- Franz... Raúl ha desaparecido.
Mi compañero dio un respingo, por unos instantes se quedo sin saber qué decir.
- Pero... ¿qué sucedió?, se supone que tú lo cuidabas... por favor discúlpame, no estoy reprochándote nada.
- Y tendrías toda la razón del mundo. No me explico cómo pude quedarme dormido, si algo le ocurre a ese joven mi consciencia no tendrá descanso.
- Tom, ve a despertar a Jackman.
Cuando estuvimos todos reunidos fuimos a la habitación donde había estado Raúl. Las batientes de las ventanas se abrían y cerraban empujadas por el viento, aquel sonido tenía un no sé que de siniestro. Entonces Franz reparo en la cruz puesta sobre el velador, la observó por unos instantes sin tocarla, vi en sus ojos ese brillo que me indicaba que había encontrado alguna pista.
- ¿Por qué se la quito?, me había prometido no hacerlo - dijo acongojado Forrester.
Greene la tomo finalmente en la mano y la guardo en un bolsillo de su pantalón.
- Una razón muy poderosa debe haberle hecho romper su promesa. Sin embargo, la cruz estaba puesta de la forma en que lo estaba por alguna razón.
- ¿Quería decirnos algo? - dijo el capitán Jackman.
- Sí, es muy probable que nos quisiera indicar algo. ¡Vamos!, todos recojan sus cosas, no tenemos tiempo que perder.
Al momento estábamos saliendo a las frías calles. Que distintas me parecían ahora las aceras de Cavendich en comparación con aquella vez en que las recorrí junto a Franz; cuando el aire era cálido y perfumado, no este viento helado y lleno de malos presagios.
Greene se detuvo un instante, parecía desconcertado. El conocía mejor que nadie todos los rincones de la ciudad, pero ahora parecía no saber qué camino tomar.
- Capitán, ¡ayúdeme a pensar!, estoy demasiado alterado. ¿Recuerda algún sitio en particular por la zona?
El capitán se quedó en silencio por unos instantes, profundas arrugas surcaban su frente. Entonces levantó el rostro con un ligero gesto de triunfo.
- ¡El almacén de chatarra!, queda cerca de aquí, pero no se me paso por la cabeza que pudiera esconderse en ese lugar. Todavía es usado por algunos recolectores.
- ¡Vamos para allá! - dijo Franz echando a correr con todos nosotros tras él tratando de igualar su ritmo.
Cuando llegamos el almacén estaba vacío, pero nos basto echar una ojeada para darnos cuentas que había estado ocupado por nuestro enemigo. Greene se inclinó y recogió una cinta brillante del suelo, él y yo nos mirábamos, en ella reconocimos la prenda que llevaba atada al cuello la noche en que lo vimos en la casona Madison.
Franz hizo un gesto de desesperación, todos nos sentíamos descorazonados. ¿Qué había sido de nuestro joven amigo?, ¿por qué se había despojado de la cruz si sabía que era lo único que podía protegerlo del monstruo aquel?
Apenas pudo terminar de hablar, se dio la vuelta para emprender el camino de regreso, yo sabía que una profunda emoción lo embargaba. Incluso el racional Forrester no podía disimular su tristeza. Apresure el paso para llegar hasta mi compañero.
- ¡Franz, espera, espera!
- De alguna forma es mi culpa Tom...
- No digas eso.
- ¿Acaso no fui yo quien lo metió en todo este maldito asunto?
- Y el aceptó, como lo hicimos todos. Cada uno de nosotros conocía el peligro al que nos exponíamos, nada nos ocultaste.
Nos apartamos del resto del grupo, entonces Franz busco mi mano y la puso sobre su corazón.
- Sabes que te pertenece, pero ese joven es importante para mí.
- Lo sé, lo sé - le dije juntando mí frente a la suya, sus labios buscaron los míos y nos fundimos en un largo beso; él buscaba consuelo y yo ansiaba dárselo.
Estábamos muy cerca a la casa, cuando divisamos a Raúl de pie en el umbral de la puerta, observando en todas direcciones. Estaba pálido y angustiado, en cuanto nos vio corrió hacía nosotros; abrazo con fuerza a Franz, cogió su rostro entre sus manos y sonrió. Luego se volvió hacía Jackman, Cecil y yo tomándo nuestras manos entre las suyas.
- ¡Están bien!, nunca antes había creído en Dios, pero ahora creo, porque he orado por primera vez y mi ruego ha sido escuchado - sin querer sus ojos húmedos iban una y otra vez a los de Franz.
- Pero... ¿dónde has estado Raúl? - era Forrester quien lo interrogaba.
- He estado en cualquier lugar y en ninguno.
- ¿Quincey te llevó hasta ese almacén, te forzó a ir con él? - seguía insistiendo el bibliotecario, nunca lo había visto tan excitado.
- Sí... en cierta forma si, pero luego yo accedí a ir con él.
- ¿Por qué cometer una locura semejante? - Cecil lo zarandeaba sin darse cuenta.
- Es un ser solitario, tan solitario como yo. Me hablo de los sufrimientos su madre, del horror que sintió cuando comprendió en lo que se había convertido, de la súbita muerte de su padre de la que él se sentía responsable. Reniega de ese destino espantoso al que está condenado.
Franz lo observaba, sus ojos grises parecían querer abrirse paso hasta lo más profundo de los pensamientos del joven.
- ¿Sabes algo más Raúl? - le dijo Franz.
- Nada más, cuando lo deje estaba sentado sobre una improvisada silla, repasando los manuscritos de su madre.
- Vayan a descansar amigos míos, todos necesitamos tomarnos un respiro. Durante el día somos tan libres como él es prisionero.
Cuando nos quedamos a solas, Franz casi se desplomo sobre uno de los sillones.
- No nos dice toda la verdad Tom, algo oculta, y eso me llena de temor. No sé qué hacer, por primera vez en mi carrera, no sé qué hacer. ¿Dónde descansa Quincey ahora?, no puede haber vuelto al almacén. No hay muchos sitios dónde pueda ocultarse, sabe que la luz del sol lo destruiría... ¿dónde, Dios, dónde puede estar? Vamos con Jackman, revisaremos ese mapa mil veces si es necesario.
- Pero Franz, acabamos de separarnos. Dales un respiro.
- Es cierto, yo mismo casi no puedo tenerme en pie. Son más de las siete de la mañana, a las diez llamaremos a los otros y... - se estaba quedado dormido mientras hablaba, traje una manta y lo cubrí, yo me recosté en un sillón cercano al suyo y me quede mirándolo hasta dormirme también.
Me desperté antes de la hora acordada y prepare una merienda sustanciosa; no sabía hasta que momento volveríamos a comer algo. Eran cerca de las diez cuando me acerque para despertarlo.
- ¡Franz, Franz! - lo vi abrir los ojos un instante para luego volver a cerrarlos - qué pasa, ¿te sientes mal?
- No te ha ocurrido alguna vez que no quisieras levantarte, que te cuesta hasta respirar.
- Lo hallaremos y le daremos finalmente paz. Recuerdas nuestras primeras conversaciones en las que me decías que los sentimientos no pueden obstaculizar la razón. En estos momentos no puedes perder la objetividad.
- Es cierto, si cedo a la desesperación puedo perderlos a todos.
- Ven a comer algo - me hizo un gesto negativo con la cabeza - come algo por favor, este será un largo día.
Se levanto desganado y comió con igual desgano; pero me sentí aliviado de saber que eso lo mantendría por algunas horas.
Escribo estas últimas líneas con un gran pesar, todavía no es difícil para todos aceptar que nuestro querido amigo ya no este más a nuestro lado. Solo anhelo una cosa, que Franz recuperé la paz y no insista en la errada idea de culparse por la muerte de Raúl. Confió en que la profundidad de mi amor me ayude a borrar todas las sombras de sus hermosos ojos.
Sin darnos cuenta ha llegado la primavera, afuera el sol brilla esplendoroso, las primeras flores empiezan a abrirse y su delicado aroma perfuma el aire. Hoy he visto sonreír a mi amado después de muchos meses, mi mano ha buscado la cruz que ya nunca me abandonará y la he apretado contra mi pecho en señal de gratitud.
Agradecimientos:
A todos mis queridos amigos que capítulo tras capítulo me han acompañado en esta aventura.
Relato basado en la novela de Bram Stoker "Drácula"
Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.