12 julio, 2011

El edificio "S" III

Junio 28


Esta noche he ido cenar con Orlando y Patricia, le tuve que dar a esta última todos los pormenores de mi encuentro con Gianni para que soltará prenda sobre Juan José; parecíamos dos críos jugando a "no te cuento si tú no me cuentas". Llevaba puesto un ceñido jean, y una gruesa casaca celeste, alrededor del cuello una bufanda naranja que hacía resaltar sus ojos color miel, se había recogido el cabello en una cola que descansaba sedosa sobre uno de sus hombros. No recuerdo haberla visto alguna vez desarreglada o sin maquillaje, siempre estaba perfecta. Cuando le conté que Gianella era lesbiana abrió los ojos como platos sin dar crédito a lo que le decía.
- ¡Lesbiana!, no puedo creerte, una chica tan guapa.
- Y desde cuando las lesbianas deben ser feas o tener aspecto hombruno – entretanto observaba con el rabillo del ojo la cara de Orlando, aquella noticia no le sentaba nada bien; de seguro que ya se le había cruzado por la cabeza tener una aventurilla con la muchacha.
- Siéntate bien en tu silla Paúl porque te tengo dos noticias de bandera – sonreía triunfante, le encantaba despertar mi curiosidad y jugar con ella hasta desesperarme.
- Ya esta bueno Patty, no molestes más a nuestro amigo y dile lo que sabes de una buena vez – intervino Orlando a mi favor.
- Bien, allí te va, nuestra solterona Helena Díaz, está perdidamente enamorada de ti – hizo una mueca desilusionada cuando noto que la noticia no despertaba mi interés en lo más mínimo – Ya, ya, creo que eso ya lo sabías o por lo menos lo sospechabas. Pobrecita, me hablaba de ti como si fueras algún dios griego dotado de todas las virtudes morales y los atributos de belleza que puedan existir, al parecer no ha leído la historia completa y desconoce que el amar a un dios es fuente de duros sufrimientos.
- Ya basta Patty, si tú segunda noticia es como la que me acabas de contar, creo que está será una de las cenas más aburridas que hayamos tenido.
- No, la segunda se trata de nuestro Apolo del 3A, debes haberlo oído la otra noche, Orlando y yo nos quedamos desvelados escuchando tanta belleza. Así que aproveche la mañana siguiente para invitarle a desayunar con nosotros, era como una especie de... ¿desayuno de bienvenida? Bah, no sé si eso existe pero no me importa. Acepto con agrado, siempre tiene esa sonrisa en sus labios, y esos ojos, son un par de zafiros – de pronto se callo y enrojeció – cariño, tú ya me conoces, tengo la lengua más grande que el cerebro, tú sabes que eres mi "solecito". ¿Verdad? – Orlando sonrió, no había en su semblante ninguna señal de molestia.
- Cariño, creo que hasta yo me enamoraría de él.
- Te doy permiso para hacerlo – aquellas últimas palabras las había dicho en un tono divertido.
- Bueno Patty, mañana es la presentación oficial de Samaniego, todo está bien organizado, pero siempre surgen cosas de último momento y quiero estar en la galería unas horas antes que empiece la Exposición. Así que por favor dime cuál es tu segunda noticia para poder ir a dormir. Se buena chica conmigo por favor.
- Perdona Paúl, ya veo que traes una cara de cansancio terrible, bien, Juan José es como tu Gianni.
- ¿Qué quieres decir? – le pregunte sin entender del todo el alcance de lo que me estaba diciendo.
- Que Juan José es gay, no le van las mujeres. Me contó que actualmente tiene una pareja, pero no es nada estable todavía, por eso no quiere traerlo a vivir con él, aunque... – de pronto se detuvo y exclamo mirándome fijamente – ¡Dios! tendrías que ver la cara que has puesto, joder Paúl, pensaba que eras de mentalidad abierta – en verdad hubiera querido tener un espejo en ese momento para ver la expresión que tenía.
- No, no es eso. Tú sabes que no me importa como viva cada quien. Solo que se le veía tan varonil, tan...
- Te respondo como lo hiciste hace un rato, desde cuándo todos los gays deben ser amanerados. Ellos son tan hombres como tú o como Orlando, la única diferencia esta en que no se sienten atraídos por las mujeres, no hay más que decir. Todo te parece muy bien cuando se trata de Gianni, te enciende el morbo imaginártela con otras mujeres, pero si se trata de Juan José, ah no, eso sí es desagradable, sucio.
- No pongas palabras en mi boca, nunca he dicho tal cosa.
- No hace falta que lo digas, tu mirada lo dice todo. Por primera vez me arrepiento de haberte contado algo, tenías simpatía por él, ahora lo vas a mirar con desprecio.
- ¡Ya cállate Patricia!, nada ha cambiado. Además apenas si conozco a ese hombre – el tono de mi voz había hecho que varios de los otros comensales se volvieran hacía nuestra mesa. Pude ver una sonrisa de desdén dibujarse en los labios de la joven.
- Antes era Juan José, ahora es ¡ese hombre!, y dices que todo sigue igual. No nos mientas Paúl, pero sobretodo no te mientas a ti mismo – la vi levantarse de la mesa con una dignidad que nunca antes había visto en ella, me arrojo unos sobres encima – gracias por las invitaciones pero creo que no podremos ir, y no te preocupes por la cuenta, le pediré al encargado que ponga nuestro consumo por separado.
- Patty, perdóname, no lo tomes de esa manera. Yo no desprecio a Juan José es solo que se me hace difícil tratar con alguien como él.
- Mejor cierra la boca, no te das cuenta que lo estas empeorando todo. Ya no sabes ni lo qué dices, no haces sino caer en contradicciones; por un lado dices que no te importa la vida de los demás y luego dices que no soportarías vivir con un gay. ¡Decídete maldita sea!
La observe tirar del brazo de Orlando, en los ojos del hombre también había desaprobación por mis palabras. Ambos salieron sin despedirse. Me quede solo en la mesa con las invitaciones jugueteando entre los dedos y sumido en una profunda contrariedad. Ellos eran lo más cercano que tenía a unos amigos, no deseaba perderlos. Yo mismo estaba asombrado de mi reacción, por qué razón me incomodaba tanto que Juan José fuera gay.

Mi regreso al departamento fue triste. Yo que siempre buscaba desesperadamente la soledad, ahora me sentía terriblemente solo. Estacione el auto en la cochera; unas cuantas luces blanquecinas iluminaban el lugar, apenas lo suficiente para no darse un porrazo contra algún muro, o peor aun, pegarle a alguien. No sé qué de hermoso encontraba Gianni en esa desagradable oscuridad, en ese silencio agobiante. Miré los sobres que tenía a un costado y los observe largamente, golpee su elegante superficie sobre el tablero una y otra vez, para después tirarlos a un lado. Incline la cabeza sobre mis manos que aún mantenía en el volante y por primera vez, después de muchos años sentí deseos de llorar. Unos golpecitos en la ventanilla me sobresaltaron, levante la cabeza y vi a Gianni; estaba pálida, pero una gran sonrisa iluminaba su hermoso rostro. Me apresuré a abrir la ventanilla, introdujo ligeramente su cabeza por ésta y con ella ese perfume de vainilla que tanto parecía gustarle, su melena suave me rozaba ligeramente el rostro.
- ¿Qué haces ahí Pauli?, ¿te sientes bien? – quería gritarle que no, que me sentía como una mierda, ansiaba descansar la cabeza en su regazo y sentir sus delicadas manos acariciarme – pero guarde silencio y le sonreí.
- Estoy bien Gianni, solo cansado, y mañana será peor.
- ¿Recuerdas que no puedes engañarme? – me dijo apuntándome con un dedo como si me riñera – esa cara no es de cansancio, es de tristeza. Discutiste con tus amigos, no es cierto.
- ¿Has hablado con ellos?
- No, no hacía falta. Los vi salir a los tres muy alegres y luego solo regresaron ellos dos. Patricia estaba enojada y Orlando como es habitual en él, lucia atribulado; el pobre hombre no sabía por quién tomar partido, si por su dominante mujercita o por su querido amigo.
- Eres increíble, en verdad no sé cómo te las arreglas para sacar todas esas conclusiones, y siempre acertadas.
- Ya te dije que la disciplina y el entrenamiento me ayudan en mis observaciones. Con la misma seguridad con la que me alabas puedo afirmar que te sucede algo más; tienes dudas, dudas que te afligen – al decir esto poso su mano sobre mi rostro con dulzura.
- ¡Correcto!, y cómo has deducido esto – la observé estremecerse ligeramente – Hace mucho frío fuera, porque no entras al auto.
- Estaba por proponerte que subiéramos a mi departamento.
Que bella estaba, vestida con esa estrafalaria informalidad que era su sello y a pesar de esta, siempre había una nota de buen gusto en la combinación de los colores y texturas. Parecía que le agradaba ponerse una prenda tras otra; ahora llevaba una blusa a cuadros, sobre esta una de mezclilla y encima un pequeño abrigo de lana y una colorida bufanda haciendo juego con la prenda a cuadros. Tenía las uñas pintadas de un verde encendido. Debe ser por mi trabajo, por lo profundamente ligado que esta a la observación de colores y formas que me hace fijarme en la forma de vestir de las personas. Pienso que los tonos que usan dicen mucho de sus estados de ánimo. Mientras subíamos insistí en saber cómo había llegado a la conclusión de que tenía dudas.
- Antes de llamar tu atención, vi que jugueteabas con unos sobres. Estabas tan sumido en tus pensamientos que no reparaste en mí, tenías la cabeza inclinada y los ojos fijos en éstos, luego los arrojaste a un lado y pusiste la frente sobre el volante, fue allí cuando te llame. Algo relacionado con esos sobres te molestaba... ¿me equivoco?
- Nuevamente estas en lo cierto, Patricia me los tiró a la cara, por un desacuerdo que tuvimos. Eran las invitaciones para la Exposición de mañana, te deje una bajo la puerta.
- Sí, la encontré, claro que iré. Juan José me dijo que también lo invitaste, lo veo tan entusiasmado. Imagínate que ya ha elegido lo que se pondrá y me ha prometido ayudarme a elegir mi ropa – sus ojos se pasearon por sus ropas – como verás tengo un pésimo gusto para vestirme; normalmente eso no me importaría, pero no quiero avergonzarte. Niña tonta, si su sola presencia lo iluminaba todo, así estuviera en harapos. Pero escuchar de nuevo aquel nombre empezaba a fastidiarme. Primero Patricia y ahora ella, sentí unos celos infantiles.
- Ah, ¿lo conociste? La mujer que detesta el contacto con la humanidad ya hizo amistad con un tipo que se mudo hace apenas un par de días.
La vi detenerse repentinamente. La sonrisa había desaparecido de sus labios y su mirada era dura, parecía otra mujer.
- Finalmente la pieza que faltaba para entenderlo todo – seguía observándome de aquella manera nueva e inquietante – esas eran tus dudas, te enteraste de que estabas teniendo trato con un gay y eso excedió tus límites de "tolerancia"... aunque es bastante extraña tu forma de juzgar las opciones sexuales. Yo soy lesbiana y te mueres por trabar amistad conmigo. Crees que de pronto voy a cambiar y seré tu "noviecita". Pobre tonto, no entiendes que yo soy como soy desde que tuve uso de razón; detestaba el asedio de los chicos en la escuela y después en la universidad. Y todavía tengo que pelear contra eso, me dan ganas de ponerme un tatuaje en la frente, "soy lesbiana, no me jodan".
Me quede en silencio, qué podía argumentar ante la contundencia de aquellas palabras. Todo cuanto había dicho era cierto. Ambas mujeres me mostraban un aspecto de mi personalidad que ni yo mismo conocía, ¿era yo un homófobo?
- Será mejor que vayas a tu departamento no estoy sola – me dijo sin mirarme siquiera.
- Pero hace un momento tú misma me invitaste.
- Es cierto, pero estoy acompañada de alguien que de seguro te va a desagradar – la puerta se abrió y apareció Juan José, sonriendo me tendió la mano. No sé porque la mía continúo dentro del bolsillo ignorando su amable saludo – se puso serio y sus mejillas se encendieron.
- Ya, me imagino que ya deben haberte puesto al tanto de “quién soy”. Bien, no será la primera ni la última vez que tenga que encarar a personas como tú. No te preocupes, no pienso asistir a la Exposición de mañana, te evitaré el tener que presentarme a tu círculo de amistades – su mano descendió lentamente hasta decansar sobre su pierna.
- Tampoco yo pienso ir, ahora… si tuvieras la gentileza de dejarnos a solas – su frialdad me dolió más que si me hubiera abofeteado, hubiera preferido que lo hiciera.
¡Que había hecho!, en unas pocas horas había arruinado los pocos lazos de amistad que tenía con algunos de los habitantes del edificio “S”. ¡No, no quería ir a mi departamento!, apreté las llaves de mi auto decidido a dar unas vueltas, no importa el rumbo que tomara, solo necesitaba tranquilizarme.
Baje las escaleras rápidamente, cuando escuché que alguien me llamaba.
- ¡Señor Garrido, señor Garrido! – conocía bien esa vocecita, era la señora Zemira. Estaba batallando como siempre con su buzón.
- ¿Qué desea señora? – le contesté tratando de contenerme y no volcar sobre ella toda mi amargura.
- ¿Me ayudaría con este buzón?, la llave siempre se traba – tome de entre sus arrugados dedos el llavero y abrí la pequeña puerta, aquello era tan sencillo, incluso para una anciana. Comenzó a revisar su correspondencia, era lo mismo de siempre – Sabe, anoche soñé que mi pequeño Raziel volvía y me tomaba entre sus fuertes brazos y yo…
- Señora Wasser, tengo algunos asuntos importantes, quizá en otro momento...
- Disculpe, usted es un hombre muy importante y debe tener muchas responsabilidades. Gracias por ayudarme con el buzón.
- No entiendo para qué pone llave, nadie le va a robar la correspondencia – le dije mientras le devolvía las llaves.
- Sí, claro, es que con los años uno le presta atención a cosas sin importancia – la deje de pie rebuscando en su casillero, como esperando un milagro y que de algún lugar secreto apareciera una carta de aquel ingrato hijo.

Conduje un buen rato, no sé cuanto, solo me detuve cuando divise las lejanas luces de los barcos. Había llegado hasta el puerto, ese era mi refugio cuando me sentía extenuado física o moralmente… ahora ambos pesaban sobre mí. Baje del auto, hacía un frío terrible. En esta época del año, el puerto luce desolado y más aún a aquellas horas. Me apoye sobre el gran muro que sirve de contención cuando la marea esta alta y cerré los ojos. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin poder contenerlas, no deseaba contenerlas; cuanto necesitaba ese desahogo. Pronto mis lágrimas se convirtieron en sollozos y a mí mente vinieron, como la niebla que poco a poco me iba rodeando los versos de Vallejo:
"Y el hombre…Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada”
Estuve allí, sin tener noción del tiempo. Sentía los músculos entumecidos. Arriba el negro se iba aclarando hasta irse transformando en un gris sucio. Estaba amaneciendo. Regrese al departamento, al abrir la puerta mis ojos cayeron sobre dos invitaciones que de seguro Gianni había deslizado por debajo de mi puerta. Eran las cinco de la mañana, puse la alarma del despertador a las doce, y luego me dormí, pues no recuerdo nada más. Me felicite por haber puesto el despertador, de lo contrario hubiera dormido hasta el día siguiente. Salte de la cama y me dí un rápido duchazo, Samaniego ya debía estar esperándome en la galería.
No me equivocaba, allí estaba el muchacho junto a mis ayudantes terminando de colocar las leyendas bajo los cuadros. Todo estaba perfecto, me alegraba trabajar con personas que conocían su trabajo y no tenía que estar haciéndoles casi ninguna indicación. Alberto Durán, era especialista en iluminación; Mariela Cárdenas, decoradora de interiores y Miguel Hernández tenía varias especializaciones en organización de eventos. Hacía tres años que trabajábamos juntos y desde el primer momento nos conectamos a la perfección. Sería muy duro para mí prescindir de alguno de ellos, por eso sus sueldos hacían honor a su desempeño.
- La chica de ayer debe haberte desvelado mucho – me susurró Miguel al pasar por mi lado – traes una cara de desvelo.
- No, no ha sido ninguna chica.
- ¡Eso no te lo creo!, vamos, quién fue la nena que te tiraste ayer.
- ¡No seas vulgar y baja la voz!, también tengo problemas o crees que solo las mujeres me quitan el sueño – mi voz empezaba a sonar enojada.
- Bien, bien, dejemos el asunto ahí, ya veo que estas de un genio del demonio.
- ¿Todo se ha hecho según lo indicado por Andrés? – le interrogue sin poder abandonar el mal humor que sentía.
- ¡Claro!, nos has dicho hasta el cansancio que respetemos lo que el artista decida.
- Iré ver a hablar con Samaniego y con Alberto. Después regresaré a casa, me siento terrible.
Poco faltaba para que Andrés me pusiera en un altar y encendiera velas a mí alrededor, era tal el respeto y admiración que me profesaba. Yo no había hecho absolutamente nada. Era como el arqueólogo que había sacado de entre el polvo un maravilloso tesoro. Le dí algunas indicaciones a Alberto y me marche. A las ocho era la inauguración, yo que pensaba contar con Orlando y Patricia por lo menos, ahora ya ni siquiera los tenía a ellos.


Más tarde - Nueve de la noche


Un éxito completo, las críticas son excelentes. Ya me he cansado de recibir halagos y felicitaciones. Andrés se siente en el paraíso, este es su momento, me alegro por él. Me he retirado discretamente a una de los rincones más alejados del tumulto y las voces de las gentes que llenan el lugar. Ya perdi la cuenta de las copas de champagne que me he bebido. Estoy tomando por Patty, por Orlando, pero sobretodo por ti Gianni... ¡mi hermosa Gianni! Pobre imbécil enamorado de alguien que jamás me corresponderá. ¡Jamás!
Alberto se ha acercado a mí, si supiera cuánto se lo agradezco, hemos cruzado algunas palabras y con su carácter alegre y desinhibido ha conseguido arrancarme algunas sonrisas. Le pido que llame a Samaniego y a Del Prado, este último es el dueño de la galería. Les explico que me siento indispuesto y no tengo idea cuanto más pueda resistir sin dar un espectáculo.
- ¿Indispuesto tú?, con tanta belleza dando vueltas por allí. De seguro ya hiciste tu conquista de la noche – ¡Esa era la fama que me había creado!, todos pensaban que vivía al acecho de cualquier mujer atractiva que se me cruzará... ¿Así de superficial era yo?
- No amigo mío, en verdad no me siento bien, Alberto puede dar fe de que te estoy diciendo la verdad, desde hoy en la mañana amanecí fatal.
Ignacio Del Prado, hombre acaudalado, mecenas de los artistas sin recursos; hombre generoso y culto. Lo había sentido mi padre en más de una ocasión. El guío mis pasos, y gracias a sus consejos, pero sobretodo a su confianza en mi talento, llegue hasta donde me encontraba ahora.
- De acuerdo muchacho, no te detendré a la fuerza. Me quedo con Andrés. Pero mañana antes de las tres necesito un artículo de primera sobre la Exposición.
- Lo tendrás Ignacio, lo tendrás – le repetía, mientras tomaba una de sus regordetas manos entre las mías.
- ¡Ve con cuidado, que estas un poco bebido! – se quedo un rato como reflexionando - mejor será que Fernando te lleve a casa. Mañana podrás recoger tu auto – Sabía que era inútil discutir con el viejo, así que me deje conducir dócilmente por Fernando hasta el reluciente auto de Ignacio.
- Fernando, ya sabes que no vivo en una zona precisamente "elegante", un automóvil así llamaría mucho la atención. No quiero que te suceda nada.
- No se preocupe don Garrido, puedo llevarlo en el otro auto, es mas "modesto", si a eso se refiere – mientras me decía esto habíamos cambiado de dirección y nos dirigíamos hacía un Honda plateado.
- Sí, ese está mejor – murmure, subiendo a duras penas.
La cabeza me daba vueltas y en un par de ocasiones tuve que hacer detener al paciente Fernando para vaciar el contenido de mi estomago. Al fin llegamos, iba literalmente colgado del pobre muchacho, mis piernas no me sostenían. Todo lo veía como cuando se mira algo a través del fondo de una botella; distorsionado y distante.
- Don Garrido, ¿dónde están sus llaves? – me decía Fernando tratando de buscar en mis bolsillos y sostenerme a la vez.
En medio de mi semiinconsciencia me pareció divisar la figura de otro hombre. Esos ojos, era Juan José. Sentí sus brazos alrededor mío, mientras el chófer se hacía finalmente con las llaves.
- No te preocupes, yo me encargo de él – alcance a escuchar que le decía a mi fiel Fernando – quería gritarle que se quedará pero un nuevo acceso de nauseas me lo impidió.
Debo haber perdido la conciencia porque cuando desperté estaba acostado sobre mi cama, completamente vestido y cubierto con una gruesa manta. Sobre mi frente descansaba un paño húmedo.
- No temas, tú honra esta a buen recaudo. Como verás no he intentado violarte ni nada por el estilo. Voy a traer otra toalla fría y a preparar café fuerte, te hará sentir mejor.
Que bien se sentía aquel paño sobre mi frente, me aliviaba en algo el dolor. Aunque sabía que mañana no iba a poder ni levantarme. No paso mucho tiempo cuando lo escuche regresar. Llevaba una humeante taza entre las manos. Con suavidad me hizo sentar y beber lentamente.
- ¡Gracias Juan José!
- Está bien, supongo que ahora todo esta bien.




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