Basada en una película francesa.
El edificio "S", está en una esquina entre unas calles cuyo nombre poco importa, en realidad es "Saint Marie", por el excéntrico propietario que decidió llamarlo así, se le da por afirmar que tiene orígenes franceses, según Duboy, sus ascendientes migraron de la antigua ciudad marítima de Antibes; dice que desciende de los mismísimos contrabandistas de siglos pasados y que fueron la razón para que la antigua Antibes fuera amurallada como luce hasta el día de hoy. No es bueno darle "cuerda" para la charla los días en que llega arrastrando su vieja humanidad por los cuatro pisos que componen el edificio para cobrar la renta, porque de lo contrario se verá uno forzado a escuchar la misma historia, la vengo escuchando hace cinco años, que es el tiempo en que vine a parar a este lugar. Es un hombre de unas setenta años, en su juventud debió tener una buena estatura, pero los años han encorvado su hombros haciéndole parecer más bajo de lo que es realmente; tiene los ojos grises y una mirada penetrante, la nariz fina y las facciones delgadas, en su mejor época fue sin duda un tipo atractivo. Pero no hay que dejarse engañar por esa apariencia de fragilidad que da, es un viejo ágil de cuerpo y mente; avaro y calculador. Se da prisa en estar los primeros viernes de cada mes golpeando las puertas de cada uno de los siete inquilinos que vivimos aquí para recoger su dinero y contarlo entre sus flacos dedos, desconfía de los cheques y muy rara vez los acepta. Debo confesar que siento repulsión cuando veo los billetes pasar por entre sus dedos de uñas mugrientas y descuidadas, sé que el señor Duboy cuenta con un par de hijos, pero siempre repite que es bueno hacer un poco de ejercicio, y que las cuestiones de dinero las verá él mismo hasta que Dios se lo permita... no creo que Dios tenga nada que ver en sus asuntos, más bien debe ser el que habita del lado opuesto.
El edificio es tan viejo y desagradable como su dueño, muchas de las tuberías colapsan por su antigüedad y ya más de una vez he visto mi departamento inundado porque mi vecino de arriba tuvo algún atoro o desborde en sus cañerías. He aprendido a tener a buen recaudado lo más valioso para mí, es decir, mis libros, mi colección de CDs, y por supuesto, todos mis aparatos electrónicos... ¿qué sería de mí sin mi portátil?
Hace siglos que se comprometió a mandar pintar el edificio que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo un tono indefinido que se debate entre el azul y el gris, cada año renueva sus promesas y cada año las "olvida". No sé si será impresión mía, pero es como si la dejadez fuera una especie de enfermedad terriblemente contagiosa, los siete parecemos habernos puesto de acuerdo en dejar todo a su suerte, nuestras ventanas se llenan de polvo y las jardineras languidecen pidiendo a gritos alguna planta que las haga sentir que sirven para algo, pobrecillas, vana esperanza la suya. Aunque debo exceptuar de este grupo a la señora Wasser del piso uno, tiene las escaleras brillantes, al igual que las ventanas, y en sus maceteros renace el verde en mil formas.
Soy critico de arte, escribo artículos para muchos diarios y revistas importantes de la capital, estoy catalogado entre los mejores... muchos se preguntan, por qué continuo viviendo en este remedo de edificio entonces, no se trata de mezquindad, es que llegue a este lugar apenas egresado de la universidad, aquí nacieron mis primeros escritos, aquí lloré mis primeras y últimas lágrimas cuando rechazaban mis artículos y aquí celebre junto a los compañeros mis primeros triunfos y por último es aquí donde recibo a las mujeres que insisten en acostarse conmigo. Es parecido a esas relaciones de amor odio que se tiene con algunas personas. Detesto este lugar, pero creo que no podría vivir en otro.
Provengo de lo que absurdamente se suele llamar "buena familia", como si la bondad estuviera ligada a un apellido o al dinero, mi padre es diplomático, trabaja en el consulado de Alemania y lo he visto tan pocas veces a lo largo de mi vida que me da igual donde este. Mi madre, qué puedo decir de madre; vive por y para sus cócteles, reuniones, viajes, compras. Soy hijo único, no podía haber sido de otra forma, deben haberme engendrado un día en que se aburrían mortalmente. Pobre madre mía, no debe haber tenido nada ese día en agenda, o tal vez puso a lápiz y con desgano, "hacer un hijo", después de todo había que continuar la estirpe, afortunadamente atinaron a la primera; que desencanto hubiera sido para ellos el que resultase mujer.
No saben como disfruto con los gestos de extrañeza y contrariedad de mis ocasionales "amigas", cuando las traigo a mi departamento. Por los círculos que frecuento, las ropas que visto y el auto que conduzco deben suponer que vivo en un penthouse, hay que verles las caras cuando me ven estacionar frente a este esperpento, tengo que hacer enormes esfuerzos para no reírme de su estupidez. Ellas buscan alguien que les arregle la vida, o les publique un artículo en algunos de los diarios para los que trabajo, haciendo referencia a sus exhibiciones en alguna galería importante pagada por "papi". Eso no funciona conmigo, si en verdad tuvieran talento no necesitarían dejar sus costosos perfumes impregnados en mis sábanas. Buscan dinero o ser catalogadas de "artistas", yo ansió placer, nos utilizamos mutuamente por un tiempo, pero cada quién sabe cuál es su papel en este juego; no creo en absoluto en sus lágrimas cuando todo termina, detesto sus constantes llamadas a mi celular, sus mensajes, sus encuentros "casuales". Por más fino que sea el vino, no bebo por mucho tiempo de la misma cosecha.
La noche está llegando a su fin, los primeros albores de la mañana se filtran por el cortinaje, mi compañera descansa a mi lado, la observo detenidamente, quizá sea la última vez que vea ese cuerpo tendido junto al mío. Es hermosa en verdad, su piel perfecta y suave; sus pechos generosos en los que he paseado mis labios hasta hartarme; mi mirada desciende por su estrecha cintura, es imposible no detenerse en las curvas de sus caderas firmes y redondeadas; y al final ese manantial en el que mi hombría a ido y venido, unas veces con suavidad otras con fiereza. Me he saciado en ella y no recuerdo ni su nombre, es tarde y debo salir a hacer algunas visitas, la sacudo por el hombro, pero suelta un débil gemido en el que creo entender que desea seguir durmiendo.
La noche está llegando a su fin, los primeros albores de la mañana se filtran por el cortinaje, mi compañera descansa a mi lado, la observo detenidamente, quizá sea la última vez que vea ese cuerpo tendido junto al mío. Es hermosa en verdad, su piel perfecta y suave; sus pechos generosos en los que he paseado mis labios hasta hartarme; mi mirada desciende por su estrecha cintura, es imposible no detenerse en las curvas de sus caderas firmes y redondeadas; y al final ese manantial en el que mi hombría a ido y venido, unas veces con suavidad otras con fiereza. Me he saciado en ella y no recuerdo ni su nombre, es tarde y debo salir a hacer algunas visitas, la sacudo por el hombro, pero suelta un débil gemido en el que creo entender que desea seguir durmiendo.
- ¡Vamos, levántate, ya es tarde!
- Paúl, no seas malo, déjame dormir un rato más.
- Te digo que me tengo que ir - la observó acurrucarse más entre las cobijas.
- Ve a donde tengas que ir, yo te espero aquí, si quieres puedo hacerte algo de comer.
- ¿De qué vamos ahora, de esposa abnegada?, por favor vístete de una buena vez.
- ¿Por qué no soportas a nadie en tu casa por más de una noche?, ¿que sucede contigo?
- Ya lo dijiste, es mi casa, y no me gustan los huéspedes por demasiado tiempo.
- Eres un desgraciado - me grita a la cara, pero estoy acostumbrado a estas "escenas", y desgraciado no es lo peor que me han llamado.
- Quiero que salgas de aquí y estoy hablando en serio...
- ¡Ana!, hijo de puta.
- ¡Vete Ana! - y le arrojo sus ropas.
La veo vestirse lentamente; sus pechos, sus caderas, su olor de mujer me excita de nuevo, pero conozco ese juego y no voy a caer en él. Bye Anita y que la suerte te acompañe, es una lástima no volver a gozar de esa belleza, pero qué se le va hacer, y olvídate de que escribiré algo sobre tu trabajo, tengo una reputación que cuidar. Eres muy buena sobre una cama, pero pésima sobre un lienzo, la belleza se queda atrapada en ese cuerpo, por desgracia no se extiende más allá, nunca crearas nada hermoso.
Cuando se da cuenta de que no puede volver a seducirme, se termina de vestir a toda prisa, coge sus zapatos, su bolso y baja sin prisas por las escaleras, me asomo por la baranda para arrojarle su bufanda.
- Olvidas esto Anita - se inclina para recoger la prenda y veo en sus ojos dos chispas de rabia.
- ¡Muérete! - me grita.
- Algún día te complaceré linda, pero no por ahora.
Patricia y Orlando la pareja del piso cuatro me miran con una sonrisa a medio camino entre reproche y complicidad. Esta pareja es en verdad increíble, un día parecen dos adolescentes enamorados y al otro se están arrojando los platos y gritándose uno al otro hasta de qué se van a morir. Son los únicos que me ligan al resto de los habitantes del edificio, solo por ellos sé de la existencia del resto. Solemos tomarnos unos tragos o asistir a algún concierto cuando están de buenas.
Debo explicar la distribución del edificio: El piso uno y cuatro son los únicos que abarcan todo el espacio, el piso dos y tres, tiene dos departamentos en cada uno. Mi trato con el resto de los inquilinos no pasa de un breve saludo, nada sé de sus vidas ni tampoco tengo interés alguno en ellas. Sé de la anciana Zemira Wasser porque siempre está pidiéndome ayuda para abrir su buzón, no sé qué espera hallar en este, ya que solo encuentro los recibos de los servicios y publicidad; a menudo me parece que quisiera entablar conversación conmigo, pero yo veo la forma de esquivarla como lo hago con Duboy, todos los ancianos tienen esa particularidad de repetir las mismas cosas una y otra vez evocando siempre su pasado. Dice tener un hijo en Israel, ella es judía, y vive esperando una carta de "su querido Raziel", carta que me temo jamás llegará.
Patricia y Orlando viven en el piso cuatro, como ya mencione; yo vivo en el piso 2A, frente a mí se aloja una solterona que me dirige un tímido saludo cada vez que nos cruzamos. El piso 3A está habitado por un profesor que lo comparte con otro tipo que vive solo también; se ha mudado aquí hace unos meses, Patricia me ha contado que no le ha puesto ojo hasta ahora y esto es decir bastante, porque ella siempre se las arregla para estar al tanto de todo, aunque ha visto salir a varias mujeres de su departamento, así que asumo que nuestro quinto inquilino debe tener algún empleo que lo puede llevar sin salir de sus cuatro paredes porque tengo entendido que paga espléndidamente la renta, incluso antes de su vencimiento. Duboy siempre lo pone de ejemplo de lo que según sus parámetros debe ser "un buen inquilino". Admito que tengo ese cosquilleo de curiosidad por saber qué hace este hombre y sobre todo la razón por la que no desea ser visto. Pero si le gusta jugar al misterioso y le van las putas allá él.
21 de junio
Hoy empieza el invierno, aunque ya desde hace mucho empezó en el gris de las calles, en el plomizo del cielo; en esa lluvia fina, tan fina que es casi invisible pero que todo lo humedece en instantes, en este frío que cala hasta el alma. Detesto el invierno sus grises parecen contagiarme, no tengo ganas de nada, quisiera quedarme enredado entre las cobijas hasta que arribe la primavera, hibernando como los osos.
Escucho ruidos desde anteayer en el piso que da sobre el mío, no sé en que anda mi vecino, pero me está volviendo loco. Solo existen dos opciones; o se le ha dado por remodelar el departamento, lo que sería extraño, con el sueldo de miseria que recibe un profesor en el país, así que me quedo con la segunda opción, debe estar mudándose.
Sí, me he asomado para dar un vistazo, el hombre está vigilando como sacan sus pocas pertenencias. Me parece que hubiera envejecido diez años desde la última vez que nos cruzamos y eso fue solo un par de días, tiene un algo de preocupación y angustia que le marcan el rostro. Patricia esta hablando con el hombre, la veo poner una de sus manos sobre el hombro de este como para confortarlo. Me ha visto y hace gestos para que baje con ella; pero que absurdas ideas se le pasan a esta mujer por la cabeza, llamarme a mí, qué piensa que voy a hacer yo.
- ¡Paul, baja por amor de Dios!, a Francisco lo ha echado ese maldito de Duboy.
- Pero Patty, en qué podemos ayudar.
- No tiene a dónde ir, solo le queda marcharse a compartir la casa con un hermano, pero vive en las afueras de la ciudad y no tiene dinero suficiente para irse. Estoy haciendo una colecta entre los vecinos. Ya he reunido algo, pero creo que no será suficiente..
Conozco a Patricia y sé que no me dejará en paz hasta que haga lo que me pide, subo a regañadientes envolviéndome en mi gruesa bata.
- Paúl, yo le pedí a Patricia que no te molestará, pero… – el hombre baja la vista avergonzado. Por primera vez pienso en que puedo resultar intimidante para otros.
- ¿Qué sucede Francisco? – le pregunto tratando de dulcificar mis facciones y convencer al hombre de que en verdad me importan sus desdichas.
- Le debo dos meses de renta a Duboy, he tenido una mala racha, me han rebajado las horas de clase en la universidad; he tratado de explicárselo a nuestro arrendatario pero no entiende razones. Me comentó que ya tenía un inquilino nuevo para el departamento y no estaba dispuesto a esperar más. La semana que me dio de plazo se venció hoy, y ya ves que ha mandado a su gente a desalojarme
- Duboy solo entiende el lenguaje del dinero. Lo siento Francisco, y cuánto necesitas para irte donde ese hermano tuyo – le digo ante la mirada agradecida de Patricia.
El profesor me extiende un papel con unas cifras garrapateadas sobre este. Es menos dinero del que pensé, es una suma de la que puedo prescindir fácilmente. ¡Que buena esta Patricia! envuelta en ese corto abrigo que deja ver sus espléndidas piernas y su cabello claro que suelta un perfume exquisito cada vez que se mueve, si no fuera la mujer de Orlando hace mucho que me la habría llevado a la cama. Por ella le extiendo unos billetes a Francisco, solo por ganarme una sonrisa de sus labios, apenas si observó los gestos de agradecimiento del hombre. La mujer se cuelga de mi cuello y me da un beso en la mejilla, la aparto ligeramente, si continuo sintiéndola tan cerca no respondo de mis instintos.
Ha sido un día extenuante, solo quiero llegar a mi cama y arrojarme en ella, pero no sé qué me impulsa al piso de arriba. La puerta no esta cerrada, me paseo por las habitaciones vacías. Francisco extendía su simpatía por el desaseo hasta el interior de su departamento. Pegotes en el piso que no tengo la menor curiosidad por averiguar de qué están compuestos, manchones en las paredes. Cosa aparte son la cocina y los servicios higiénicos, tuve que salir a toda prisa de este último para evitar la repugnancia que se apoderaba de mi. Al parecer el profesor se tomo su pequeña revancha. El viejo Duboy, con extremo dolor para sus cuentas tendrá que hacer no pocos gastos para poner aceptable el departamento; ya me lo imagino tirándose de sus ralos cabellos y poniendo cada billete en mano de los reparadores como si estuviera despidiéndose de sus amados hijos.
He tenido que visitar tres galerías hoy, nada nuevo, nada que despierte mi entusiasmo. Tengo un artículo pendiente para este viernes, pero no hallo la inspiración… esa conexión inmediata que siento cuando encuentro el trazo preciso, la combinación de colores exacta, el juego de luces y sombras impecable... es como un golpe, un latido que me detiene ante la obra, me corta el aliento, y entonces sé que es lo que buscaba.
Estoy empezando a dormirme, quién vendrá a ocupar el lugar del profesor, ojala que sea tan callado como este, pero mucho más aseado… aunque eso no tiene importancia, nunca se me dado por visitar a quienes comparten conmigo este antro, no voy a empezar a hacerlo ahora… me estoy durmiendo…
24 junio
Que difícil ha sido concentrarme estos dos últimos días, el ruido de los obreros que trabajan en las reparaciones no me dejan hilar una idea; los golpes, sus fuertes pisadas, sus gritos y risotadas... es una pesadilla, pero creo que para suerte mía hoy terminan todo. Necesito un respiro, voy a salir con mi pareja favorita a tomar unos tragos en un bar nuevo del que he escuchado muy buenos comentarios.
La salida ha resultado relajante; cuando ambos están en sintonía su conversación resulta deliciosa, tocamos los más diversos temas, y los espacios vacíos de unos son cubiertos por los otros, así que al final de la noche salimos enriquecidos. Solo de algo los culpo, han conseguido contagiarme su excesiva curiosidad por conocer a "el tipo del 3B", nos hemos puesto de acuerdo en llamarlo así, hasta aclarar el misterio de su identidad; además de la incertidumbre por saber quién vendrá a ocupar el lugar de Francisco. Ambos consiguen poner la nota divertida en mi vida, no entiendo hasta ahora cómo han hecho para involucrarme en sus alocados planes para descubrir al misterioso hombre, ya hemos trazado un plan.
Recostado sobre mi cama, vestido todavía, con la portátil descansando sobre mi estomago, tengo concentrada toda mi atención en los ruidos que provienen de fuera; es una verdadera lástima el no vivir en el 2B, así podría seguir mejor los movimientos de nuestra "presa". Patricia insiste en que haga amistad con la solterona – mi querida amiga, mi curiosidad no llega a tanto – además con qué motivos iba yo a trabar conversación con ella. Se mudo hace unos tres años, así que a fuerza de breves saludos me he tenido que fijar en ella; es una mujer pequeña y delgaducha sin gracia alguna. Sin embargo, pese a sus desventajas estéticas su apariencia es algo que parece importarle demasiado, supongo que a esa edad intentar ser atractiva para una mujer que nunca lo ha sido debe ser indispensable. El tren ya no para más en su estación creo yo, por eso me incómoda esos fugaces encuentros en las escaleras o en la puerta de entrada, me mira de una manera extraña. Sus ojos pequeños y ojerosos se clavan en los míos para después bajarlos rápidamente mientras sus mejillas se colorean como los de una colegiala. ¿Será que le gusto a está mujer?... por su bien espero que no, sus esperanzas se verían completamente defraudadas. Alguna vez Orlando me dijo su nombre... Erlinda, no, Esther, no, no, tampoco, ¡Helena!, eso es, vaya nombre para ponerle a alguien como ella. Simplemente es como poner un delicado Stradivarius en manos de un niño torpe, convertir un deleite a los oídos en espantosos chirridos... Eh, escucho pisadas en el corredor; no son de tacones, así que no se trata de alguna putilla, solo puede ser nuestro tipo del 3B. Asomo la cabeza por la puerta entreabierta y descalzo subo sigilosamente tras sus pasos, estoy llegando al rellano de la escalera...
Que difícil ha sido concentrarme estos dos últimos días, el ruido de los obreros que trabajan en las reparaciones no me dejan hilar una idea; los golpes, sus fuertes pisadas, sus gritos y risotadas... es una pesadilla, pero creo que para suerte mía hoy terminan todo. Necesito un respiro, voy a salir con mi pareja favorita a tomar unos tragos en un bar nuevo del que he escuchado muy buenos comentarios.
La salida ha resultado relajante; cuando ambos están en sintonía su conversación resulta deliciosa, tocamos los más diversos temas, y los espacios vacíos de unos son cubiertos por los otros, así que al final de la noche salimos enriquecidos. Solo de algo los culpo, han conseguido contagiarme su excesiva curiosidad por conocer a "el tipo del 3B", nos hemos puesto de acuerdo en llamarlo así, hasta aclarar el misterio de su identidad; además de la incertidumbre por saber quién vendrá a ocupar el lugar de Francisco. Ambos consiguen poner la nota divertida en mi vida, no entiendo hasta ahora cómo han hecho para involucrarme en sus alocados planes para descubrir al misterioso hombre, ya hemos trazado un plan.
Recostado sobre mi cama, vestido todavía, con la portátil descansando sobre mi estomago, tengo concentrada toda mi atención en los ruidos que provienen de fuera; es una verdadera lástima el no vivir en el 2B, así podría seguir mejor los movimientos de nuestra "presa". Patricia insiste en que haga amistad con la solterona – mi querida amiga, mi curiosidad no llega a tanto – además con qué motivos iba yo a trabar conversación con ella. Se mudo hace unos tres años, así que a fuerza de breves saludos me he tenido que fijar en ella; es una mujer pequeña y delgaducha sin gracia alguna. Sin embargo, pese a sus desventajas estéticas su apariencia es algo que parece importarle demasiado, supongo que a esa edad intentar ser atractiva para una mujer que nunca lo ha sido debe ser indispensable. El tren ya no para más en su estación creo yo, por eso me incómoda esos fugaces encuentros en las escaleras o en la puerta de entrada, me mira de una manera extraña. Sus ojos pequeños y ojerosos se clavan en los míos para después bajarlos rápidamente mientras sus mejillas se colorean como los de una colegiala. ¿Será que le gusto a está mujer?... por su bien espero que no, sus esperanzas se verían completamente defraudadas. Alguna vez Orlando me dijo su nombre... Erlinda, no, Esther, no, no, tampoco, ¡Helena!, eso es, vaya nombre para ponerle a alguien como ella. Simplemente es como poner un delicado Stradivarius en manos de un niño torpe, convertir un deleite a los oídos en espantosos chirridos... Eh, escucho pisadas en el corredor; no son de tacones, así que no se trata de alguna putilla, solo puede ser nuestro tipo del 3B. Asomo la cabeza por la puerta entreabierta y descalzo subo sigilosamente tras sus pasos, estoy llegando al rellano de la escalera...
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