02 julio, 2007

Una ventana y el terror

Apenas un kilómetro de extensión; pero lo suficiente para levantar los fuertes muros de una prisión. A la distancia parece tranquila, es una isla silenciosa; solo ella sabe de los gritos y el tiritar de los cuerpos en las celdas de castigo; de las riñas terribles entre bandos; de los incontables abusos; de los intentos de escape, en los que gano el mar y sus aguas heladas; de masacres que aún no encuentran culpables. Entre sus repliegues de roca guarda con celo sus sórdidas historias.

Los presos gozan de cierta libertad entre seis de la mañana y seis de la tarde; entonces pueden hacer lo que les venga en gana. Algunos se dedican a pescar, sobretodo cangrejos, calamares o chitas; otros prefieren la carne de las aves marinas: pelicanos, zarcillos, piqueros; o en los meses de verano, simplemente tenderse al sol, hasta tostarse la piel. Pueden hacer todo, excepto escapar, algunos lo han intentado y solo encontraron la muerte. Hubo uno sin embargo, que logro alcanzar la costa y se convirtió en leyenda.
El sol arde arriba con fuerza, pero el calor no es tan intenso, la suave brisa del mar consigue refrescar un poco el ambiente. Sentado sobre una gran piedra un joven dibuja, sus ojos claros se fijan una y otra vez en el cielo y luego bajan hasta una tabla que descansa en sus rodillas y sobre la que se amontonan muchos papeles en blanco. De pronto los papeles parecen cobrar vida propia y se llenan de aves, de lejanos horizontes, de hombres halando rústicas redes. Su delgada mano empuña suavemente el carboncillo; sus ojos no ven nada más a su alrededor, a nadie molesta y nadie parece molestarle. Uno de los pescadores se acerca y mira sobre su hombro.
- ¿Qué dibujas ahora Juani?
Observa bien los trazos y entonces una sonrisa entreabre sus resecos labios mostrando una hilera amarillenta de dientes. El hombre se ríe con fuerza mientras palmotea sobre su muslo.
- Pero si soy yo, jajaja, mira púes al Juani.
El muchacho levanta los ojos y lo mira sonriente, no le dice nada pero le tiende el dibujo.
- Para ti, ... así te ves cuando estas pescando.
El pescador mira el papel titubeando, sus ojos oscuros se clavan en los del joven, pasan unos segundos interminables. Juan Carlos sigue con el brazo extendido ofreciéndole el dibujo.
- Vamos, tómalo, ya sé que te ha gustado.
El preso mira a su alrededor y casi arranca el papel de los dedos del otro y se lo guarda de prisa en uno de los grasientos bolsillos del pantalón. Lo mira a los ojos un instante más, recoje su pesca del día y como al descuido deja caer un par de pescados pequeños.
Juan por un momento deja de dibujar, y en sus ojos parece que cae como una niebla espesa que envuelve la luz que hace unos instantes brillaba. Recordaba cómo había ingresado al movimiento hacía un par de años. Su vida siempre estuvo gobernada por el idealismo, sentía que debía creer en algo, luchar por algo. Estaba hastiado de tanta miseria, quería un país más justo, un sitio mejor con oportunidades para todos; fue entonces cuando contacto en la Universidad con algunos camaradas y creyó ver en ellos a los redentores. Cayó preso en una de las redadas, que era el pan de cada día por aquellos tiempos. Cuando llego a la isla, ya sabía a quién tenía que buscar para garantizar su supervivencia. Desde que piso la cárcel la primera vez, supo que si alguien no le protegía, era inútil esperar llegar a ver otra mañana. Pero para él, estar a la defensiva la mayor parte del tiempo no era algo inusual; lo aprendió desde pequeño, siempre solitario, perdido entre sus libros y sus colores. Cuando sus amigos ya no le buscaban para ningún juego ni le invitaban a sus reuniones infantiles, lo agradeció en el fondo. El tiempo fue pasando y la adolescencia empezaba a pintarse en su cuerpo y en sus sensaciones y un día se dio cuenta del placer que experimentaba contemplando los desnudos torsos de sus compañeros mientras jugaban a la pelota. Los ojos se le perdían en sus fuertes piernas descubiertas. Y se vio entonces plasmando en sus papeles con trazos ágiles a los mancebos. A nadie mostraba estos dibujos. Sabía que el sentía diferente al resto, pero no alcanzaba a definir ese sentimiento, lo único que tenía cierto es que debía callar. Hasta que un día uno de los chiquillos reparo en su mirada ansiosa y ese día recibió la primera de las muchas golpizas que recibiría después. Ese día destrozaron sus dibujos y por mucho tiempo le destrozaron también la vida, haciéndole pensar que era un ser perverso. Se había vuelto más huraño aún, si aquello era posible; casi no salía de casa salvo para ir a la escuela. Pero lo peor vino cuando los rumores llegaron a oídos de sus padres; se sentía culpable de las continuas riñas entre ellos, antes nunca les oía discutir, ahora eran peleas a diario y siempre su nombre salía a relucir en medio de todo. Su madre le decía a su padre que él tenía la culpa de las "inclinaciones" del muchacho, que lo había tenido muy abandonado, que más le importaba irse de juerga los fines de semana que pasar un rato con su hijo. Y su padre le decía a gritos que ella y su sensiblería barata lo habían echado a perder. Y él solo se encerraba en su cuarto y se cubría los oídos y deseaba poder meterse en una de sus historias para ya no salir más. Una de esas tardes su padre lo saco a rastras del cuarto, lo tomo por los hombros y lo sacudió con rudeza, después su mano se estrelló una y otra vez sobre sus mejillas. Lo único que le repetía era - por qué, por qué haces esto- y el no entendía la razón de los golpes, qué era lo que estaba haciendo. Cuando su padre se canso, se dejo caer de rodillas sobre el piso, por primera vez lo veía llorar. Recordaba como se limpió la sangre de los labios y se acercó hasta el, puso una de su manos suavemente sobre su hombro. El cuerpo del hombre se estremeció como si una corriente eléctrica lo hubiera tocado, lo lanzó contra la pared y le grito con ira y desprecio - tú no vuelves a ponerme un dedo encima- Se quedo allí, como si el tiempo se hubiera congelado en ese instante, nunca supo cuánto tiempo estuvo sentado sobre su cama. Cuando su madre subió a buscarlo la oscuridad reinaba por completo en la habitación, la sangre había formado pequeños coágulos entre la nariz y los labios. Y de nuevo esa pregunta para la que él no tenía respuesta alguna: por qué Juani, por qué.
Ese día tomo algunas ropas, las echo de prisa en su mochila, cogió los ahorros que guardaba bajo una pila de libros y dejo su casa, ni una despedida, ni una mirada atrás. Ahora ya no tenía casa ni padres. Mientras caminaba sin rumbo recordaba a un hermano de su padre, aquel siempre le pareció el mejor hombre del mundo; a menudo le avergonzaba encontrarse deseando que él lo hubiera engendrado. Siempre cariñoso, con alguna broma en la punta de la lengua, con todo el tiempo del mundo para corregir sus dibujos y enriquecer sus conocimientos literarios. Toda su vida recordaría con cariño, casi con veneración al tío Ben; aquel generoso hombre que curó casi todas sus heridas pero hizo todavía algo más, le enseño primero a entenderse y luego a aceptarse. Recordaba sus palabras a menudo, porque habían sido marcadas a fuego en su joven corazón: Juan, quizá no puedas siempre detener los golpes físicos que te de la gente, y quizá sea bueno que te hagas a la idea de que los vas a recibir con frecuencia. Sabes, la mayoría no acepta a quién es diferente, tienden a destruirlo. Pero eso sí Juan Carlos, jamás permitas que te golpeen el alma; porque esos golpes duelen infinitamente más y de algunos no te recuperas nunca. Ponte una coraza, deja que digan lo que quieran. Tú tienes un alma noble y pura, una mente brillante, un gran talento, derecho a ser respetado y amado. Esta es tú riqueza, lo único realmente tuyo y que nadie puede arrebatarte.
El sonido de la sirena le hizo volver de sus recuerdos ya pasaban de las seis y los presos empezaban a agruparse para volver a sus celdas. Cada quien a ocupar su territorio, la mayoría de veces comprado con sangre.
Juan se dirigía hacía el fondo, al "Pabellón azul", ese era el lugar que los presos por terrorismo habían conquistado y nadie que no fuera un camarada podía poner un pie en aquel lugar. Cuando se cerraba la última reja, y el silencio reinaba por todo el lugar; otra reja más fuerte se cerraba en su corazón. Lejos del cielo, del mar, de las aves, de los peces plateados, todo era gris. En cuanto podía se subía sobre la desvencijada silla único mueble en su celda, aparte de un viejo colchón; y subido sobre ella, alcanzaba la ventana... pegaba su rostro a los barrotes y seguía incansable el ir y venir de las olas, hasta que adormecido por ellas se bajaba como en sueños y se tumbaba en el colchón.
Sus cabellos oscuros le caían sobre la frente, su rostro era armonioso y sumamente agradable. La frente despejada, los ojos grandes sombreados por tupidas pestañas, la nariz finamente trazada y sus labios delgados y sonrosados, siempre se quedaban congelados en una sonrisa. Parecía un niño teniendo sueños alegres.

8 comentarios:

devezencuando dijo...

La ventana del alma. Esa que se abre para dibujar los mundos que nos han sido negados.

un-angel dijo...

..bueno Rosita, ¿una nueva historia?... la cosa promete, no sé por donde irán los tiros. Un poco duro para mi ánimo volátil veraniego, pero ahí me vas a tener al pie del cañón siguiendo tus palabras, ¿va bene?...
Pues un besote.

Rosa dijo...

Mil disculpas Devezencuando y Angelito, pero esta historia no da para más.

Dios, que mal me va el invierno...

Anónimo dijo...

No te conocía, pero creo que a partir de ahora te seguiré. Gracias por tu historia.

Javier dijo...

Hermoso relato,prisiones y prisiones del alma, podrán cerrar nuestros cuerpos, pero nunca debemos dejar que dominen nuestro espíritu, ya que sería peor que la muerte.

pon dijo...

Qué bonita historia!!!
Por momentos me ha recordado aquella película de Burt Lancaster, "El hombre de Alcatraz" en la que estaba condenado a cadena perpetua y cuidando pajarilos acabó convertido en una eminencia en el tema. Un poco lo que comenta PeJota, las ventanas interiores, las que si uno sabe mantener abiertas eres libre, estés donde estés.
Por otra parte cuántos luchadores han acabado en prisión por sus ideas.....y cuántos más acabarán. Qué mundo este.
Profunda reflexión, Rosa de Fuego, también nosotros conocemos un habitante de la montaña que cerró un armario con dos camisas y estaba lleno de prisiones interiores.
Un besazo, guapa, yo también pensaba que tenía continuación.....pero saber cerrar una historia es un arte.

Dalia dijo...

ay amiga, pero me dejaste con ganas de más...

esta historia es demasiado bonita, gracias, casi podía oler el salitre y ver a juan oyendo desde su ventana el mar...

Anónimo dijo...

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