13 julio, 2011

El edificio "S" IV



Junio 29

Debo haberme dormido de nuevo, las cortinas están sin descorrer aunque ya es de día. En los nublados inviernos por lo general tengo las luces encendidas incluso durante la mañana. El debe haber velado junto a mí toda la noche y el cansancio lo ha vencido. ¡Que gran pérdida para las mujeres! Un hombre como él podría tener a la que quisiera; ya había hechizado a mis dos hermosas damas y no me extrañaría que hasta la solterona mudase en cualquier momento sus afectos de mi persona a Juan José. Miré hacía el velador y vi sobre este un vaso con agua a medio llenar y una caja de analgésicos, de seguro debo haber tomado algunos anoche porque la cabeza me duele mucho menos de lo que había calculado. Me pongo de costado y apoyo la mejilla sobre la palma de la mano. Pienso que nadie puede sustraerse a la belleza, a aquello que posee belleza, que llena y conmueve el corazón. Es algo que está más allá del género y a mi pesar tuve que admitir que el miedo que experimentaba de tener algún contacto con aquel joven era su hermosura, que en alguien como yo atrapaba con más fuerza. Dormía profundamente, así que podía contemplarlo a mi antojo; sus cabellos oscuros, casi negros, ligeramente ondulados; sus facciones delicadas y que sin embargo no perdían en nada su virilidad, la nariz recta y fina, los labios de un rosa pálido, pero sobretodo sus ojos que aún cerrados eran bellos con espesas pestañas bordeándolos. Estaba acurrucado sobre un sillón cercano a mi cama, al parecer las prisas que debía haberle hecho pasar lo habían agotado, pues tenía las mejillas coloreadas y la camisa ligeramente entreabierta. Podía ver parte de su pecho cubierto de un vello ligero, su piel no era de ese tono blanco e insulso, era como si bajo ella ardiera una luz naranja como el tono que tienen algunas rosas. Lo escuché gemir suavemente como alguien que esta a punto de despertar, me volví a acostar rápidamente. Efectivamente se despertó y sus ojos claros se clavaron en mí. Estos tenían un lenguaje propio, porque ellos me sonrieron antes de escuchar su voz saludarme alegremente.
- ¿Cómo te sientes? – me preguntó,
- Bien, gracias a ti. ¿Te he dado mucho trabajo? – hizo una mueca deliciosa antes de contestarme.
- No, en verdad no. Estoy en cierta forma acostumbrado a este tipo de situaciones – se detuvo, como embarazado por lo que acababa de decir. Lo anime con un gesto para que continuara – Perdona, no quiero hacer comparaciones que podrían ofenderte, pero mi madre era alcohólica. Yo soy el mayor de mis hermanos y tuve que lidiar con eso, mi padre aguantó hasta donde su debilitado corazón se lo permitió. Podía haber huido y abandonarnos a nuestra suerte; creo que nadie lo hubiera culpado, mi madre se había convertido en una pesadilla, pero no lo hizo… – calló por unos instantes, hablar de todo aquello le era visiblemente doloroso.
- Sigue por favor – le pedí, tomando inconcientemente una de sus manos.
- El siempre nos decía que lo único que anhelaba era que antes que la muerte cerrara sus ojos, todos tuviéramos alguna profesión, o por lo menos algo con que ganarnos la vida. Y dedicó cada centavo, cada uno de sus días en nuestra educación. Todos le dimos esa satisfacción, Sergio el menor de mis hermanos, terminó de estudiar medicina el año pasado, lo acompañamos hasta la tumba de papá; él llevaba su título bajo el brazo: “Aquí esta padre mío, ya soy también un profesional, nuestra promesa esta cumplida”. Mi padre me amaba tal cómo era, nunca cuestionó ni me echo en cara mis inclinaciones – su mano apretó con fuerza la mía, como si el recuerdo que iba a evocar sobrepasara el aplomo que hasta ahora había mantenido durante aquel relato – Sabes, él estuvo en primera fila el día que di mi primer concierto y me aplaudió hasta que incluso los demás habían callado. Siempre me hizo saber cuan orgulloso se sentía de mi y de cada uno de mis logros. Cuando él murió yo ya tocaba para la Orquesta Sinfónica Nacional.
Dos húmedos surcos se deslizaban por sus mejillas cayéndole sobre camisa.
- Mi madre bebió hasta matarse. Y que Dios me perdoné, pero aquel día sentí que finalmente me había librado de una carga atroz.
Se puso de pie de un salto y salió de la habitación. Aun sentía la tibieza de su mano en la mía, conservaba las marcas rojizas por la presión de sus dedos. Aun podía sentir en el aire su dolor.
Es casi mediodía y debo empezar a escribir el artículo para Del Prado. Las pinturas de Samaniego me hicieron vibrar desde que puse los ojos en ellas. En estos casos sabía que me bastaba sentarme frente al teclado para que las palabras fluyeran sin dificultad. Tomé una ducha caliente, que relajante era estar bajo el agua dejando que arrastrara los últimos vestigios de mi borrachera de la noche pasada.
Estaba sentado en mi silla favorita observando la pantalla. Allí tenía la hoja digital en blanco esperando que la inundara con mis frases agudas, mis observaciones correctas… pero no podía concentrarme, mi mente divagaba, no, no divagaba. Estaba concentrada es cierto, pero no en los trazos de Samaniego, estaba absorbida por la imagen de Juan José, en el tono de su voz mientras me narraba aquel trozo amargo de su vida. ¡A mí!, que había sido tan cruel con él. Sin apenas conocerme se quedo a mi lado cuando cualquier otro hubiera vuelto la mirada con aversión y me hubiera dejado acompañado de mi miseria. Sí, porque ahora me doy cuenta que el beber hasta perder la conciencia es rebajarse ante los ojos de todos, es perder el respeto de quienes nos rodean. ¡Como debí abrir sus viejas heridas! ¡Como debí recordarle a la madre a la que seguro tuvo que asear incontables veces!
Volví a mirar el reloj, era la una de la tarde. Cerré los ojos con fuerza, me coloqué los audífonos y busque el archivo con mis piezas favoritas. Las palabras empezaron a fluir y pronto el blanco de la pantalla se lleno de palabras. Teclee sin descanso hasta ver aparecer el punto final. El artículo estaba terminado, tengo la costumbre de leer y releer mis escritos antes de entregarlos, pero está vez no fue necesario. Me basto una leída, una que otra corrección ¡Estaba perfecto! No sabía a que atribuirle aquello, si a mi inmediata conexión con las pinturas de Samaniego o a la influencia que Juan José había empezado a ejercer en mí.
Me asustaba detenerme en este último pensamiento. Encendí la impresora y me fui a mi icono favorito  con el cursor presionando sobre este. Siempre imprimía varios juegos, y aquello llevaría un poco de tiempo. Así que mientras la máquina hacía su trabajo yo fui a vestirme. Al salir me tope con Patricia y Orlando, al parecer Juan José ya les había comunicado mi cambio de actitud hacía su persona, porque ambos me saludaron sonrientes.
- Nos vemos más tarde, llevo prisa, tengo que entregar este artículo antes de las tres – les grite mientras bajaba las escaleras de dos en dos.
- ¡Esta bien!, nuestro amigo del 3A dice que nos tiene una sorpresa para todos. – le hice entender que la había escuchado.
Como me alegraba escuchar de nuevo a Patty y el mudo saludo de Orlando, el hablaba muy poco, en verdad nada. Cualquier conversación la acaparaba su compañera. Él parecía aceptar con gusto esta situación, salvo aquellas ocasiones en que su paciencia era probada al límite, entonces estallaba en un torrente de gritos y amenazas de que la dejaría de una vez por todas. Solo me faltaba hacer las paces con Gianni, mi niña hermosa, pero sabía que era poco probable encontrármela a esas horas, por no decir que imposible. Pero ya la vería más tarde.
Apenas había llegado a su despacho cuando desplegó ante mis ojos una serie de recortes de los diarios del día. Luego leyó con avidez las hojas que le había alcanzado. Estaba encantado con el artículo.
- Un éxito completo. Sabes reconocer el talento como nadie, y mañana mismo saldrá tu artículo en la “Noche azul”.
- ¡Vaya!, volamos alto.
- Esto esta magníficamente escrito, no se merece salir en ninguna otra revista de arte – cuando Del Prado se entusiasmaba tendía a estrujarlo a uno entre sus gruesos brazos, después de aquel estallido de entusiasmo me soltó – sigue escribiendo así… pero si estoy diciendo necedades, tú tienes talento. Ven a almorzar con nosotros, Andrés está en la otra habitación, creo que el muchacho no ha pegado ojo. Imagínate lo que debe estar sintiendo, pasar de ser un desconocido a encontrarte asediado por llamadas para que les concedas una entrevista.
- No hace falta usar la imaginación, lo entiendo perfectamente – le respondí reconcordando los días en que nadie reconocía mi trabajo, hasta que llego el éxito.
- Claro, claro que lo entiendes Paúl. Bueno, ¿entonces, vienes a almorzar con nosotros?
Era imposible negarme a aquella invitación. Se la debía a Samaniego, porque mis escritos no existirían sin la obra que los inspira y también a Ignacio, quien no cesaba de demostrar la fe ciega que tenía en mí.
Pase una tarde agradable, el almuerzo se prolongó hasta las seis de la tarde. Ya empezaba a sentirme inquieto porque Patricia no había alcanzado a decirme si había una hora fijada para la dichosa “sorpresa” y conociéndola, era incapaz de enviar un mensaje a mi celular. A menudo me hacía reír con lo inútil que se mostraba para las cosas mas sencillas; se le hacía un mundo enviar un mensaje de texto, apenas si sabía manejar su correo electrónico, y ni hablar de manejar los programas más elementales como el Word y el Excel. La escuché decir que se había inscrito en un curso, pero sabía que no tardaría en abandonarlo, carecía por completo de disciplina. Sin embargo era increíble la memoria que tenía para recordar hechos y conversaciones enteras, si uno hacía un comentario trivial y ella estaba presente, había que atenerse a las consecuencias de lo dicho.
Ignacio pareció notar mi impaciencia y dio por finalizada la reunión, nos despedimos rápidamente. Los tres sabíamos que probablemente nos veríamos muy a menudo. Además cada quién tenia que atender sus asuntos; Andrés a continuar con sus entrevistas, Del Prado a hacer los contactos con la “Noche Azul” y yo a reunirme con… con la gente del edificio “S”.
Iba a ir directamente a mi departamento a esperar el llamado de nuestra “vocera oficial”, cuando sentí deseos de ver a Gianni, extrañaba su encantadora presencia y suponía que también la encontraría en buena disposición para conmigo. Golpee suavemente su puerta, nada, golpee con un poco más de fuerza.
- ¡Espera Pauli!, ya estoy contigo – escuchar su voz alegre de nuevo, sin ese tinte de amargura me hizo sonreír feliz.
Finalmente abrió, sin duda estaba trabajando porque la puerta del cuarto oscuro estaba ligeramente entreabierta. La note más pálida de lo habitual, pero con esa sonrisa que me había cautivado desde que la vi por primera vez.
- Perdona, creo que estoy interrumpiéndote.
- No, en absoluto, solo estaba poniendo un poco de orden. Ya veo que te fue muy bien ayer, a pesar de que nos echaste en falta.
- Siempre me sorprendes, pero me encanta escuchar el cómo llegas a tus conclusiones.
- Te ves radiante, y sin embargo se te nota algo fatigado. Ayer escuché voces frente a tu puerta. Hoy en la mañana nuestro músico me contó que habías bebido bastante. Nadie bebe así cuando celebra, por lo tanto, te sentías solo y de seguro querías que estuviéramos contigo en esos momentos.
- Sí, me puse a beber por ti, por Orlando, por Patty, por los habitantes el edificio entero, y ya ves como acabe – la miré de nuevo, no, no me había engañado desde que la observe al entrar, estaba bastante pálida.
- ¿Gianni, te sientes bien?
- A qué viene la pregunta – se miro en un espejo que tenía cerca – Ah, sí, estoy un poco paliducha. Creo que no estoy comiendo bien estos días, es que… tú debes entender este sentimiento, así que me vas a ahorrar demasiadas explicaciones. Algunas veces debe haberte ocurrido que pasan días y días, incluso semanas y hasta meses sin que, en tú caso, encuentres ninguna pintura que te inspire. Tus dedos están adormecidos sobre el tablero sin que un solo pensamiento los mueva. Y de pronto llega nuevamente la Inspiración, y hasta los rincones más oscuros se iluminan con su radiante luz, entonces comprendes que debes escribir y escribir, porque no sabes hasta cuando te acompañara. Porque Ella es una amante desleal. Eso es lo me ocurre ahora, hacía meses que no encontraba nada, tú hallaste a Samaniego, yo a Jo.
- ¿A quién?
- Ah, es esa costumbre mía de acortar los nombres, a veces creo que me excedo, como en este caso por ejemplo, me refiero a Juan José.
- ¿Estás fotografiando a Juan José? – estaba sorprendido y deseoso de ver las fotos que Gianni le había hecho al joven. No quería mostrarme tan ansioso, pero sabía que era inútil ocultarle algo.
- ¡Te mueres por verlas! – y comenzó a palmotear como una niña que está a punto de mostrar su juguete favorito. Levante los ojos al techo como implorando paciencia.
- ¡Venga!, enséñame esas fotos – la vi llevarse el dedo índice a los labios como para imponerme silencio o discreción.
- Eres el primero en verlas, aparte del modelo por supuesto, quiero que me des tu opinión como crítico de arte que eres. He trabajado mucho en esto y si Jo me lo permite quiero exponerlas.
La muchacha puso en mis manos una especie de dossier con no menos de veinte o treinta fotografías dentro.
- Ven, siéntate aquí para que puedas mirarlas tranquilamente. Voy a alistarme para la “sorpresa” de Jo.
- ¿Tú tampoco sabes de qué se trata? – le dije incrédulo.
- Sí lo sé, pero para las sorpresas son para eso… para sorprenderse – y la observe retirarse a su habitación, no toque nada hasta escuchar el suave sonido de la puerta al cerrarse.
Me quede a solas con la carpeta en las manos. No entendía porque se me hacía tan difícil abrirla. Solo eran fotos, excelentes fotos, viniendo de Gianni, pero qué podía turbarme de ellas. Finalmente abrí las cubiertas de cartón, eran desnudos de Jo, todas en blanco y negro. Mi mirada inflamada se clavaba en aquel cuerpo armonioso. El cuello grácil, el pecho perfectamente definido al igual que su vientre. Las piernas musculosas, tanto como sus brazos. Era como la estatua de un antiguo Apolo a la que se le había dotado de vida. Ahora recordaba que Patricia lo había llamado así la primera vez que se refirió a él. El Apolo del 3A. Las fotografías pasaban por mis manos una tras otra. Podía observar su espalda, la cintura delgada. Extasiarme en las firmes curvas de sus caderas. Observar la delicada línea del vello de su vientre, hasta perderse en la oscuridad. Cuando termine de verlas me sentía mareado, tenía la impresión de haber hecho un viaje por cada curva de su cuerpo. De regresar de otra Era donde la belleza era venerada sin falsos recatos. Mi corazón latía con fuerza y respiraba con dificultad. Guarde todo con presteza, no podía continuar teniendo aquellas fotos en mis manos.
- Hasta yo me sentí turbada en algunos momentos mientras lo fotografiaba – La voz de Gianni me hizo saltar del asiento. Desde cuándo me había estado observando – no te avergüences por sentirte excitado por otro hombre, en todos los seres humanos subyace un algo de ambiguo que en algunos momentos se manifiesta.
- ¡Gianni, estas fotografías son absolutamente hermosas!, idependientemente de cualquier otra sensación que pueda despertar – le repondí sintiendo como la sangre se me subía al rostro.








                                               

- No se si podré mirarlo a la cara después de haber visto estas fotos y de haberme puesto como me puse.
- Vuelve a fijar en tu mente la imagen que siempre has tenido de él. No todo es blanco o negro Pauli, existen los grises.
Nuestra conversación se vio interrumpida por la voz de Patty seguida de unos golpecitos en la puerta.
- Gianella, ¿estás lista?
- Sí, ya vamos para allá.
- ¿Vamos, es qué estas acompañada? – respondió una voz en un tono malicioso desde el otro lado.
- Estoy con Paúl, bobita. Si quisiera estar con alguien sería contigo – Gianni y yo reprimamos a duras penas la risa. Solo cuando escuchamos unos pasos apresurados alejarse de la puerta rompimos a reír.
- ¡Vamos Pauli, date prisa, no quiero hacer esperar a Jo – me dijo, mientras tomaba uno de sus abrigos del perchero y se envolvía en él.
Me había dado cuenta que solo me llamaba Pauli cuando estábamos a solas y que solo era Gianni para mí y solo era Jo para los dos. Cruzamos el pasillo hasta el departamento 3A, yo tenía a la joven tomada del brazo a manera de escudo, fue ella quien llamo a la puerta, respire un poco aliviado cuando vi que era Orlando quien nos abría. Cuando estuvimos dentro, me quede sorprendido por el buen gusto y el orden que reinaba por todo el lugar, cualquier vestigio de su antiguo habitante había sido borrado por completo. Un hermoso piano se destacaba en el centro de la habitación. Negro y brillante. Magnifico y sólido, como toda pieza destinada a sobrevivir a los siglos. Habían dispuesto algunas sillas, como para un pequeño concierto. Jo no había olvidado invitar a nadie, también estaban allí, Helena y Zemira. Que increíble me parecía vernos a todos reunidos por primera vez. Tomamos asiento junto al resto, él no tardo en aparecer. Estaba vestido con un pantalón beige y un grueso suéter blanco. El recuerdo de su desnudez me turbaba, busqué la mano de Gianni y me dí cuenta que ella ya la esperaba porque se apresuró a poner su otra mano sobre la mía.
- Gianni, es mejor que salga, no me estoy sintiendo bien – dos ojos grandes y verdes me miraron con aquella  severidad que ya conocía.
- ¡Tú te quedas aquí!  Aprende a dominarte, y no me vengas con que no puedes. Yo tengo que hacerlo una y otra vez, así que también tu puedes manejar lo que puedas estar sintiendo… – su voz se había convertido en un susurro. Jo se había puesto frente a nosotros como para dirigirnos la palabra.
- No quiero que nadie se sienta obligado de estar aquí. Soy nuevo en este edificio, sin embargo en estos pocos días he podido conocer personas que han sido muy buenas conmigo y quería obsequiarle algo… lo mejor que tengo es mi música – tomo asiento frente al piano y empezó a interpretar varias hermosas piezas . Sus delgados dedos iban y venían sobre las teclas. Cerré los ojos y deje que la música me arrebatara el alma. Y por unos instantes ansíe que aquellos dedos danzaran sobre mi cuerpo.


Fotos: enelpaisdelasultimascosas,blogspot.com
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