27 diciembre, 2011

Poor Beaker

Este es un lindo personaje de los Muppets, la verdad es que hace ya tanto tiempo que no me acordaba de él, pero por esas casualidades... es increible como las cosas más interesantes o divertidas las descubro por simple casualidad... bueno, reduscribi a Beaker, el sufrido asistente del doctor Bunsen en Muppets Labs, quien a menudo es electrocutado, comido por grandes monstruos o pierde partes de su cuerpo. Este personaje que no habla y solo se expresa con un chirrido agudo, nervioso que suena "meee-mee-mee" es el "conejillo de indias" del "perverso" Bunsen.







Y para terminar, pués que mejor que interpretando muy a su manera la "Oda a la alegría" junto a sus clones. Y que tal una pieza de la ópera "Carmen" de Bizet.





A terminar el año con una sonrisa.

25 julio, 2011

El edificio "S" VI



22 de Julio

Llueve, llueve, llueve. El agua se empoza en sucios charcos en los agujeros de las calles. No huele a tierra húmeda, a hierba fresca; el aire todo tiene un ligero olor a podredumbre. El cielo esta gris, tan gris como todo a mí alrededor desde que Gianni murió. Que tristes somos los seres humanos, cuánto tiempo nos hace falta para darnos cuenta de lo importante que es alguien en nuestras vidas. Lo olvidamos, lo apartamos como si fuera a estar eternamente a nuestra disposición, y el día menos pensado abrimos los ojos, despertamos de nuestro absurdo sueño y nos damos cuenta que esa persona ya no está más, se ha marchado para siempre de nuestras vidas. A menudo no es solo su ausencia física sino que su afecto, su ternura o su respeto… simplemente nos abandonó para siempre.
¡Amiga mía¡ tantos días sin visitarte, hundido en mi egoísmo, huyendo de mis fantasmas… ¡pobre infeliz! como si se pudiera huir de los fantasmas que llevo dentro. No puedo escapar de ellos, son de esos que aterra mirar porque nos atrapan en sus gélidos brazos y nos susurran cosas que no deseamos oír, cosas que hemos hundido en el fondo de nuestras conciencias. Te abandone cuando probablemente más necesitabas de mí.
Sus padres han visitado su departamento, ignoraban la pasión que su hija sentía por la fotografía. Les he rogado dejar todo tal como esta hasta que le den de alta a nuestro común amigo Juan José. He comentado con ellos que él era aun más cercano que yo a Gianni. Ellos han accedido sin poner ningún reparo.
- Es a ustedes a quienes corresponde disponer de todo lo que se encuentra aquí. Es una parte de la vida de Gianella que no nos pertenece. Solo te ruego que nos avises cuando tengan todo dispuesto.
- Por supuesto don Eduardo, yo me comprometo a llamarlo.
- Hoy he querido volver a su estudio sin Amelia, lo necesitaba. Paúl, me permites quedarme unos momentos a solas. Siento que parte de ella esta aquí, su joven corazón late en cada una de sus fotografías. Porque así era ella, volcaba el alma en cada cosa que hacía. Un cerebro objetivo y lógico, junto a un corazón apasionado y tierno.
Deje al hombre de pie en medio de la habitación observando algunas de las fotografías que estaban apiladas sobre su mesa de trabajo y cerré la puerta tras de mí. No podía haber hecho una mejor descripción de la joven.
A los largo de aquella semana nos habíamos estado turnando para velar a nuestro amigo. Era yo quien me quedaba más a menudo a su lado. No estoy sujeto a un horario de trabajo como el resto, así que puedo acomodar mis horas según mis necesidades.
El tiempo que paso a su lado se me hace cada vez más corto, quisiera que las horas tuvieran más de sesenta minutos. La música, la pintura y la literatura son nuestros temas favoritos; Jo sabe tanto de cada uno de estos temas que no deja de sorprenderme con alguna información nueva y desconocida hasta entonces para mí. Hay ocasiones en las que hablamos sobre cosas vinculadas a su vida íntima, entonces me siento dichoso de haber ganado su confianza. Pero en cada visita la pregunta es siempre la misma: “Dónde está Gianni, por qué no ha venido a verme”, se me habían agotado las evasivas al igual que al resto creo yo. No podemos seguir ocultándole la verdad, además algo en su mirada me dice que intuye que algo no esta bien.
- Paúl, ¿qué sucede con Gianni? – me dijo de repente una tarde. Su pregunta fue tan sorpresiva que me dejo por unos segundos sin saber qué responderle – recuerda que yo sé mas cosas sobre ella que tú no. Me angustia su ausencia. La incertidumbre es más penosa que la verdad, así que si tienes que decirme algo sobre ella, te ruego lo hagas de una vez. No creas que no he notado como todos ustedes me dan respuestas vagas o procuran cambiar de tema cada vez que pregunto por nuestra amiga.
Había llegado el momento, finalmente tenía que contarle lo ocurrido.
- Jo, Gianni, Gianni – me levante de la silla en la que había estado sentado, y me volví de espaldas hacía él, como si fuera a hallar las palabras justas escondidas en algún rincón de la habitación.
- Ella está muerta, ¿no es así? – al escucharlo me quede clavado en el lugar sin que ninguna palabra acudiera a mis labios – ¡Es cierto entonces!, tu silencio me lo estas confirmando.
- Ella murió la misma noche en que fuiste ingresado a la clínica – le respondí, secándome alguna lágrimas que se habían deslizado por mis mejillas.
- Lo sabía, ella no podía haberme olvidado, no ella. ¿Sufrió mucho?
- Lo único que a ella le importaba eras tú. Todo fue tan repentino que dudó que haya sufrido.
- Me imagino que su familia guarda sus cenizas - aquella alusión tan repentina a lo que había sido de la joven me dejo desconcertado, pero luego recordé lo íntimamente que ellos estaban unidos y pensé que sin lugar a dudas Gianni le había confiado sus últimos deseos. 
- Sí, están en casa de sus padres hasta donde yo sé. Jo, por qué no me dijiste nada de la enfermedad de Gianni.
- Ella me hizo jurar silencio. Incluso yo me entere de forma casual, de otra manera tampoco hubiera sabido nada. ¿Recuerdas las sesiones de fotografía que me hizo? – asentí con la cabeza – en una ocasión ella empezó a sangrar por la nariz, la hemorragia se detuvo pronto y ella me dijo que eso le ocurría siempre que iba a coger un fuerte resfrío. Pero volvió a ocurrir una vez más y luego otra, además yo no observaba ninguno de los otros síntomas clásicos de un catarro. Comencé a sospechar que me ocultaba la verdad de lo que le ocurría, sin duda sangraba más en otros momentos, su palidez empezaba a preocuparme. Cuando terminábamos nos agradaba sentarnos a charlar y ella comía bastante bien, entonces porque seguía tan delgada. Cierta vez mientras me fotografiada, la observe abrir y cerrar los ojos en varias ocasiones, como si no pudiera enfocar su visión correctamente, de pronto la vi desmayarse cayendo pesadamente sobre el suelo. Corrí hacía ella y me arrodille a su lado, para que su cabeza pudiera descansar en uno de mis hombros: "Jo, en mi bolso… al costado del computador… busca la tarjeta del Hospital San Ignacio. Llévame allí… ellos ya saben qué hacer" me decía con la voz entrecortada, para después volver a perder la conciencia. Me vestí a toda prisa y la lleve en brazos hasta mi auto rumbo al hospital que me había indicado. En urgencias parecían ya conocerla, de inmediato la ingresaron y estuvo allí cerca de tres horas. Cuando la volví a ver note que sus mejillas se habían coloreado ligeramente al igual que sus labios, quisieron llevarla en silla de ruedas hasta el auto, pero ella insistió en caminar. "Acabamos de hacerle una transfusión, ahora llévala a casa, haz que se acueste y procura que descanse hasta mañana. Entiendo que es bastante difícil lo que te pido, porque mantener a esta chiquilla acostada es imposible, pero por lo menos inténtalo" el médico me hablaba ignorando que yo no sabía absolutamente nada de lo que le sucedía a Gianni.
Me daba cuenta que mientras Jo me narraba todos aquellos sucesos se iba angustiando cada vez mas, me  arrepentía de haberle preguntado sobre ella. Intente calmarlo, pero cuanto hacia resultaba inútil, él estaba resuelto a contarme todo y no iba detenerse hasta hacerlo, solo esperaba que toda aquella agitación no le causara ninguna recaída porque no podría perdonármelo.
- Cuando llegamos la obligue a acostarse. Intente que comiera algo pero ella se negó rotundamente. Aún en aquel estado se veía tan bonita, sus ojos no se apartaban de los míos. Iba a retirarme para dejarla descansar, pero me tomo de la mano y me obligo a sentarme a su lado de nuevo: “Jo, no tengo derecho a haberte hecho pasar por todo esto sin darte una explicación” Yo intente negarme, le dije que no estaba obligada a decirme nada, pero ella insistió, entonces me dispuse a escucharla: “Hace tres años empecé a sentirme mal, me fatigaba demasiado, perdía peso y sangraba a menudo. Los modelos con los que trabajaba empezaron a notar que siempre estaba muy pálida y asusté a varios de ellos cuando de repente la sangre se me escurría de la nariz, manchando mi ropa o en ocasiones estropeando lo que estaba haciendo. Aquello empezó a ser tan molesto para mi trabajo que me vi obligada a ir al médico. Me sometieron a muchas pruebas, finalmente el médico me llamó una mañana para pedirme que fuera a su consultorio, aquello no me tranquilizaba en absoluto, sabía que no tenía buenas noticias para darme. No me equivoque, su diagnóstico fue anemia aplásica idiopática… al principio se me trababa la lengua al pronunciar todo ese palabreo. Mi médula ósea no producía células sanguíneas en la cantidad adecuada, eso era bastante malo, si no me sometía a un trasplante mis expectativas de vida eran bastante escasas. El médico me pidió que hablara con mis familiares, ya que cuando el donante es un familiar cercano las probabilidades de que el receptor rechace el injerto son menores. Yo me había ido de casa hacía unos cuatro años; convivir con mi familia, sobretodo con mi madre, se había transformado en un infierno. A ella le horrorizaba que su hija se acostara con otras mujeres, decía que eso era antinatural, que era una enfermedad, algo que iba contra las leyes de Dios. Mi padre salía muchas veces a mi favor, pero mi madre es una mujer dominante. Yo no tenía nada más que hacer en esa casa. Y ahora, venía a ocurrirme esto, cómo iba a presentarme ante ellos y decir: sabes mamá… papá, queridos hermanitos, necesito células madre sanas de la médula ósea de alguno, a ver quién es tan gentil… Por favor Jo, pasaron algunos meses sin que me comunicara con ellos. Luego tuve uno de los episodios parecidos a los de hoy. Unos de mis modelos habituales estaba presente, así que llamo a mis padres. Fue papá quien se ofreció de inmediato, pero simplemente no resulto. Hay más probabilidades de éxito cuando las células provienen de los padres o hermanos, pero en mi caso se produjo algo que se llama ECIH, enfermedad de injerto contra huésped, mi organismo estaba siendo atacado por las células transplantadas. Ellos querían que volviera a casa, pero yo no iba a aceptar eso. Viví por pocos meses en varios lugares, pero ninguno parecía adaptarse a mí o yo a ellos. Hasta que llegue al Edificio “S” y supe que de alguna forma este era mi lugar. Por un buen tiempo evite ser vista por nadie; en parte por los síntomas de mi enfermedad pero sobre todo porque la soledad es una buena amiga mía. Me hacía mucha gracia Patricia y sus mil intentos por descubrirme, y te debo confesar que estuvo cerca de hacerlo en más de una ocasión; ella es persistente y astuta pero yo soy más hábil.
Ya lo sabes todo Jo, te invoco en nombre de lo que sea más querido para ti a que guardes silencio, nada de lo que te he contado debe salir de ésta habitación. Podrás hablar cuando te libere de tu juramento o mi muerte lo haga".
Cuando dijo esto último las fuerzas me fallaron y me arrodille frente a ella. Tome una de sus blancas manos y la deposite un beso en ésta. Después hundí mi frente entre los pliegues de la manta que la cubría y lloré por mucho rato. Gianni aguardo pacientemente a que me desahogara, luego se inclino hasta que su rostro quedo frente al mío: “Jo, no sufras por mí, no voy a mentirte, no ha sido sencillo en absoluto. Sentí rabia, miedo, hasta que finalmente lo acepte… Creo que todavía hay demasiadas cosas que me faltaban por vivir y por ver, pero no ha podido ser así, no hay nada más que hacer”
Me sentí enojado, cómo ella que poseía una mente brillante, un gran talento y un espíritu valiente iba a doblegarse ante la Muerte sin pelear, simplemente arrojaría las armas a sus pies declarándose vencida antes de haber luchado. ¡Tú no Gianni, tú no te vas a rendir, yo no te lo permitiré!, le dije. Ella me miro dulcemente, sin un asomo de molestia por mis palabras. Se sentó sobre la cama, abrió algunos cajones de su velador y de este extrajo varios frascos de diferentes tamaños; eran unos cinco o seis, ya no lo recuerdo. Gianni volvió a dirigirse a mí: “Tomo estos en una dosis de dos a tres pastillas de cada uno a diario, mi organismo tampoco reacciona positivamente a la medicación. Me siento peor con ellas que sin ellas… así que no he vuelto a tomarlas desde hace unas semanas. Al parecer ya jugué todas mis cartas y he perdido la partida. Ahora Jo… ¡Ahora, quiero escuchar tu promesa!” Con los ojos inundados en lágrimas y la voz quebrada le prometí lo que me pedía. Ahora puedes juzgar los hechos, cómo podía romper un juramento de silencio hecho en esas circunstancias, ¡cómo!
Recién comprendía todo, sentí un dolor agudo, como si algo por dentro se hiciera pedazos. Cuanto debía haberle dolido aquel silencio, todo este tiempo estuvo cargando solo con aquella tristeza, sin tener el alivio de poder compartirla con nadie. Me imaginaba que debió acompañar a Gianni en más de una ocasión al hospital. Él había sido testigo de sus crisis, él la estaba viendo morir día a día. ¡Pobre amigo mío, pobre amigo mío! Me acerque hasta su cama y lo tome entre mis brazos, deje descansar mi cabeza suavemente sobre pecho y llore por un tiempo infinito, sabía que Jo también lloraba porque algunas gotas tibias caían sobre mi rostro y su sabor salado se fundía al de las mías
  
        
25 de Julio

Hoy dan de alta a Jo, casi todos estamos aquí, excepto Orlando y la señora Wasser. El primero había tenido que presentar un informe de última hora y la segunda nos dijo que el tiempo estaba muy malo para una vieja como ella y no deseaba pescar un catarro. Me extraño tanto su respuesta, pues nunca antes le había importado salir en un día lluvioso y menos aun sabiendo que íbamos por nuestro amigo. Yo sabía muy bien que era ella quien le llevaba dulces y mantas haciendo juego con los pijamas. Creo que volcaba en Jo ese amor que no podía darle a su hijo… ¿dónde estas muchacho, por qué no le escribes siquiera una línea a tu madre cuando ella debe haberte escrito cientos? No quise insistirle mas, me dí la vuelta y le deje recogiendo la mesa del desayuno. Había puesto la mano sobre el picaporte de la puerta cuando la escuche hablarme.
- Sabes Paúl, ya aprendí a abrir el buzón, ya no te molestaré más con eso – no había una sola nota de reproche en su voz, más bien sonaba triste. Voltee a mirarla; vestía como siempre, con ropas bien planchadas y desprendiendo un delicado aroma a lavanda, los cabellos grises perfectamente peinados, pero particularmente era sus ojos oscuros los que llamaban mi atención. Había algo en ellos que no alcanzaba a descifrar, despego los labios como si fuera a decirme algo pero luego se arrepintió.
- ¿Estas segura de que no quieres ir con nosotros Zemira? – le dije para animarla. Pero bajo la cabeza y continuó levantando los trastos de la mesa para llevarlos al fregadero.
- Estoy segura Paúl, vayan con cuidado.
Baje a la cochera y estacione el auto frente al edificio esperando a que el resto bajara, Patricia y Helena se reunieron pronto conmigo.
- ¿Y no vamos a esperar a Zemira? – pregunto Helena
- Ella no vendrá, el clima de estos últimos días no le esta sentando nada bien, además de todos los acontecimientos penosos que nos ha tocado vivir. No es para menos Helena, la anciana está cansada  la pregunta iba dirigida a mí, pero nuestra amiga había tomado la palabra.
- Bueno Patricia ya te respondió a la perfección, no tengo nada más que agregar a lo dicho – la mujer que iba sentada en la parte de atrás del auto, me dio un golpe en la cabeza con un periódico que había comprado en el camino.
- No seas tonto Paúl, cualquiera diría que soy una entrometida. Además Helena no pregunto a nadie en específico, solo pregunto.
- Ya, ya. Todos sabemos que tú vives consagrada a Orlando, tu trabajo y tu casa. No tienes ojos ni oídos para nada más, ¿no es así Helena? – aquella pregunta iba acompañada de una mirada de mutuo entendimiento.
- Por supuesto que sí, todos sabemos lo dedicada que es Patty… lo dedicada que es a entrometerse en la vida de todos. Que no te extrañe si un día mueves un sillón y la encuentras detrás – comento divertida mi vecina de piso.
- ¿Así que tú también te pones en mi contra? – le grito Patricia mientras la “golpeaba” con el delgado periódico –  no responderé a sus burlas, así que pueden ahorrárselas; tampoco pienso dirigirles la palabra.
La observe por el espejo retrovisor, iba sentada muy derecha y seria.
- Bueno Helena, se nos enfado la Princesa… esperemos que se le pasé pronto porque ya casi hemos llegado.
Cuanto nos alegraba tener a Jo de vuelta. Con unos días de anticipación Helena, Patricia y Zemira se habían hecho cargo de limpiar todo ese desastre que el desgraciado aquel había dejado. Orlando y yo nos encargamos de las labores más pesadas y de poner el dinero para reponer los muebles que eran irrecuperables. Afortunadamente el bellísimo piano no había sufrido ningún daño, apenas unos ligeros rasguños en su pulida superficie que fueron sencillos de borrar. Todo estaba lo más cercano a lo que recordábamos de la habitación principal: mobiliario, cortinas, adornos, artefactos.
Cuando llegamos, Jo se quedo sorprendido, algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, pero éstas era unas lágrimas buenas. Miro todo su alrededor y luego nos abarco con su mirada de cielo.
- ¡Gracias! ¡Gracias a todos! – Avanzo hasta su amado piano, su mano se deslizo sobre su superficie como una caricia. Tomo asiento en el taburete y apoyo su cabeza en el sólido mueble con las palmas de las manos también colocadas en este. Creo que esa era su manera de saludar a un amado y viejo compañero.
Empezó a envolvernos con una música que parecía hablar de los sueños perdidos, las esperanzas marchitas; de los deseos de retornar a ese lugar que algunos pueden llamar hogar. Porque me imagino que debe ser amargo no tener un lugar dónde regresar después que todo termina, ni nadie que aguarde tu regreso o llore tu partida.
- Son piezas compuestas por John Williams, para la película “Munich”, yo he hecho los arreglos para interpretarlas al piano, él compone para instrumentos de cuerdas y vientos. También hizo la banda sonora para “La lista de Shindler”. Ah, pero nadie podrá decir no conocer esta – y empezó a interpretar el tema de “La guerra de las galaxias”.
Orlando estaba con nosotros, en realidad no me había percatado en qué momento se nos unió. Todos aplaudíamos entusiasmados a Jo. De pronto un grito agudo, seguido por un golpe fuerte y seco, corto de golpe nuestra algarabía y nos helo la sangre. Nos quedamos expectantes aguardando, pero todo se quedo en silencio.
- Ese ruido ha venido del primer piso, estoy segura, más precisamente del departamento de Zemira – Patricia estaba mortalmente pálida, pero había tenido el aplomo para asegurarnos aquello.
- ¡Bajemos entonces, qué estamos esperando! – todos nos volvimos, aquella voz desesperada provenía de Jo.
- ¡Tú quédate aquí!, Orlando y yo vamos a ver qué sucede – le dije en tono autoritario.
- No pienso quedarme aquí, yo voy con ustedes.
- Por favor, acabas de salir del hospital, no queremos exponerte a nada que te perjudique física o emocionalmente – Ahora era Orlando quien le pedía quedarse, pero nada convencía al músico. No tuvimos otra opción que llevarlo con nosotros.
Orlando había tomado la precaución de hacerse de unos barrotes que saco de un escondrijo que tenía bajo el piso entarimado y nos los entrego a manera de armas. El y Jo se ubicaron a cada lado de la puerta mientras que yo aplicaba el oído tratando de escuchar algo. A una señal empujamos con fuerza la puerta que cedió a nuestro peso. Nos alegramos de que las mujeres no hubieran bajado con nosotros, lo que se presentaba a nuestros ojos era terrible y doloroso. La señora Wasser, nuestra buena Zemira colgaba de una viga del techo. Una silla volcada junto a ella nos decía que la había usado para alcanzar la soga, pasársela por el cuello y luego darle un fuerte empujón con los pies. Ese era el ruido que habíamos escuchado.
- ¡De prisa, de prisa!, ¡debemos bajarla de allí, quizá aun esté viva! – como siempre era el callado Orlando quien daba la iniciativa y ponía en marcha al resto, solo que ese resto era únicamente  Jo.
Me limite a hacerme a un lado para dejarlos maniobrar. Sabía de maniobras de RCP y las aplico sobre la anciana. Una y otra vez se la disputo a la Muerte… pero ésta última gano la guerra. Cuando llego la ambulancia con los paramédicos, Zemira ya había muerto.
- Sé que este no es consuelo para ustedes, pero por lo que observo; la posición de la cuerda, las marcas. La mayoría piensa que la asfixia es la única causa de muerte en personas ahorcadas; pero no es así, en este caso, todo indica que se debió a una compresión vascular, más específicamente en los vasos cervicales lo que provoca alteraciones en la circulación encefálica. Ella debe haber perdido el sentido de forma inmediata, no sufrió en modo alguno, pues estaba inconciente al morir.
Orlando escuchaba al hombre arrodillado delante de Zemira. Cómo podían hablar como si se encontraran en un laboratorio forense y ella solo fuera un cadáver mas al que estudiaban. Sentía la sangre latir furiosa en mis sienes, en mi pecho. Levante a Orlando del piso y lo aleje de un empujón del cuerpo de la mujer.
- ¿Qué te sucede, está mujer era nuestra amiga?, comprendo que para este hombre ella sea solo alguien más que atiende en su día de guardia. ¿Pero tú, tú?, hablando de ella como si… – el peso de una mano sobre mi hombro me hizo callar repentinamente. Mire hacía arriba y ví la mirada celeste de Jo.
- No te enojes con Orlando, él no esta actuando llevado por una curiosidad morbosa, solo quiere saber qué le ocurrió a la señora Wasser.
Nos quedamos de pie esperando la llegada de los fiscales. Ya que la muerte había ocurrido en tan penosas circunstancias no se podía levantar el cuerpo sin la presencia de ellos. Ignorábamos cómo actuaríamos de ahora en adelante pues al carecer Zemira de familiares, al menos en el país, quién estaba autorizado entonces para reclamar su cuerpo. Debíamos pensar con rapidez, ninguno deseaba que sus restos fueran a parar a una fosa común. Orlando se comprometió a hacer las averiguaciones necesarias en la Embajada de Israel, entretanto Jo y yo nos encargaríamos de buscar algún documento que pudiera ayudarnos. Sabíamos que podíamos incurrir en un delito al hurgar entre sus papeles, pero necesitábamos algo para ayudarnos.
Ni siquiera la muerte de Gianni me había producido tal conmoción. Oh Dios, cómo olvidar su mirada, ella estaba rogándome que no la dejara, eso era lo que no se atrevió a pedirme. Y yo me fui, nuevamente había dejado a su suerte a alguien que me necesitaba. Aquel sentimiento me era insoportable, sentí que todo a mi alrededor se hundía en un hoyo oscuro y al fijar mi vista hacía arriba veía como una pesada loza caía sobre el horrendo agujero llevándose hasta el último vestigio de luz. Tenía la boca seca y la respiración me faltaba, es lo último que recuerdo. Al despertar estaba sobre la cama de Jo. Patricia, Helena y él mismo me rodeaban expectantes.
-  Paúl, te sientes un poco mejor – escuche preguntarme a Patty, pero no podía hablar, no tenía fuerzas – vamos, no te quedes callado.
- Por favor, quiero estar solo – les dije casi en un susurro, pero cuando Jo quiso irse lo retuve.
Cuando ambas mujeres salieron finalmente pude abandonarme a la desesperación en la que estaba hundido, pienso que en esos segundos perdí la razón.
- ¡Fue mi culpa Jo, fue mi culpa!, yo intuía que algo no estaba bien y no me detuve a escucharla. Oh amigo, había algo en su mirada...
- Tú no podías adivinar lo que Zemira pretendía hacer, no te tortures en vano. Creo entender ahora la razón por la que tomo una decisión tan terrible, lee esto. Esta escrita en español, algo enrevesado pero entendible  tome el sobre que me extendía Jo.
Venía desde Israel, ¿seria que el ingrato hijo al fin recordaba a su madre?, si era así, ¡que amarga sorpresa le aguardaba! Mire los datos del remitente, pero no se trataba de Raziel, era un tal Izsak Stern. Empecé a leer la página que contenía el sobre. Izsak le comunicaba la muerte de su hijo, había perecido durante un ataque a un convoy de ayuda en el área de la Franja de Gaza. Le contaba que Raziel formaba parte de los grupos de apoyo humanitario para los refugiados de esa zona al igual que él mismo.
- ¡Tanto tiempo esperando noticias de ese hijo, y mira lo que recibe...!  Ella me dijo que había aprendido a abrir su buzón, que ya no me daría más molestias, yo era tan poco amable las pocas ocasiones que me pedía ayuda. Recuerdo cuantas veces quiso entablar una conversación conmigo y yo huía de ella como lo hago del viejo Duboy. Cómo podía tratarlos igual si entre ellos no hay punto de comparación. Jo, no podré perdonarme nunca, yo pude detener está  desgracia y no lo hice.
- ¡Basta ya Paúl o te volverás loco!, tú no tienes la culpa de nada. Ya deja las lamentaciones, piensa ahora en que ninguno desea que sea enterrada como una desconocida. Si quieres hacer algo por Zemira, ayúdanos a salvarla de eso.
No deseaba quedarme a solas, tenía deseos de acabar con mi miserable vida. Nunca hasta esas últimas semanas me había importado nadie, siempre viví para satisfacer mis caprichos y mis ansias. Use cruelmente de las mujeres que pasaron por mi vida, cuántas de ellas se alegrarían de que un ser como yo finalmente haya sido borrado de la faz de a tierra. ¿Quién iba a llorar sobre mis restos?, ¿quién iba a echarme en falta? Esas ansias por defender mi espacio, de aislarme, de evitar intimar demasiado con las personas me habían conducido adonde me encontraba. ¡Estaba solo!
- Si yo muriera, nadie iba a llorarme, mi recuerdo no quedaría en la memoria de ninguna persona, porque jamás hice nada para merecer ser recordado.
Jo clavó sus hermosos ojos en los míos, brillaban intensamente. Estaba de pie a mi lado, con el cabello revuelto y la ropa ajada. Que extraño era verlo así, él que siempre cuidaba de su persona y de todo cuanto lo rodeaba con esmero.
- ¡Tú no estas solo!, ¡Zemira sí lo estaba realmente!   Me dijo levantando la voz furioso, luego se tranquilizo y siguió hablando – ¡Yo lloraría por ti, yo te recordaría! y los demás que viven aquí también lo harían – murmuro con una inmensa ternura  – quédate aquí hasta que te sientas mejor.
- Pero... pero ésta es tu habitación... ¿dónde vas a dormir tú?  – le dije sin atreverme a mirarlo.
- El sillón de la sala es una cama, allí puedo acomodarme muy bien.
- No, en todo caso yo dormiré allá.
- Aquí estarás más cómodo, eres tú quien necesita descansar bien, ¿quieres comer algo? – me hablaba con ese tono agradable que siempre usaba para con todos.
- Si tuvieras algo caliente te lo agradecería mucho.
- En el tercer cajón encontraras pijamas, puedes cambiarte si lo deseas. En el baño hay toallas limpias y todo lo que necesitas si quieres ducharte – de pronto se volvió y me sonrió malicioso – no temas, no voy a intentar abrir la puerta, tu honor siempre estará a salvo conmigo. – Y se alejo rumbo a la cocina.
Es increíble la rapidez con la que pueden mutar nuestros sentimientos. No era que el dolor por la muerte de la señora Wasser hubiera desaparecido sino que volvía a experimentar aquella ansiedad que sentí en el estudio de Gianni. Fui al baño y mientras me desnudaba deseaba que él incumpliera su promesa, lo deseaba allí conmigo.
Al salir encontré una bandeja con un tazón de sopa caliente y  unos panecillos. La había colocado a un costado de su escritorio.  Mientras comía él volvió a la habitación.
- Me pareció que era mejor que tomaras algo más consistente que un café, espero que este bien la sopa. Estaba arreglando la cama de afuera.
- Esta deliciosa.
- Un baño caliente siempre ayuda a relajarse, ya veo que te sientes mejor. Hace unos minutos llamó Orlando me dice que tiene noticias, antes de ir a dormir pasará por aquí para contarnos lo que ha podido averiguar. Es bueno el que tenga una variedad de conexiones, así puede encontrar lo que busca y a la hora que sea  luego observando mi tazón me dijo  Termina de comer, ahora yo me daré un baño, todas estas horas han sido... 
No terminó la frase, lo observé dirigirse al armario para sacar algo de ropa y luego ir al baño.
- No cerraré la puerta por si necesitas algo  había dicho aquellas palabras con la mayor inocencia, qué podía saber él que yo había visto aquellas fotos, que yo conocía su espléndida desnudez y me había estremecido de deseo. 
-  Estoy bien, cierra la puerta sin cuidado  le dije intentando que mi voz sonara normal, pero las palabras me salían entre jadeos. Él debió notarlo porque regreso a mi lado.
- ¿Estás seguro que te sientes bien? – y colocó una de sus delgadas manos sobre mi hombro, mi cuerpo se estremeció al contacto. Me hice a un lado para librarme de su presión ¿Qué te sucede?, estas temblando – me observaba visiblemente preocupado.
- No tengo nada Jo, date prisa, ya no debe tardar en llegar Orlando.
- Tienes razón – no volvió a decir nada más, se dirigió al baño y cerro la puerta tras él.
Escuchaba el agua correr, algo más poderoso a mi voluntad me impulsaba a vulnerar su intimidad. Deje la bandeja a un lado y me levanté, apoye mi mano sobre el picaporte y la puerta cedió al instante. La cortina estaba cerrada a medias, lo suficiente para permitirme la visión de aquel cuerpo que me turbaba. Observaba como el agua se deslizaba por todas aquellas curvas que se habían grabado en mi memoria. Volví a cerrar suavemente la puerta y regresé a la cama, temblaba como acosado por una fiebre y en realidad estaba febril de deseo, debía marcharme de allí y pronto porque no sabía que sucedería si volvía a enfrentarme a esos ojos. Tomé mi ropa y salí rumbo a mi departamento.
Me acurruque sobre mi cama con los brazos rodeando mis rodillas, como si quisiera protegerme de algo. Qué era esto que me ocurría con Jo, fue mucho antes de ver sus fotografías, lo único que ellas hicieron fue confirmar algo que ya sentía.
El corazón me latía rápido, feroz, hasta casi hacerme daño. Unos golpes en la puerta me hicieron volver a la realidad.
- ¡Paúl, Paúl! ¡Estas bien, por favor responde! – era la voz de Jo.
- ¡Estoy bien, puedes irte a descansar! – le dije, rogando que de una vez por todas se alejara de mi lado..
- Esa no es manera de salir de un lugar, si deseabas irte podías haberlo dicho. Me preocupo el no encontrarte.
- Lo siento, tienes razón, no debí irme de esa manera.
- Bueno, vamos a seguir hablando como dos estúpidos a través de la puerta o me vas a dejar entrar – había en su tono de voz un tinte de molestia. Me levanté a mi pesar y lo deje entrar.
Sus grandes ojos abarcaron todo en una sola mirada. No parecía aprobar ni desaprobar lo que veía.
- ¿Qué pasa contigo?, cualquiera diría que me tienes miedo  me dijo sentándose a un costado de la cama, mientras que yo involuntariamente me alejaba de su lado – Sí, me tienes miedo, es por lo que soy... sabes, lo primero que la sociedad nos enseña es que muchos no nos aceptan, es más, algunos incluso nos repudian y debemos de vivir en consecuencia. No andamos de cacería si eso es lo que crees.
- No tengo miedo de ti Jo, sino de mi.... de lo que siento cuando estas a mi lado. Tal vez no  no lo sepas, pero Gianni me mostró tus fotografías, quería saber mi opinión como crítico, le dije que todas eran muy buenas... pero esas fotos despertaron algo más que la simple admiración por su trabajo... tú, tú... eres algo muy hermoso. Algo que subyuga por su belleza, pero a la vez enardece los sentidos – observé como sus mejillas se encendían vivamente, le estaba confesando a aquel hombre que lo deseaba. No respondió nada, solo se inclino sobre mí y sentí el peso de su cuerpo sobre el mío, luego el sabor de su boca... tan dulce, tan dulce. Dejo de besarme para pasear sobre mis mejillas sus suaves labios; mis manos le respondieron deslizándose por su espalda buscando el contacto con esa piel tibia, suave y firme, ansiando recorrer esos caminos que ya conocía. Con suavidad le acomode sobre el lecho, ahora era yo quien yacía sobre él. Aquel hermoso joven estaba completamente abandonado a mis deseos, sus ojos eran dos esferas de fuego azul. El ansiaba ser tomado y yo anhelaba estar en él.
Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron y  nos separamos a nuestro pesar; febriles, ansiosos en saciarnos el uno en el otro. Me costaba tanto el haber tenido que retrasar ese momento que prometía delicias desconocidas para mí. Cuanto anhelaba que fuera tan solo  un retraso y no el término definitivo de aquellos placenteros momentos. Tuvimos que aguardar unos segundos para componernos. Era Orlando que llegaba con noticias.


16 julio, 2011

El edifico "S" V

15 de Julio

Aquel momento no volvió a repetirse nunca más. El milagro que había logrado Jo, solo duró aquella noche, los habitantes del edificio "S" no volvimos a reunirnos, al menos no de aquella agradable manera.
Aparentemente todo siguió como antes, yo empecé a buscar entre mi listado de contactos los teléfonos de antiguas amigas. Debía probarme que seguía siendo el mismo, ese que no perdía oportunidad de llevarse una mujer guapa a la cama. Pero no era cierto, algo en mí había cambiado, podía mentirme cuanto quisiera, dormir con una chica diferente cada noche pero seguir anhelando en secreto otro cuerpo.
Me enteré por Patricia que Jo estaba saliendo con alguien. Incluso me aseguró que lo había visto subir con él a su departamento para salir al día siguiente muy temprano.
- Parece que la cosa va en serio entre ellos, Juan José es tan dulce con Adrián. Lo llena de obsequios e invitaciones a los mejores restaurantes de la ciudad.
- Creo que nuestro amigo debe ir con cuidado, me imagino que lo debe conocer bien – le respondí tratando de disimular la molestia que me producían aquellas noticias. Como hubiera deseado decirle a Patricia que se callara, que no tocara mas el asunto, al menos no conmigo – ¿Y cómo sabes todo eso?
- Tengo buenos oídos y mejor memoria. Además de una que otra cosa que de cuando en cuando me suelta Juan José. No se detiene a conversar mucho conmigo, bien sabes que su favorita es Gianella, cuando no sale con Adrián da por seguro que está en el departamento de su vecina. Hablando de esto, sabes que casi ya no veo a la muchachita, será que también anda enamorada. ¿No sé si la has visto últimamente? – me pregunto.
- No, en realidad creo que no la veo desde… – me quede pensando asombrado de la rapidez con que habían transcurrido los días. No la veía desde la reunión en casa de Jo – desde el día del concierto – terminé la frase.
- Yo la he visto hace un par de días. Paúl, aquí entre nosotros, esa chica tiene algo. Está más delgada y pálida que nunca – me quede mirándola a los ojos, quería saber si estaba realmente preocupada por Gianni o era ese afán suyo por saber los pormenores de la vida de los demás. No, en verdad su mirada reflejaba ansiedad.
- ¿Piensas que esta enferma? – le dije, mi voz reflejaba la preocupación que aquella noticia me hacía sentir.
- Si quieres una respuesta sincera, te diré que sí  ¡Paúl, Paúl, espera… espera!
Escuchaba las llamadas de Patty, pero en ese momento poco me importaba lo que pudiera decirme. Subí a toda prisa las escaleras hasta llegar al departamento de Gianni.
Llamé con suavidad primero y luego hasta con cierta rudeza, apoye el oído sobre la puerta, pero no escuchaba nada detrás de ella. Me volví al oír los pasos de Patricia que intentaba en vano seguirme en mi desatinada carrera, la mujer llegó casi sin aliento.
- ¡Dios!, hay que ver como corres. No me dejaste terminar de hablar. Ella no esta, la vi salir a eso de las nueve.
- ¿Nueve?, ¿Estas segura?
- Sí, si, sé que ella no suele salir a esas horas. Pero estoy segura con respecto a eso.
- ¿Iba sola o alguien la acompañaba?
- Iba sola. Un taxi la esperaba afuera, se subió en él y se fue.
- ¿A dónde, a dónde? – sin darme cuenta estaba apretando con fuerza el brazo de la mujer. Ella hizo un gesto de dolor que me hizo detener – Perdóname, Patty, perdóname… ¿te he lastimado?
Ella me miró entre asustada y extrañada. Se frotaba el brazo derecho suavemente.
- ¿Pero qué te ocurre?, no tengo la menor idea de dónde pueda haber ido. ¿Crees que no me siento preocupada por Gianella también?
- Es cierto, perdí la cabeza por unos instantes – Me incliné hacía ella e hice algo que nunca antes había hecho, la bese con ternura en la frente, Patricia levantó los ojos y me sonrió.
- ¿Por qué no le preguntas a Juan José?, creo que no ha salido todavía. Salvo que haya eludido mi vigilancia, pero eso sería muy raro – había adoptado la postura de los detectives de televisión. Sabía que lo hacía con la intención de hacerme sonreír, y lo logro – Estoy segura que en otra vida fui policía, o espía.
- No te lo voy a discutir – le respondí, mientras la veía subir lentamente por las escaleras hasta llegar a su departamento.
¿Qué había ocurrido, por qué me estaban excluyendo de sus vidas? ¿Qué había hecho ahora para caer en desgracia? Me hacía mil preguntas antes de atreverme a golpear la puerta de Jo. El corazón me latía furioso, al igual que las sienes hasta el punto de sentirme mareado. Me atemorizaba tener que enfrentarlo. Estar a solas con él. Me sobrepuse a mis miedos, me importaba mucho más lo que pudiera estar ocurriendo con Gianni. Golpee un par de veces antes de que abriera. No era yo a quien esperaba sin lugar a dudas, ya que estaba apenas vestido con una bata gris; cuando vio que se trataba de mí, se apresuro en envolverse en ella, pero era tarde. Había tenido el tiempo suficiente para observar unos cardenales surcándole los muslos, también los tenía en los antebrazos; llevaba el cabello a un lado de la frente cubriéndola por completo. Mi mano avanzó hasta su rostro y le aparte el sedoso mechón, lo que vi me indigno aun más. Tenía un golpe terrible, un moretón redondeado como hecho con algún objeto romo; no muy pesado por lo visto, o no esgrimido con demasiada fuerza porque de lo contrario le hubiera roto el hueso. Olvidé el motivo que me había llevado a su apartamento y toda mi atención se concentró en sus heridas, quién podía atreverse a lastimar a alguien como él.
- ¿Quién te hizo esto Jo? – le pregunté, impidiéndole mover el rostro que había sujetado poniendo mi pulgar sobre su mejilla y el resto de mis dedos entre la oreja.
- ¡Nadie, nadie! - y me apartó de su lado con cierta violencia.
- ¿Fue ese hombre con el que sales, ese tal Adrián? – vi como sus ojos se abrían sorprendidos, pero luego sonrío ligeramente como comprendiendo la forma en que me había hecho de aquel nombre.
- Estoy bien, Adrián no tiene nada que ver con esto. Fue… fue una riña tonta a la salida de un bar.
- ¿Un bar?, por favor Jo, invéntate algo más creíble. Tú nunca bebes, por qué estarías en un bar. Además esos golpes no son de una riña, al menos no una como a la que te refieres. Porque no me dices la verdad.
- Qué derecho crees que tienes para interrogarme así.
- Pensé que éramos… bueno no exactamente amigos, pero por lo menos compañeros y me importa lo que te suceda… lo que le suceda a cualquiera de este edificio – una sonrisa cínica arqueo sus labios.
- ¿Ah sí? Hace dos semanas que no te apareces por aquí ni por donde Giannella. Tampoco creo que sepas nada de Helena o de la señora Wasser. No me vengas con esa historia de que te importamos.
- Me importan, aunque te parezca increíble tengo sentimientos. Sí estoy aquí es por algo que dijo Patricia sobre Gianni – vi como su expresión cambiaba, ahora sus ojos me interrogaban, era cómo si tratara de adivinar que tanto sabía.
- ¿Qué fue lo qué te dijo?
- ¿Qué sabes de ella que yo no se?
- Puedo hablar libremente con respecto a mis cosas, pero no de las confidencias que otros me hacen.
- ¿Entonces Giannella te ha dicho algo de forma confidencial?
- Dime qué es lo que te ha comentado Patty, dudo que te haya pedido discreción al momento de decírtelo.
- Me dijo que había visto a nuestra amiga bastante desmejorada. Y lo mas extraño es que contrariamente a sus costumbres, hoy salio del edifico a las nueve de la mañana. ¿Qué le sucede a ella? – me lleve las manos ambos lados de la cabeza frotándome las sienes, la cabeza empezaba a dolerme terriblemente – ¿Qué te sucede a ti?, por favor no me dejes en ésta incertidumbre.
Se envolvió más en la bata, y dejo caer su hermosa cabeza sobre el pecho.
- No puedo Paúl, no puedo traicionar a Gianella. Si sabes algo será porque salga de sus propios labios.
- Y qué me dices con respecto a ti, ¿también le has hecho un juramento a alguien?
- Eso es algo que me concierne solo a mí. Ni siquiera Gianni sabe nada, ni lo sabrá espero, no quiero aumentar sus… – se detuvo de improviso, se daba recién cuenta de que había hablado de más.
- Aumentar sus qué… ¿sus penas, sus sufrimientos? – lo vi dejarse caer sobre un sillón, como si las escasas fuerzas que lo sostenían le hubieran abandonado por completo.
- No me hagas esto, te ruego que no me sigas presionando. Ella volverá en unos días. Entonces le preguntaré si puedo hablar libremente contigo de lo que me a confiado – su tono de voz era casi un sollozo, pero yo estaba cegado, dolido, y seguí implacable atormentándolo.
- Sabes que mientes terriblemente ¿Unos días dices?, ¿entonces se ha ido de vacaciones con alguien, tiene trabajo fuera? – la última pregunta se negaba formarse en mi cerebro, me aterraba lo que de ella pudiera surgir – ¿acaso Gianni esta enferma, es eso? – Nada me respondió. Lo observe levantarse para asirme con fuerza a la altura de los hombros, sus ojos chispeaban con miles de destellos celestes y azules. Los delgados dedos se crispaban sobre mi ropa.
- ¿Quién te crees para entrometerte en la vida de los demás? Qué puede importarte a ti lo que nos suceda, has vivido con muchas de estas personas durante años y nunca te has interesado por ellas. ¿Qué ha cambiado ahora?, ¿En que somos distintos Gianni y yo del resto? Quiero que te largues de aquí.
Que parte perversa de mi ser me estaba llevando a tratarlo de aquella manera, solo sabía que no podía detenerme.
- ¡No será que en el fondo no quieres que me vaya!, será que te gusta jugar rudo, por eso todos esos moretones. ¡Es eso!, te agrada que te tomen a la fuerza – me puse detrás de él sujetándole con una mano los brazos sobre el pecho, mientras que con la otra mano entreabría su bata buscando el cálido contacto de su piel. Sentí el vello suave de su vientre entre mis dedos - ¡Así, es así como te gusta!
- ¿Y a ti, lo estas disfrutando? – me dijo en un susurro volviendo el rostro hacía el mío, buscando el contacto de nuestros labios. Cuando sentí su aliento cerca de mi cuello lo solté rápidamente.
Me dirigí hacía la puerta azotándola al cerrarla, pero antes tuve una fugaz visión de Jo acomodándose la bata y secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Quise volver sobre mis pasos y pedirle perdón, pero lo había lastimado mucho. Había agregado más heridas a las que llevaba por dentro y por fuera. ¿Qué  sucedía conmigo, por qué razón lo había martirizado de aquella forma?
Baje hasta mi departamento, no saldría a ningún lado por el resto del día. El dolor de cabeza había ido en aumento, busque los analgésicos y me tome tres o cuatro, no lo recuerdo bien. Solo sé que de pronto mi pesado sueño se vio interrumpido por unos gritos acompañados del ruido de cosas rompiéndose. Me levanté todavía adormilado, y abrí la puerta, frente a mí estaba Helena envuelta en una bata rosa, llevaba el cabello recogido y no tenía una sola gota de maquillaje. Lucía mucho mejor de aquella sencilla forma que con todos los artificios a los que recurría para “embellecerse”. La pobre mujer temblaba toda.
- ¿Has escuchado eso? ¡Dios parece que se están matando! – me dijo en un hilo de voz.
- ¡Viene del departamento de Jo! – le grite corriendo hacía las escaleras.
- ¡¿De quién hablas?! – me gritaba mientras echaba a correr detras de mí.
- ¡De Juan José, de Juan José! – cuando llegue a su puerta ya estaban allí, Gianni, Patricia y Orlando, y subiendo con pasos inseguros se acercaba la señora Wasser.
Ver a Gianni, escuchar los gritos que se habían convertido en lamentos fue todo uno solo. La muchacha había cambiado terriblemente, allí de pie, vestida solo con un pijama podía ver lo delgada que estaba. Su rostro aun más pálido por la emoción que experimentaba se destacaba en la penumbra del lugar. Fue Orlando quien nos despertó a todos de nuestra inercia. Golpeo la puerta con fuerza mientras alzaba la voz para hacerse oír en medio de aquel alboroto.
- ¿Qué sucede allí dentro? ¡Abran, abran o llamaré a la policía!
- ¡Nadie lo necesita aquí!, ¡Largo, esto es asunto nuestro! – grito una voz gruesa y amenazadora, que por supuesto no era la de Jo.
- ¡Abra por las buenas! – le grité también yo.
- ¿Es que todos los inquilinos están allí afuera? – nos grito arrojando algo contra la puerta, lo que nos hizo retroceder involuntariamente.
- ¡Sí, todos estamos aquí afuera!, así que no se busque problemas y abra esa puerta – le volví a gritar.
La puerta se abrió y a un costado aparecido un hombre alto y atlético. Era un hombre agraciado; pero había algo en sus ojos pequeños y en sus delgados labios que opacaba todo el resto. Ese era el rostro de un hombre envilecido. ¿Cómo pudo Jo enredarse con alguien así? Nos miro a todos con increíble desdén.
- Ya lograron lo que querían montón de entrometidos. Estoy hastiado de él, quizá alguno de ustedes quiera comerse las sobras – nos dijo mirando primero a mi compañero y luego clavando sus ojos en mí. Escucharlo hablar así me enfureció. Me abalancé sobre el hombre y de no haberme detenido Orlando creo que hubiera faltado muy poco para que lo matara.
- ¡Déjalo Paúl, déjalo! – me decía Orlando halando de mí con todas sus fuerzas – es mejor que vayamos a ver cómo esta Juan José.
Recobré el sentido, y digo esto porque mientras lo golpeaba no era dueño de mi mismo y entendí que hacer lo que me decía mi vecino era lo más sensato. Me olvide de aquel hombre y me deje conducir por aquel.
La habitación era un desastre, objetos rotos por todos lados. Pero mi mirada se centro en el grupo que rodeaba a una figura que yacía en el suelo. En apariencia parecía no tener daño alguno, solo cuando me fije en como se había teñido de rojo la blanca bata de Patricia me dí cuenta que por el contario debía estar malherido. Mientras ella lo sostenía, Helena presionaba con fuerza una toalla sobre un costado. Todo sucedió tan rápido; escuchar las sirenas, ver llegar a los paramédicos e inclinarse sobre él  desplegando una serie de artefactos, para finalmente levantarlo y colocarlo en una camilla para trasladarlo a la ambulancia. Helena, Orlando y Patricia eran los que parecían conservar su sangre fría. Los escuché decir que seguirían de cerca al vehículo y nos llamarían en cuando tuvieran noticias. Yo estaba de pie, como clavado al piso, sin atinar a hacer absolutamente nada.
Cuando el grupo salió repare en la señora Wasser, se había despojado de su abrigo y cubierto con él a Gianni que temblaba en un rincón.
- ¡El no Pauli!, ¡El no!, eso no es justo, la Muerte me buscaba a mí, ¡a mí! Qué ha sucedido entonces, ¿acaso su terrible guadaña ha errado la dirección? – La muchacha parecía fuera de sí. Zemira la miraba con infinita piedad y yo… existía alguna palabra para describir lo que sentía… si existía no podía hallarla – Pauli, dile que regrese, no permitas que se marche. Dile que la aguardo de hace mucho y que ya no me asusta irme con ella. Pero que no se atreva a mirarlo a él.
Empecé a entenderlo todo, Gianni estaba muy enferma; probablemente desde que la conocí, eso explicaba su extremada delgadez que ella trataba de disimular poniéndose prenda tras prenda, su palidez. Con el corazón oprimido observé como se desplomaba al suelo a pesar de los esfuerzos que hacía la señora Wasser por sujetarla.
No, no podía ser posible tanto dolor en un solo día. Jo… Gianni. Corrí hacía ella, apenas respiraba.
- ¡Zemira, pide ayuda, pronto, pronto! –Toda la escena previa con Jo se repetía; la sirena, los paramédicos arrodillados alrededor con sus implementos. Eran como esos sucesos que llaman “déjà vu” solo que la sensación de lo ya vivido no me era en absoluto extraña, porque no se trataba de un sueño o de un hecho perdido en la memoria. Lo había vivido hace unos momentos, todo resultaba tan espantosamente similar. Los hombres levantando a Gianni para ponerla sobre la camilla, yo diciéndole a Zemira que seguiría a la ambulancia y me comunicaría con ella en cuanto tuviera alguna noticia. ¡Eran las mismas palabras que Orlando había usado!
Mientras seguía el vehículo iba pensando si Gianni tenía familia, no recordaba haberla escuchado hablar de ellos nunca, cómo avisarles de lo que estaba ocurriendo. ¡Esa angustia que casi no me permitía respirar! ¡Esa angustia cada vez que nuestra veloz carrera hacía el hospital se veía interrumpida! ¡Dios, Dios, a Ti que no he orado desde niño y que hasta he cuestionado Tu existencia, no permitas que ellos mueran!
Había varias personas en el hospital aguardando la llegada de la ambulancia y para quienes yo era un perfecto desconocido. De inmediato fue ingresada a emergencias. Pero ya era demasiado tarde… ¿Cómo puede ser demasiado tarde para alguien que apenas sobrepasa los veinte años? ¿Dónde se ira ahora todo ese tiempo que aun le faltaba por vivir?
Una mujer se precipito sobre el cuerpo de la joven sollozando desconsolada, mientras que del otro lado un hombre se acerco y beso la frente y las manos de Gianni. Los otros eran unos muchachos bastante parecidos a ella, lloraban abrazados a los pies de la joven; asumí que se trataba de sus padres y hermanos.
- ¡Gianella, Gianella, por favor hija mía, por favor, despierta! ¡Dios mío, Gianella, te hice sufrir tanto, tanto… y ahora ni siquiera puedo pedirte perdón!
- Señora, no se atormente más. Ella la hubiera perdonado – la mujer se volvió hacía mi y me observo largamente, creo que trataba inútilmente de recordarme.
- No, usted no me conoce, yo era amigo de Gianni… yo la llamaba así. Vivíamos en el mismo edificio… no sabía que estuviera tan enferma… – tuve que callar porque la tristeza me impedía seguir hablando.
- No me extraña que no supiera nada de su enfermedad – era el hombre maduro quien se dirigía a mí –  Gianni, como le decía usted, se lo ocultaba a todos. Incluso nosotros nos enteramos hace casi dos años. Si llego a conocerla lo suficiente debe saber que tenía un espíritu indomable. Quizá por eso abandono pronto la casa, apenas al cumplir la mayoría de edad. La abrumamos con tantos conceptos de moralidad, de pecado…
- Tú no querido, fui yo quien me mostré siempre intolerante con su forma de ser, me pasé toda su corta existencia juzgándola. Este es el castigo a mi intolerancia.
- ¿Qué enfermedad tenía Gianni señor Ríos? – pregunte porque deseaba desviar los amargos pensamientos de la pobre mujer.
- Anemia aplásica idiopática, su médula ósea no producía las células sanguíneas suficientes. Ella acepto someterse a un transplante de médula, yo fui el donante. Al principio todo parecía ir bien, pero luego de tres meses comenzaron a manifestarse complicaciones. Gianni empezó a sufrir fuertes dolores estomacales, vómitos y fiebre. Luego de varios exámenes el médico nos dijo que todos los síntomas indicaban un caso de enfermedad de injerto contra huésped (EICH). Cierto tipo de mis glóbulos blancos estaban atacando el cuerpo de mi hija. Debía tomar como cinco o seis medicamentos distintos a diario. Ella ya no vivía con nosotros y nada la haría volver. Nos comunicabamos a diario, pero eran contadas las veces que nos devolvía las llamadas. Tampoco quería que supiéramos dónde vivía. Así que solo nos quedaba rogar a Dios que estuviera siguiendo el tratamiento.
- ¡Usted la quiso mucho! Sé que no me equivoco al afirmar esto – me dijo la madre levantado la frente que había mantenido sobre el pecho de su hija, parecía haber envejecido años en unos minutos.
- Ahora me doy cuenta de cuanto la quería señora. Por la paz de usted y la de ella, no la recuerde con dolor. Tienen que haber existido algunos momentos buenos que recordar.
- Yo siempre le hice la vida imposible – al decir esto volvió a esconder el rostro entre las sábanas que cubrían a Gianni.
- Eso es imposible señora, hasta en la peor relación siempre hay algo que rescatar. Sé de lo que hablo, los vínculos con mis padres son bastante malos, casi ni nos hablamos, salvo para esas fechas ineludibles como los cumpleaños y las navidades. Pero siempre voy a recordar una noche de verano;  tendría  unos catorce años, mi padre me dejo instalar las luces navideñas exteriores de acuerdo a mi gusto, cuando finalmente las encendimos las observó sorprendido y me dijo: “Paúl, dudo que haya otra casa que rivalice con la nuestra. Has hecho un trabajo estupendo”. Nunca volví a escuchar un halago de su parte... había olvidado ese verano… en verdad lo había olvidado…
La señora Ríos me tendió sus manos conmovida y lloramos en silencio por unos minutos.
- Me debo ir, tengo otro amigo que esta muy mal. Está ha sido una noche que por nada del mundo quisiera volver a vivir.
- De corazón espero que ese amigo suyo tenga mejor suerte que nuestra niña – me dijo el hombre poniéndome una de sus manos sobre el hombro. Yo le sonreí agradecido de que pensara en mí en medio de un dolor que no me atrevía siquiera a imaginar.
Me retire en silencio, dejándolos junto a su hija. Conseguí comunicarme con Orlando, me indico a que Clínica había sido trasladado a nuestro amigo. Después de muchos esfuerzos consiguieron estabilizarlo, pero el pronóstico era aun reservado. Me pidió que los buscara en Cuidados Intensivos. No quise decirles nada de Gianni, era mejor contarles lo sucedido estando frente a ellos.
Cuando llegue a la Clínica pregunte por la Sala de Cuidados Intensivos. Estaban todos sentados en unos sillones de color azul, sus rostros lucían fatigados y con esa inconfundible huella que nos deja la tristeza. Al verme se levantaron para cada uno expresarme a su manera lo preocupados que estaban por Jo y lo agradecidos de que yo estuviera con ellos. Me estremecí al pensar en la noticia que les tenía reservada.
Creo que por mucho que ansiaríamos velar, la fatiga y la tensión de los momentos vividos habían hecho mella en todos nosotros. La voz de un médico nos devolvió a la realidad, su rostro estaba sereno, lo cual era una buena señal. Nos dijo que ya estaba fuera de peligro y que en el transcurso de la mañana sería trasladado a una habitación. Cerré los ojos y por primera vez después de más de veinte años dí gracias a Dios.

Julio 16

Todos hemos podido ver por unos instantes y hablar brevemente con Jo. Él se limitaba a escucharnos pues aun se encuentra demasiado débil. Nos hemos puesto de acuerdo en no decirle nada sobre la muerte de Gianni hasta que este lo suficientemente fuerte para resistir el golpe que va ser para él enteresarse que nuestra amiga no está más con nosotros.
La señora Wasser se quedará a su lado mientras el resto asistimos al funeral. El ataúd está cerrado y en una sala privada. No hay profusión de flores, solo un bello ramo de azucenas descansa sobre el féretro. Nadie salvo sus padres, hermanos y mi persona tenemos acceso a esta. Esto gracias a la bondad de los señores Ríos y debido al verdadero cariño que le tenía a su hija. Mis compañeros tuvieron que permanecer en el salón con el resto de personas que venían a presentar sus condolencias. Por un momento quise interceder por ellos para que se les permitiera estar conmigo, pero Patricia me lo impidió. No necesite que me dijera nada. Me sonrió tristemente mientras negaba con la cabeza.
Nadie vestía de negro, Gianni hubiera detestado eso. Cuando finalmente fue llevada a la capilla donde se harían las últimas oraciones antes de que su cuerpo fuera cremado, incline la cabeza y deje mis lágrimas caer.
Cuando todo termino vi salir a su padre con una pequeña urna entre las manos. Eso era todo lo que quedaba de Gianni, cenizas, cenizas, cenizas…




13 julio, 2011

El edificio "S" IV



Junio 29

Debo haberme dormido de nuevo, las cortinas están sin descorrer aunque ya es de día. En los nublados inviernos por lo general tengo las luces encendidas incluso durante la mañana. El debe haber velado junto a mí toda la noche y el cansancio lo ha vencido. ¡Que gran pérdida para las mujeres! Un hombre como él podría tener a la que quisiera; ya había hechizado a mis dos hermosas damas y no me extrañaría que hasta la solterona mudase en cualquier momento sus afectos de mi persona a Juan José. Miré hacía el velador y vi sobre este un vaso con agua a medio llenar y una caja de analgésicos, de seguro debo haber tomado algunos anoche porque la cabeza me duele mucho menos de lo que había calculado. Me pongo de costado y apoyo la mejilla sobre la palma de la mano. Pienso que nadie puede sustraerse a la belleza, a aquello que posee belleza, que llena y conmueve el corazón. Es algo que está más allá del género y a mi pesar tuve que admitir que el miedo que experimentaba de tener algún contacto con aquel joven era su hermosura, que en alguien como yo atrapaba con más fuerza. Dormía profundamente, así que podía contemplarlo a mi antojo; sus cabellos oscuros, casi negros, ligeramente ondulados; sus facciones delicadas y que sin embargo no perdían en nada su virilidad, la nariz recta y fina, los labios de un rosa pálido, pero sobretodo sus ojos que aún cerrados eran bellos con espesas pestañas bordeándolos. Estaba acurrucado sobre un sillón cercano a mi cama, al parecer las prisas que debía haberle hecho pasar lo habían agotado, pues tenía las mejillas coloreadas y la camisa ligeramente entreabierta. Podía ver parte de su pecho cubierto de un vello ligero, su piel no era de ese tono blanco e insulso, era como si bajo ella ardiera una luz naranja como el tono que tienen algunas rosas. Lo escuché gemir suavemente como alguien que esta a punto de despertar, me volví a acostar rápidamente. Efectivamente se despertó y sus ojos claros se clavaron en mí. Estos tenían un lenguaje propio, porque ellos me sonrieron antes de escuchar su voz saludarme alegremente.
- ¿Cómo te sientes? – me preguntó,
- Bien, gracias a ti. ¿Te he dado mucho trabajo? – hizo una mueca deliciosa antes de contestarme.
- No, en verdad no. Estoy en cierta forma acostumbrado a este tipo de situaciones – se detuvo, como embarazado por lo que acababa de decir. Lo anime con un gesto para que continuara – Perdona, no quiero hacer comparaciones que podrían ofenderte, pero mi madre era alcohólica. Yo soy el mayor de mis hermanos y tuve que lidiar con eso, mi padre aguantó hasta donde su debilitado corazón se lo permitió. Podía haber huido y abandonarnos a nuestra suerte; creo que nadie lo hubiera culpado, mi madre se había convertido en una pesadilla, pero no lo hizo… – calló por unos instantes, hablar de todo aquello le era visiblemente doloroso.
- Sigue por favor – le pedí, tomando inconcientemente una de sus manos.
- El siempre nos decía que lo único que anhelaba era que antes que la muerte cerrara sus ojos, todos tuviéramos alguna profesión, o por lo menos algo con que ganarnos la vida. Y dedicó cada centavo, cada uno de sus días en nuestra educación. Todos le dimos esa satisfacción, Sergio el menor de mis hermanos, terminó de estudiar medicina el año pasado, lo acompañamos hasta la tumba de papá; él llevaba su título bajo el brazo: “Aquí esta padre mío, ya soy también un profesional, nuestra promesa esta cumplida”. Mi padre me amaba tal cómo era, nunca cuestionó ni me echo en cara mis inclinaciones – su mano apretó con fuerza la mía, como si el recuerdo que iba a evocar sobrepasara el aplomo que hasta ahora había mantenido durante aquel relato – Sabes, él estuvo en primera fila el día que di mi primer concierto y me aplaudió hasta que incluso los demás habían callado. Siempre me hizo saber cuan orgulloso se sentía de mi y de cada uno de mis logros. Cuando él murió yo ya tocaba para la Orquesta Sinfónica Nacional.
Dos húmedos surcos se deslizaban por sus mejillas cayéndole sobre camisa.
- Mi madre bebió hasta matarse. Y que Dios me perdoné, pero aquel día sentí que finalmente me había librado de una carga atroz.
Se puso de pie de un salto y salió de la habitación. Aun sentía la tibieza de su mano en la mía, conservaba las marcas rojizas por la presión de sus dedos. Aun podía sentir en el aire su dolor.
Es casi mediodía y debo empezar a escribir el artículo para Del Prado. Las pinturas de Samaniego me hicieron vibrar desde que puse los ojos en ellas. En estos casos sabía que me bastaba sentarme frente al teclado para que las palabras fluyeran sin dificultad. Tomé una ducha caliente, que relajante era estar bajo el agua dejando que arrastrara los últimos vestigios de mi borrachera de la noche pasada.
Estaba sentado en mi silla favorita observando la pantalla. Allí tenía la hoja digital en blanco esperando que la inundara con mis frases agudas, mis observaciones correctas… pero no podía concentrarme, mi mente divagaba, no, no divagaba. Estaba concentrada es cierto, pero no en los trazos de Samaniego, estaba absorbida por la imagen de Juan José, en el tono de su voz mientras me narraba aquel trozo amargo de su vida. ¡A mí!, que había sido tan cruel con él. Sin apenas conocerme se quedo a mi lado cuando cualquier otro hubiera vuelto la mirada con aversión y me hubiera dejado acompañado de mi miseria. Sí, porque ahora me doy cuenta que el beber hasta perder la conciencia es rebajarse ante los ojos de todos, es perder el respeto de quienes nos rodean. ¡Como debí abrir sus viejas heridas! ¡Como debí recordarle a la madre a la que seguro tuvo que asear incontables veces!
Volví a mirar el reloj, era la una de la tarde. Cerré los ojos con fuerza, me coloqué los audífonos y busque el archivo con mis piezas favoritas. Las palabras empezaron a fluir y pronto el blanco de la pantalla se lleno de palabras. Teclee sin descanso hasta ver aparecer el punto final. El artículo estaba terminado, tengo la costumbre de leer y releer mis escritos antes de entregarlos, pero está vez no fue necesario. Me basto una leída, una que otra corrección ¡Estaba perfecto! No sabía a que atribuirle aquello, si a mi inmediata conexión con las pinturas de Samaniego o a la influencia que Juan José había empezado a ejercer en mí.
Me asustaba detenerme en este último pensamiento. Encendí la impresora y me fui a mi icono favorito  con el cursor presionando sobre este. Siempre imprimía varios juegos, y aquello llevaría un poco de tiempo. Así que mientras la máquina hacía su trabajo yo fui a vestirme. Al salir me tope con Patricia y Orlando, al parecer Juan José ya les había comunicado mi cambio de actitud hacía su persona, porque ambos me saludaron sonrientes.
- Nos vemos más tarde, llevo prisa, tengo que entregar este artículo antes de las tres – les grite mientras bajaba las escaleras de dos en dos.
- ¡Esta bien!, nuestro amigo del 3A dice que nos tiene una sorpresa para todos. – le hice entender que la había escuchado.
Como me alegraba escuchar de nuevo a Patty y el mudo saludo de Orlando, el hablaba muy poco, en verdad nada. Cualquier conversación la acaparaba su compañera. Él parecía aceptar con gusto esta situación, salvo aquellas ocasiones en que su paciencia era probada al límite, entonces estallaba en un torrente de gritos y amenazas de que la dejaría de una vez por todas. Solo me faltaba hacer las paces con Gianni, mi niña hermosa, pero sabía que era poco probable encontrármela a esas horas, por no decir que imposible. Pero ya la vería más tarde.
Apenas había llegado a su despacho cuando desplegó ante mis ojos una serie de recortes de los diarios del día. Luego leyó con avidez las hojas que le había alcanzado. Estaba encantado con el artículo.
- Un éxito completo. Sabes reconocer el talento como nadie, y mañana mismo saldrá tu artículo en la “Noche azul”.
- ¡Vaya!, volamos alto.
- Esto esta magníficamente escrito, no se merece salir en ninguna otra revista de arte – cuando Del Prado se entusiasmaba tendía a estrujarlo a uno entre sus gruesos brazos, después de aquel estallido de entusiasmo me soltó – sigue escribiendo así… pero si estoy diciendo necedades, tú tienes talento. Ven a almorzar con nosotros, Andrés está en la otra habitación, creo que el muchacho no ha pegado ojo. Imagínate lo que debe estar sintiendo, pasar de ser un desconocido a encontrarte asediado por llamadas para que les concedas una entrevista.
- No hace falta usar la imaginación, lo entiendo perfectamente – le respondí reconcordando los días en que nadie reconocía mi trabajo, hasta que llego el éxito.
- Claro, claro que lo entiendes Paúl. Bueno, ¿entonces, vienes a almorzar con nosotros?
Era imposible negarme a aquella invitación. Se la debía a Samaniego, porque mis escritos no existirían sin la obra que los inspira y también a Ignacio, quien no cesaba de demostrar la fe ciega que tenía en mí.
Pase una tarde agradable, el almuerzo se prolongó hasta las seis de la tarde. Ya empezaba a sentirme inquieto porque Patricia no había alcanzado a decirme si había una hora fijada para la dichosa “sorpresa” y conociéndola, era incapaz de enviar un mensaje a mi celular. A menudo me hacía reír con lo inútil que se mostraba para las cosas mas sencillas; se le hacía un mundo enviar un mensaje de texto, apenas si sabía manejar su correo electrónico, y ni hablar de manejar los programas más elementales como el Word y el Excel. La escuché decir que se había inscrito en un curso, pero sabía que no tardaría en abandonarlo, carecía por completo de disciplina. Sin embargo era increíble la memoria que tenía para recordar hechos y conversaciones enteras, si uno hacía un comentario trivial y ella estaba presente, había que atenerse a las consecuencias de lo dicho.
Ignacio pareció notar mi impaciencia y dio por finalizada la reunión, nos despedimos rápidamente. Los tres sabíamos que probablemente nos veríamos muy a menudo. Además cada quién tenia que atender sus asuntos; Andrés a continuar con sus entrevistas, Del Prado a hacer los contactos con la “Noche Azul” y yo a reunirme con… con la gente del edificio “S”.
Iba a ir directamente a mi departamento a esperar el llamado de nuestra “vocera oficial”, cuando sentí deseos de ver a Gianni, extrañaba su encantadora presencia y suponía que también la encontraría en buena disposición para conmigo. Golpee suavemente su puerta, nada, golpee con un poco más de fuerza.
- ¡Espera Pauli!, ya estoy contigo – escuchar su voz alegre de nuevo, sin ese tinte de amargura me hizo sonreír feliz.
Finalmente abrió, sin duda estaba trabajando porque la puerta del cuarto oscuro estaba ligeramente entreabierta. La note más pálida de lo habitual, pero con esa sonrisa que me había cautivado desde que la vi por primera vez.
- Perdona, creo que estoy interrumpiéndote.
- No, en absoluto, solo estaba poniendo un poco de orden. Ya veo que te fue muy bien ayer, a pesar de que nos echaste en falta.
- Siempre me sorprendes, pero me encanta escuchar el cómo llegas a tus conclusiones.
- Te ves radiante, y sin embargo se te nota algo fatigado. Ayer escuché voces frente a tu puerta. Hoy en la mañana nuestro músico me contó que habías bebido bastante. Nadie bebe así cuando celebra, por lo tanto, te sentías solo y de seguro querías que estuviéramos contigo en esos momentos.
- Sí, me puse a beber por ti, por Orlando, por Patty, por los habitantes el edificio entero, y ya ves como acabe – la miré de nuevo, no, no me había engañado desde que la observe al entrar, estaba bastante pálida.
- ¿Gianni, te sientes bien?
- A qué viene la pregunta – se miro en un espejo que tenía cerca – Ah, sí, estoy un poco paliducha. Creo que no estoy comiendo bien estos días, es que… tú debes entender este sentimiento, así que me vas a ahorrar demasiadas explicaciones. Algunas veces debe haberte ocurrido que pasan días y días, incluso semanas y hasta meses sin que, en tú caso, encuentres ninguna pintura que te inspire. Tus dedos están adormecidos sobre el tablero sin que un solo pensamiento los mueva. Y de pronto llega nuevamente la Inspiración, y hasta los rincones más oscuros se iluminan con su radiante luz, entonces comprendes que debes escribir y escribir, porque no sabes hasta cuando te acompañara. Porque Ella es una amante desleal. Eso es lo me ocurre ahora, hacía meses que no encontraba nada, tú hallaste a Samaniego, yo a Jo.
- ¿A quién?
- Ah, es esa costumbre mía de acortar los nombres, a veces creo que me excedo, como en este caso por ejemplo, me refiero a Juan José.
- ¿Estás fotografiando a Juan José? – estaba sorprendido y deseoso de ver las fotos que Gianni le había hecho al joven. No quería mostrarme tan ansioso, pero sabía que era inútil ocultarle algo.
- ¡Te mueres por verlas! – y comenzó a palmotear como una niña que está a punto de mostrar su juguete favorito. Levante los ojos al techo como implorando paciencia.
- ¡Venga!, enséñame esas fotos – la vi llevarse el dedo índice a los labios como para imponerme silencio o discreción.
- Eres el primero en verlas, aparte del modelo por supuesto, quiero que me des tu opinión como crítico de arte que eres. He trabajado mucho en esto y si Jo me lo permite quiero exponerlas.
La muchacha puso en mis manos una especie de dossier con no menos de veinte o treinta fotografías dentro.
- Ven, siéntate aquí para que puedas mirarlas tranquilamente. Voy a alistarme para la “sorpresa” de Jo.
- ¿Tú tampoco sabes de qué se trata? – le dije incrédulo.
- Sí lo sé, pero para las sorpresas son para eso… para sorprenderse – y la observe retirarse a su habitación, no toque nada hasta escuchar el suave sonido de la puerta al cerrarse.
Me quede a solas con la carpeta en las manos. No entendía porque se me hacía tan difícil abrirla. Solo eran fotos, excelentes fotos, viniendo de Gianni, pero qué podía turbarme de ellas. Finalmente abrí las cubiertas de cartón, eran desnudos de Jo, todas en blanco y negro. Mi mirada inflamada se clavaba en aquel cuerpo armonioso. El cuello grácil, el pecho perfectamente definido al igual que su vientre. Las piernas musculosas, tanto como sus brazos. Era como la estatua de un antiguo Apolo a la que se le había dotado de vida. Ahora recordaba que Patricia lo había llamado así la primera vez que se refirió a él. El Apolo del 3A. Las fotografías pasaban por mis manos una tras otra. Podía observar su espalda, la cintura delgada. Extasiarme en las firmes curvas de sus caderas. Observar la delicada línea del vello de su vientre, hasta perderse en la oscuridad. Cuando termine de verlas me sentía mareado, tenía la impresión de haber hecho un viaje por cada curva de su cuerpo. De regresar de otra Era donde la belleza era venerada sin falsos recatos. Mi corazón latía con fuerza y respiraba con dificultad. Guarde todo con presteza, no podía continuar teniendo aquellas fotos en mis manos.
- Hasta yo me sentí turbada en algunos momentos mientras lo fotografiaba – La voz de Gianni me hizo saltar del asiento. Desde cuándo me había estado observando – no te avergüences por sentirte excitado por otro hombre, en todos los seres humanos subyace un algo de ambiguo que en algunos momentos se manifiesta.
- ¡Gianni, estas fotografías son absolutamente hermosas!, idependientemente de cualquier otra sensación que pueda despertar – le repondí sintiendo como la sangre se me subía al rostro.








                                               

- No se si podré mirarlo a la cara después de haber visto estas fotos y de haberme puesto como me puse.
- Vuelve a fijar en tu mente la imagen que siempre has tenido de él. No todo es blanco o negro Pauli, existen los grises.
Nuestra conversación se vio interrumpida por la voz de Patty seguida de unos golpecitos en la puerta.
- Gianella, ¿estás lista?
- Sí, ya vamos para allá.
- ¿Vamos, es qué estas acompañada? – respondió una voz en un tono malicioso desde el otro lado.
- Estoy con Paúl, bobita. Si quisiera estar con alguien sería contigo – Gianni y yo reprimamos a duras penas la risa. Solo cuando escuchamos unos pasos apresurados alejarse de la puerta rompimos a reír.
- ¡Vamos Pauli, date prisa, no quiero hacer esperar a Jo – me dijo, mientras tomaba uno de sus abrigos del perchero y se envolvía en él.
Me había dado cuenta que solo me llamaba Pauli cuando estábamos a solas y que solo era Gianni para mí y solo era Jo para los dos. Cruzamos el pasillo hasta el departamento 3A, yo tenía a la joven tomada del brazo a manera de escudo, fue ella quien llamo a la puerta, respire un poco aliviado cuando vi que era Orlando quien nos abría. Cuando estuvimos dentro, me quede sorprendido por el buen gusto y el orden que reinaba por todo el lugar, cualquier vestigio de su antiguo habitante había sido borrado por completo. Un hermoso piano se destacaba en el centro de la habitación. Negro y brillante. Magnifico y sólido, como toda pieza destinada a sobrevivir a los siglos. Habían dispuesto algunas sillas, como para un pequeño concierto. Jo no había olvidado invitar a nadie, también estaban allí, Helena y Zemira. Que increíble me parecía vernos a todos reunidos por primera vez. Tomamos asiento junto al resto, él no tardo en aparecer. Estaba vestido con un pantalón beige y un grueso suéter blanco. El recuerdo de su desnudez me turbaba, busqué la mano de Gianni y me dí cuenta que ella ya la esperaba porque se apresuró a poner su otra mano sobre la mía.
- Gianni, es mejor que salga, no me estoy sintiendo bien – dos ojos grandes y verdes me miraron con aquella  severidad que ya conocía.
- ¡Tú te quedas aquí!  Aprende a dominarte, y no me vengas con que no puedes. Yo tengo que hacerlo una y otra vez, así que también tu puedes manejar lo que puedas estar sintiendo… – su voz se había convertido en un susurro. Jo se había puesto frente a nosotros como para dirigirnos la palabra.
- No quiero que nadie se sienta obligado de estar aquí. Soy nuevo en este edificio, sin embargo en estos pocos días he podido conocer personas que han sido muy buenas conmigo y quería obsequiarle algo… lo mejor que tengo es mi música – tomo asiento frente al piano y empezó a interpretar varias hermosas piezas . Sus delgados dedos iban y venían sobre las teclas. Cerré los ojos y deje que la música me arrebatara el alma. Y por unos instantes ansíe que aquellos dedos danzaran sobre mi cuerpo.


Fotos: enelpaisdelasultimascosas,blogspot.com
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