25 julio, 2011

El edificio "S" VI



22 de Julio

Llueve, llueve, llueve. El agua se empoza en sucios charcos en los agujeros de las calles. No huele a tierra húmeda, a hierba fresca; el aire todo tiene un ligero olor a podredumbre. El cielo esta gris, tan gris como todo a mí alrededor desde que Gianni murió. Que tristes somos los seres humanos, cuánto tiempo nos hace falta para darnos cuenta de lo importante que es alguien en nuestras vidas. Lo olvidamos, lo apartamos como si fuera a estar eternamente a nuestra disposición, y el día menos pensado abrimos los ojos, despertamos de nuestro absurdo sueño y nos damos cuenta que esa persona ya no está más, se ha marchado para siempre de nuestras vidas. A menudo no es solo su ausencia física sino que su afecto, su ternura o su respeto… simplemente nos abandonó para siempre.
¡Amiga mía¡ tantos días sin visitarte, hundido en mi egoísmo, huyendo de mis fantasmas… ¡pobre infeliz! como si se pudiera huir de los fantasmas que llevo dentro. No puedo escapar de ellos, son de esos que aterra mirar porque nos atrapan en sus gélidos brazos y nos susurran cosas que no deseamos oír, cosas que hemos hundido en el fondo de nuestras conciencias. Te abandone cuando probablemente más necesitabas de mí.
Sus padres han visitado su departamento, ignoraban la pasión que su hija sentía por la fotografía. Les he rogado dejar todo tal como esta hasta que le den de alta a nuestro común amigo Juan José. He comentado con ellos que él era aun más cercano que yo a Gianni. Ellos han accedido sin poner ningún reparo.
- Es a ustedes a quienes corresponde disponer de todo lo que se encuentra aquí. Es una parte de la vida de Gianella que no nos pertenece. Solo te ruego que nos avises cuando tengan todo dispuesto.
- Por supuesto don Eduardo, yo me comprometo a llamarlo.
- Hoy he querido volver a su estudio sin Amelia, lo necesitaba. Paúl, me permites quedarme unos momentos a solas. Siento que parte de ella esta aquí, su joven corazón late en cada una de sus fotografías. Porque así era ella, volcaba el alma en cada cosa que hacía. Un cerebro objetivo y lógico, junto a un corazón apasionado y tierno.
Deje al hombre de pie en medio de la habitación observando algunas de las fotografías que estaban apiladas sobre su mesa de trabajo y cerré la puerta tras de mí. No podía haber hecho una mejor descripción de la joven.
A los largo de aquella semana nos habíamos estado turnando para velar a nuestro amigo. Era yo quien me quedaba más a menudo a su lado. No estoy sujeto a un horario de trabajo como el resto, así que puedo acomodar mis horas según mis necesidades.
El tiempo que paso a su lado se me hace cada vez más corto, quisiera que las horas tuvieran más de sesenta minutos. La música, la pintura y la literatura son nuestros temas favoritos; Jo sabe tanto de cada uno de estos temas que no deja de sorprenderme con alguna información nueva y desconocida hasta entonces para mí. Hay ocasiones en las que hablamos sobre cosas vinculadas a su vida íntima, entonces me siento dichoso de haber ganado su confianza. Pero en cada visita la pregunta es siempre la misma: “Dónde está Gianni, por qué no ha venido a verme”, se me habían agotado las evasivas al igual que al resto creo yo. No podemos seguir ocultándole la verdad, además algo en su mirada me dice que intuye que algo no esta bien.
- Paúl, ¿qué sucede con Gianni? – me dijo de repente una tarde. Su pregunta fue tan sorpresiva que me dejo por unos segundos sin saber qué responderle – recuerda que yo sé mas cosas sobre ella que tú no. Me angustia su ausencia. La incertidumbre es más penosa que la verdad, así que si tienes que decirme algo sobre ella, te ruego lo hagas de una vez. No creas que no he notado como todos ustedes me dan respuestas vagas o procuran cambiar de tema cada vez que pregunto por nuestra amiga.
Había llegado el momento, finalmente tenía que contarle lo ocurrido.
- Jo, Gianni, Gianni – me levante de la silla en la que había estado sentado, y me volví de espaldas hacía él, como si fuera a hallar las palabras justas escondidas en algún rincón de la habitación.
- Ella está muerta, ¿no es así? – al escucharlo me quede clavado en el lugar sin que ninguna palabra acudiera a mis labios – ¡Es cierto entonces!, tu silencio me lo estas confirmando.
- Ella murió la misma noche en que fuiste ingresado a la clínica – le respondí, secándome alguna lágrimas que se habían deslizado por mis mejillas.
- Lo sabía, ella no podía haberme olvidado, no ella. ¿Sufrió mucho?
- Lo único que a ella le importaba eras tú. Todo fue tan repentino que dudó que haya sufrido.
- Me imagino que su familia guarda sus cenizas - aquella alusión tan repentina a lo que había sido de la joven me dejo desconcertado, pero luego recordé lo íntimamente que ellos estaban unidos y pensé que sin lugar a dudas Gianni le había confiado sus últimos deseos. 
- Sí, están en casa de sus padres hasta donde yo sé. Jo, por qué no me dijiste nada de la enfermedad de Gianni.
- Ella me hizo jurar silencio. Incluso yo me entere de forma casual, de otra manera tampoco hubiera sabido nada. ¿Recuerdas las sesiones de fotografía que me hizo? – asentí con la cabeza – en una ocasión ella empezó a sangrar por la nariz, la hemorragia se detuvo pronto y ella me dijo que eso le ocurría siempre que iba a coger un fuerte resfrío. Pero volvió a ocurrir una vez más y luego otra, además yo no observaba ninguno de los otros síntomas clásicos de un catarro. Comencé a sospechar que me ocultaba la verdad de lo que le ocurría, sin duda sangraba más en otros momentos, su palidez empezaba a preocuparme. Cuando terminábamos nos agradaba sentarnos a charlar y ella comía bastante bien, entonces porque seguía tan delgada. Cierta vez mientras me fotografiada, la observe abrir y cerrar los ojos en varias ocasiones, como si no pudiera enfocar su visión correctamente, de pronto la vi desmayarse cayendo pesadamente sobre el suelo. Corrí hacía ella y me arrodille a su lado, para que su cabeza pudiera descansar en uno de mis hombros: "Jo, en mi bolso… al costado del computador… busca la tarjeta del Hospital San Ignacio. Llévame allí… ellos ya saben qué hacer" me decía con la voz entrecortada, para después volver a perder la conciencia. Me vestí a toda prisa y la lleve en brazos hasta mi auto rumbo al hospital que me había indicado. En urgencias parecían ya conocerla, de inmediato la ingresaron y estuvo allí cerca de tres horas. Cuando la volví a ver note que sus mejillas se habían coloreado ligeramente al igual que sus labios, quisieron llevarla en silla de ruedas hasta el auto, pero ella insistió en caminar. "Acabamos de hacerle una transfusión, ahora llévala a casa, haz que se acueste y procura que descanse hasta mañana. Entiendo que es bastante difícil lo que te pido, porque mantener a esta chiquilla acostada es imposible, pero por lo menos inténtalo" el médico me hablaba ignorando que yo no sabía absolutamente nada de lo que le sucedía a Gianni.
Me daba cuenta que mientras Jo me narraba todos aquellos sucesos se iba angustiando cada vez mas, me  arrepentía de haberle preguntado sobre ella. Intente calmarlo, pero cuanto hacia resultaba inútil, él estaba resuelto a contarme todo y no iba detenerse hasta hacerlo, solo esperaba que toda aquella agitación no le causara ninguna recaída porque no podría perdonármelo.
- Cuando llegamos la obligue a acostarse. Intente que comiera algo pero ella se negó rotundamente. Aún en aquel estado se veía tan bonita, sus ojos no se apartaban de los míos. Iba a retirarme para dejarla descansar, pero me tomo de la mano y me obligo a sentarme a su lado de nuevo: “Jo, no tengo derecho a haberte hecho pasar por todo esto sin darte una explicación” Yo intente negarme, le dije que no estaba obligada a decirme nada, pero ella insistió, entonces me dispuse a escucharla: “Hace tres años empecé a sentirme mal, me fatigaba demasiado, perdía peso y sangraba a menudo. Los modelos con los que trabajaba empezaron a notar que siempre estaba muy pálida y asusté a varios de ellos cuando de repente la sangre se me escurría de la nariz, manchando mi ropa o en ocasiones estropeando lo que estaba haciendo. Aquello empezó a ser tan molesto para mi trabajo que me vi obligada a ir al médico. Me sometieron a muchas pruebas, finalmente el médico me llamó una mañana para pedirme que fuera a su consultorio, aquello no me tranquilizaba en absoluto, sabía que no tenía buenas noticias para darme. No me equivoque, su diagnóstico fue anemia aplásica idiopática… al principio se me trababa la lengua al pronunciar todo ese palabreo. Mi médula ósea no producía células sanguíneas en la cantidad adecuada, eso era bastante malo, si no me sometía a un trasplante mis expectativas de vida eran bastante escasas. El médico me pidió que hablara con mis familiares, ya que cuando el donante es un familiar cercano las probabilidades de que el receptor rechace el injerto son menores. Yo me había ido de casa hacía unos cuatro años; convivir con mi familia, sobretodo con mi madre, se había transformado en un infierno. A ella le horrorizaba que su hija se acostara con otras mujeres, decía que eso era antinatural, que era una enfermedad, algo que iba contra las leyes de Dios. Mi padre salía muchas veces a mi favor, pero mi madre es una mujer dominante. Yo no tenía nada más que hacer en esa casa. Y ahora, venía a ocurrirme esto, cómo iba a presentarme ante ellos y decir: sabes mamá… papá, queridos hermanitos, necesito células madre sanas de la médula ósea de alguno, a ver quién es tan gentil… Por favor Jo, pasaron algunos meses sin que me comunicara con ellos. Luego tuve uno de los episodios parecidos a los de hoy. Unos de mis modelos habituales estaba presente, así que llamo a mis padres. Fue papá quien se ofreció de inmediato, pero simplemente no resulto. Hay más probabilidades de éxito cuando las células provienen de los padres o hermanos, pero en mi caso se produjo algo que se llama ECIH, enfermedad de injerto contra huésped, mi organismo estaba siendo atacado por las células transplantadas. Ellos querían que volviera a casa, pero yo no iba a aceptar eso. Viví por pocos meses en varios lugares, pero ninguno parecía adaptarse a mí o yo a ellos. Hasta que llegue al Edificio “S” y supe que de alguna forma este era mi lugar. Por un buen tiempo evite ser vista por nadie; en parte por los síntomas de mi enfermedad pero sobre todo porque la soledad es una buena amiga mía. Me hacía mucha gracia Patricia y sus mil intentos por descubrirme, y te debo confesar que estuvo cerca de hacerlo en más de una ocasión; ella es persistente y astuta pero yo soy más hábil.
Ya lo sabes todo Jo, te invoco en nombre de lo que sea más querido para ti a que guardes silencio, nada de lo que te he contado debe salir de ésta habitación. Podrás hablar cuando te libere de tu juramento o mi muerte lo haga".
Cuando dijo esto último las fuerzas me fallaron y me arrodille frente a ella. Tome una de sus blancas manos y la deposite un beso en ésta. Después hundí mi frente entre los pliegues de la manta que la cubría y lloré por mucho rato. Gianni aguardo pacientemente a que me desahogara, luego se inclino hasta que su rostro quedo frente al mío: “Jo, no sufras por mí, no voy a mentirte, no ha sido sencillo en absoluto. Sentí rabia, miedo, hasta que finalmente lo acepte… Creo que todavía hay demasiadas cosas que me faltaban por vivir y por ver, pero no ha podido ser así, no hay nada más que hacer”
Me sentí enojado, cómo ella que poseía una mente brillante, un gran talento y un espíritu valiente iba a doblegarse ante la Muerte sin pelear, simplemente arrojaría las armas a sus pies declarándose vencida antes de haber luchado. ¡Tú no Gianni, tú no te vas a rendir, yo no te lo permitiré!, le dije. Ella me miro dulcemente, sin un asomo de molestia por mis palabras. Se sentó sobre la cama, abrió algunos cajones de su velador y de este extrajo varios frascos de diferentes tamaños; eran unos cinco o seis, ya no lo recuerdo. Gianni volvió a dirigirse a mí: “Tomo estos en una dosis de dos a tres pastillas de cada uno a diario, mi organismo tampoco reacciona positivamente a la medicación. Me siento peor con ellas que sin ellas… así que no he vuelto a tomarlas desde hace unas semanas. Al parecer ya jugué todas mis cartas y he perdido la partida. Ahora Jo… ¡Ahora, quiero escuchar tu promesa!” Con los ojos inundados en lágrimas y la voz quebrada le prometí lo que me pedía. Ahora puedes juzgar los hechos, cómo podía romper un juramento de silencio hecho en esas circunstancias, ¡cómo!
Recién comprendía todo, sentí un dolor agudo, como si algo por dentro se hiciera pedazos. Cuanto debía haberle dolido aquel silencio, todo este tiempo estuvo cargando solo con aquella tristeza, sin tener el alivio de poder compartirla con nadie. Me imaginaba que debió acompañar a Gianni en más de una ocasión al hospital. Él había sido testigo de sus crisis, él la estaba viendo morir día a día. ¡Pobre amigo mío, pobre amigo mío! Me acerque hasta su cama y lo tome entre mis brazos, deje descansar mi cabeza suavemente sobre pecho y llore por un tiempo infinito, sabía que Jo también lloraba porque algunas gotas tibias caían sobre mi rostro y su sabor salado se fundía al de las mías
  
        
25 de Julio

Hoy dan de alta a Jo, casi todos estamos aquí, excepto Orlando y la señora Wasser. El primero había tenido que presentar un informe de última hora y la segunda nos dijo que el tiempo estaba muy malo para una vieja como ella y no deseaba pescar un catarro. Me extraño tanto su respuesta, pues nunca antes le había importado salir en un día lluvioso y menos aun sabiendo que íbamos por nuestro amigo. Yo sabía muy bien que era ella quien le llevaba dulces y mantas haciendo juego con los pijamas. Creo que volcaba en Jo ese amor que no podía darle a su hijo… ¿dónde estas muchacho, por qué no le escribes siquiera una línea a tu madre cuando ella debe haberte escrito cientos? No quise insistirle mas, me dí la vuelta y le deje recogiendo la mesa del desayuno. Había puesto la mano sobre el picaporte de la puerta cuando la escuche hablarme.
- Sabes Paúl, ya aprendí a abrir el buzón, ya no te molestaré más con eso – no había una sola nota de reproche en su voz, más bien sonaba triste. Voltee a mirarla; vestía como siempre, con ropas bien planchadas y desprendiendo un delicado aroma a lavanda, los cabellos grises perfectamente peinados, pero particularmente era sus ojos oscuros los que llamaban mi atención. Había algo en ellos que no alcanzaba a descifrar, despego los labios como si fuera a decirme algo pero luego se arrepintió.
- ¿Estas segura de que no quieres ir con nosotros Zemira? – le dije para animarla. Pero bajo la cabeza y continuó levantando los trastos de la mesa para llevarlos al fregadero.
- Estoy segura Paúl, vayan con cuidado.
Baje a la cochera y estacione el auto frente al edificio esperando a que el resto bajara, Patricia y Helena se reunieron pronto conmigo.
- ¿Y no vamos a esperar a Zemira? – pregunto Helena
- Ella no vendrá, el clima de estos últimos días no le esta sentando nada bien, además de todos los acontecimientos penosos que nos ha tocado vivir. No es para menos Helena, la anciana está cansada  la pregunta iba dirigida a mí, pero nuestra amiga había tomado la palabra.
- Bueno Patricia ya te respondió a la perfección, no tengo nada más que agregar a lo dicho – la mujer que iba sentada en la parte de atrás del auto, me dio un golpe en la cabeza con un periódico que había comprado en el camino.
- No seas tonto Paúl, cualquiera diría que soy una entrometida. Además Helena no pregunto a nadie en específico, solo pregunto.
- Ya, ya. Todos sabemos que tú vives consagrada a Orlando, tu trabajo y tu casa. No tienes ojos ni oídos para nada más, ¿no es así Helena? – aquella pregunta iba acompañada de una mirada de mutuo entendimiento.
- Por supuesto que sí, todos sabemos lo dedicada que es Patty… lo dedicada que es a entrometerse en la vida de todos. Que no te extrañe si un día mueves un sillón y la encuentras detrás – comento divertida mi vecina de piso.
- ¿Así que tú también te pones en mi contra? – le grito Patricia mientras la “golpeaba” con el delgado periódico –  no responderé a sus burlas, así que pueden ahorrárselas; tampoco pienso dirigirles la palabra.
La observe por el espejo retrovisor, iba sentada muy derecha y seria.
- Bueno Helena, se nos enfado la Princesa… esperemos que se le pasé pronto porque ya casi hemos llegado.
Cuanto nos alegraba tener a Jo de vuelta. Con unos días de anticipación Helena, Patricia y Zemira se habían hecho cargo de limpiar todo ese desastre que el desgraciado aquel había dejado. Orlando y yo nos encargamos de las labores más pesadas y de poner el dinero para reponer los muebles que eran irrecuperables. Afortunadamente el bellísimo piano no había sufrido ningún daño, apenas unos ligeros rasguños en su pulida superficie que fueron sencillos de borrar. Todo estaba lo más cercano a lo que recordábamos de la habitación principal: mobiliario, cortinas, adornos, artefactos.
Cuando llegamos, Jo se quedo sorprendido, algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, pero éstas era unas lágrimas buenas. Miro todo su alrededor y luego nos abarco con su mirada de cielo.
- ¡Gracias! ¡Gracias a todos! – Avanzo hasta su amado piano, su mano se deslizo sobre su superficie como una caricia. Tomo asiento en el taburete y apoyo su cabeza en el sólido mueble con las palmas de las manos también colocadas en este. Creo que esa era su manera de saludar a un amado y viejo compañero.
Empezó a envolvernos con una música que parecía hablar de los sueños perdidos, las esperanzas marchitas; de los deseos de retornar a ese lugar que algunos pueden llamar hogar. Porque me imagino que debe ser amargo no tener un lugar dónde regresar después que todo termina, ni nadie que aguarde tu regreso o llore tu partida.
- Son piezas compuestas por John Williams, para la película “Munich”, yo he hecho los arreglos para interpretarlas al piano, él compone para instrumentos de cuerdas y vientos. También hizo la banda sonora para “La lista de Shindler”. Ah, pero nadie podrá decir no conocer esta – y empezó a interpretar el tema de “La guerra de las galaxias”.
Orlando estaba con nosotros, en realidad no me había percatado en qué momento se nos unió. Todos aplaudíamos entusiasmados a Jo. De pronto un grito agudo, seguido por un golpe fuerte y seco, corto de golpe nuestra algarabía y nos helo la sangre. Nos quedamos expectantes aguardando, pero todo se quedo en silencio.
- Ese ruido ha venido del primer piso, estoy segura, más precisamente del departamento de Zemira – Patricia estaba mortalmente pálida, pero había tenido el aplomo para asegurarnos aquello.
- ¡Bajemos entonces, qué estamos esperando! – todos nos volvimos, aquella voz desesperada provenía de Jo.
- ¡Tú quédate aquí!, Orlando y yo vamos a ver qué sucede – le dije en tono autoritario.
- No pienso quedarme aquí, yo voy con ustedes.
- Por favor, acabas de salir del hospital, no queremos exponerte a nada que te perjudique física o emocionalmente – Ahora era Orlando quien le pedía quedarse, pero nada convencía al músico. No tuvimos otra opción que llevarlo con nosotros.
Orlando había tomado la precaución de hacerse de unos barrotes que saco de un escondrijo que tenía bajo el piso entarimado y nos los entrego a manera de armas. El y Jo se ubicaron a cada lado de la puerta mientras que yo aplicaba el oído tratando de escuchar algo. A una señal empujamos con fuerza la puerta que cedió a nuestro peso. Nos alegramos de que las mujeres no hubieran bajado con nosotros, lo que se presentaba a nuestros ojos era terrible y doloroso. La señora Wasser, nuestra buena Zemira colgaba de una viga del techo. Una silla volcada junto a ella nos decía que la había usado para alcanzar la soga, pasársela por el cuello y luego darle un fuerte empujón con los pies. Ese era el ruido que habíamos escuchado.
- ¡De prisa, de prisa!, ¡debemos bajarla de allí, quizá aun esté viva! – como siempre era el callado Orlando quien daba la iniciativa y ponía en marcha al resto, solo que ese resto era únicamente  Jo.
Me limite a hacerme a un lado para dejarlos maniobrar. Sabía de maniobras de RCP y las aplico sobre la anciana. Una y otra vez se la disputo a la Muerte… pero ésta última gano la guerra. Cuando llego la ambulancia con los paramédicos, Zemira ya había muerto.
- Sé que este no es consuelo para ustedes, pero por lo que observo; la posición de la cuerda, las marcas. La mayoría piensa que la asfixia es la única causa de muerte en personas ahorcadas; pero no es así, en este caso, todo indica que se debió a una compresión vascular, más específicamente en los vasos cervicales lo que provoca alteraciones en la circulación encefálica. Ella debe haber perdido el sentido de forma inmediata, no sufrió en modo alguno, pues estaba inconciente al morir.
Orlando escuchaba al hombre arrodillado delante de Zemira. Cómo podían hablar como si se encontraran en un laboratorio forense y ella solo fuera un cadáver mas al que estudiaban. Sentía la sangre latir furiosa en mis sienes, en mi pecho. Levante a Orlando del piso y lo aleje de un empujón del cuerpo de la mujer.
- ¿Qué te sucede, está mujer era nuestra amiga?, comprendo que para este hombre ella sea solo alguien más que atiende en su día de guardia. ¿Pero tú, tú?, hablando de ella como si… – el peso de una mano sobre mi hombro me hizo callar repentinamente. Mire hacía arriba y ví la mirada celeste de Jo.
- No te enojes con Orlando, él no esta actuando llevado por una curiosidad morbosa, solo quiere saber qué le ocurrió a la señora Wasser.
Nos quedamos de pie esperando la llegada de los fiscales. Ya que la muerte había ocurrido en tan penosas circunstancias no se podía levantar el cuerpo sin la presencia de ellos. Ignorábamos cómo actuaríamos de ahora en adelante pues al carecer Zemira de familiares, al menos en el país, quién estaba autorizado entonces para reclamar su cuerpo. Debíamos pensar con rapidez, ninguno deseaba que sus restos fueran a parar a una fosa común. Orlando se comprometió a hacer las averiguaciones necesarias en la Embajada de Israel, entretanto Jo y yo nos encargaríamos de buscar algún documento que pudiera ayudarnos. Sabíamos que podíamos incurrir en un delito al hurgar entre sus papeles, pero necesitábamos algo para ayudarnos.
Ni siquiera la muerte de Gianni me había producido tal conmoción. Oh Dios, cómo olvidar su mirada, ella estaba rogándome que no la dejara, eso era lo que no se atrevió a pedirme. Y yo me fui, nuevamente había dejado a su suerte a alguien que me necesitaba. Aquel sentimiento me era insoportable, sentí que todo a mi alrededor se hundía en un hoyo oscuro y al fijar mi vista hacía arriba veía como una pesada loza caía sobre el horrendo agujero llevándose hasta el último vestigio de luz. Tenía la boca seca y la respiración me faltaba, es lo último que recuerdo. Al despertar estaba sobre la cama de Jo. Patricia, Helena y él mismo me rodeaban expectantes.
-  Paúl, te sientes un poco mejor – escuche preguntarme a Patty, pero no podía hablar, no tenía fuerzas – vamos, no te quedes callado.
- Por favor, quiero estar solo – les dije casi en un susurro, pero cuando Jo quiso irse lo retuve.
Cuando ambas mujeres salieron finalmente pude abandonarme a la desesperación en la que estaba hundido, pienso que en esos segundos perdí la razón.
- ¡Fue mi culpa Jo, fue mi culpa!, yo intuía que algo no estaba bien y no me detuve a escucharla. Oh amigo, había algo en su mirada...
- Tú no podías adivinar lo que Zemira pretendía hacer, no te tortures en vano. Creo entender ahora la razón por la que tomo una decisión tan terrible, lee esto. Esta escrita en español, algo enrevesado pero entendible  tome el sobre que me extendía Jo.
Venía desde Israel, ¿seria que el ingrato hijo al fin recordaba a su madre?, si era así, ¡que amarga sorpresa le aguardaba! Mire los datos del remitente, pero no se trataba de Raziel, era un tal Izsak Stern. Empecé a leer la página que contenía el sobre. Izsak le comunicaba la muerte de su hijo, había perecido durante un ataque a un convoy de ayuda en el área de la Franja de Gaza. Le contaba que Raziel formaba parte de los grupos de apoyo humanitario para los refugiados de esa zona al igual que él mismo.
- ¡Tanto tiempo esperando noticias de ese hijo, y mira lo que recibe...!  Ella me dijo que había aprendido a abrir su buzón, que ya no me daría más molestias, yo era tan poco amable las pocas ocasiones que me pedía ayuda. Recuerdo cuantas veces quiso entablar una conversación conmigo y yo huía de ella como lo hago del viejo Duboy. Cómo podía tratarlos igual si entre ellos no hay punto de comparación. Jo, no podré perdonarme nunca, yo pude detener está  desgracia y no lo hice.
- ¡Basta ya Paúl o te volverás loco!, tú no tienes la culpa de nada. Ya deja las lamentaciones, piensa ahora en que ninguno desea que sea enterrada como una desconocida. Si quieres hacer algo por Zemira, ayúdanos a salvarla de eso.
No deseaba quedarme a solas, tenía deseos de acabar con mi miserable vida. Nunca hasta esas últimas semanas me había importado nadie, siempre viví para satisfacer mis caprichos y mis ansias. Use cruelmente de las mujeres que pasaron por mi vida, cuántas de ellas se alegrarían de que un ser como yo finalmente haya sido borrado de la faz de a tierra. ¿Quién iba a llorar sobre mis restos?, ¿quién iba a echarme en falta? Esas ansias por defender mi espacio, de aislarme, de evitar intimar demasiado con las personas me habían conducido adonde me encontraba. ¡Estaba solo!
- Si yo muriera, nadie iba a llorarme, mi recuerdo no quedaría en la memoria de ninguna persona, porque jamás hice nada para merecer ser recordado.
Jo clavó sus hermosos ojos en los míos, brillaban intensamente. Estaba de pie a mi lado, con el cabello revuelto y la ropa ajada. Que extraño era verlo así, él que siempre cuidaba de su persona y de todo cuanto lo rodeaba con esmero.
- ¡Tú no estas solo!, ¡Zemira sí lo estaba realmente!   Me dijo levantando la voz furioso, luego se tranquilizo y siguió hablando – ¡Yo lloraría por ti, yo te recordaría! y los demás que viven aquí también lo harían – murmuro con una inmensa ternura  – quédate aquí hasta que te sientas mejor.
- Pero... pero ésta es tu habitación... ¿dónde vas a dormir tú?  – le dije sin atreverme a mirarlo.
- El sillón de la sala es una cama, allí puedo acomodarme muy bien.
- No, en todo caso yo dormiré allá.
- Aquí estarás más cómodo, eres tú quien necesita descansar bien, ¿quieres comer algo? – me hablaba con ese tono agradable que siempre usaba para con todos.
- Si tuvieras algo caliente te lo agradecería mucho.
- En el tercer cajón encontraras pijamas, puedes cambiarte si lo deseas. En el baño hay toallas limpias y todo lo que necesitas si quieres ducharte – de pronto se volvió y me sonrió malicioso – no temas, no voy a intentar abrir la puerta, tu honor siempre estará a salvo conmigo. – Y se alejo rumbo a la cocina.
Es increíble la rapidez con la que pueden mutar nuestros sentimientos. No era que el dolor por la muerte de la señora Wasser hubiera desaparecido sino que volvía a experimentar aquella ansiedad que sentí en el estudio de Gianni. Fui al baño y mientras me desnudaba deseaba que él incumpliera su promesa, lo deseaba allí conmigo.
Al salir encontré una bandeja con un tazón de sopa caliente y  unos panecillos. La había colocado a un costado de su escritorio.  Mientras comía él volvió a la habitación.
- Me pareció que era mejor que tomaras algo más consistente que un café, espero que este bien la sopa. Estaba arreglando la cama de afuera.
- Esta deliciosa.
- Un baño caliente siempre ayuda a relajarse, ya veo que te sientes mejor. Hace unos minutos llamó Orlando me dice que tiene noticias, antes de ir a dormir pasará por aquí para contarnos lo que ha podido averiguar. Es bueno el que tenga una variedad de conexiones, así puede encontrar lo que busca y a la hora que sea  luego observando mi tazón me dijo  Termina de comer, ahora yo me daré un baño, todas estas horas han sido... 
No terminó la frase, lo observé dirigirse al armario para sacar algo de ropa y luego ir al baño.
- No cerraré la puerta por si necesitas algo  había dicho aquellas palabras con la mayor inocencia, qué podía saber él que yo había visto aquellas fotos, que yo conocía su espléndida desnudez y me había estremecido de deseo. 
-  Estoy bien, cierra la puerta sin cuidado  le dije intentando que mi voz sonara normal, pero las palabras me salían entre jadeos. Él debió notarlo porque regreso a mi lado.
- ¿Estás seguro que te sientes bien? – y colocó una de sus delgadas manos sobre mi hombro, mi cuerpo se estremeció al contacto. Me hice a un lado para librarme de su presión ¿Qué te sucede?, estas temblando – me observaba visiblemente preocupado.
- No tengo nada Jo, date prisa, ya no debe tardar en llegar Orlando.
- Tienes razón – no volvió a decir nada más, se dirigió al baño y cerro la puerta tras él.
Escuchaba el agua correr, algo más poderoso a mi voluntad me impulsaba a vulnerar su intimidad. Deje la bandeja a un lado y me levanté, apoye mi mano sobre el picaporte y la puerta cedió al instante. La cortina estaba cerrada a medias, lo suficiente para permitirme la visión de aquel cuerpo que me turbaba. Observaba como el agua se deslizaba por todas aquellas curvas que se habían grabado en mi memoria. Volví a cerrar suavemente la puerta y regresé a la cama, temblaba como acosado por una fiebre y en realidad estaba febril de deseo, debía marcharme de allí y pronto porque no sabía que sucedería si volvía a enfrentarme a esos ojos. Tomé mi ropa y salí rumbo a mi departamento.
Me acurruque sobre mi cama con los brazos rodeando mis rodillas, como si quisiera protegerme de algo. Qué era esto que me ocurría con Jo, fue mucho antes de ver sus fotografías, lo único que ellas hicieron fue confirmar algo que ya sentía.
El corazón me latía rápido, feroz, hasta casi hacerme daño. Unos golpes en la puerta me hicieron volver a la realidad.
- ¡Paúl, Paúl! ¡Estas bien, por favor responde! – era la voz de Jo.
- ¡Estoy bien, puedes irte a descansar! – le dije, rogando que de una vez por todas se alejara de mi lado..
- Esa no es manera de salir de un lugar, si deseabas irte podías haberlo dicho. Me preocupo el no encontrarte.
- Lo siento, tienes razón, no debí irme de esa manera.
- Bueno, vamos a seguir hablando como dos estúpidos a través de la puerta o me vas a dejar entrar – había en su tono de voz un tinte de molestia. Me levanté a mi pesar y lo deje entrar.
Sus grandes ojos abarcaron todo en una sola mirada. No parecía aprobar ni desaprobar lo que veía.
- ¿Qué pasa contigo?, cualquiera diría que me tienes miedo  me dijo sentándose a un costado de la cama, mientras que yo involuntariamente me alejaba de su lado – Sí, me tienes miedo, es por lo que soy... sabes, lo primero que la sociedad nos enseña es que muchos no nos aceptan, es más, algunos incluso nos repudian y debemos de vivir en consecuencia. No andamos de cacería si eso es lo que crees.
- No tengo miedo de ti Jo, sino de mi.... de lo que siento cuando estas a mi lado. Tal vez no  no lo sepas, pero Gianni me mostró tus fotografías, quería saber mi opinión como crítico, le dije que todas eran muy buenas... pero esas fotos despertaron algo más que la simple admiración por su trabajo... tú, tú... eres algo muy hermoso. Algo que subyuga por su belleza, pero a la vez enardece los sentidos – observé como sus mejillas se encendían vivamente, le estaba confesando a aquel hombre que lo deseaba. No respondió nada, solo se inclino sobre mí y sentí el peso de su cuerpo sobre el mío, luego el sabor de su boca... tan dulce, tan dulce. Dejo de besarme para pasear sobre mis mejillas sus suaves labios; mis manos le respondieron deslizándose por su espalda buscando el contacto con esa piel tibia, suave y firme, ansiando recorrer esos caminos que ya conocía. Con suavidad le acomode sobre el lecho, ahora era yo quien yacía sobre él. Aquel hermoso joven estaba completamente abandonado a mis deseos, sus ojos eran dos esferas de fuego azul. El ansiaba ser tomado y yo anhelaba estar en él.
Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron y  nos separamos a nuestro pesar; febriles, ansiosos en saciarnos el uno en el otro. Me costaba tanto el haber tenido que retrasar ese momento que prometía delicias desconocidas para mí. Cuanto anhelaba que fuera tan solo  un retraso y no el término definitivo de aquellos placenteros momentos. Tuvimos que aguardar unos segundos para componernos. Era Orlando que llegaba con noticias.


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