15 julio, 2007

Una ventana y el terror (final)

Y las mañanas después de aquella noche nunca volvieron a ser iguales. Procuraban mantenerse la mayor parte del tiempo separados, para evitar cualquier sospecha. Ellos sabían bien que pisaban terreno peligroso.
Cómo disimular ante todos esas ansias que los hacían buscarse en una mirada furtiva; en un roce leve de las manos al pasarse las redes o unos papeles; cuando sus cuerpos debían de acercarse y estos se estremecían a su pesar. Y luego ansiando las noches para refugiarse uno en los brazos del otro, para abrir las rejas de la prisión y escapar volando, remontándose sobre el mar verdoso, sintiendo la brisa fresca y el griterío de los pájaros saludando la mañana.
Una de aquellas noches, Juan descansaba sobre el pecho de Antonio, adormecido con el suave compás de sus latidos. De pronto Antonio se incorporo con suavidad y se puso sobre su compañero. Se quedo unos largos segundo contemplando su faz risueña. Como amaba aquellos ojos que parecían poseer toda las gradaciones de los verdes según su estado de ánimo. Sí estaba triste eran como el color de la hierba; si estaba inspirado eran del tono de las claras uvas, pero si estaba feliz... sí estaba feliz eran como ahora, dos trozos de esmeraldas.
Juan tampoco decía nada, su mirada se perdía en los ojos de Antonio; mientras sus manos le acariciaban el rostro y los rizos oscuros, siempre brillantes.
- ¿En que piensas?
- En como solemos cambiar; aún lo que consideramos más profundo en nosotros, inamovible... en unos minutos cambia, cambian nuestros sentimientos y nuestros gustos. Yo antes quería que llegara la mañana pronto, me pasaba las horas subido sobre esa silla ansiando ver los primeros rayos de luz; para mí escuchar cerrarse las rejas tras de mí era como el sonido de la muerte. Ahora... ahora mi vida empieza cuando esas rejas se cierran y termina cuando se abren.
Antonio callaba, una sonrisa grande arqueaba sus labios; y una luz se encendía en sus ojos nocturnos. Dejo entonces descansar su cuerpo sobre el de Juan, y se enlazo a el. Sus labios carnosos en los labios delgados; el triángulo oscuro de su pecho en la blancura virginal; su vientre agitado en el vientre sereno; su sexo pleno en el sexo ansioso; sus piernas morenas en las piernas claras. Sus latidos y su sangre en los compases y la sangre. De pronto un ruido seco de alguien golpeando la reja los hizo sobresaltarse, Antonio se deslizo hasta su colchón sin hacer ruido. Ambos aguantando la respiración, ambos esperando ver surgir de las sombras aquello que tanto habían temido.
En medio de la celda había una bola de papel. Ambos se levantaron a toda prisa, Juan se hizo primero de la nota y la abrió. En una esquina estaba el símbolo de la "hoz y el martillo"; era un mensaje del grupo. Sus ojos cayeron sobre aquella nota escrita con una letra menuda y apretada; era un aviso, debían estar alertas, algo muy grande se preparaba.
Era el mes de junio, el invierno lamía la isla con su neblina espesa y su intenso frío. Por aquellas épocas los internos solían entrar más temprano, eran muy pocos los que se aventuraban a pescar. Estas eran malas épocas para todos, nadie solicitaba los dibujos de Juan y el tenía que sobrevivir de sus reservas; solo que ahora debía compartirlas con Antonio y estas se agotaban más pronto. Pero a este no le preocupaba el frío y era casi el único que aguardaba junto a las redes, esperando que algo cayera.
Aquel mediodía durante el almuerzo, las notas se deslizaban por debajo de las mesas, al pasarse un plato. Eran pocos los que hablaban, los rostros de la mayoría estaban ceñudos, Antonio sintió un frío intenso recorrer su cuerpo, el conocía bien aquella mirada....ese brillo de acero en los ojos... era presagio de muerte. Cuando estuvo solo abrió su nota, el miércoles serían trasladados a una prisión de máxima seguridad, pero eso jamás ocurriría porque para ese día se estaba planeando un gran motín, no solo en la isla, sino en otros dos penales más. Hablo con algunos de los camaradas, todo estaba arreglado ya, sería en la madrugada cuando los guardias están más relajados; se tomaría rehenes, el traslado debía ser evitado a cualquier precio.
Al atardecer cuando las rejas se cerraron Antonio y Juan volvieron a encontrarse. Sus miradas se cruzaron, nada había que decir, ambos sabían lo que ocurriría y que ellos queriéndolo o no formaban parte de todo.
El miércoles los presos del Pabellón Azul se amotinaron, tomaron a varios guardias como rehenes; todo era una horrenda confusión de gritos, amenazas y disparos. Después fueron estallidos por todas partes, parecían que aviones los bombardearan. El olor a humo, a tierra, a carne quemada, a muerte casi no les permitía respirar. Cuando todo empezó Antonio busco la mano de Juan y nunca la soltó... Ahora que parecía que todo había terminado un silencio más aterrador que el retumbar de las explosiones lleno toda la isla, a través de la humareda veían a muchos presos sobre el suelo con las manos detrás de la cabeza, los levantaban y se los llevaban ... después disparos, después nada.
- Antonio, así no, así no. Vamos al mar... es mejor dormir allá.
Antonio no dijo nada, ayudo a levantarse a su amigo y juntos corrieron hasta una de las salidas. Una voz a sus espaldas les ordenaba detenerse, pero ellos seguían corriendo, entonces un disparo certero alcanzo a Antonio, Juan se desangraba desde hacía mucho. Miro a su amigo e hizo un esfuerzo para acercarse a el, ahora sentía su cuerpo tibio junto al suyo.... y poco a poco sus ojos se fueron cerrando. Ya no sentía dolor, ni frío, ni miedo; solo el rumor de las olas golpeando las piedras, y arriba el cielo plomizo de invierno. Apretó fuerte la mano de Antonio en la suya.
- Ahora ya somos libres mi amor... ahora ya somos libres.

12 julio, 2007

Zzzzzzz


Pero estaban pensando que la historia termina ahí, pues no, todavía falta un último capítulo. Y cuanto me alegra que les haya agradado.

La escribo en las noches, pero necesito un descanso, muy breve. Les confieso algo, para mí escribir es como respirar o comer; mil ideas en mi cabeza y mis dedos ansiando danzar sobre el teclado.

10 julio, 2007

Una ventana y el terror III

Los días se fueron sumando hasta convertirse en meses. Su amistad se había ido estrechando; Juan había logrado derribar en parte los muros con que Antonio se protegía, pero sentía que aún no se abría por completo a él, que existía una parte importante de su vida que mantenía en la penumbra; y que era precisamente aquella la que le causaba esas terribles pesadillas que lo atormentaban casi todas las noches.
Juan ya había perdido la cuenta de las veces que tuvo que levantarse para tranquilizarlo, en algunas ocasiones las crisis eran más fuertes; entonces lo estrechaba con fuerza entre sus brazos y acariciaba sus cabellos con ternura, hasta que poco a poco dejaba de temblar y sollozar. A pesar de que se recomía de ganas por preguntarle qué lo abrumaba tanto, prefería callar, porque las veces que lo había intentado solo conseguía que Antonio lo rechazara y se encerrara aún más dentro de sí. Ya hablaría cuando así lo deseara y Juan tenía todo el tiempo y la paciencia del mundo para esperar. Además disfrutaba tanto sentirlo entre sus brazos, aunque solo fuese un casto contacto. Ya eran varias las veces en que creyéndolo dormido se apartaba suavemente de su lado, entonces Antonio lo retenía con fuerza y reclinado sobre sus brazos se dormía plácidamente.
Antonio demostró que era muy bueno para las faenas manuales. Pronto se convirtió en uno de los más diestros pescadores, además cocinaba bastante bien, y conquisto las simpatías de lo camaradas. Pero él siempre guardaba los mejores pescados, la mejor porción para Juan y cuando al atardecer la sirena los llamaba de nuevo al encierro, Antonio sacaba sus manjares y se los ofrecía con una leve sonrisa. Juan le leía con frecuencia, le hablaba de músicos y pintores; de historia de héroes antiguos, de civilizaciones desaparecidas; y el espíritu rudo de Antonio se iba enriqueciendo.
Una de aquellas noches, mientras Juan comía un guiso de pescado, lo hacía saboreando cada bocado porque aún faltaban algunas horas para que las luces se apagaran. De pronto alzó la mirada y se encontró con los ojos oscuros y brillantes de Antonio. Más que mirarlo a él parecían querer penetrar en su interior, cómo si quisiera adivinar sus pensamientos.
- ¿Qué pasa... por qué me miras así?
- Hay algo que siempre me esta dando vueltas en la cabeza. Por qué siempre estas solo, los hombres te tratan... pero nunca más de lo necesario para hacerte un encargo.... y hay otros que te buscan, pero a los que tú apenas diriges la palabra.
- ¿No lo sabes...en verdad no sabes nada?. Es raro, aquí en prisión los secretos no existen.
- No sé, no sé nada, sino no te preguntaría. He escuchado "cosas", pero prefiero oírlas de tu boca. Lo que tú me digas, esa será la verdad.
- ¿Y qué has escuchado?
- Bueno... que a ti....que a ti no te gustan las mujeres. Que tú prefieres... a los hombres.
- Y bien, si eso fuera cierto me haría peor o mejor persona. Dibujaría mejor o peor; comería, dormiría, respiraría o me bañaría de forma diferente a como lo hago ahora.
- No, no...
- ¿Dejaría de ser tu amigo?
- No.... no sé, nunca lo había pensado antes. No sé.
- Sí, eso que dicen es cierto. Desde que recuerdo nunca me sentí atraído por ninguna mujer, en cambio los ojos se me iban tras algún chico guapo... ¿te ruborizas?, disculpa mi sinceridad. Bien, si quieres puedes recoger tus cosas y pedir que te cambien de celda. Yo lo voy a entender, toda mi vida ha sido igual, así que... cuando quieras.
- Yo no he dicho que quiera irme. Tú eres mi amigo, el único amigo que he tenido en mi vida. Y sé que yo soy como tu hermano... ¿verdad?
Juan tardo unos segundos en contestar, hubiera querido decirle que el no lo sentía como un hermano, ni como un amigo; el lo sentía como un amante, y lo deseaba, y era un tormento cuando se apretaba a el en sus noches de pesadillas; cuando se desvestía frente a el, cuando debían ir a las duchas. Que tenerlo cerca era como subir al paraíso y bajar al infierno.
- Sí, tu eres... tu eres... mi amigo. Y ahora que estamos siendo sinceros - al decir esto bajo los ojos involuntariamente- dime qué es lo que tanto te abruma, qué te ha pasado.
Antonio se sentó sobre el colchón, y abrazo sus rodillas. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Juan se acercó y se puso frente a él. Con ternura tomo una de sus manos y la apretó entre las suyas, Antonio no hizo ningún movimiento para apartar la suya.
- ¿Qué hacías tú en el movimiento?
- Distribuía propaganda, aleccionaba a la gente. Me encargaba de dirigir un pequeño diario clandestino que circulaba entre los miembros.
- ¿Nunca estuviste en una de las incursiones?
- No, solo sabía de ellas por lo que me informaban. Era para que lo pusiera en el periódico.
- Yo sí estuve Juan...yo si estuve. Y eso me esta matando.
- Pero qué paso...
- No sé qué te dirían a ti, pero las incursiones eran matanzas terribles. Llegábamos a los pueblos y tomábamos a los hombres para que unirlos a la fuerza; y a los que se resistian, sobretodo las autoridades, los ajusticiabamos. A veces matábamos mucha gente...demasiada. Tantas veces he cerrado los ojos en estas noches eternas y esas imágenes me persiguen ¡todo ese horror de miembros mutilados, de cuerpos despedazados!. Me persiguen sus ojos preñados de miedo, sus gritos de dolor. Juan... nunca me podre quitar su sangre de las manos... - de pronto callo angustiado- Si pudieras verte ahora, si pudieras ver cómo me estas mirando, ahora eres tú el que vas a desear no estar a mi lado.
Juan callaba, un torbellino se agitaba en su cabeza, cómo aquel hombre de ojos profundos, lleno de una sensibilidad que ni el mismo conocía podía haber cometido tantas atrocidades. Sus manos cayeron a los costados y se alejo de Antonio, sentía como si le hubieran arrancado algo de tajo y ahora no sabía cómo llenar aquel vacío. Sin decir nada se envolvió en las sábanas, hizo rodar su cuerpo hasta quedar frente a la pared. Las luces se apagaron, y aquel fue el primer día que no sintió el impulso de subir a la silla y pegarse a la ventana. Antonio se quedo sentado en silencio, la oscuridad era tan profunda que ya no distinguía a su compañero. No entendía que lo impulsaba hacía el otro, no sabía cómo había llegado a su lado. Pero ahora solo deseaba estrecharlo, sentir esa piel cálida junta a la suya y que aquellos remansos verdes lo volvieran a mirar como antes.
Le toco suavemente un hombro, el otro se volvió, Antonio se quito la camisa y se tendió junto a su compañero, sus manos buscaron a tientas los botones de la camisa de Juan y lo despojo de ella, luego recosto su cabeza sobre su pecho y lo abrazo con fuerza; sintió los brazos de Juan rodeando su cintura y luego la caricia suave de su mano entre sus cabellos. Los labios de Antonio buscaron los de Juan y se unieron en un beso breve y tierno.
- Yo me arrepiento de todo eso. Yo no puedo vivir con esta culpa...
- Yo sé, yo sé... pero ahora no pienses más en eso.
Sus bocas se buscaron, pero ahora era un beso salvaje mezcla de sangre y saliva,
sus brazos y piernas se entrelazaron. Se amaron con el desenfreno del deseo por tanto tiempo reprimido; y fue una explosión de estrellas y fluidos. Pero cuando aquel hambre apremiante fue satisfecho, llego otra unión más profunda, más intima. Se amaron con infinita ternura y ahora los besos eran como leves aleteos en la piel del otro, y las caricias menos urgentes, más dulces. Y sus cuerpos hallaron su ruta de nuevo... y ya no hubo más paredes, ni celdas, ni prisiones. Ahora el mar se extendía sereno; los atrapaba en sus espumosas ondas de plata. Ahora solo había un cielo azul y soleado. Y Juan sintió que ya no era necesario asomarse a la ventana para sentir la libertad... ahora perdido en las tibiezas de Antonio era libre de nuevo. Y Antonio sintió que sus pesadillas poco a poco se iban borrando, como la lluvia que limpia las veredas y los campos y se fue quedando dormido en la mirada verde de Juan.
La foto la he tomado prestada del blog de Un hombre virtuoso.

09 julio, 2007

Una ventana y el terror II

Aquella mañana era algo distinta a las demás, ese día llegaba la lancha de la policía con nuevos presos. Todos eran acusados de terrorismo, los lideres aguardaban ansiosos a la orilla el desembarco. Incluso Juan abandono por un momento sus dibujos y también fijo su mirada en la fila de hombres esposados que iban descendiendo poco a poco de la lancha. Todos llevaban como podían algunos bultos con sus pertenencias, en sus rostros se retrataba el miedo y la ansiedad. Sabían que sus lideres los protegerían, pero si fallaban en algo, nadie podría salvarlos. Juan seguía con la vista fija en ellos, esperando encontrar algún rostro conocido, pero su búsqueda era inútil, estaba a punto de volver a su trabajo cuando alguien atrajo su atención. Era un joven de unos veinte años, de cabellos oscuros y piel dorada por el sol, de caminar elástico y músculos bien delineados bajo las delgadas prendas que lo cubrían. Sin duda aquel muchacho estaba acostumbrado al trabajo al aire libre. Conforme iban bajando, un guardia iba pasando revista, revisando sus cosas y despojándoles de las esposas.
Pronto se perdió de vista entre el gentío que empezó a rodearlos. Entonces Juan recogió su tabla y sus papeles y continuo haciendo sus trazos, tenía muchos trabajos por entregar. Varias fotos de mujeres se acumulaban a un costado; eran las novias o las mujeres de los presos. Ya no volvió a pensar más en el muchacho, hasta que cayó la tarde y de nuevo empezó el diario ritual, los hombres regresando a las celdas... y para él era como regresar a una tumba. Siempre apagaban las luces a las diez de la noche. Pero el tenía a la mano su provisión de velas y cerillas; entonces se ponía a hojear algunos de sus libros, su mayor tesoro, y perdido entre sus páginas... todo desparecía, la celda, los barrotes, la isla. Podía volar a dónde quisiera. Aquella noche estaba muy cansado, se había pasado todo el día dibujando, y no es que lo le gustará hacerlo, pero lo disfrutaba mas cuando su mente y su mano eran libres para trazar en el papel; pero los encargos le aseguraban muchas de las cosas de las que disfrutaba. Empezaba a ceder por completo al sueño, cuando de repente escucho a uno de los guardias proferir algunas palabrotas, abrirse su celda y el golpe seco de un cuerpo al caer al piso; todo ocurrió en menos de un minuto. Se levanto rápidamente y volvió a encender la vela, allí estaba hecho un ovillo en el suelo el muchacho que había visto en la mañana.
- ¿Estas bien?... estos guardias son unos animales.
- ¡Déjame en paz!
- Bien... ¿quieres que deje la vela encendida?
Nada le respondió, se dedico a acomodar el viejo colchón que le habían entregado y las mantas. Cuando terminó se acostó y le dio la espalda, ninguna palabra salió de su boca. Juan lo observó por una rato más... su cabello era negro y brillante, tan brillante que parecía que una estrella habitaba enredada en sus ondas. Después apago la vela y se envolvió en su delgada manta. Las primeras luces del alba empezaban a colarse por la ventana, un sollozo apagado prontamente quebró el silencio. El joven lloraba, Juan veía su cuerpo estremecerse, rápidamente dejo su lecho y se acerco hasta él, quiso poner su mano sobre su hombro y acariciarlo pero el gesto se le congelo en el aire.
- Deja de hacerte el duro. Aquí todos se quiebran, llora todo lo que quieras.
- Por qué no me dejas tranquilo...ohhh...¡vete al infierno!
- Pronto sonara las sirena para ir a las duchas, y después a desayunar... bueno, sí a lo que comemos se le puede llamar desayuno. Pero echar algo caliente al cuerpo en las mañanas siempre viene bien.
- Yo no quiero ir a ningún lado, no quiero.
- Pero... dónde crees que estas, ¿en tú casa o en un hotel?. No, aquí existen reglas y por tu bien es mejor que las sigas. A las cinco de la mañana vamos a las duchas, sea verano o invierno; a las cinco y media nos desayunamos y a las seis nos echan afuera. ¿Tienes jabón y toalla?
El otro negó con la cabeza. Entonces Juan Carlos se puso a rebuscar entre sus cosas, saco una toalla amarilla y brillante y una barra de jabón y se las tendió al muchacho. El otro las recibió en silencio y clavo una mirada huraña en el otro.
- ¿Cómo te llamas?
- Antonio... ¿suficiente?
- Sí, por lo menos ahora sé cómo llamarte.
La sirena rompió el silencio, las rejas se abrieron. Y pronto una fila de hombres somnolientos llenaron los pasillos rumbo a las duchas; llevaban sus toallas colgando del hombro. Juan avanzo entre el grupo, pero sin perder de vista a su compañero, le alegro ver que iba tras él, aparentando indiferencia. Se ubico bajo una de las duchas y Antonio lo hizo en la siguiente. Juan le veía desprenderse con rapidez de sus ropas y ponerse bajo el chorro de agua. En verdad tenía un cuerpo hermoso, la mirada se le perdía en las varoniles formas del joven. Entonces cerró los ojos con fuerza y dejo que el chorro frió de agua apagara el incendio que amenazaba desatarse en sus sentidos. Regresaron a las celdas y de allí al amplio comedor. Después... después la vida. Al abrirse la reja se operaba en Juan un cambio ostensible; el verde de sus ojos se hacía diáfano, sus mejillas se coloreaban y el coral de sus labios se hacía más intenso. Era como una flor marchita, que a los primeros rayos de sol cobrara vida de nuevo.
Se sentó en su piedra con sus papeles, le asombro ver a Antonio observándole a unos metros.
- ¡Vamos acercate!, ¿quieres ver lo que hago?
- No, no sé, a ver...
Entonces Juan Carlos hizo desfilar ante sus ojos sus mejores dibujos. Las aves surcando el cielo, o lanzándose en picada para coger su alimento o dormitando en las rocas; allí estaban los hombres pescando, jugando a la pelota o comiendo; allí estaba el horizonte.... tan cercano que bastaba estirar la mano para alcanzarlo.
- Son como fotos... no, son más bonitos que las fotos.
Por un momento aquel gesto adusto que siempre endurecía su semblante desapareció y algo parecido a una sonrisa se dibujo es sus labios. A la luz del día y mientras Antonio repasaba los dibujos Juan pudo observarlo a su antojo. Tenía un rostro agradable, los ojos muy negros, algo gruesos los labios y las mejillas angulosas sombreadas por una barba de unos dos días. Antonio le tendió los dibujos, su mirada tenía de nuevo la dureza y desconfianza habituales.
- ¿Y haces esto todo el día?
- Sí, hago esto y otras cosas y me va bien
- No entiendo
- Dibujo para los presos y ellos me pagan con cosas que necesito; cerillas, jabón, toallas, ropa, qué se yo, todo depende de la dificultad del dibujo. Y tú que haces... o mejor dicho qué hacías antes de que te apresaran.
La mirada del otro se hizo aún más sombría. Sus labios se movieron como si fuera a decir algo, pero en vez de ello se dio la vuelta y se sentó algo lejos de Juan y allí permaneció en silencio hasta que el ruido de la sirena volvió a llamarles.
Antonio no pudo evitar la sorpresa al ver como mudaba el rostro de su compañero en cuanto la reja se cerraba tras ellos. La luz que habitaba en sus ojos se extinguía y su semblante empalidecía. Le extraño aun más verle subir a la silla y mirar por la ventana.
- ¿Pero qué haces ahí?
- Sabes... si no existiera esta ventana enloquecería. No soporto el encierro, cuando me asomo y siento la brisa del mar y veo las luces en el horizonte... es como si regresara afuera.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
- Unos dos años. Y a ti... ¿cuándo te atraparon?
- Que más da...que más da. No sabía que iba a venir a para aquí, no sé si podre soportarlo.
Con aquellas palabras dio fin a la coversación y se tendió sobre su delgado colchón. Juan tomo uno de sus libros y leyó un rato hasta que apagaron las luces. Dejo su lectura a un costado y se durmió. Siempre había tenido el sueño ligero y le despertó el rumor de la voz de Antonio, este parecía quejarse entre sueños. Juan se levanto y encendió su vela, el muchacho tenía la frente inundada de sudor, sin duda tenía una pesadilla. Juan lo sacudió suavemente, entonces Antonio abrió los ojos muy grandes... en ellos se leía un terror y una angustia muy grandes.
- ¡Ya basta, ya basta! ¡dejenme en paz!
- ¡Antonio,Antonio, despierta!
Antonio se incorporo, y camino un rato por la celda hasta calmarse, entonces volvió a su lecho y se recosto.
- No puedo dormir... no puedo... desde aquel día.
- ¿Qué día, de qué hablas?
- Hoy no, hoy no quiero hablar de eso... hoy no, no podría.
- Bien, habla cuando quieras. Yo me quedare a tú lado hasta que te duermas...espera, voy a traer algo para leerte...¿quieres?
- Sí, leeme algo, lo que sea.
Juan trajo un libro de poemas y comenzó a leerlos, su voz cálida y musical actuó sobre el otro como un sedante, poco a poco sus ojos se fueron cerrando hasta quedarse dormido. El dibujante entonces le beso suavemente la frente y casi sin pensarlo rozó con los suyos los labios entreabiertos de Antonio.

07 julio, 2007

Una maravilla del mundo

Una vez más, el histórico Santuario de Machu Picchu deslumbró al mundo y logró que millones de personas de todos los confines del planeta la eligieran - a través de su voto- como una de las 7 Nuevas Maravillas del Mundo Moderno. Las más de 40 mil personas que llenaron el estadio de la Luz en Lisboa, Portugal, prorrumpieron en un prolongado aplauso al escuchar el nombre de Machu Picchu como una de las siete maravillas del mundo. El anuncio fue recibido con euforia en el Cusco en donde una multitud se congregó en su histórica Plaza de Armas.

Los ganadores
La Gran Muralla China, las ruinas de Petra en Jordania, la estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro, en Brasil, Machu Picchu en Perú, la pirámide maya de Chichén Itzá de México, El Coliseo Romano en Italia y finamente el Taj Mahal en la India.

El organizador
El cineasta, escritor suizo y conservador de museos Bernard Weber presidente de la fundación New Seven Wonders que en el 200o inició el proceso de selección de las siete nuevas maravillas del mundo mediante un proceso de votación de ciudadanos de todo el planeta a través de internet. El 50% de los derechos de transmisión del concurso será destinado a reconstruir los budas de Bayiman (Afganistán) destruidos por los talibanes el 2001.
"La República" Especial domingo 08/07/07

Un poco de historia
Hijo de misioneros Hiram Bingham, nació en Hawai en 1875. A los 17 años fue a estudiar a la escuela de Andover para después pasar a las universidades de Harvard y Yale. En 1900 se caso con Alfreda Mitchell, hija del propietario de la mundialmente conocida joyería Tiffanny's de Nueva York. Desde inicios de siglo se intereso por Sudamérica. Y especialmente por Simón Bolivar. Es así que en 1906 decidió realizar una expedición a caballo para recorrer la ruta del libertador entre Venezuela y Colombia a través de los Andes. Tres años después publicó su diario de viaje con gran éxito en el mundo académico norteamericano.
Por ello el gobierno de E.E.U.U. de ofrece presidir la delegación al primer Congreso Panamericano realizado en Chile en 1908. Se interesa por la ruta realizada por San Martín entre argentina y Chile y decide realizar otra expedición. Al año siguiente, se siente atraido por la cultura andina y opta por desviarse hacia la ciudad del Cuzco. Aqui se pone en contacto con varias personalidades del lugar que estaban organizando una expedición a Choquequirao, con la intención de encontrar valiosos tesoros, ya que se creía que este lugar era Vilcabamba, la última capital de los seguidores de Manco Inca. Pero al llegar Bingham, deduce por la calidad de las construcciones que esa no podía ser la última capital de los incas.
Regresa a su país y ahora con el auspicio de National Geographic y de la Universidad de Yale, se lanza a la busqueda de la mítica Vilcabamba. Vuelve al Perú en 1911 y se dirige al Cuzco, donde le comunican la existencia de hermosos restos arqueológicos en las faldas del cerro Machu Picchu. Estos ya eran conocidos por los pobladores y hacendados del lugar.
En Junio de 1911, Bingham partió acompañado de un sargento del ejercito y un grupo de expedicionarios, en busca de la ciudad perdida de los incas, recorriendo un antiguo camino que iba a la margen del río.
El 24 de junio por la mañana los expedicionarios, después de dos horas de ascenso, hallaron a una familia de colonos de una hacienda, el hijo menor de estos los llevó a las contrucciones. Muchos años después Bingham recordaría ese día del siguiente modo:"Nos arrastramos a través de la espesura trepando las paredes de las terrazas y rompiendo con los dedos las cañas; de pronto me encontré ante los muros de casas construidas con el trabajo de piedra más fino que hicieron los incas. Era dificil verlos, porque estaban en parte cubiertos por árboles y musgos". Inmediatamente Bingham nombro a Herman Tucker ingeniero de la expedición para que levantara los planos del lugar. Al terminar constataron con asombro las dimensiones de la ciudad. Esto llevó a Bingham a plantearse que había descubierto la capital perdida de los incas rebeldes: Vilcabamba.
Con este argumento, al año siguiente regresa al Perú y durante 79 días realizó una serie de excavaciones en el lugar, donde se encontró 164 momias, cientos de objetos metálicos, de hueso y ceramios asi como martillos de piedra para construir. Tres meses después suscribiría con el gobierno de entonces (Augusto B. Leguia), un convenio que le permitió trasladar la mitad de lo hallado a su país por un tiempo máximo de 18 meses. Hasta hoy, estos restos se encuentran el el museo de Peabody, de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut. En 1913 al cumplirse 25 años de la fundación de la revista National Geographic, se presenta al mundo, en el numero de aniversario, a Machu Picchu como la capital perdida de los incas.
En 1915, Bingham regresa a realizar su última expedición a Machu Picchu, ya no volvería sino hasta 1948 a inagurar la carretera que une Aguas calientes con Machu Picchu y hasta entonces, a pesar de las evidencias en contra, siguió sosteniendo que Machu Picchu era Vilcabamba, la capital perdida de los incas.

Con el nombre de Vilcabamba se conoce a una cordillera, aislada, que se eleva por sobre los 6000 m.s.n.m. y actúa como línea divisoria entre los departamentos de Cusco y Apurímac. Además de ser un extraordinario reducto de deslumbrante flora y fauna silvestre, la región alberga un interesante y poco conocido conjunto de sitios arqueológicos, como Espiritu Pampa, Rosaspata, Choquepalta y Yuracrumi (piedra blanca), entre otros, descubiertos por Hiram Bingham luego del hallazgo de la ciudadela de Machu Picchu. Se cree que estos sitios arqueológicos fueron reductos de los incas rebeldes que resistieron a los conquistadores entre 1536 y 1572.

"Somos" Nº 1072 , semanario de El Comercio
Texto de: Henry Mitrani
Con la cortesía del Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores
Otros datos: cuscoperu.com

02 julio, 2007

Una ventana y el terror

Apenas un kilómetro de extensión; pero lo suficiente para levantar los fuertes muros de una prisión. A la distancia parece tranquila, es una isla silenciosa; solo ella sabe de los gritos y el tiritar de los cuerpos en las celdas de castigo; de las riñas terribles entre bandos; de los incontables abusos; de los intentos de escape, en los que gano el mar y sus aguas heladas; de masacres que aún no encuentran culpables. Entre sus repliegues de roca guarda con celo sus sórdidas historias.

Los presos gozan de cierta libertad entre seis de la mañana y seis de la tarde; entonces pueden hacer lo que les venga en gana. Algunos se dedican a pescar, sobretodo cangrejos, calamares o chitas; otros prefieren la carne de las aves marinas: pelicanos, zarcillos, piqueros; o en los meses de verano, simplemente tenderse al sol, hasta tostarse la piel. Pueden hacer todo, excepto escapar, algunos lo han intentado y solo encontraron la muerte. Hubo uno sin embargo, que logro alcanzar la costa y se convirtió en leyenda.
El sol arde arriba con fuerza, pero el calor no es tan intenso, la suave brisa del mar consigue refrescar un poco el ambiente. Sentado sobre una gran piedra un joven dibuja, sus ojos claros se fijan una y otra vez en el cielo y luego bajan hasta una tabla que descansa en sus rodillas y sobre la que se amontonan muchos papeles en blanco. De pronto los papeles parecen cobrar vida propia y se llenan de aves, de lejanos horizontes, de hombres halando rústicas redes. Su delgada mano empuña suavemente el carboncillo; sus ojos no ven nada más a su alrededor, a nadie molesta y nadie parece molestarle. Uno de los pescadores se acerca y mira sobre su hombro.
- ¿Qué dibujas ahora Juani?
Observa bien los trazos y entonces una sonrisa entreabre sus resecos labios mostrando una hilera amarillenta de dientes. El hombre se ríe con fuerza mientras palmotea sobre su muslo.
- Pero si soy yo, jajaja, mira púes al Juani.
El muchacho levanta los ojos y lo mira sonriente, no le dice nada pero le tiende el dibujo.
- Para ti, ... así te ves cuando estas pescando.
El pescador mira el papel titubeando, sus ojos oscuros se clavan en los del joven, pasan unos segundos interminables. Juan Carlos sigue con el brazo extendido ofreciéndole el dibujo.
- Vamos, tómalo, ya sé que te ha gustado.
El preso mira a su alrededor y casi arranca el papel de los dedos del otro y se lo guarda de prisa en uno de los grasientos bolsillos del pantalón. Lo mira a los ojos un instante más, recoje su pesca del día y como al descuido deja caer un par de pescados pequeños.
Juan por un momento deja de dibujar, y en sus ojos parece que cae como una niebla espesa que envuelve la luz que hace unos instantes brillaba. Recordaba cómo había ingresado al movimiento hacía un par de años. Su vida siempre estuvo gobernada por el idealismo, sentía que debía creer en algo, luchar por algo. Estaba hastiado de tanta miseria, quería un país más justo, un sitio mejor con oportunidades para todos; fue entonces cuando contacto en la Universidad con algunos camaradas y creyó ver en ellos a los redentores. Cayó preso en una de las redadas, que era el pan de cada día por aquellos tiempos. Cuando llego a la isla, ya sabía a quién tenía que buscar para garantizar su supervivencia. Desde que piso la cárcel la primera vez, supo que si alguien no le protegía, era inútil esperar llegar a ver otra mañana. Pero para él, estar a la defensiva la mayor parte del tiempo no era algo inusual; lo aprendió desde pequeño, siempre solitario, perdido entre sus libros y sus colores. Cuando sus amigos ya no le buscaban para ningún juego ni le invitaban a sus reuniones infantiles, lo agradeció en el fondo. El tiempo fue pasando y la adolescencia empezaba a pintarse en su cuerpo y en sus sensaciones y un día se dio cuenta del placer que experimentaba contemplando los desnudos torsos de sus compañeros mientras jugaban a la pelota. Los ojos se le perdían en sus fuertes piernas descubiertas. Y se vio entonces plasmando en sus papeles con trazos ágiles a los mancebos. A nadie mostraba estos dibujos. Sabía que el sentía diferente al resto, pero no alcanzaba a definir ese sentimiento, lo único que tenía cierto es que debía callar. Hasta que un día uno de los chiquillos reparo en su mirada ansiosa y ese día recibió la primera de las muchas golpizas que recibiría después. Ese día destrozaron sus dibujos y por mucho tiempo le destrozaron también la vida, haciéndole pensar que era un ser perverso. Se había vuelto más huraño aún, si aquello era posible; casi no salía de casa salvo para ir a la escuela. Pero lo peor vino cuando los rumores llegaron a oídos de sus padres; se sentía culpable de las continuas riñas entre ellos, antes nunca les oía discutir, ahora eran peleas a diario y siempre su nombre salía a relucir en medio de todo. Su madre le decía a su padre que él tenía la culpa de las "inclinaciones" del muchacho, que lo había tenido muy abandonado, que más le importaba irse de juerga los fines de semana que pasar un rato con su hijo. Y su padre le decía a gritos que ella y su sensiblería barata lo habían echado a perder. Y él solo se encerraba en su cuarto y se cubría los oídos y deseaba poder meterse en una de sus historias para ya no salir más. Una de esas tardes su padre lo saco a rastras del cuarto, lo tomo por los hombros y lo sacudió con rudeza, después su mano se estrelló una y otra vez sobre sus mejillas. Lo único que le repetía era - por qué, por qué haces esto- y el no entendía la razón de los golpes, qué era lo que estaba haciendo. Cuando su padre se canso, se dejo caer de rodillas sobre el piso, por primera vez lo veía llorar. Recordaba como se limpió la sangre de los labios y se acercó hasta el, puso una de su manos suavemente sobre su hombro. El cuerpo del hombre se estremeció como si una corriente eléctrica lo hubiera tocado, lo lanzó contra la pared y le grito con ira y desprecio - tú no vuelves a ponerme un dedo encima- Se quedo allí, como si el tiempo se hubiera congelado en ese instante, nunca supo cuánto tiempo estuvo sentado sobre su cama. Cuando su madre subió a buscarlo la oscuridad reinaba por completo en la habitación, la sangre había formado pequeños coágulos entre la nariz y los labios. Y de nuevo esa pregunta para la que él no tenía respuesta alguna: por qué Juani, por qué.
Ese día tomo algunas ropas, las echo de prisa en su mochila, cogió los ahorros que guardaba bajo una pila de libros y dejo su casa, ni una despedida, ni una mirada atrás. Ahora ya no tenía casa ni padres. Mientras caminaba sin rumbo recordaba a un hermano de su padre, aquel siempre le pareció el mejor hombre del mundo; a menudo le avergonzaba encontrarse deseando que él lo hubiera engendrado. Siempre cariñoso, con alguna broma en la punta de la lengua, con todo el tiempo del mundo para corregir sus dibujos y enriquecer sus conocimientos literarios. Toda su vida recordaría con cariño, casi con veneración al tío Ben; aquel generoso hombre que curó casi todas sus heridas pero hizo todavía algo más, le enseño primero a entenderse y luego a aceptarse. Recordaba sus palabras a menudo, porque habían sido marcadas a fuego en su joven corazón: Juan, quizá no puedas siempre detener los golpes físicos que te de la gente, y quizá sea bueno que te hagas a la idea de que los vas a recibir con frecuencia. Sabes, la mayoría no acepta a quién es diferente, tienden a destruirlo. Pero eso sí Juan Carlos, jamás permitas que te golpeen el alma; porque esos golpes duelen infinitamente más y de algunos no te recuperas nunca. Ponte una coraza, deja que digan lo que quieran. Tú tienes un alma noble y pura, una mente brillante, un gran talento, derecho a ser respetado y amado. Esta es tú riqueza, lo único realmente tuyo y que nadie puede arrebatarte.
El sonido de la sirena le hizo volver de sus recuerdos ya pasaban de las seis y los presos empezaban a agruparse para volver a sus celdas. Cada quien a ocupar su territorio, la mayoría de veces comprado con sangre.
Juan se dirigía hacía el fondo, al "Pabellón azul", ese era el lugar que los presos por terrorismo habían conquistado y nadie que no fuera un camarada podía poner un pie en aquel lugar. Cuando se cerraba la última reja, y el silencio reinaba por todo el lugar; otra reja más fuerte se cerraba en su corazón. Lejos del cielo, del mar, de las aves, de los peces plateados, todo era gris. En cuanto podía se subía sobre la desvencijada silla único mueble en su celda, aparte de un viejo colchón; y subido sobre ella, alcanzaba la ventana... pegaba su rostro a los barrotes y seguía incansable el ir y venir de las olas, hasta que adormecido por ellas se bajaba como en sueños y se tumbaba en el colchón.
Sus cabellos oscuros le caían sobre la frente, su rostro era armonioso y sumamente agradable. La frente despejada, los ojos grandes sombreados por tupidas pestañas, la nariz finamente trazada y sus labios delgados y sonrosados, siempre se quedaban congelados en una sonrisa. Parecía un niño teniendo sueños alegres.