11 junio, 2007

Killa

Para mi niña de los girasoles

Cuando dejo volar el tiempo a aquellos años, los mejores de mi vida, una alegría inmensa me embarga. Cierro los ojos y el olor fresco del bosque me inunda de nuevo, vuelvo a sentir el frío extremo de aquellas regiones entumeciendo mis miembros. Pero sobretodo, mi cuerpo siente su colosal abrazo, mis dedos recuerdan su tibieza y como se hundían en su compacto pelaje. Su abrazo de entrega, de confianza, de simpatía; donde cualquier palabra era innecesaria.
Siento que el tiempo no ha pasado y que estoy de nuevo en las heladas tierras de Siberia, junto a mi padre, sin echar raices en ningún lado. Igual mi casa podía estar en las sabanas africanas, en las selvas amazonicas, en los desiertos o donde fuera que su afán como zoólogo corresponsal de una revista lo llevará. Total mi hogar siempre estaba junto a él.
Mi padre sentía especial predilección por los tigres, me decía que las rayas en su cuerpo parecían la escritura de alguna lengua olvidada. Me contaba que llegaron del norte de Siberia a principios del Pleistoceno, cuando el clima no era tan frío y abundaban los grandes bosques. Y de allí se irradiarón en dos olas, una hacía el Himalaya y la otra hacía el centro de Asia. Los cambios hacia finales del período glacial hicieron que se adaptara al frío. Por eso, los tigres siberianos son más grandes que el resto de los tigres; y yo tenía certeza de esto, en una ocasión avistamos un ejemplar de casi tres metros y medio. Se movía con elasticidad y elegancia a pesar de su corpulencia, su pelaje era de un amarillo muy claro y las rayas estaban débilmente dibujadas. Con muchos abrigos encima y la cara cubierta...yo me preguntaba cómo podian soportar aquel frío, mi padre jamás dejaba una pregunta sin respuesta.
Es la grasa, me decía, la grasa que acumulan a los costados de su cuerpo y en la panza. Ese es su abrigo.
Rusia esta tan elevada, que ni la influencia del mar ni el aire del trópico; interrumpido por sus montañas la calientan.
Los inviernos eran largos y frios y los veranos muy cortos y frescos. Uno de estos veranos mientras sorteabamos los bosques de abedules, álamos blancos y sauces; tratando que nuestros pies no se hundieran en la tierra cenagosa, un sonido harto conocido nos paralizo, un disparo, de nuevo los cazadores asolaban el bosque. Siempre mataban a las hembras por su pelaje y capturaban a los cachorros para venderlos en el mercado negro. Cuando llegamos... nada había por hacer. El cuerpo desollado y abandonado hería la blancura del paisaje. De los cachorros ni rastro, era la misma hembra que habiamos estado siguiendo por meses, ahora solo quedaba de ella aquel revoltijo rojo. Nos dimos la vuelta, note que mi padre luchaba por no llorar, yo lo hacía sin reparos. Entonces... fue entonces que una especie de mauillido lastimero llamo nuestra atención. Corrimos hasta el cachorro y lo tomamos en brazos, lo envolvimos y nos alejamos a toda prisa del lugar. ya en nuestro refugio pudimos observarlo a nuestro antojo. Era pequeño, tendría unos dos meses, sus patas eran enormes en comparación a su cuerpo y resulto ser una chica, así que la llamamos Killa.
Mi padre murió unos meses después, y en parte algo de mí se fue con él. Ahora eramos dos huérfanos. Killa lleno mi soledad, acostumbrada a mi olor, lo reconocía a la distancia y acudía amí cariñosa. En su suave pelaje extinguía mi frio y mi soledad. Al amanecer salia a cazar; acechaba a su presa y le caía de improviso, entonces les mordía el cuello y la cruenta lucha terminaba con el animal muerto y arrastrado a su lugar favorito. Entonces emitía un sonido extraño, como un lamento repetido varias veces. Sabía que me llamaba a compartir su festín.
Un día Killa debió seguir su instinto, el llamado de un macho la inquietaba, su tiempo de reproducirse había llegado. Yo presentía que cuando llegara la época de apareamiento la perdería para siempre. Ahora sus crías y el cuidado de las mismas ocuparían todo su tiempo. Era el momento de reanudar nuestras vidas. Un día particularmente frío empaque mis pocas pertenencias y me despedí de mi amiga. La última visión que tuve de ella, era echada sobre la nieve; hermosa, imponente. Su mirada se clavo en mi y la sostuvo por largo rato, volvio a rugir de aquella manera lastimera, pienso que a su manera me decía adios. Me dí la vuelta y llore de nuevo.
Fui a la Universidad y segui los pasos de mi padre, ahora continuo viajando, en varias ocasiones he regresado a Siberia, buscando a mi amiga... no he tenido suerte.
Practico siempre las enseñanzas de mi padre, el me decía: "Viaja ligero, porque quien no tiene nada, nada teme perder. Lo mejor que tienes lo llevas siempre contigo... tus conocimientos y tus recuerdos"
El reto aún sigue abierto.

4 comentarios:

Cyllan dijo...

Waaaaoooo, tienes mucho valor chica. Un relato a pedido, uf. Me gustó la verdad. Además ¿quién no ha soñado nunca con cuidar un cachorro de gran felino? Espero que sigas con las peticiones que te han hecho o que te hagan. Saludos desde el otro lado del océano.

Dalia dijo...

BRAVOOOOO!!!!!

Gracias amiga, me ha gustado muuucho.

Disculpa la tardanza, estaba enferma y no había leído nada hasta hoy.

Me gustó mucho de verdad, es un precioso regalo tu relato, ¿como puedes escribir tan bien y de cualquier tema? gracias...

devezencuando dijo...

Precioso Rosita.

Cada palabra tuya nos lleva a la otra.

Un beso.

pon dijo...

Caramba qué bueno Rosa!!!!!
Precioso y emocionante de verdad.