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04 junio, 2010

Hijo de luna

Basado en el tema: "Hijo de la luna"

En tiempos remotos, entre la raza gitana, gentes de piel de morena y ojos del color de la noche existió una mujer que desafío sus costumbres. Era hermosa, más el tiempo es implacable y al mirarse al espejo veía como este le iba robando las rosas de sus mejillas, y las estrellas que antes brillaban es su melena oscura, pronto su piel iría perdiendo su tersura; su momento de moza pasaba y no hallaba un calé para desposar. Desesperada una noche buscó un lugar solitario y en el encendió muchas velas blancas, coloco también un bello ramo de flores del color de la plata, era una ofrenda para Luna. Su corazón le pedía inflamado:
- Bella dama, tú que todo lo ves, compañera de los amantes, dame por piedad un hombre de piel canela que me ame y me estreche en sus brazos. Que me haga conocer los secretos del lecho, aquellos que mi ser ignora.
Y allí estuvo entre lágrimas esperando que su ruego fuera escuchado. El sol asomo entre las montañas. Entonces Luna antes de volver a su hogar entre el Viento y las Nubes, decidió atender su pedido
- "Tendrás a tu hombre piel morena, pero a cambio quiero el hijo primero que de él engendres. Pues si no te importa inmolar a tu hijo por miedo a la soledad, poco lo vas a querer"
Luna estaba celosa de la mortal, pues en su condición de diosa era deshonroso acercarse a los hombres. Sin embargo soñaba con un día imposible en que pueda dormir al lado de un mortal que la abrace apasionadamente y la haga mujer; la diosa ansiaba ser madre y le tendió una trampa a la gitana, engendraría al ansiado niño por medio de ella.
La fiesta de unión fue fastuosa, y en lo alto Luna sonreía. Samira bailaba, sus ojos de noche prendidos en los de su hombre. Cuando los cantos y las danzas cesaron, y el sueño peso en los párpados de los invitados, Calisto la tomo en brazos, entraron en su tienda y se amaron hasta que el sol curioso se asomo en el cielo. No fue largo el tiempo en que ella supo que un ser crecía en su vientre, pero Samira calló que al unirse a su esposo había sentido dentro de su ser una fuerza poderosa, una luz clara que envolvió su cuerpo.
Calisto trabajaba arando los campos y llevando a pastar el ganado. Al anochecer, con paciencia construía la cuna para su primogénito. Con la sonrisa iluminándole el rostro lijaba la áspera madera hasta convertirla en terciopelo; las viejas gitanas hilaban las prendas primeras para el que estaba por llegar. Ocho meses y unos días más transcurrieron antes de que Samira diera a luz el fruto de su amor. Oh día aciago, Samira había burlado sus leyes. Aquel pequeño que la partera recibía, no era como los de su raza; de piel blanca y ojos grises en vez de los aceitunados de su padre.
Ya corría el rumor por todos los rincones, los comentarios maliciosos se deslizaban como mala hierba ahogando las flores.
- ¡Maldita su estampa!, ese es hijo de un payo y yo no me callo.
Calisto se preguntaba, en qué momento fue engendrado aquel bastardo. Sería que su mujer tenía ya un amante, que la tomo después que él. El gitano sabía bien que Samira llego sin conocer hombre a su lecho. Que furia amarga se apodero de él, la había amado tanto, ahora estaba deshonrado ante los suyos, no quedaba otra alternativa, la mancha de su deshonor debía borrarse con sangre.
Una tarde le ordenó a su mujer que tomará al niño y lo acompañara hasta las montañas, Samira presentía que aquel sería un viaje sin retorno; lo veía en los 0jos oscuros que alguna vez la miraron con ternura, ahora solo había en ellos odio y desprecio. Su vida poco importaba ya, pero el pequeño libre de cualquier culpa estaba.
- ¡Calisto, has conmigo lo que tengas que hacer, pero a él perdónale!
- ¡Calla mujer, nada tienes derecho a pedirme!, ¿quién es el payo que lo engendro?
- No puedo explicarte cosa alguna, porque nada tengo que decir.
- Sea pues como tú lo has decidido. De un calé nadie hace burla.
La piedad termino de eclipsarse en sus ojos, la tomo con rudeza y sin importarle que sus pies descalzos se lastimaran con las piedras del camino y los espinos la llevo a los montes.
- ¡Deja al niño a un lado!
Entonces saco un cuchillo, su mano levantada tembló unos instantes pero luego la descargo con furia sobre ella; se quedo tendida sobre una roca herida de muerte. Tomo al pequeño color de luna en sus brazos, y lo abandono donde humano alguno pudiera jamás hallarlo.

Dice la leyenda que jamás volvió a ser el mismo hombre, la culpa le carcomía el alma. No hallaba paz, su vida transcurría entre pesadillas terribles y días agobiantes. Los campos fueron abandonados, los animales huyeron a buscar mejor suerte. Y así poco a poco fue dejando de comer y beber hasta que sus ojos vieron por última vez el azul del cielo. Antes de que el último aliento huyera de sus resecos labios vio a Samira a su lado, sintió sus dedos finos acariciar su rostro y sonreír.
- Nuestro hijo está bien, vive allá en el cielo con su otra madre. ¿Has observado a Luna?... cuando esta plena, es porque nuestro niño está de buenas, y si él está triste ella mengua para hacerle una cuna.
Calisto murió con una sonrisa en los labios, ahora estaba en paz.

Y el pequeño hijo de Luna creció hasta que la niñez fue solo un recuerdo. Tenía la blancura de su madre sideral, los cabellos rubios; más el alma impaciente heredo de su madre morena. Luna le había regalado la inmortalidad y la juventud eterna, pero por las venas de Aristeo corría sangre gitana, pronto se le hacían largos los días sentados en el regazo de su madre. Ya no le satisfacía jugar con las Estrellas y pasear por los cielos, el ansiaba ver más de cerca a aquellos seres diminutos que andaban por la tierra; pero Luna le decía que aquellos eran "hombres", seres de corazón oscuro.
- Aristeo, no has de acercarte a los hombres, son gente de mal corazón. Solo saben de muerte y traiciones, levantan sus espadas unos contra otros. Se satisfacen en despojar a los débiles de sus campos, de su libertad, y de todo cuanto les es preciado. Agotan los campos, destruyen, queman, lastiman a la naturaleza y cuando ya no queda más por destruir migran a otros lugares a continuar su terrible obra.
Sin embargo, Aristeo era hijo de la Tierra también y pese a los consejos de su madre empezó a descender a ella a escondidas. Y todo aquel que lo veía quedaba prendado de él. Tanta belleza no era de este mundo, lo admiraban pero nadie se atrevía a acercarse ni mucho menos a dirigirle la palabra. Por primera Aristeo supo que era diferente, y la tristeza y la soledad le llenaron el joven corazón.
- Madre, te he desobedecido, he bajado a la tierra para ver a los "hombres" de cerca, pero todos huyen de mí. ¿Por qué madre mía?
- En la desobediencia está tu castigo. Ellos nunca se han de acercar a ti, presienten que eres hijo de un dios y te temen, como me temen a mí.
- Pero yo quiero hablar con ellos, quizá alguno no sea tan perverso y tenga el corazón de azucena. Me siento tan solo.
- ¿Y es que yo no soy nadie para ti?
- Madre, eso nunca, sabes que te amo. Pero algo me llama hacía ellos, no puedo decirte qué es, pues yo mismo no lo entiendo.
- No te basta Sol y tus compañeras las Estrellas, las Nubes, además de los Vientos, y los Mares.
- Sol, Vientos y Mares son sabios y de ellos he aprendido cosas de tiempos remotos; las Estrellas y las Nubes han sido mis compañeras en los juegos infantiles, pero ahora han cambiado. No me gusta cuando se ponen sus ropajes negros.
Luna sabía que un día de esa hiel probaría, no podría retener más a Aristeo. Maldijo su sangre terrena, pero debía dejarlo marchar, porque en su corazón estaba claro que tarde o temprano haría su voluntad, con su consentimiento o sin el. Era mejor que se marchara amándola que con el resentimiento pesando en su puro corazón.
- No puedo retenerte en contra de tú voluntad hijo amado. Desciende pues a la tierra, quédate entre los hombres y júzgalos por tus propios ojos. Más he de despojarte de tus dones divinos. Sentirás hambre, frío y dolor; tus bellos ojos conocerán el llanto, y tu cuerpo hermoso será vulnerable a las heridas y a las enfermedades. Pero hijo amado, yo estaré siempre a tu lado. Y Luna coloco un collar, hecho de su propia esencia alrededor de su cuello. Tómalo en tu puño y repite mi nombre tres veces, allí donde estés te encontraré. Oh mi amado hijo, mucho me temo que al volver tendrás el corazón en jirones, más yo te aguardaré y volverás a mi regazo, y yo menguare para acunarte. Debes ponerte estas ropas, no puedes mezclarte entre ellos tal como estas ahora.
Y Luna lanzó un haz luminoso a la tierra para que Aristeo descendiera por él. Su hijo la observó con amor unos instantes, le dio un beso tierno en la frente y se alejo sin mirar hacía atrás.
Dicen que aquella noche la luna no se asomo en el cielo, estuvo escondida entre las oscuras nubes sin mostrar su bella faz a la humanidad.
Aristeo estaba también pesaroso, pero a la vez lleno de curiosidad. Camino por calles sin fin, se maravillo de las edificaciones de los hombres, de esos artefactos en que se transportaban, de unos pequeños aparatos por los que conversaban sin cesar. Más se dio cuenta que entre aquella multitud que iba y venía con prisa nadie se detenía a mirar a los demás. No conversaban mirándose a los ojos, ni sonreían. Y sin embargo las miradas de los mortales se detenían en él, parecía ejercer una fascinación sobre hombres y mujeres por igual. Sus rostros se volvían a su paso como quien contempla algo inusual.
Sintió por primera vez un dolor agudo en el estómago, una extraña sensación de vacío. ¡Hambre! le susurro una voz al oído. Se acerco a una tienda, tomo algunas frutas y ya iba hacía la salida cuando se sintió sujetado con fuerza por unos de sus brazos. Algo lo hizo estremecerse... ¡Dolor!, volvió a murmurar la voz. Se volvió y observo a un hombre delgado de rostro agraciado que lo miraba con enojo, forcejeo tratando de deshacerse de aquella mano que lo lastimaba, pero fue inútil.
- ¿Por qué me sujeta así, no se da cuenta que me esta causando dolor? - en su voz no había rabia, solo desconcierto.
- Sabes, aquí no regalamos nada, así que ve a pagar esas cosas - y lo soltó mientras que con un dedo le señalaba un lugar donde la gente hacía filas con sus canastillas.
- ¿Y para qué debo ir allá?
- ¿Te estas burlando de mi? - los ojos sorprendidos del joven ablandaron al hombre. Era tan cautivador. Su ignorancia e ingenuidad no eran fingidas - ¿De dónde vienes muchacho, qué no sabes que debes pagar por lo que llevas?
- ¿Pagar, pagar con qué?
- Con dinero, ¿no conoces el dinero? - el hombre se busco en los bolsillos del pantalón y saco un gastado billete y lo puso frente a sus ojos - Esto es dinero y sirve para que comas, compres ropa y tengas un lugar para vivir; además de muchas otras cosas. ¿Has salido de algún centro psiquiátrico, o quizá has perdido la memoria, te drogas o qué?
El muchacho lo miraba con sus ojos grises muy abiertos, qué era todo aquello que el hombre le decía: ¿dinero, psiquiátrico, drogas?
- ¿Y cómo consigo eso que llama "dinero"? - el hombre se llevo las manos a la cabeza en un gesto cómico.
- ¡Trabajando su majestad, trabajando!
- ¿Y qué es trabajar? - el empleado ya no pudo contenerse más y soltó una carcajada que hizo que todos volvieran la vista hacía donde estaban. Muchos la dejaron allí por varios minutos, específicamente en el joven. Miradas de admiración, pero también de lujuria lo envolvieron.
- Trabajar niño tonto, es hacer alguna cosa para recibir a cambio esto - y volvió a ponerle el billete enfrente.
- ¿Y qué cosa debo hacer? - una sonrisa maliciosa rodó en los labios del hombre - Alguien como tú podría ganarse el dinero fácilmente. Mira nada más cómo te observan esos tipos y aquellas mujeres... todos son gente adinarada. Parecen lobos dispuestos a saltar sobre el cordero.
- ¿Ellos me darían dinero? Dime pues, qué debo hacer para que me lo den - El hombre sintió que las mejillas se le teñían de rubor, no podía creer que tanta inocencia existiera. Y su corazón encallecido se entristeció de pronto - Muchacho, lo que dije lo dije por decir, no me prestes atención.
- Yo quiero trabajar para ganar dinero, dime por favor qué hacer para que esos hombres me lo den.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Aristeo
- ¿Aristeo qué?
- Mi madre solo me llamaba así, no conozco otro nombre.
- ¿Y dónde está ella ahora?
- Ella vive allá en el cielo - el empleado le miro con ternura, pobre muchacho, la muerte de su madre le había hecho perder la cordura. Ahora entendía lo extraño de su conducta - vamos, llévate las frutas, yo las pagaré. Vuelve por aquí mañana veré si el jefe puede emplearte en algo. El hermoso Aristeo sonrío y el hombre sintió que ya no podría ser el mismo nunca más.
- Aristeo... ¿tienes dónde dormir?
- Yo dormía cerca a mi madre.
- Claro, pero dónde, ¿tienes una casa?
- Oh sí, vivo allá arriba.
- ¿En un edificio cerca de aquí?
- No, en el cielo, soy hijo de Luna -El empleado lo miro con una mezcla de asombro y compasión - Ve a sentarte allá, falta media hora para que salga, quiero que me esperes.
El muchacho fue a sentarse donde el hombre le indicaba, ajeno a la admiración que despertaba en todos los que posaban sus ojos en él. Pronto su salvador estaba a su lado, se había despojado del uniforme de la tienda y ahora vestía unos vaqueros.
- No tengo mucho espacio en casa, vivo solo y todo está muy desordenado, pero creo que es mejor a que pases la noche a la intemperie... además no me agrada cómo te miran esas gentes.
- ¿Y cómo me miran?
- Pareces un crío de tres años, ¿en verdad no sabes por qué te miran?
- Solo conozco la mirada de mi madre y de mis amigos.
- Ah, entonces tienes amigos.
- Sí, Sol, Mares, Vientos, Nubes y Estrellas son mis compañeros.
- Mejor es que calles si alguien escucha lo que dices te llevará a un sanatorio. Olvida lo de las miradas y ven conmigo.

El muchacho lo siguió sin poner resistencia. Alonso caminaba a su lado, sus ojos iban una y otra vez al rostro de su nuevo amigo; nunca antes, nunca después, vería tanta belleza reunida en una criatura nacida de hombre. Y de pronto la Luna hizo un desgarrón entre las nubes y brillo con inusitada intensidad, Alonso observo la piel del joven brillar en armonía. Parecía hecho de marfil y estrellas.
Llegaron a su departamento, era un lugar en extremo sencillo, desordenado más no sucio. Los libros de arte se amontonaban a los costados de un pequeño estante, sus habitantes habían excedido su espacio. Regados sobre la mesa muchos carboncillos; paisajes, rostros, animales, bosquejos de personas en diferentes posturas. Quito algunos papeles de uno de los sillones para hacerle espacio.
- Siéntate allí, voy por algo de comer.
- No es necesario, las frutas me han quitado el hambre. Mejor quédate a charlar conmigo, quiero saber todo de ustedes los hombres.
- ¿Qué?
- ¿De dónde vienen, qué hacen, cómo viven?
- ¡Qué preguntas!, mejor será que duermas, voy por unas cobijas.
Cuando Alonso regreso no pudo reprimir un escalofrío placentero que recorrió todo su ser. Aristeo se había despojado de sus ropas, y estaba frente a la ventana cubierto apenas con una prenda que le envolvía la cintura y caía hasta el medio de sus muslos. El claro de Luna lo inundaba; mas no era eso, era como si la propia luz brotara de su cuerpo. Las mantas se deslizaron de sus manos y su mirada embelesada se quedo enredada en el cuerpo del joven.
- ¡No te muevas Aristeo, espera, quiero dibujarte!
- ¿Qué es eso?
- Nada, ahora no puedo explicarte. Solo no te muevas.
Y la delgada mano de Alonso bailo sobre el papel; subiendo, bajando, derecha, izquierda, un trazo aquí, una sombra allá, un difuminado en aquel rincón. Parecía en trance, solo de cuando en cuando se detenía como para tomar aliento. Hasta que al final los trazos tomaron forma, eran el fiel reflejo de aquel que soñaba frente a la ventana.
- Eso que dijiste de que tu madre era la Luna, es una mentira... eso es una locura.
- Estas lleno de palabras nuevas. No sé que significa mentira.
- Mentir es cuando hablas sobre algo pero no cuentas lo que realmente sucedió.
- ¿Y mentir es malo? - y sus ojos grises se clavaron en los de Alonso como si le atravesaran el alma.
- Sí, la mayoría de veces lo es.
- No entiendo eso.
- Aristeo, hay cosas que son ciertas, pero que harían más daño revelándolas.
- Yo he mentido entonces... no le decía a mi madre que me escapaba a la Tierra, callaba porque sabía que la haría sufrir.
- ¿Por qué estas aquí ahora entonces? - Alonso había empezado a creer de forma inconsciente todo lo que el joven le decía.
- Mi madre decía que yo debía comprobar que el corazón de hombres es oscuro. Me dijo que probablemente sufriría mucho, pues al bajar a la tierra sería despojado de mi divinidad; pero si así lo quería, ella no seguiría oponiéndose.
-¿ Y aún con esa advertencia has querido descender a la tierra?
- Sí, porque hay algo en mí que me ata a ustedes, algo que no puedo entender y que hace mucho me llena de dudas, siento... siento que hay algo de humano en mi - vio al muchacho sonrojarse - sabes, nunca antes había expresado este pensamiento en voz alta.
- ¿Tu madre nunca te dijo nada?
- Nada, de su boca nunca salia nada. Ha sido una madre tierna y amorosa; tan paciente y dulce. Ella me dio esto - le dijo mientras le mostraba una medalla que parecía hecha de luz, Alonso no la había notado porque antes estaba cubierta por las ropas - ella está siempre conmigo para protegerme.
- Me trastorna todo lo que me dices, ya no sé si eres un sueño o si realmente estas aquí a mi lado.
- Soy real, tan real como tú, siente mi corazón si deseas - Alonso comprendía que si su mano rozaba aquella piel de seda le sería difícil controlar sus sentidos y dio un paso hacía atrás para apartarse del joven - No me temas, dame tu mano y siente como late.
Alonso temblando como si alguna fiebre lo devorara se acerco lentamente, poso su mano ardiente en el pecho de Aristeo. Realmente aquella piel era como lo había imaginado, suave pero tan fría, era como tocar una estatua del más fino mármol. Y bajo su palma sentía un corazón latiendo acompasado, como le costaba retirar su mano. El joven tampoco se movía, vio su delicada mano levantarse del costado de su cuerpo para posarse también sobre su pecho y sintió como si un rayo lo traspasara; un rayo blanco y luminoso, pero que no hería. Se quedaron unos minutos así, los ojos grises, en los ojos de hierba; respirando suave uno, agitado el otro.
- ¿Por qué tiemblas Alonso, es que aún me tienes miedo? ¿Los Vientos danzan a tu alrededor y te hacen sentir frío?, ellos solían jugar así conmigo, pero no me gustaban esos juegos; yo corría al regazo de Luna y ella me arrullaba y reñía a los Vientos. ¿Quieres que te acune en mis brazos?
Había tanta pureza en su pedido. La malicia no existía en aquellos ojos ni en palabra alguna salida de aquellos labios de coral. Cómo aceptar esos brazos cuando por dentro hay un incendio pronto a desatarse. Aristeo avanzo sonriendo hacía Alonso.
- ¡No, detente, no sabes lo que haces! - una sombra de tristeza cruzó el semblante del muchacho, se pensó rechazado por su condición de no humano y la voz le susurró al oído, ¡Rechazo! - Si yo te toco ya no seré dueño de mis actos... no sé qué pueda ocurrir. Nada sabes de las ansias de un cuerpo por poseer otro; nada sabes de la sangre palpitando como un río sin cauce, ni de la fiebre que te turba con la sola vista de otros labios.
- Tienes razón, nada sé de lo que dices. Tú no pareces tener el alma de noche. Quiero aprender contigo de esas cosas de las que me hablas.
- No Aristeo, poseerte sería algo así como un pecado. Duerme ahora, mañana veremos a mi jefe para ve si te emplea.
Y el joven se quedo de pie en silencio mirando como Luna menguaba, y poco a poco fue sintiendo que el sueño le vencía. A lo lejos escuchaba tararear a su madre una antigua canción de cuna.
Cuando Alonso se levanto al día siguiente corrió a buscar a su compañero. Todo estaba intacto, tal como lo dejara la noche anterior, solamente que Aristeo había desaparecido. ¿Había sido un sueño?, no, él lo había sentido suave y frío en su mano. Su pudor le había sabido a rechazo, era eso, y el joven se había marchado al creerse despreciado.
Que dolor tan grande le lleno el corazón... - ¿Dónde andas niño hermoso, no sabes que el mundo es implacable?, niño hermoso, van a destruirte allá afuera - y salio a buscarlo olvidando trabajo y comida. Lo busco por las calles elegantes mostrando su bosquejo; algunos decían que lo habían visto pasar, "caminaba como quien no tiene un rumbo fijo, como quien anda perdido", le decían las gentes. Lo busco en callejuelas oscuras, y no dudo que por allí también había dejado su huella. Los rincones parecían menos sucios y los rostros de los que habitaban en ellas estaban radiantes, como si un rayo de plata los hubiera tocado llevándose algo de su miseria.
Y Aristeo vago por el mundo, aprendió a trabajar para ganar aquello que todo lo compra... o casi todo. Supo de los inviernos helados y los veranos sofocantes. Conoció la avaricia de los hombres; se estremeció ante la crueldad con que se trataban unos a otros, sus ojos conocieron el rojo color de su sangre. Observo sin entender como los humanos destrozaban bosques, manchaban ríos y mares, enturbiaban el límpido cielo, y con más dolor aún vio como mataban a sus hermanos menores con saña y a menudo por el simple placer de matar. Los ojos grises de Aristeo se tornaron oscuros, y como su madre predijera el corazón se le volvió jirones. No es bueno el hombre se dijo.
Con fuerza sujeto la medalla que llevaba al cuello y estaba por invocar a su madre para que lo llevara lejos de toda aquella miseria, cuando su mirada se encontró con la de Alonso.
- Te he buscado por tanto tiempo, he seguido tu estela de plata sin poder hallarte. Siempre que llegaba a un lugar tú ya lo habías abandonado.
- Tú raza es malvada, ya nada quiero saber sobre los hombres. Solo ansió tornar a mi madre, tengo el corazón herido de muerte.
- Aristeo, cierto es lo que dices, pero entre los humanos siempre brotan flores de bondad. Hay muchos que vivieron y viven para cambiar todo aquello que tanto te horroriza. No juzgues a la humanidad entera por la maldad de algunos.
- Tú no eres así, lo veo en tus ojos, son dulces y claros. ¿Quieres venir conmigo?
- ¿Me llevarás con tu madre? , mi amado compañero, no creo que sea bueno a sus ojos.
- Luna ve más profundamente en el corazón de los hombres que yo, no temas, ella te amará como a un hijo y olvidará que eres fruto de la Tierra.
Aristeo le tendió su pálida mano a su amigo y Alonso se la tomo ya sin duda en la suya.
- Abrázame fuerte, muy fuerte. Quiero sentir tu corazón en mi pecho y tu cálido aliento en mi frío rostro - el otro se acercó y se fundieron en un abrazo más allá de sus cuerpos, entonces el hijo de la luna apretó la medalla en su puño e invoco a su madre.
Luna había esperado tanto ese día, feliz hizo brotar de su cuerpo un sendero de plateada luz para que su hijo subiera por él. Grande fue su sorpresa al ver a un descendiente de hombre atado al cuerpo de Aristeo.
- ¡Madre querida! - le dijo y cayo a sus pies con el rostro bañado en lágrimas.
- Cuanto hubiera querido ahorrarte este dolor, sin embargo era necesario, mis palabras nunca iban a ser suficientes.
- Todo cuanto me dijiste era verdad, solo en algo erraste madre mía, no todos los hombres tienen el corazón de oscura piedra. El es Alonso, mi tierno amigo, por amor a mí no me despojes de su compañía.
- No lo haré Aristeo, porque es de corazón puro, lo he visto en sus ojos de hierba.
Más la diosa callo su pecado, nunca le diría a su hijo que él también tenía sangre de hombre, y que en su afán por engendrarlo había ocasionado la desgracia de dos seres. Samira llevada por sus deseos, Calisto por su soberbia, era cierto, pero ella había precipitado sus destinos.

Si alzan la vista una noche de luna llena verán que ya no es blanca como lomo de armiño, algunas manchas estropean su blanca pureza. También verán dos estrellas brillantes y hermosas que titilan como alegres cascabeles, son Aristeo y Alonso, unidos para siempre en el firmamento.

"Hay cosas que son ciertas, pero que harían más daño revelándolas"

Para un querido amigo a quien no le puedo regalar hasta ahora una historia hace tiempo pedida.


21 julio, 2007

Y tu sin saber


La niebla lame las calles y las veredas, se desliza lenta y pausada hasta envolverlo todo. Hasta envolverme a mí en sus helados brazos. Regreso a mi cama y me acuesto, el trabajo se acumula sobre el escritorio, pero que más da, igual no podría concentrarme. Hace días que no puedo fijar los pensamientos en otra cosa que no seas tú. Tú y tu cabello negro como mi suerte; tu barba de dos días; tus ojos claros, tan claros que si miro en ellos la noche desaparece; tus labios de rosa, que siempre me sonríen... como quisiera que no me sonrieran así...así, porque sin saberlo me estas atrapando.
Eres mi amigo, el compañero de oficina, el camarada que me acompaña a beber un café que siempre me sabe amargo. Y entre sorbo y sorbo me vas desmenuzando tu vida; me vas contando tus sinsabores, tus ilusiones perdidas... y yo bebiendo en silencio tus palabras....bebiendo tus palabras que me saben a muerte, porque me hablan de un amor que navega en tu pecho y yo... yo no soy el puerto que buscas. Que ganas a veces de coger mi chaqueta y salir de prisa, de cubrirme los oídos para no escucharte, pero de pronto una tímida sonrisa te ilumina el rostro y el rubor te enciende las mejillas; me desarmas, respiró hondo y lanzo la mirada a cualquier parte para no traicionarme. Pensaras que me molestan tus confidencias, ignoras que me abren surcos sangrientos en el pecho, que me llenan la boca de sal y sin embargo me quedo. Y luego al despedirnos, mi mano que aprieta fuerte y brevemente la tuya, muriendo por no poder retenerla por siempre en la mía.
Cómo decirte que quiero hacerme dueño de todos tus pensamientos, aunque me lastimen. Que me lanzas al vacío si te acercas, si me envuelves en la cercana tibieza de tu cuerpo cuando te inclinas para preguntarme algo; que el fuego se me desata por las venas al sentir tu aliento suave en mi nuca. Ya son tantas las veces en que me levanto fingiendo buscar algún documento por no aguantar el suplicio de tu cercanía... ¿qué pensaras vida mía?... ¿creerás que me desagradas?. Cómo acercarme a ti y confesar lo que siento; no sellar más mis labios, no detener más mis manos que te buscan, no silenciar más mis latidos que te esperan. Hasta cuándo esconder todo esto... pero tengo miedo, un presentimiento, casi una certeza, de que la verdad te alejara para siempre de mi lado.
En el silencio de la habitación le susurro tu nombre a las paredes que me cercan; se lo enseño a las sábanas que me envuelven, y ellas aprenden sus húmedas letras; se lo grito a la noche... sin miedo a que puedas escucharme. Quisiera decirte que con tu imagen empiezo el día, eres la luz que llega antes que la luz misma; y eres lo último que ven mis ojos antes que mis párpados cedan al cansancio....
Y a menudo sueño que me dices las cosas que nunca escuchare de tus labios; y me parece sentir tu cuerpo pegado a mi espalda, amoldando tus curvas a mis honduras, venciendo con los dientes y las uñas cualquier muro. Y puedo entonces recorrerte con las manos y los labios; con el alma y con la vida.
Te veo llegar ante mi puerta, sonriendo, siempre sonriendo y te acercas en silencio.... y me miras y tus ojos me dicen que sí, y entonces me acerco despacio y te estrecho fuerte entre mis brazos y ya sin miedo dejo vagar mis manos por tu cuerpo; temblando deslizo cada prenda y descubro la desnudez que antes solo imaginaba; con el corazón latiendo desbocado te beso, atrapo tus labios entre los mios, y mis manos dibujan estelas de plata en tu piel.... te acerco y te siento anhelante; tu mirada se nubla y te abandonas curioso a mis ansias. Y descubro todos tus rincones; me hago dueño de tus espacios húmedos y salados, dulces y suaves. Desfalleces y me dices que no me marche, me susurras palabras que descifro en tu aroma de hierba fresca y vainilla.

Un ruido me despierta.... afuera los autos van y vienen, algún perro le ladra a la luna, las luces se apagan, la ciudad duerme... y yo vuelvo a cerrar los ojos... vuelvo a intentar dormirme con tu nombre. Y las lágrimas te van desvaneciendo. Yo muriendo y tú sin saber.

11 junio, 2007

Killa

Para mi niña de los girasoles

Cuando dejo volar el tiempo a aquellos años, los mejores de mi vida, una alegría inmensa me embarga. Cierro los ojos y el olor fresco del bosque me inunda de nuevo, vuelvo a sentir el frío extremo de aquellas regiones entumeciendo mis miembros. Pero sobretodo, mi cuerpo siente su colosal abrazo, mis dedos recuerdan su tibieza y como se hundían en su compacto pelaje. Su abrazo de entrega, de confianza, de simpatía; donde cualquier palabra era innecesaria.
Siento que el tiempo no ha pasado y que estoy de nuevo en las heladas tierras de Siberia, junto a mi padre, sin echar raices en ningún lado. Igual mi casa podía estar en las sabanas africanas, en las selvas amazonicas, en los desiertos o donde fuera que su afán como zoólogo corresponsal de una revista lo llevará. Total mi hogar siempre estaba junto a él.
Mi padre sentía especial predilección por los tigres, me decía que las rayas en su cuerpo parecían la escritura de alguna lengua olvidada. Me contaba que llegaron del norte de Siberia a principios del Pleistoceno, cuando el clima no era tan frío y abundaban los grandes bosques. Y de allí se irradiarón en dos olas, una hacía el Himalaya y la otra hacía el centro de Asia. Los cambios hacia finales del período glacial hicieron que se adaptara al frío. Por eso, los tigres siberianos son más grandes que el resto de los tigres; y yo tenía certeza de esto, en una ocasión avistamos un ejemplar de casi tres metros y medio. Se movía con elasticidad y elegancia a pesar de su corpulencia, su pelaje era de un amarillo muy claro y las rayas estaban débilmente dibujadas. Con muchos abrigos encima y la cara cubierta...yo me preguntaba cómo podian soportar aquel frío, mi padre jamás dejaba una pregunta sin respuesta.
Es la grasa, me decía, la grasa que acumulan a los costados de su cuerpo y en la panza. Ese es su abrigo.
Rusia esta tan elevada, que ni la influencia del mar ni el aire del trópico; interrumpido por sus montañas la calientan.
Los inviernos eran largos y frios y los veranos muy cortos y frescos. Uno de estos veranos mientras sorteabamos los bosques de abedules, álamos blancos y sauces; tratando que nuestros pies no se hundieran en la tierra cenagosa, un sonido harto conocido nos paralizo, un disparo, de nuevo los cazadores asolaban el bosque. Siempre mataban a las hembras por su pelaje y capturaban a los cachorros para venderlos en el mercado negro. Cuando llegamos... nada había por hacer. El cuerpo desollado y abandonado hería la blancura del paisaje. De los cachorros ni rastro, era la misma hembra que habiamos estado siguiendo por meses, ahora solo quedaba de ella aquel revoltijo rojo. Nos dimos la vuelta, note que mi padre luchaba por no llorar, yo lo hacía sin reparos. Entonces... fue entonces que una especie de mauillido lastimero llamo nuestra atención. Corrimos hasta el cachorro y lo tomamos en brazos, lo envolvimos y nos alejamos a toda prisa del lugar. ya en nuestro refugio pudimos observarlo a nuestro antojo. Era pequeño, tendría unos dos meses, sus patas eran enormes en comparación a su cuerpo y resulto ser una chica, así que la llamamos Killa.
Mi padre murió unos meses después, y en parte algo de mí se fue con él. Ahora eramos dos huérfanos. Killa lleno mi soledad, acostumbrada a mi olor, lo reconocía a la distancia y acudía amí cariñosa. En su suave pelaje extinguía mi frio y mi soledad. Al amanecer salia a cazar; acechaba a su presa y le caía de improviso, entonces les mordía el cuello y la cruenta lucha terminaba con el animal muerto y arrastrado a su lugar favorito. Entonces emitía un sonido extraño, como un lamento repetido varias veces. Sabía que me llamaba a compartir su festín.
Un día Killa debió seguir su instinto, el llamado de un macho la inquietaba, su tiempo de reproducirse había llegado. Yo presentía que cuando llegara la época de apareamiento la perdería para siempre. Ahora sus crías y el cuidado de las mismas ocuparían todo su tiempo. Era el momento de reanudar nuestras vidas. Un día particularmente frío empaque mis pocas pertenencias y me despedí de mi amiga. La última visión que tuve de ella, era echada sobre la nieve; hermosa, imponente. Su mirada se clavo en mi y la sostuvo por largo rato, volvio a rugir de aquella manera lastimera, pienso que a su manera me decía adios. Me dí la vuelta y llore de nuevo.
Fui a la Universidad y segui los pasos de mi padre, ahora continuo viajando, en varias ocasiones he regresado a Siberia, buscando a mi amiga... no he tenido suerte.
Practico siempre las enseñanzas de mi padre, el me decía: "Viaja ligero, porque quien no tiene nada, nada teme perder. Lo mejor que tienes lo llevas siempre contigo... tus conocimientos y tus recuerdos"
El reto aún sigue abierto.

03 junio, 2007

Xotupe, el ceramista

Para mi querida Pon
En la costa de Lambayeque, zona desértica hubó hace muchos siglos una cultura que desafió el tiempo. Los mochicas.

Xotupe, fue llevado hace tiempo a la ciudad, desde temprana edad manifesto un gran talento para pintar y moldear primorosas vasijas de arcilla. Su destino no eran cultivar las tierras.
Era un gran observador; todo aquello que cautivaba sus sentidos era luego plamado en sus vasijas. Su arte no paso desapercibido para el Cie-quich (Gran Señor), quién lo hizo su favorito en la corte.
Vestía con esmero, lo que lo distiguía del resto del pueblo; llevaba una túnica algo adornada, orejeras y brazaletes. Sus labores dependían de la burocracia de los gobernantes, toda vez que los ornamentos eran símbolos de distinción y no cualquiera podía usarlos. Debía a menudo trabajar en objetos que luego serían obsequiados a señores de otros reinos o a destacados guerreros.


Todo lo que le era indispensable para su labor, le era provisto por los gobernantes; al igual que lo necesario para su sustento.
A diario marchaba a los campos, o hacía un breve viaje hasta el mar. En esas ocasiones se sentía en completa libertad. Sus sentidos se nutrían entonces de las imágenes que luego plasmaría en sus ceramios. Su señor sabía bien esto y jamás se oponía a sus salidas.
Entonces Xotupe, visitaba cada vez un lugar diferente: un día podían ser los sembradíos, otros las aldeas o el mar; quizá las cacerias de venado, deporte por excelencia de los grandes jefes y nobles mochicas, o la pesca, o los ceremoniales.
Que agradable era para el artesano sentarse sobre una gran piedra y observar a los hombres en sus labores agrícolas; veía sus músculos tensarse, y sus descalzos pies hundir con destreza las puntas de bronce de afilado extremo en forma de espátula en la tierra, removerla y después verter las preciadas semillas. Y luego vendrían las épocas de cosecha entre alegres danzas; allí vería recolectarse el maiz, la yuca, los pallares, el camote, el zapallo, los ollucus, el maní, el ají y también el dulce y jugoso pepino, la sabrosa lúcuma, el pacaé y la guanabana. Todos ellos serían reproducidos después en sus ceramios. Le gustaba especialmente plasmar el maíz y la papa; ya sea en su forma real, o estilizados o muchas veces antropomorfizados.
A menudo acompañaba a su Cie-quich, a la cacería de venados. Los jefes mochicas acudían vestidos con sencillez, para poder moverse con desenvoltura. Llevaban hermosos tocados, muy bien sujetos bajo el mentón; el torso y los miembros superiores descubiertos. Iban Armados de grandes saetas a manera de jabalinas y estólicas, así como de mazas y porras. Siempre llegaban al evento en sencillas andas, seguidos de mucha gente que se encargaba del rodeo de los animales. También cazaban pumas y tigrillos y elegían a los cachorros para ser domesticados. En varias ocasiones había modelado a los grandes señores llevando entre sus brazos dóciles felinos. Los felinos eran muy venerados, así que se consideraba un privilegio su crianza.
Le maravillaba el mar y su incesante vaíven, oh, cuantas veces había plasmado en los bordes de sus vasijas las olas del mar. Sentía veneración por su grandeza y porque les proveía de una importante fuente de alimentación. Casí al amanecer los pescadores echaban sus balsas de corteza o totora al mar; solo iban dos hombres provistos de sus redes, cada uno sentado a un extremo de la embarcación, impulsandose mar adentro con sus remos de caña. Usaban también estas barcas para alejarse del litoral hacía las islas, de donde regresaban con un cargamento de guano que les serviría de abono para sus tierras. Cuando pescaban cerca, los veía subir agilmente sobre sus "caballitos" de totora, arrodillados sobre la cintura de estos les veía desafiar el mar, incluso en los días de mayor turbulencia.
Cuando acudía a las aldeas obsevaba a las gentes entregadas a sus labores domésticas; ya sea un hombre desgranando una mazorca o una mujer levantando a su pequeño hijo.
También había asistido a los ritos de sacrificio en la Huaca de la Luna; había visto desfilar a los prisioneros desnudos capturados en batalla, amarrados con cuerdas y llevados por los vencedores. Luego eran conducidos a recintos especiales donde la sacerdotisa los preparaba, dándoles de beber sustancias extrañas. Finalmente eran degollados y su sangre recogida en una copa y presentada al señor. La sangre era entonces regada sobre la tierra para agradecer sus dones y como ofrenda para que las cosechas fueran abundantes
Después de sus viajes, retornaba a su taller y provisto de sus herramientas y de su preciada arcilla... empezaba a moldearla, a dar vida a todo aquello que sus ojos habían bebido durante el día. Era entonces cuando del barro surgían las maravillas; luego pasarían al horno y finalmente, cogiendo sus tintes empezaba a pintar. Pasaban largas horas, sin que apenas se diera cuenta, tal era su pasión. Le dedicaba especial cuidado al retrato de su señor en los ceramios, los cuales eran después distribuidos a diferentes partes del territorio obedeciendo al sentimiento político religioso del pueblo. El Cie-quich, todo lo ve, todo lo sabe, es él quien impone justicia; quienes conduce sus ejercitos a la guerra y precide las ceremonias. Era por tanto un honor para el mochica ir al sepulcro acompañado de la esfigie de su señor.
Antes de que el sol regalara sus últimos rayos, Xotupe se inclinaba ante la imagen de Ai-apaec (principal deidad) y a el rogaba por su señor, por sus gentes, por la cosecha. Ai-apaec es el gran dios felino. Es el la divinidad de la fecundación y creación del mundo. Por eso eran muchas sus representaciones; ya convertido en cangrejo, para penetrar el mar y luchar contra los genios malignos que lo habitan; ya brotando de las montañas; o confundido entre las multitudes, entregado a labores domésticas; desgranando maiz, o convertido en pescador o dedicado a la cacería; ataviado como un jefe guerrero en plena lucha; libando chicha o copulando con una mujer en plena labor germinativa.
En la figura de Xotupe, Ai-apaec esta sentado, sus formas son basicamente humanas, pero sobresalen los colmillos, que lo hacen temible. Esta ricamente ataviado: pende de su cuello un collar de perlas y de sus orejas aretes en forma de cabeza-trofeos. Una gran corona cubre su cabeza y en el centro destaca la cabeza de un felino.
El día ha amanecido amargo y gris, la lluvia no cesa de mojar las calles y los campos. El cielo llora. El gran Cie-quich, ha muerto. El lamento inunda la ciudad y los campos. Había sido un gobernante justo y generoso, y su pueblo lo llora. Xotupe no puede creer semejante desdicha; quién llenará los aposentos con su voz sonora; quén presidira las reuniones y bebera la espumosa chicha; quién mostrara agilidad y destreza en las cacerías; quién ira al frente en las batallas, ofreciendo el bravo pecho y el rostro fiero, haciendo huir despavorido al enemigo. Finalmente quién mirara con ojos deslumbrados, sus delicados ceramios... la luz de su mirada se ha apagado y el reino se ha sumido en tinieblas.
Un numeroso cortejo, presidido por los sacerdotes, los nobles y altos jefes militares, seguido de sus siervos y finalmente el pueblo, acompaña a su señor. Este es llevado hasta una huaca, donde ya le espera su morada, rodeada de todo aquello que pueda serle útil en su nueva vida. Alimentos y objetos para que no carezca de nada. El cadáver es colocado en posición decúbito dorsal y con los brazos extendidos de este-oeste. Dos jóvenes guerreros son sacrificados para guardar a su señor; dos doncellas también le acompañan en el viaje, más ellas descienden aún con vida, pero en sus rostros no hay temor ni congoja, solo un gran orgullo las inunda. Han de seguir sirviendo a su señor más alla de la vida. Muchas vasijas, platos, ollas y cántaros repletos de bebida y alimento son puestas a su alrededor. Los ceramios estan admirablemente adornados con escenas de cacería, pesca, gobierno y culto; otros representan animales idealizados que narran las virtudes del difunto. Allí estaba el felino, simbolizando su valor y rectitud; el zorro, representando su sabiduría y agudeza; el venado para hablar de su agilidad. Lo acompañan sus bastones de mando y la imagen de Ai-apaec, quien ha de guiar sus pasos en el otro mundo. Abundan también las figurillas de oro.
El señor reposa con su tocado, sus pectorales y orejeras, brazaletes y collares; todo en brillante oro.
Xotupe no resite el dolor, pide acompañar a su señor, después de libar de manos de la sacerdotisa una bebida ritual, cae en pesado sueño. No siente la tierra caer sobre su rostro, no ve los últimos retazos de cielo, no se llenan sus pulmones del aire húmedo del día. Ya no siente nada. Acurrucado a los pies de su señor, Xotupe duerme para siempre, esperando que el Cie-quich despierte y ver de nuevos sus ojos brillantes admirando sus ceramios hermosos.
Fuentes:
Historia del Perú - Ramiro Matos
Los Mochica - Rafael Larco Hoyle
Atlas regional del Perú- Grupo La República
Tesoros del Perú- Grupo La República






23 mayo, 2007

Piel de hombre

Afuera reinaba un ajetreo infernal, Jack miraba curioso aquel ir y venir de personas. Las veía afanarse subiendo muebles y cajas a un enorme camión estacionado frente a la casa. Se acercaba moviendo la cola a sus amos interrogándolos con sus ojos de avellana, pero solo recibía gruñidos de impaciencia. Nadie parecía tener tiempo ni interés alguno en explicarle lo que ocurría.
Sólo Andrés el mayor de los hijos de la familia Santillana, parecía tan desconcertado como él. Estaba sentado sobre el brillante piso de madera del salón que ahora parecía inmenso y frío, Jack se acercó y pasó su lengua suave y tibia por su rostro, le extrañó sentir un sabor salado en sus mejillas, el chiquillo estaba llorando. Aquello aumentó aún más su confusión, conocía muy poco de los humanos; pero siempre que había visto correr esas gotas saladas por sus rostros era porque algo muy bueno o muy malo les ocurría.
Entonces el muchacho lo tomó entre sus brazos y lo estrechó con fuerza. Los enormes ojos claros de Ernesto se fijaron en Jack y volvieron a llenarse de lágrimas.

- Amigo mío, perdóname. Pero yo no puedo hacer nada. Papá nos lleva a otro sitio, muy lejos de aquí; creo que se trata de un departamento y allí no permiten animales. Tú no puedes venir con nosotros.
Jack lo miraba con atención, si bien no entendía nada de lo que el pequeño le decía. Presentía en su tono de voz que una desgracia se avecinaba y que esta era irremediable.
La casa estaba ahora completamente vacía, Ernesto veía a través de sus lágrimas como su madre acomodaba a su hermanito en el asiento del auto y guardaba unos pequeños bultos en la cajuela del auto. Su padre estaba ya instalado frente al volante. El perro no se apartaba del muchacho y este tampoco podía evitar retenerlo entre sus brazos, sus pequeñas manos se deslizaban por el suave pelaje de su amigo; hundía la cabeza en su melena... como si quisiera grabar en los sentidos, aquel aroma y aquella tibieza que le eran tan familiares desde que tenia memoria.

- Enesto!, hijo, termina con eso de una buena vez. ¿Acaso piensas que Jack puede entenderte?
- Pero papá, no podemos abandonarlo así, se morirá sin nosotros.
- Creo que hemos hablado de eso hasta el cansancio, el perro se queda. ¡Sube de una buena vez al carro!
- Pero, qué va a ser de él, quién va a cuidarlo. Lo hemos tenido desde que era un cachorro.
- Ya no te preocupes más. Se lo he encargado a los Méndez, ellos van a cuidarlo y alimentarlo. Además les estoy dejando su casa y lo que quedaba de alimento. Ya deja de llorar, ya verás como va a estar bien.
- ¡Mientes, mientes, no va estar bien! ... no va estar bien sin mí.
- ¡Ya basta Ernesto, sube al la camioneta!

El chiquillo se separó del animal y corrió hacia la camioneta, Jack corrió tras él, pero esta vez no halló la puerta trasera abierta para que subiera. Nunca más volvería a pasear con la familia.
El padre arrancó el auto y se alejó rápidamente del lugar. El pobre animal corría tras la camioneta ladrando desesperado. Ernesto sentía que algo se le moría por dentro en ese instante, cerró los ojos y busco el regazo de su madre y dejo que las lágrimas lo ahogaran, ya no le importaban los reproches de su padre, ni la mirada asustada de su hermano.

- ¡Oh! Roberto, no soporto esto, quizá era mejor que lo hubiéramos hecho “dormir”, antes de abandonarlo así.
- ¿También tú? Ahora van a hacerme sentir culpable entre los dos.
- Por qué no pueden entender que es un animal inteligente, sobrevivirá, ya verán que lo hará.

Jack corrió tras ellos, hasta que sintió un dolor agudo en el pecho, le faltaba la respiración y le era casi imposible seguir corriendo, las patas le dolían terriblemente. Se sentó desconsolado en medio de la ancha pista, pero de pronto tuvo que levantarse aterrado, un auto se le venía encima haciendo sonar la bocina con insistencia. Apenas tuvo tiempo de esquivarlo. Su cuerpo fue a dar contra la acera, se levantó adolorido y cansado. Miraba a uno y otro lado sin hallar nada que le fuera conocido. Dónde estaba la casa verde con rejas de aluminio, que fue su hogar durante cuatro largos años, dónde estaba aquel parque grande y hermoso donde corría todas las mañanas, qué había sido de los altos olivos y las flores cuyo aroma no hallaba en ningún lado. Caminaba de un lado a otro tratando de hallar un husmillo conocido que lo llevara a sus amos, pero en toda aquella confusión de olores, muchos de ellos nuevos para él, le era imposible encontrarlo.

Finalmente se tendió sobre una vereda de gravilla. Por primera vez sintió que ya no quería moverse más de aquel lugar. Apoyó su cabeza sobre sus patas delanteras y miró por horas a la gente ir y venir. Que extrañas le parecían sus prisas, nadie se detenía a saludarse, es más, ni siquiera se miraban. No eran como él y el resto de su especie; siempre que se hallaban frente a frente se olfateaban y se movían la cola o se gruñían, pero nunca eran indiferentes.
Sintió entonces que sus ojos se llenaban de algo que parecía agua, y se escurría por ellos formando unas ojeras oscuras. Sí, aquello se parecía mucho a lo que había visto en los ojos de Ernesto.

Por qué lo habían dejado, qué error había cometido, en qué había fallado a sus amos. ¿Acaso sería porque hacía unos días había destrozado una de las pantuflas de Roberto? ¿O tal vez porque en una ocasión rompió una bolsa casi nueva de harina, desparramándola por toda la cocina? ¿O era porque aún a veces solía mojar el pasillo? Su cabeza era un torbellino, pero en el fondo su instinto le susurraba que nada de aquello merecía aquel castigo.

Sin darse cuenta la noche había caído y una llovizna tenue y fría le calaba hasta los huesos. Aquel invierno daba indicios de ser especialmente inclemente. Se levantó y empezó a caminar lentamente; a unos metros divisó algo que le parecía una casa bien iluminada y caliente. Se trataba de un pequeño restaurante, apenas puso una pata en el umbral, cuando fue repelido por un fuerte puntapié; alzó los ojos y distinguió a un hombre gordo y refunfuñón ataviado con un mandil grasiento. Veía alzarse sus puños amenazándole; así que por primera vez tuvo miedo de los hombres.

Emprendió su camino a ninguna parte, pero ahora sentía el llamado del hambre, adueñándose de su estómago; era como un dolor ligero y urgente. Pudo darse cuenta que existían muchos lugares como aquel, pero ahora le asustaban los golpes; esa sensación de dolor antes desconocida. Descubrió entonces unos hombres arrojando algo que parecía comida en unos enormes cilindros. Jack era un animal inteligente y el instinto le susurraba ahora que debía esperar a que los hombres se alejaran. Transcurrieron unos minutos y vio que los trabajadores habían terminado su tarea y se alejaban, solo entonces se acercó y se irguió sobre sus patas traseras intentando alcanzar con su largo hocico alguna bolsa con restos de comida; pero al intentar asir una de ellas, el tacho cedió a su peso y fue a dar al suelo regando parte del contenido por la vereda recién barrida. Uno de los muchachos que había visto antes volvió a salir y de nuevo sintió una corriente de miedo estremeciendo su cuerpo; qué extraño era aquel brillo de ira en unos ojos tan jóvenes. El chico se lanzó tras él con un palo, alcanzó a darle algunos golpes. Que difícil era esquivar aquella lluvia de golpes, si aquel hombre se hubiera detenido un instante, hubiera podido explicarle, que no quería molestarle en modo alguno, que solo el hambre lo había impulsado a lanzarse sobre el cubo de desperdicios, pero sólo sentía el palo descargándose una y otra vez sobre su cuerpo; a pesar del dolor consiguió llevarse entre las fauces una de las codiciadas bolsas. Mientras corría empezó a sentir un dolor intenso en una de sus patas traseras, tuvo que detenerse y casi arrastrarse hasta un gran parque; por un momento sus orejas se levantaron alertas, pero pronto se dio cuenta que no se trataba de su amado parque; este estaba reseco y gris; los árboles y las plantas languidecían por falta de agua y cuidados. Se tendió bajo uno de los bancos de cemento, solo recién pudo ver su adolorida pata, tenía una herida pequeña que le sangraba un poco, se lamió la herida por largo rato. La sangre dejó de brotar, pero no disminuyó el dolor.
De nuevo le acometió esa urgencia en el estómago y recordó la bolsa que yacía a su costado; la abrió a dentelladas y engulló deprisa los desperdicios de pollo y papas fritas que contenía.

A través de su banco de cemento vio morir la noche y clarear el día; qué inmensamente triste le pareció ese instante en que la noche y el día se unían en un último abrazo, antes que la luz se adueñara por completo de las calles.

Sintió entonces un sentimiento nuevo y profundo que parecía subirle desde el pecho y fundirse en sus ojos, la apacible pureza que existía en ellos, se borró para siempre; ahora se habían tornado oscuros como la noche.
La IRA se paseaba a través de sus pupilas, transformadas en rojizos chispazos. Sentía ira contra los hombres que lo habían maltratado, ira contra esa ciudad gris y hostil, ira contra Ernesto en quien había confiado y que sin embargo lo había abandonado.
Intentó levantarse, pero el dolor le obligó a tenderse de nuevo, su pata parecía más gruesa de lo normal, sentía además un calor extraño y unos enormes deseos de dormir.
Debieron transcurrir muchas horas, no sabía cuantas; solo el viento frío terminó de despertarlo, buscó entonces su bolsa de desperdicios pero esta había desaparecido. Al parecer el descanso había aliviado un poco su pata lastimada, la hinchazón había disminuido y ahora podía apoyarla ligeramente.
Sus ojos oscuros se fijaron entonces en un perro que caminaba junto a su amo; era un perro de raza indefinida, pero se le veía feliz trotando al lado del viejo. Observó su pelo lustroso y limpio, sus ojos resplandecían cuando sentía las palmaditas cariñosas que de rato en rato le daba el anciano que lo llevaba; aquel animalito debía de ser tan viejo como su dueño, probablemente habían pasado gran parte de su vida juntos y juntos quizá también descansarían para siempre.
La ENVIDIA endureció su corazón, sintió rabia contra aquel perro y su suerte; casi sintió deseos de arrojarse sobre él y acabar con aquella dicha que tanto le lastimaba. No había advertido que su nariz negra y lustrosa había perdido su color y se alargaba ligeramente.

Los días transcurrieron como una larga fila de piedras grises, a veces lisas a veces con aristas que lastimaban.
Pronto aprendió a lidiar con los chicos de los restaurantes, con los basureros, con los chóferes de corazón de piedra que le echaban el auto encima sin piedad, por el puro gusto de matar.
Se había unido a un grupo de perros callejeros, la vieja herida de la pata era solo un recuerdo, una de las muchas cicatrices que surcaban ahora su cuerpo. De su pelaje suave y lustroso, apenas si quedaba algún recuerdo entre aquella maraña de pelos sucios y apelotonados; las almohadillas de sus patas, antes tersas y sonrosadas se había tornado grises y encallecidas.
Cada cicatriz era el precio de su actual liderazgo sobre esa especie de jauría callejera. Era él quien guiaba ahora las incursiones nocturnas a los basureros. Había hallado una entrada secreta a una antigua fábrica abandonada y en ella habían instalado su “centro de operaciones”. Era él mismo quien se encargaba de conseguir alimento si este escaseaba en los basureros. El mejor que nadie sabía donde abundaban los desperdicios de comida; ahora era un experto en volcar suavemente los grandes cilindros y coger las bolsas en sus fuertes fauces. Pero estas incursiones solo las hacía en casos de extrema necesidad, porque eran muy arriesgadas. En más de una ocasión había visto a uno de los chicos rociando un raro polvo sobre unos apetitosos trozos de carne, y una de aquellas veces observó como un incauto gato se acercaba y comía el alimento, para luego morir entre espantosas convulsiones. Se había quedado quieto, mirando con sus dilatadas pupilas la escena; cuando el infeliz animal dejó de moverse, Jack se acercó lentamente y olisqueó sus fauces, luego olió también los restos de la comida envenenada y gravó aquel olor en su refinado olfato.
Aquel descubrimiento le ganó más aún la admiración del grupo; pero aquella admiración lo llenó de SOBERBIA, ahora ejercía su liderazgo con tiranía y crueldad.
Entonces sus orejas, antes largas y peludas, se fueron empequeñeciendo y perdiendo pelo; habían adoptado una forma extraña, en nada semejante a la de ningún perro normal. El grupo advertía aquellos cambios y sentían como poco a poco el respeto se iba transformando en miedo; obedecían a su líder más por el terror que les inspiraba su apariencia, que por sus cruentas costumbres.
La calle le había pasado su onerosa factura; la lucha por la supervivencia, el dolor de los maltratos, el hambre, la total ausencia de afecto; lo habían transformado en un animal casi salvaje. Era como si todos los primitivos instintos de sus antepasados hubieran resucitado en él.
Si algunas hembras en celo se cruzaban con el grupo; era Jack el primero en tomarla, y las penetraba hasta casi desangrarlas, tal era su LUJURIA, luego las abandonaba al resto de los machos.
Había empezado a perder pelo, sobre todo en el pecho y parte del lomo. Muchos de los perros que le obedecían empezaron a alejarse, seguramente su líder se había contagiado de sarna y ellos tenían ya bastante con lidiar con el hambre y el frío, para tener que soportar encima esa horrenda enfermedad.
Ahora le quedaban apenas unos seis perros que permanecían fieles a su mando. Pronto el invierno se hizo más duro aún, apenas si salían de su escondrijo, Jack casi no salía a sus incursiones nocturnas para buscar alimento, prefería dormitar sobre unos viejos cartones. Le era más sencillo enviar a sus sumisos amigos, pero los sabía torpes e incapaces de reconocer el veneno en los trozos de carne, así que optó por enviarlos solo a los basureros. La PEREZA lo invadía, ya ni cumplía con sus obligaciones de jefe; no defendía el territorio ni procuraba comida para la jauría.
Apenas era consciente de los cambios que se iban operando en él, había perdido el pelo por completo, ahora lucía una piel rosada y lisa.
Siempre que los perros regresaban con los desperdicios que conseguían, eran incapaces de tocar el alimento, hasta que Jack hubiera saciado su hambre, entonces y solo entonces se atrevían a hundir sus hocicos hambrientos en las bolsas. Ya eran varias las ocasiones en que Jack comía más allá de sus necesidades, caía entonces en una GULA desmedida, dejando en algunos casos hambrientos al resto de la jauría. Aquellos rumiaban su rabia en silencio, sus ojillos relucían como pequeñas brasas en la oscuridad.
Jack había empezado a sentir una molestia que se agudizaba cada vez más; le era cada vez más difícil mantenerse sobre sus cuatro patas, le resultaba casi doloroso caminar en aquella posición. Ahora le era casi natural hacerlo erguido sobre sus patas traseras, además había notado que el largo de sus plantas se había casi triplicado, haciéndole más sencillo mantener el equilibrio.
No era exactamente consciente de su actual aspecto, pero presentía que debía ser repulsivo. Esto lo sabía por las pocas ocasiones en que se había asomado fuera de su hueco, siempre que lo hacía era cuando la oscuridad era más profunda, cuando las luces de los restaurantes se habían apagado y reinaba el silencio, roto de cuando en cuando por el silbato de algún vigilante. Sin embargo, pese a todos sus cuidados se había topado en varias ocasiones con estos mismos vigilantes o con los basureros que se encargaban de limpiar las calles en las madrugadas; había observado entonces que sus ojos se dilataban de terror y huían despavoridos de su presencia.
¿Qué espantoso cambio se había obrado en él desde que fue abandonado a su suerte? De pronto recordó que el escondrijo en que vivían había una puerta pulida que podía muy bien reflejar su imagen. Corrió sobre sus dos patas de forma tan rápida y natural, como si siempre lo hubiera hecho de aquella manera.
Cuando vio su imagen reflejada en la puerta salió de su garganta una especie de gemido sordo; no era un ladrido ni tampoco un grito, pero había en aquel sonido un algo de humano.
Su aspecto era realmente horrendo, parecía un híbrido entre un perro y un hombre; tenía las patas traseras casi derechas y cubiertas de algo que se asemejaba más a un suave vello que a su antiguo pelaje; su lomo estaba casi derecho y se había ensanchado en la parte superior; pero lo que más le espantaba era su rostro, parecía la caricatura grotesca de un humano. El hocico continuaba siendo alargado y tenía los costados aún cubiertos de pelo; los ojos oscuros y crueles se habían profundizado más y las orejas eran completamente humanas. El mismo se estremeció de su propia imagen y salió huyendo del lugar volcando todo a su paso. En su alocada carrera se topó con el grupo que lo esperaba visiblemente alterado. Intento ladrar para tratar de comunicarles su angustia, pero le era imposible hacerlo; era como si hubiera olvidado cómo hacerlo. Los otros perros continuaban ladrando desesperados, sus ladridos resonaban en sus oídos haciéndose casi dolorosos. Agachó entonces la cabeza hundiéndola entre sus patas delanteras que ahora se asemejaban más a brazos. Concentró toda su inteligencia y finalmente pudo entender los alterados ladridos de sus compañeros.

- Jack, hay un grupo de perros, esos que viven en el viejo cine; he escuchado que quieren extender su territorio hasta aquí. No entiendo por qué hacen esto, ellos viven cerca de la carnicería del viejo Jeremías, ese hombre es bueno, sé que siempre les regala algún trozo de carne cuando les ve merodeando por allí.

Los ojos del líder centellearon con aquella furia demoníaca que les hacía retroceder amedrentados, apelotonándose unos contra otros como ovejas frente al lobo.

- Bien, los atacaremos y defenderemos nuestro territorio.

Salieron corriendo rumbo al viejo cine, llevaban las fauces humeantes y sus dientes refulgían en la oscuridad con presagios de muerte.
La batalla fue feroz, todos los infelices perros del abandonado cine fueron muertos a dentelladas. Jack sobresalía entre todos por su ferocidad. El solo había acabado con la mayoría de sus contrincantes; parecía embriagarse con el olor de la sangre recién vertida; recreándose en los cuellos destrozados y en los aullidos lastimeros.

La calma parecía haber vuelto al lugar; la jauría miraba espantada aquella carnicería. Jack divisó entonces a Jeremías, el viejo había acudido asustado al escuchar los feroces gruñidos seguidos de dolorosos gemidos; el pobre hombre tuvo que asirse a la pared para no marearse ante aquel espectáculo. Los ojos de Jack continuaban fijos en el anciano, tenía las fauces y el pecho cubiertos de sangre.
Finalmente se apoderaba de él la AVARICIA... por qué conformarse con las migajas que el anciano podía arrojarles si en un instante podían saquear toda la carnicería y tener comida por mucho tiempo. Entonces, sin pensarlo se arrojó sobre el cuello del indefenso anciano. La jauría fue retrocediendo amedrentada, hasta alejarse por las calles espantados, pero antes de huir habían alcanzado a vislumbrar sobre el viejo ya muerto, a un hombre desnudo de piel clara y surcada de muchas cicatrices, al parecer muy joven y de ojos malignos.

La transformación había sido completa, ahora Jack era el rey de la creación, la cúspide de la evolución, ahora era un ser humano.








13 marzo, 2007

Hey, tú que estas allí abajo (final)

Helen tomo la nota, sus manos temblaban... noto que ahora estaba escrita en inglés, cada palabra había sido escrita con sumo cuidado, imitando la forma de la del diccionario.


Estamos sorprendidos por la presencia de ustedes.
Nuestras leyendas nos hablan de una raza que vive
en la superficie, pero siempre pensamos que eran
creencias absurdas. Aún dudaríamos de que ustedes
viven
sobre la superficie, si no fuera por el hecho de que
nuestros instrumentos demuestran que la abertura
situado sobre nosotros conduce directamente a
la luz del día.
Gracias al viejo libro de códigos hemos podido
descifrar su nota. Sin embargo su escritura
es muy rudimentaria.
El tosco rayo de la muerte no muestra que su desarrollo
ciéntifico es muy bajo. No tiene ninguna utilidad para nosotros,
les mandamos el oro como una forma de agradecimiento.
El alimento que ustedes llaman pan, no es asimilable
por nuestros organismos, sin embargo el tocino nos ha
sido muy agradable.
Glad, el Maestro.
Helen estaba tan concentrada en la lectura, que solo al escuchar el chirrido de las llantas de un auto, recordo que había dejado las gallinas sueltas. Ahora Harry le haría pagar caro su olvido; corrió hacia afuera y vió los cádaveres de los animales en la pista. Podría inventar que un lobo las ataco, pero debía desaparecer los cuerpos.
Lo primero que hizo, fue enterrar todo el oro bajo un macizo de flores. Luego, penso que bien podía manderles los pollos a los de allí abajo. Así que cogió los animales, los desplumo y al rato los bajo en la cubeta. La respuesta fue casí inmediata, tuvo que apelar a toda su fuerza para traer de nuevo a la superficie el balde repleto de barras. Su vista se fijo en otra nota.
Nuestros expertos opinan que el alimento enviado
corresponde a otro ser vivo, llamado pollo. Su carne
es exquisita, sin embargo, existe otro ser de mayor tamaño
al que llaman pavo. Enviénos pavo.
Y ponganos en contacto con sus ciéntificos
o cualquiera que nos pueda dar información
sobre su raza.
Glad, el Maestro
- Vaya que son exigentes, su tono me asusta... ya no voy a enviarles nada más.
Escondió su nueva remesa de oro junto con la anterior, apenas estaba terminando de cubrir el agujero cuando escucho la camioneta de Harry. Se levantó de un salto y corrio hasta él.
- Prepara algo de comer, tengo mucho hambre.
La mujer fue de prisa hacía la cocina, de rato en rato observaba por la ventana a su marido afánandose en sacar varias cosas de la camioneta. Cuando tuvo todo listo se acerco a la puerta y lo llamó.
- Harry, la comida ya está lista
- ¡Callate! y ven aquí necesito que me ayudes.
Helen pudo ver que había estado trabajando mucho, había traido casí un centenar de linternas, y un grueso cable metálico arrollado a un carrete que funsionaba a motor accionando un interruptor.
- Vamos, ayudáme a cargar las linternas, ya verás como nos hacemos ricos.
- Pero Harry... no creó que les interese las linternas... es mejor...
- Tú haz lo que te digo, o es que quieres un poco de fiesta.
Helen estaba apunto de decirle lo que había ocurrido en su ausencia, pero al ver el puño amenazante del hombre frente a su rostro, agacho la mirada y comenzó a llenar la plataforma con las linternas. Cuando todas estuvieron acomodadas el hombre acciono el interruptor y empezo a hacerlas descender.
- Les voy a dar una hora, mientras voy a comer. ¡Quedate allí, por si algo sucede!
Había pasado más de una hora cuando vio a Harry acercarse de nuevo hasta el pozo. Se inclino hacia el agujero y sonrió... le parecía estar disfrutando ya la vida que siempre pensó que merecía.
Se instaló junto al carrete y empezó a subir la plataforma. Cuando llego al borde, el desencanto y la sorpresa borraron la sonrisa de sus labios. Las linternas estaban aplastadas, los cristales esparcidos junto a todo ese montón informe de metal. Y sobre todos los escombros había otro pergamino.
Son ustedes más estúpidos de lo que pensábamos.
Ya les dijimos que su rayo de la muerte no nos
es de ninguna utilidad. Enviénos lo solicitado.
Glad, el Maestro
Harry monto en cólera, arrojo con rabia los restos a un costado y asomándose sobre el agujero grito con todas sus fuerzas.
- Hey, tú que estas allí abajo, so cerdo, ya bajaré a arreglarte las cuentas.
Y se encaramo sobre la plataforma, la rabia hacía que su rostro y su cuello se tornaran más rojos, y la manzana de Adán, que le seguía bailoteando en el pecuezo.
- Helen, has visto como hago funsionar el carrete, ¿podrás hacerlo sola?
- Sí, pero Harry, es mejor que no bajes... quizá esas personas, bueno, no sabemos qué es lo que hay allí abajo. Por favor, no bajes.
- Por última vez mujer, haz lo que te digo.
La mujer se inclinaba sobre el negro agujero intentándo escuchar algo, pero nada... solo un completo silencio. Su frente empezó a llenarse de un sudor frío y pegajoso, ya no podía esperar más, entonces hizó subir la plataforma. Estaba repleta de oro. Otra nota se destacaba en el fulgor amarillo.
Ni siquiera el exquisito sabor del pollo
se puede comparar con la delicia del pavo
viviente que nos han enviado. Debemos
confesarles que el concepto que teníamos del
pavo era diferente, pero esto no tiene ninguna
importancia. El pavo ha resultado ser tan delicioso
que les envíamos un pago extra. Les pedimos que
envién inmediatamente más pavo
Glad, el Maestro.
Helen penso que lo mejor era marcharse a toda prisa del lugar, cargo todo su oro en la camioneta dió una última mirada al pozo... y se alejo. Quizá ahora tendría la vida que siempre había deseado.
Mientras se alejaba una idea repentina inundó su mente, ahora por fin podía reconocer aquel recuerdo que se le venía a la mente cuando miraba el cuello flácido y rojizo de Harry, su nariz ganchuda. En verdad el parecido era sorprendente.
FIN

11 marzo, 2007

Hey, tú que estas allí abajo

Basada en un cuento de: Harold Rolseth

Afuera el sol caía a plomo, rebotaba sobre el suelo agreste y duro que a duras penas daba lo necesario para que pastara el ganado. La hierba crecía débil, amarilleaba antes de alcanzar su plenitud. Pero lo peor era el problema del agua, por aquellos días el pozo se había secado y Harry se había visto obligado a cavar otro.
El hombre terminaba su desayuno, un café fuerte con algunos huevos y pan recién hecho. Comía bajo la atenta mirada de su esposa; una mujer de aspecto cansado y triste, cabellos rubios que empezaban a encanecer. La mujer le dirigía rápidas miradas, siempre atenta a cualquier deseo que pudiera expresar su esposo. Ya había probado el peso de su gruesa mano en su delicado rostro, ya había sentido el sabor entre salado y dulzón de su propia sangre. Se veía a sí misma tirada en un rincón gimoteando y quejándose muy quedo, después de una de sus palizas. Cualquier motivo era suficiente para caerle a golpes; el café estaba frío, no encontraba una camisa, no había estado a tiempo para coger el cubo lleno de tierra cuando bajaba al pozo, en fin, poco importaba el motivo.
Helen, fue alguna vez una mujer atractiva, pero los años y el sufrimiento habían dejado sus huellas. En ocasiones, a escondidas de Harry se contemplaba largo rato en el pequeño espejo del baño, se contemplaba buscando a aquella mujer que recordaba, y por más esfuerzos que hacía no se reconocía en aquella imagen que le devolvía el espejo.
Finalmente el hombre terminó de desayunarse, y empezó a fumarse un cigarrillo; lo hacía con cierta prisa, sabia que en unas horas el sol sería insoportable y solo contaba con las breves horas antes del mediodía para avanzar el trabajo del pozo. Carraspeó aclarándose la garganta, aquella acción hizo que su manzana de Adán se moviera convulsivamente bajo los pliegues flácidos y rojizos de su cuello. Helen se le quedo mirándo, ya había perdido la cuenta de cuántas veces esta sensación le había asaltado, sentía que su esposo le recordaba algo. No se trataba de otra persona, era algo más. A veces le parecía que estaba a punto de encontrar la respuesta... pero esta moría antes de llegar a su conciencia. Harry se levanto y salió dando un portazo. La mujer comenzó a recoger los tratos de prisa, los puso en el fregadero y se dispuso a poner ordén en la cocina. Sabía que tenía que apurarse, pronto escucharía la voz de Harry llamádole a gritos para que se encargara del cubo. Pero a pesar de la prisa, ahora podía respirar más tranquila, la presencia de su marido le hacía el aire irrespirable, además del malísimo tabaco que fumaba.
El hombre había llegado hasta el agujero que venía cavando desde hace unas semanas, de buena gana no hubiera emprendido aquel pesado trabajo; pero era indispensable el agua para el ganado. El antiguo pozo se había secado y estuvo por unos meses acarreando agua en unas enormes barricas con su vieja camioneta desde el pozo de Earl, su vecino, pero este empezó a insinuarle que su ganado parecía siempre sediento y que no le vendrían mal algunos dólares por el agua. A Harry esto le cayó pésimamente... ¿desde cuándo se les cobra el agua a los vecinos?, así que decidió cavar otro pozo.
El trabajo estaba retrasado, cogió la cuerda que provenía de un carrete enorme, quitó el seguro, y empezó a acomodar la escalerilla enrollable que tenía al final. Helen terminaba de arreglar las tazas cuando escucho la voz de Harry llamándole, se seco las manos en el mandilito que tenía atado a la cintura; se lo quito, se recogio el cabello y se coloco un overol que se ponía siempre que ayudaba a su marido en la excavasión. Al poco rato, ya estaba al borde del pozo al lado de Harry, esperando que terminara. El hombre se acomodo en la escalera, cogio la pala, la cuerda con el cubo y empezó a descender.

- ¡Dale a la manija hasta que yo te diga!
Helen se coloco junto a la carrete y empezó a darle vueltas a la manivela.
- !Ya, ahí esta bien!
Ahora empezaba lo más penoso de su tarea, que consistía en subir los cubos de latón repletos de tierra a la superficie y vaciarlos. Cada vez que sentía el tirón de la cuerda sabía que tenía que resoplar para subir el pesado cubo. Ya había perdido la cuenta de cuantos cubos había subido... de pronto escucho un grito terrible que le hizo estremecerse de pies a cabeza.

-¡Harry, Harry! ¿Qué paso?

-¡ Subeme mujer!, ¡Subeme!

Cuando el hombre llego al borde estaba casí purúreo y respiraba con dificultad. Se izó sobre el borde y se dejo caer pesadamente sobre el suelo, se desabotono la camisa y empezo a tomar aire con fuerza. Casí nunca hablaba con su mujer, salvo para darle órdenes o agredirla, pero ahora sentía una gran necesidad de hablar.

- Helen... aquello fue terrible...de pronto el piso cedió a mis pies, podía haberme quedado allí enterrado, ¡enterrado vivo!... de no haber sido porque estaba en ese momento agarrado a la escalera. Oh Helen... fue horrible.

- Y ahora... ¿qué vas a hacer ahora?

- Pués voy a averiguar la profundidad que tiene ese agujero Anda ve a traer la linterna de la cocina.

Cuando helen volvió Harry tenía a su costado un gran carrete de hilo fino, ato la linterna al extremo de la cuerda, la encendió y empezó a bajarla por el pozo. La fue bajando, ya casí eran treinticinco metros de profundidad, el hombre se detuvo unos instantes y siguio haciendo descender la linterna, pronto era solo un débil resplandor en el fondo, Harry dejo caer más y más la cuerda hasta que del gran rollo apenas quedaban unos pocos metros. Se detuvo admirado.

- Esto debe tener unos trescientos metros de profundidad... y aún no encuentro fondo. Será mejor subir la cuerda.

Pero la cuerda no subio cuando tiro de ella. Se puso tirante como si se hubiera enganchado a alguna cosa. Dio entonces un fuerte tirón y se sobresalto al sentir un sacudón al otro extremo. Harry soltó la cuerda asutado, se sento y empezó a cavilar sobre aquel hecho extraordinario.

- Pero... qué puede haber allí abajo. Son más de trescientos metros de profundidad. ¿No me estaré volviéndo loco?.
- Harry, es mejor que ...
- Oh, cállate... estoy seguro que hay algo allí abajo.

Y como para cerciorarse volvió a tirar de la cuerda. Está vez no hubo respuesta, entonces empezó a tirar de ella poco a poco. Atada al final encontro una bolsa blanca de un material parecido al cuero. Se dío prisa en abrirla, dentro había una pequeña pero pesada barra de metal amarillo y brillante junto con una nota escrita en un lenguaje extraño. El hombre hundió su navaja y con la punta rayo el metal, la hoja mordió con facilidad en la barra. Era oro, sin lugar a dudas. Miro largo rato la nota y la dejo a un lado.
- ¡Extranjeros!, y por lo visto estan muy urgidos de linternas. Seguro son cosas del gobierno, siempre hacen sus experimentos en sitios lejanos.

- Pero Harry, eso no tiene sentido. Además no hay ninguna mina cerca, y es demasiado profundo...

- Oh, tú nunca entiendes nada, quedate cerca vigilando. Voy al pueblo a traer un cargamento de linternas.

Helen lo vió correr hacía la vieja camioneta y tomar el camino del pueblo. Cuando se alejo, tomo la nota del suelo y la observo cuidadosamente. ¡Que extraña era aquella escritura!, en realidad todo era muy extraño. Si se trataba del gobierno, por qué empleaban a extranjeros, y por qué iban a necesitar con tanta urgencia linternas hasta pagar una fortuna por ellas. No eso no tenía ningún sentido. Helen se metió la nota en uno de los bolsillos del overol y se fue a la cocina, de pronto penso que las personas que estaban allí abajo podían estar hambrientas, además de ignorar que la gente que vivía en la superficie hablaba inglés. Así que fue hasta el escritorio de Harry busco lápiz y papel y escribio una pequeña nota. Tomo un poco de pan fresco y un buen trozo de tocino lo envolvio todo en un sacador limpio, se le ocurrió poner también un pequeño diccionario, para que pudieran traducir su nota. Volvío al agujero, puso todo dentro de un cubo y lo ató a la gran cuerda y empezo a bajarlo lentamente. Sintió entonces un tirón, aguardo conteniendo el aliento unos minuto, tiro ligeramente de la cuerda y la noto libre pero muy pesada, empezó a darle vueltas a la manivela, hasta que llego de nuevo el cubo hasta el borde del pozo, solo que ahora estaba lleno de aquellas pequeñas barras amarilla. Había una nota sobre ellas, escrita con una letra menuda y pegada.

Continuará...