23 mayo, 2007

Piel de hombre

Afuera reinaba un ajetreo infernal, Jack miraba curioso aquel ir y venir de personas. Las veía afanarse subiendo muebles y cajas a un enorme camión estacionado frente a la casa. Se acercaba moviendo la cola a sus amos interrogándolos con sus ojos de avellana, pero solo recibía gruñidos de impaciencia. Nadie parecía tener tiempo ni interés alguno en explicarle lo que ocurría.
Sólo Andrés el mayor de los hijos de la familia Santillana, parecía tan desconcertado como él. Estaba sentado sobre el brillante piso de madera del salón que ahora parecía inmenso y frío, Jack se acercó y pasó su lengua suave y tibia por su rostro, le extrañó sentir un sabor salado en sus mejillas, el chiquillo estaba llorando. Aquello aumentó aún más su confusión, conocía muy poco de los humanos; pero siempre que había visto correr esas gotas saladas por sus rostros era porque algo muy bueno o muy malo les ocurría.
Entonces el muchacho lo tomó entre sus brazos y lo estrechó con fuerza. Los enormes ojos claros de Ernesto se fijaron en Jack y volvieron a llenarse de lágrimas.

- Amigo mío, perdóname. Pero yo no puedo hacer nada. Papá nos lleva a otro sitio, muy lejos de aquí; creo que se trata de un departamento y allí no permiten animales. Tú no puedes venir con nosotros.
Jack lo miraba con atención, si bien no entendía nada de lo que el pequeño le decía. Presentía en su tono de voz que una desgracia se avecinaba y que esta era irremediable.
La casa estaba ahora completamente vacía, Ernesto veía a través de sus lágrimas como su madre acomodaba a su hermanito en el asiento del auto y guardaba unos pequeños bultos en la cajuela del auto. Su padre estaba ya instalado frente al volante. El perro no se apartaba del muchacho y este tampoco podía evitar retenerlo entre sus brazos, sus pequeñas manos se deslizaban por el suave pelaje de su amigo; hundía la cabeza en su melena... como si quisiera grabar en los sentidos, aquel aroma y aquella tibieza que le eran tan familiares desde que tenia memoria.

- Enesto!, hijo, termina con eso de una buena vez. ¿Acaso piensas que Jack puede entenderte?
- Pero papá, no podemos abandonarlo así, se morirá sin nosotros.
- Creo que hemos hablado de eso hasta el cansancio, el perro se queda. ¡Sube de una buena vez al carro!
- Pero, qué va a ser de él, quién va a cuidarlo. Lo hemos tenido desde que era un cachorro.
- Ya no te preocupes más. Se lo he encargado a los Méndez, ellos van a cuidarlo y alimentarlo. Además les estoy dejando su casa y lo que quedaba de alimento. Ya deja de llorar, ya verás como va a estar bien.
- ¡Mientes, mientes, no va estar bien! ... no va estar bien sin mí.
- ¡Ya basta Ernesto, sube al la camioneta!

El chiquillo se separó del animal y corrió hacia la camioneta, Jack corrió tras él, pero esta vez no halló la puerta trasera abierta para que subiera. Nunca más volvería a pasear con la familia.
El padre arrancó el auto y se alejó rápidamente del lugar. El pobre animal corría tras la camioneta ladrando desesperado. Ernesto sentía que algo se le moría por dentro en ese instante, cerró los ojos y busco el regazo de su madre y dejo que las lágrimas lo ahogaran, ya no le importaban los reproches de su padre, ni la mirada asustada de su hermano.

- ¡Oh! Roberto, no soporto esto, quizá era mejor que lo hubiéramos hecho “dormir”, antes de abandonarlo así.
- ¿También tú? Ahora van a hacerme sentir culpable entre los dos.
- Por qué no pueden entender que es un animal inteligente, sobrevivirá, ya verán que lo hará.

Jack corrió tras ellos, hasta que sintió un dolor agudo en el pecho, le faltaba la respiración y le era casi imposible seguir corriendo, las patas le dolían terriblemente. Se sentó desconsolado en medio de la ancha pista, pero de pronto tuvo que levantarse aterrado, un auto se le venía encima haciendo sonar la bocina con insistencia. Apenas tuvo tiempo de esquivarlo. Su cuerpo fue a dar contra la acera, se levantó adolorido y cansado. Miraba a uno y otro lado sin hallar nada que le fuera conocido. Dónde estaba la casa verde con rejas de aluminio, que fue su hogar durante cuatro largos años, dónde estaba aquel parque grande y hermoso donde corría todas las mañanas, qué había sido de los altos olivos y las flores cuyo aroma no hallaba en ningún lado. Caminaba de un lado a otro tratando de hallar un husmillo conocido que lo llevara a sus amos, pero en toda aquella confusión de olores, muchos de ellos nuevos para él, le era imposible encontrarlo.

Finalmente se tendió sobre una vereda de gravilla. Por primera vez sintió que ya no quería moverse más de aquel lugar. Apoyó su cabeza sobre sus patas delanteras y miró por horas a la gente ir y venir. Que extrañas le parecían sus prisas, nadie se detenía a saludarse, es más, ni siquiera se miraban. No eran como él y el resto de su especie; siempre que se hallaban frente a frente se olfateaban y se movían la cola o se gruñían, pero nunca eran indiferentes.
Sintió entonces que sus ojos se llenaban de algo que parecía agua, y se escurría por ellos formando unas ojeras oscuras. Sí, aquello se parecía mucho a lo que había visto en los ojos de Ernesto.

Por qué lo habían dejado, qué error había cometido, en qué había fallado a sus amos. ¿Acaso sería porque hacía unos días había destrozado una de las pantuflas de Roberto? ¿O tal vez porque en una ocasión rompió una bolsa casi nueva de harina, desparramándola por toda la cocina? ¿O era porque aún a veces solía mojar el pasillo? Su cabeza era un torbellino, pero en el fondo su instinto le susurraba que nada de aquello merecía aquel castigo.

Sin darse cuenta la noche había caído y una llovizna tenue y fría le calaba hasta los huesos. Aquel invierno daba indicios de ser especialmente inclemente. Se levantó y empezó a caminar lentamente; a unos metros divisó algo que le parecía una casa bien iluminada y caliente. Se trataba de un pequeño restaurante, apenas puso una pata en el umbral, cuando fue repelido por un fuerte puntapié; alzó los ojos y distinguió a un hombre gordo y refunfuñón ataviado con un mandil grasiento. Veía alzarse sus puños amenazándole; así que por primera vez tuvo miedo de los hombres.

Emprendió su camino a ninguna parte, pero ahora sentía el llamado del hambre, adueñándose de su estómago; era como un dolor ligero y urgente. Pudo darse cuenta que existían muchos lugares como aquel, pero ahora le asustaban los golpes; esa sensación de dolor antes desconocida. Descubrió entonces unos hombres arrojando algo que parecía comida en unos enormes cilindros. Jack era un animal inteligente y el instinto le susurraba ahora que debía esperar a que los hombres se alejaran. Transcurrieron unos minutos y vio que los trabajadores habían terminado su tarea y se alejaban, solo entonces se acercó y se irguió sobre sus patas traseras intentando alcanzar con su largo hocico alguna bolsa con restos de comida; pero al intentar asir una de ellas, el tacho cedió a su peso y fue a dar al suelo regando parte del contenido por la vereda recién barrida. Uno de los muchachos que había visto antes volvió a salir y de nuevo sintió una corriente de miedo estremeciendo su cuerpo; qué extraño era aquel brillo de ira en unos ojos tan jóvenes. El chico se lanzó tras él con un palo, alcanzó a darle algunos golpes. Que difícil era esquivar aquella lluvia de golpes, si aquel hombre se hubiera detenido un instante, hubiera podido explicarle, que no quería molestarle en modo alguno, que solo el hambre lo había impulsado a lanzarse sobre el cubo de desperdicios, pero sólo sentía el palo descargándose una y otra vez sobre su cuerpo; a pesar del dolor consiguió llevarse entre las fauces una de las codiciadas bolsas. Mientras corría empezó a sentir un dolor intenso en una de sus patas traseras, tuvo que detenerse y casi arrastrarse hasta un gran parque; por un momento sus orejas se levantaron alertas, pero pronto se dio cuenta que no se trataba de su amado parque; este estaba reseco y gris; los árboles y las plantas languidecían por falta de agua y cuidados. Se tendió bajo uno de los bancos de cemento, solo recién pudo ver su adolorida pata, tenía una herida pequeña que le sangraba un poco, se lamió la herida por largo rato. La sangre dejó de brotar, pero no disminuyó el dolor.
De nuevo le acometió esa urgencia en el estómago y recordó la bolsa que yacía a su costado; la abrió a dentelladas y engulló deprisa los desperdicios de pollo y papas fritas que contenía.

A través de su banco de cemento vio morir la noche y clarear el día; qué inmensamente triste le pareció ese instante en que la noche y el día se unían en un último abrazo, antes que la luz se adueñara por completo de las calles.

Sintió entonces un sentimiento nuevo y profundo que parecía subirle desde el pecho y fundirse en sus ojos, la apacible pureza que existía en ellos, se borró para siempre; ahora se habían tornado oscuros como la noche.
La IRA se paseaba a través de sus pupilas, transformadas en rojizos chispazos. Sentía ira contra los hombres que lo habían maltratado, ira contra esa ciudad gris y hostil, ira contra Ernesto en quien había confiado y que sin embargo lo había abandonado.
Intentó levantarse, pero el dolor le obligó a tenderse de nuevo, su pata parecía más gruesa de lo normal, sentía además un calor extraño y unos enormes deseos de dormir.
Debieron transcurrir muchas horas, no sabía cuantas; solo el viento frío terminó de despertarlo, buscó entonces su bolsa de desperdicios pero esta había desaparecido. Al parecer el descanso había aliviado un poco su pata lastimada, la hinchazón había disminuido y ahora podía apoyarla ligeramente.
Sus ojos oscuros se fijaron entonces en un perro que caminaba junto a su amo; era un perro de raza indefinida, pero se le veía feliz trotando al lado del viejo. Observó su pelo lustroso y limpio, sus ojos resplandecían cuando sentía las palmaditas cariñosas que de rato en rato le daba el anciano que lo llevaba; aquel animalito debía de ser tan viejo como su dueño, probablemente habían pasado gran parte de su vida juntos y juntos quizá también descansarían para siempre.
La ENVIDIA endureció su corazón, sintió rabia contra aquel perro y su suerte; casi sintió deseos de arrojarse sobre él y acabar con aquella dicha que tanto le lastimaba. No había advertido que su nariz negra y lustrosa había perdido su color y se alargaba ligeramente.

Los días transcurrieron como una larga fila de piedras grises, a veces lisas a veces con aristas que lastimaban.
Pronto aprendió a lidiar con los chicos de los restaurantes, con los basureros, con los chóferes de corazón de piedra que le echaban el auto encima sin piedad, por el puro gusto de matar.
Se había unido a un grupo de perros callejeros, la vieja herida de la pata era solo un recuerdo, una de las muchas cicatrices que surcaban ahora su cuerpo. De su pelaje suave y lustroso, apenas si quedaba algún recuerdo entre aquella maraña de pelos sucios y apelotonados; las almohadillas de sus patas, antes tersas y sonrosadas se había tornado grises y encallecidas.
Cada cicatriz era el precio de su actual liderazgo sobre esa especie de jauría callejera. Era él quien guiaba ahora las incursiones nocturnas a los basureros. Había hallado una entrada secreta a una antigua fábrica abandonada y en ella habían instalado su “centro de operaciones”. Era él mismo quien se encargaba de conseguir alimento si este escaseaba en los basureros. El mejor que nadie sabía donde abundaban los desperdicios de comida; ahora era un experto en volcar suavemente los grandes cilindros y coger las bolsas en sus fuertes fauces. Pero estas incursiones solo las hacía en casos de extrema necesidad, porque eran muy arriesgadas. En más de una ocasión había visto a uno de los chicos rociando un raro polvo sobre unos apetitosos trozos de carne, y una de aquellas veces observó como un incauto gato se acercaba y comía el alimento, para luego morir entre espantosas convulsiones. Se había quedado quieto, mirando con sus dilatadas pupilas la escena; cuando el infeliz animal dejó de moverse, Jack se acercó lentamente y olisqueó sus fauces, luego olió también los restos de la comida envenenada y gravó aquel olor en su refinado olfato.
Aquel descubrimiento le ganó más aún la admiración del grupo; pero aquella admiración lo llenó de SOBERBIA, ahora ejercía su liderazgo con tiranía y crueldad.
Entonces sus orejas, antes largas y peludas, se fueron empequeñeciendo y perdiendo pelo; habían adoptado una forma extraña, en nada semejante a la de ningún perro normal. El grupo advertía aquellos cambios y sentían como poco a poco el respeto se iba transformando en miedo; obedecían a su líder más por el terror que les inspiraba su apariencia, que por sus cruentas costumbres.
La calle le había pasado su onerosa factura; la lucha por la supervivencia, el dolor de los maltratos, el hambre, la total ausencia de afecto; lo habían transformado en un animal casi salvaje. Era como si todos los primitivos instintos de sus antepasados hubieran resucitado en él.
Si algunas hembras en celo se cruzaban con el grupo; era Jack el primero en tomarla, y las penetraba hasta casi desangrarlas, tal era su LUJURIA, luego las abandonaba al resto de los machos.
Había empezado a perder pelo, sobre todo en el pecho y parte del lomo. Muchos de los perros que le obedecían empezaron a alejarse, seguramente su líder se había contagiado de sarna y ellos tenían ya bastante con lidiar con el hambre y el frío, para tener que soportar encima esa horrenda enfermedad.
Ahora le quedaban apenas unos seis perros que permanecían fieles a su mando. Pronto el invierno se hizo más duro aún, apenas si salían de su escondrijo, Jack casi no salía a sus incursiones nocturnas para buscar alimento, prefería dormitar sobre unos viejos cartones. Le era más sencillo enviar a sus sumisos amigos, pero los sabía torpes e incapaces de reconocer el veneno en los trozos de carne, así que optó por enviarlos solo a los basureros. La PEREZA lo invadía, ya ni cumplía con sus obligaciones de jefe; no defendía el territorio ni procuraba comida para la jauría.
Apenas era consciente de los cambios que se iban operando en él, había perdido el pelo por completo, ahora lucía una piel rosada y lisa.
Siempre que los perros regresaban con los desperdicios que conseguían, eran incapaces de tocar el alimento, hasta que Jack hubiera saciado su hambre, entonces y solo entonces se atrevían a hundir sus hocicos hambrientos en las bolsas. Ya eran varias las ocasiones en que Jack comía más allá de sus necesidades, caía entonces en una GULA desmedida, dejando en algunos casos hambrientos al resto de la jauría. Aquellos rumiaban su rabia en silencio, sus ojillos relucían como pequeñas brasas en la oscuridad.
Jack había empezado a sentir una molestia que se agudizaba cada vez más; le era cada vez más difícil mantenerse sobre sus cuatro patas, le resultaba casi doloroso caminar en aquella posición. Ahora le era casi natural hacerlo erguido sobre sus patas traseras, además había notado que el largo de sus plantas se había casi triplicado, haciéndole más sencillo mantener el equilibrio.
No era exactamente consciente de su actual aspecto, pero presentía que debía ser repulsivo. Esto lo sabía por las pocas ocasiones en que se había asomado fuera de su hueco, siempre que lo hacía era cuando la oscuridad era más profunda, cuando las luces de los restaurantes se habían apagado y reinaba el silencio, roto de cuando en cuando por el silbato de algún vigilante. Sin embargo, pese a todos sus cuidados se había topado en varias ocasiones con estos mismos vigilantes o con los basureros que se encargaban de limpiar las calles en las madrugadas; había observado entonces que sus ojos se dilataban de terror y huían despavoridos de su presencia.
¿Qué espantoso cambio se había obrado en él desde que fue abandonado a su suerte? De pronto recordó que el escondrijo en que vivían había una puerta pulida que podía muy bien reflejar su imagen. Corrió sobre sus dos patas de forma tan rápida y natural, como si siempre lo hubiera hecho de aquella manera.
Cuando vio su imagen reflejada en la puerta salió de su garganta una especie de gemido sordo; no era un ladrido ni tampoco un grito, pero había en aquel sonido un algo de humano.
Su aspecto era realmente horrendo, parecía un híbrido entre un perro y un hombre; tenía las patas traseras casi derechas y cubiertas de algo que se asemejaba más a un suave vello que a su antiguo pelaje; su lomo estaba casi derecho y se había ensanchado en la parte superior; pero lo que más le espantaba era su rostro, parecía la caricatura grotesca de un humano. El hocico continuaba siendo alargado y tenía los costados aún cubiertos de pelo; los ojos oscuros y crueles se habían profundizado más y las orejas eran completamente humanas. El mismo se estremeció de su propia imagen y salió huyendo del lugar volcando todo a su paso. En su alocada carrera se topó con el grupo que lo esperaba visiblemente alterado. Intento ladrar para tratar de comunicarles su angustia, pero le era imposible hacerlo; era como si hubiera olvidado cómo hacerlo. Los otros perros continuaban ladrando desesperados, sus ladridos resonaban en sus oídos haciéndose casi dolorosos. Agachó entonces la cabeza hundiéndola entre sus patas delanteras que ahora se asemejaban más a brazos. Concentró toda su inteligencia y finalmente pudo entender los alterados ladridos de sus compañeros.

- Jack, hay un grupo de perros, esos que viven en el viejo cine; he escuchado que quieren extender su territorio hasta aquí. No entiendo por qué hacen esto, ellos viven cerca de la carnicería del viejo Jeremías, ese hombre es bueno, sé que siempre les regala algún trozo de carne cuando les ve merodeando por allí.

Los ojos del líder centellearon con aquella furia demoníaca que les hacía retroceder amedrentados, apelotonándose unos contra otros como ovejas frente al lobo.

- Bien, los atacaremos y defenderemos nuestro territorio.

Salieron corriendo rumbo al viejo cine, llevaban las fauces humeantes y sus dientes refulgían en la oscuridad con presagios de muerte.
La batalla fue feroz, todos los infelices perros del abandonado cine fueron muertos a dentelladas. Jack sobresalía entre todos por su ferocidad. El solo había acabado con la mayoría de sus contrincantes; parecía embriagarse con el olor de la sangre recién vertida; recreándose en los cuellos destrozados y en los aullidos lastimeros.

La calma parecía haber vuelto al lugar; la jauría miraba espantada aquella carnicería. Jack divisó entonces a Jeremías, el viejo había acudido asustado al escuchar los feroces gruñidos seguidos de dolorosos gemidos; el pobre hombre tuvo que asirse a la pared para no marearse ante aquel espectáculo. Los ojos de Jack continuaban fijos en el anciano, tenía las fauces y el pecho cubiertos de sangre.
Finalmente se apoderaba de él la AVARICIA... por qué conformarse con las migajas que el anciano podía arrojarles si en un instante podían saquear toda la carnicería y tener comida por mucho tiempo. Entonces, sin pensarlo se arrojó sobre el cuello del indefenso anciano. La jauría fue retrocediendo amedrentada, hasta alejarse por las calles espantados, pero antes de huir habían alcanzado a vislumbrar sobre el viejo ya muerto, a un hombre desnudo de piel clara y surcada de muchas cicatrices, al parecer muy joven y de ojos malignos.

La transformación había sido completa, ahora Jack era el rey de la creación, la cúspide de la evolución, ahora era un ser humano.








7 comentarios:

Dalia dijo...

amiga me has dejado estremecida con tu relato.

No solo está genialmente escrito sino que tiene un estilo oscuro, real y sincero como esas novelas llenas de suspenso de Poe.

Me gustó mucho y más por su mensaje ¿qué otro animal es tan capaz de sentir tanto odio, envidia y avaricia sino los seres humanos?

Te felicito sinceramente por tu capacidad al escribir.

pon dijo...

Precioso y triste, y duro y descorazonador. ¿Has leído "Rebelión en la granja de Orwell"?.
Hay mucha desesperanza en el fondo.....

Da Vinci dijo...

Deseo que el relato no sea reflejo de un sentimiento interno porque es desconsolador.
El hombre es el mayor depredador, ciertamente, pero también hay muchos hombres buenos, genios en las artes y con afecto y bondad en sus corazones.
Digno relato de Poe, estoy de acuerdo con Dalia o quizá de alguien más oscurantista aún.
A mi me queda la esperanza de un futuro sereno y lleno de paz. Ese sentimiento te deseo a ti, querida Rosa, para que vuelvas a escribir con trazos más esperanzados.

Un beso.

Anónimo dijo...

No has hecho mas que reflejar la naturaleza con la que lucha gran parte de la humanidad.....lamentablemnte como en tu relato.....está triunfando la parte mas triste, oscura, maliciosa, inescrupulosa de la humanidad, pues son los seres oscuros los que llegan al poder y gobiernan provocando maldad, desasociego, crueldad, tiranía, guerras, ambrunas.......no estas tan equivocada querida amiga...aun nosotros luchamos a diario con sentimientos malos, por pequeños que sean, son malos y es una lucha diaria......lo importante es que tratemos siempre de sacar los mejores sentimientos, que utilicemos la cabeza para las cosas buenas, no para las cosas malas. Si bien Da Vinci dice que hay gran parte que se dedica a realizar obras de arte, maestras, fastuosas, no implica ello que estos seres sean "buenos seres Humanos"....simplemente son seres con un don, pero no los conocemos como para decir que son buenos seres humanos, no sabemos como es su accionar, solo podemos hablar de lo que uno intenta hacer realmente cada día para tratar de llevar el título de ser humano.
Mi querida realmente nunca tan bien expresada la naturaleza humana, pues los animales se manejan por instinto los humanos tenemos el don del razonamiento, pero lo utilizamos mayormente para dar rienda suelta a los instintos mas terribles.....
Gracias.

Ro

ABACO dijo...

querida Rosa me habías pedido tu opinión sobre el relato y realmente tengo que confesarte que me has estremecido, me ha gustado mucho a pesar de la tristeza que destila

yo te animo a seguir escribiendo y deseo, con todo mi corazón que se vayan tornando en relatos llenos de color... pero mientras tanto no dejes de sorprendernos con tu don

Javier dijo...

Tremendo relato, duro y deseperanzador. Querida Rosa el mundo es duro, cruel e insensible, pero aún a pesar de eso siempre queda un rayo de esperanza.

Tesalia dijo...

Hola Rosita,
He tenido que leer varias veces este relato que nos obsequias. Que brillante manera de mezclar realidad y fantasía. No resulta difícil imaginar a un humano perder su condición de tal; pero cuando es un noble ser el que cambia su esencia al adoptar para sí las más oscuras actitudes de nuestra raza, que lo ha herido y defraudado profundamente, las cosas se tornan sombrías. Que vergüenza se siente al considerar que posiblemente lo espantoso no es que Jack cambie, sino en lo que se transforma; más aún cuando su definitiva transmutación ocurre justo en el momento de acabar con una vida inocente.
Es lamentable que nuestro comportamiento, no solo con los animales sino con nuestros semejantes, e indiferencia hacia el sufrimiento que somos capaces de provocar, encuentre justificación en nuestra "condición humana". Aún así, y de lo más dura y cruel que es la realidad, también hay que reconocer que en la mayoría de nosotros esa parte sombría no lo es todo y que, de proponérnoslo, tenemos el poder de cambiar las cosas.
Saludos mi querida amiga y felicitaciones por tan intensa entrega,
Tesalia