"Mi padre era triste y mi madre era callada, y la alegría nadie me la supo enseñar"
Repasando antiguas fotos, un hombre apuesto de bigote, de unos veintitantos años me mira desde ellas. En su traje impecable y peinado con esmero, posa sonriente. Sus ojos dulces se quedan en los míos, y le pido al tiempo que por unos instantes se detenga... que alegre estaba en aquellos días, cuantas juveniles esperanzas llenarían su pecho... cuantos sueños enredados en sus rizos oscuros.
No sé que penas cargaba mi padre, que desencantos lo marcaban. Tampoco sé cuándo ni por qué empezo a beber; pero eso sí, jamás fue violento ni maleducado, por el contrario la bebida parecía ponerlo alegre un rato y después sumirlo en una profunda tristeza.
El no vivía con nosotros, pero esa es otra historia. Solía visitarnos con frecuencia y cuando llegaba, casí siempre un poco alegre ya, era una fiesta para mi hermano y para mí. Solíamos pelearnos para ver cual de los dos se subía primero a sus rodillas. Y él terminaba cargandonos a los dos.
Y entonces sacaba sus obsequios, sencillos... todo lo sencillos que sus pocos ingresos le permitían, pero que para nosotros eran los juguetes más hermosos del mundo (afortunadamente conservo algunos de ellos). Para mí, animalitos de plástico, unas ardillitas o unos patitos o unos pececitos redondos como bolas; para mi hermano sus soldados, me acuerdo que hasta tenían nombres. Otros días eran pastelitos; que a menudo llegaban un poco aplastados, y es que papá se solía quedar dormido durante el viaje en autobus, y se olvidaba de los pasteles que llevaba sobre su regazo. Pero igual los comíamos con deleite.
Y si un día no tenía para obsequios, pués nos regalaba dibujos que hacía en un abrir y cerrar de ojos, le gustaba mucho dibujarnos a ese ratón de Disney, Micky Mouse. Otras veces, de sus ágiles trazos brotaban: una señora bonita, un paisaje, un gato dormido... lo que pidieramos surgía como por encanto a nuestros ojos de niños.
Le recuerdo con sus pocos cabellos entrecanos y su bigote; algo gordito y vestido siempre de saco y corbata, quizá un poquitín ajados por el tiempo y por el uso. A veces risueño, a veces pensativo, a menudo triste.
Un día no vino más, había enfermado y estaba internado en un hospital. Mi tía lo visitaba con frecuencia. Nosotros queríamos verle, pero eramos pequeños y no lo permitían. Una noche que no olvidaré nunca, vi a mi tía con los ojos tristes... no había necesidad de palabras, son esos presentimientos, esa voz que te dice que alguna desgracia te sigue los pasos. Esa noche mi padre había fallecido.
Y nunca pude decirle cuanto lo amaba, y lo amo. Y nunca pude decirle cuanto lo necesite todos estos años. Y nunca pude conjurar sus penas... y decirle al oído: "Papito hoy no estas solo, hay cuatro manos pequeñas, dos mariposas risueñas para espantarte las penas"
Ay amiguito, perdona que no sea un recuerdo alegre y debo decirte que está vez mi relato no es una ficción, mi papá se llamaba Abelardo, pero todos le decían Lalo, y a pesar del tiempo transcurrido le recuerdo siempre...y no puedo evitar que la tristeza se me cuele de nuevo en el corazón. Dicen que hay heridas que nunca se curan, esta ha de ser una de ellas...
5 comentarios:
Ay, Rosa querida, un trozo de tu vida lleno de intenso sentimiento y vivo recuerdo...
Gracias por transmitir lo que vieron tus ojos y sintió tu corazón...
Se han ido pero... siempre estan en nuestros corazones.
1beso grandote
... esas heridas no cierran, pero son las que nos recuerdan que hemos vivido...
... mi niña, mil gracias por ese relato, por esa catarsis, por regalarme una pagina de tu biografia y ubicar mi nombre en ella... Yo tuve un padre irresponsable que nunca conocí de verdad, pero a cambio, la providencia me envio unos angeles hermosos en la figura de mis abuelos. Hoy tampoco están conmigo, pero puedo decir que lo que soy es un reflejo de su amor... del recuerdo de los dibujos de señoras bonitas y caballos más parecidos a dinosaurios.... de los panes aplastados y de las manzanas que los sabados llegaban en la cesta del mercado... entonces entendí que lo que ese hombre maravilloso te dió, a mi me lo dieron mis abuelos... hoy me hiciste entender que nunca estuve solo... que nunca estoy solo.
un beso silencioso desde mi lejana galaxia!!!!
Rosita, muchas gracias por compartir.
Qué dulce y qué triste pueden ser a veces nuestros recuerdos de la infancia.
Un abrazo y un beso.
amiga qué hermoso relato, y mas aun porque está escrito con todo tu amor... gracias por compartirlo con nosotros.
Cuando leí esta entrada, no pude dejar de emocionarme pues... cuánto queda por decir cuando se nos arrebata la posibilidad de hacerlo... de alguna forma, todo lo que no has dicho, al decirlo así, al contarlo, sirve para que él lo sepa de esa manera que saben todo luego de haberse ido. Y también sirve porque las palabras dejan huellas y en este caso se mira alrededor y se recapitula cuándo fue la última vez que dijimos "te quiero" a quienes queremos... NUNCA ESTA DEMÁS DECIRLO... NUNCA ES SUFICIENTE... SIEMPRE HAY LUGAR PARA MAS...
Más besos (vengo dándotelos en tres entradas seguidas!!! ja ja ja)
FELICITACIONES POR CADA RETO ENFRENTADO...!!!
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