03 junio, 2007

Xotupe, el ceramista

Para mi querida Pon
En la costa de Lambayeque, zona desértica hubó hace muchos siglos una cultura que desafió el tiempo. Los mochicas.

Xotupe, fue llevado hace tiempo a la ciudad, desde temprana edad manifesto un gran talento para pintar y moldear primorosas vasijas de arcilla. Su destino no eran cultivar las tierras.
Era un gran observador; todo aquello que cautivaba sus sentidos era luego plamado en sus vasijas. Su arte no paso desapercibido para el Cie-quich (Gran Señor), quién lo hizo su favorito en la corte.
Vestía con esmero, lo que lo distiguía del resto del pueblo; llevaba una túnica algo adornada, orejeras y brazaletes. Sus labores dependían de la burocracia de los gobernantes, toda vez que los ornamentos eran símbolos de distinción y no cualquiera podía usarlos. Debía a menudo trabajar en objetos que luego serían obsequiados a señores de otros reinos o a destacados guerreros.


Todo lo que le era indispensable para su labor, le era provisto por los gobernantes; al igual que lo necesario para su sustento.
A diario marchaba a los campos, o hacía un breve viaje hasta el mar. En esas ocasiones se sentía en completa libertad. Sus sentidos se nutrían entonces de las imágenes que luego plasmaría en sus ceramios. Su señor sabía bien esto y jamás se oponía a sus salidas.
Entonces Xotupe, visitaba cada vez un lugar diferente: un día podían ser los sembradíos, otros las aldeas o el mar; quizá las cacerias de venado, deporte por excelencia de los grandes jefes y nobles mochicas, o la pesca, o los ceremoniales.
Que agradable era para el artesano sentarse sobre una gran piedra y observar a los hombres en sus labores agrícolas; veía sus músculos tensarse, y sus descalzos pies hundir con destreza las puntas de bronce de afilado extremo en forma de espátula en la tierra, removerla y después verter las preciadas semillas. Y luego vendrían las épocas de cosecha entre alegres danzas; allí vería recolectarse el maiz, la yuca, los pallares, el camote, el zapallo, los ollucus, el maní, el ají y también el dulce y jugoso pepino, la sabrosa lúcuma, el pacaé y la guanabana. Todos ellos serían reproducidos después en sus ceramios. Le gustaba especialmente plasmar el maíz y la papa; ya sea en su forma real, o estilizados o muchas veces antropomorfizados.
A menudo acompañaba a su Cie-quich, a la cacería de venados. Los jefes mochicas acudían vestidos con sencillez, para poder moverse con desenvoltura. Llevaban hermosos tocados, muy bien sujetos bajo el mentón; el torso y los miembros superiores descubiertos. Iban Armados de grandes saetas a manera de jabalinas y estólicas, así como de mazas y porras. Siempre llegaban al evento en sencillas andas, seguidos de mucha gente que se encargaba del rodeo de los animales. También cazaban pumas y tigrillos y elegían a los cachorros para ser domesticados. En varias ocasiones había modelado a los grandes señores llevando entre sus brazos dóciles felinos. Los felinos eran muy venerados, así que se consideraba un privilegio su crianza.
Le maravillaba el mar y su incesante vaíven, oh, cuantas veces había plasmado en los bordes de sus vasijas las olas del mar. Sentía veneración por su grandeza y porque les proveía de una importante fuente de alimentación. Casí al amanecer los pescadores echaban sus balsas de corteza o totora al mar; solo iban dos hombres provistos de sus redes, cada uno sentado a un extremo de la embarcación, impulsandose mar adentro con sus remos de caña. Usaban también estas barcas para alejarse del litoral hacía las islas, de donde regresaban con un cargamento de guano que les serviría de abono para sus tierras. Cuando pescaban cerca, los veía subir agilmente sobre sus "caballitos" de totora, arrodillados sobre la cintura de estos les veía desafiar el mar, incluso en los días de mayor turbulencia.
Cuando acudía a las aldeas obsevaba a las gentes entregadas a sus labores domésticas; ya sea un hombre desgranando una mazorca o una mujer levantando a su pequeño hijo.
También había asistido a los ritos de sacrificio en la Huaca de la Luna; había visto desfilar a los prisioneros desnudos capturados en batalla, amarrados con cuerdas y llevados por los vencedores. Luego eran conducidos a recintos especiales donde la sacerdotisa los preparaba, dándoles de beber sustancias extrañas. Finalmente eran degollados y su sangre recogida en una copa y presentada al señor. La sangre era entonces regada sobre la tierra para agradecer sus dones y como ofrenda para que las cosechas fueran abundantes
Después de sus viajes, retornaba a su taller y provisto de sus herramientas y de su preciada arcilla... empezaba a moldearla, a dar vida a todo aquello que sus ojos habían bebido durante el día. Era entonces cuando del barro surgían las maravillas; luego pasarían al horno y finalmente, cogiendo sus tintes empezaba a pintar. Pasaban largas horas, sin que apenas se diera cuenta, tal era su pasión. Le dedicaba especial cuidado al retrato de su señor en los ceramios, los cuales eran después distribuidos a diferentes partes del territorio obedeciendo al sentimiento político religioso del pueblo. El Cie-quich, todo lo ve, todo lo sabe, es él quien impone justicia; quienes conduce sus ejercitos a la guerra y precide las ceremonias. Era por tanto un honor para el mochica ir al sepulcro acompañado de la esfigie de su señor.
Antes de que el sol regalara sus últimos rayos, Xotupe se inclinaba ante la imagen de Ai-apaec (principal deidad) y a el rogaba por su señor, por sus gentes, por la cosecha. Ai-apaec es el gran dios felino. Es el la divinidad de la fecundación y creación del mundo. Por eso eran muchas sus representaciones; ya convertido en cangrejo, para penetrar el mar y luchar contra los genios malignos que lo habitan; ya brotando de las montañas; o confundido entre las multitudes, entregado a labores domésticas; desgranando maiz, o convertido en pescador o dedicado a la cacería; ataviado como un jefe guerrero en plena lucha; libando chicha o copulando con una mujer en plena labor germinativa.
En la figura de Xotupe, Ai-apaec esta sentado, sus formas son basicamente humanas, pero sobresalen los colmillos, que lo hacen temible. Esta ricamente ataviado: pende de su cuello un collar de perlas y de sus orejas aretes en forma de cabeza-trofeos. Una gran corona cubre su cabeza y en el centro destaca la cabeza de un felino.
El día ha amanecido amargo y gris, la lluvia no cesa de mojar las calles y los campos. El cielo llora. El gran Cie-quich, ha muerto. El lamento inunda la ciudad y los campos. Había sido un gobernante justo y generoso, y su pueblo lo llora. Xotupe no puede creer semejante desdicha; quién llenará los aposentos con su voz sonora; quén presidira las reuniones y bebera la espumosa chicha; quién mostrara agilidad y destreza en las cacerías; quién ira al frente en las batallas, ofreciendo el bravo pecho y el rostro fiero, haciendo huir despavorido al enemigo. Finalmente quién mirara con ojos deslumbrados, sus delicados ceramios... la luz de su mirada se ha apagado y el reino se ha sumido en tinieblas.
Un numeroso cortejo, presidido por los sacerdotes, los nobles y altos jefes militares, seguido de sus siervos y finalmente el pueblo, acompaña a su señor. Este es llevado hasta una huaca, donde ya le espera su morada, rodeada de todo aquello que pueda serle útil en su nueva vida. Alimentos y objetos para que no carezca de nada. El cadáver es colocado en posición decúbito dorsal y con los brazos extendidos de este-oeste. Dos jóvenes guerreros son sacrificados para guardar a su señor; dos doncellas también le acompañan en el viaje, más ellas descienden aún con vida, pero en sus rostros no hay temor ni congoja, solo un gran orgullo las inunda. Han de seguir sirviendo a su señor más alla de la vida. Muchas vasijas, platos, ollas y cántaros repletos de bebida y alimento son puestas a su alrededor. Los ceramios estan admirablemente adornados con escenas de cacería, pesca, gobierno y culto; otros representan animales idealizados que narran las virtudes del difunto. Allí estaba el felino, simbolizando su valor y rectitud; el zorro, representando su sabiduría y agudeza; el venado para hablar de su agilidad. Lo acompañan sus bastones de mando y la imagen de Ai-apaec, quien ha de guiar sus pasos en el otro mundo. Abundan también las figurillas de oro.
El señor reposa con su tocado, sus pectorales y orejeras, brazaletes y collares; todo en brillante oro.
Xotupe no resite el dolor, pide acompañar a su señor, después de libar de manos de la sacerdotisa una bebida ritual, cae en pesado sueño. No siente la tierra caer sobre su rostro, no ve los últimos retazos de cielo, no se llenan sus pulmones del aire húmedo del día. Ya no siente nada. Acurrucado a los pies de su señor, Xotupe duerme para siempre, esperando que el Cie-quich despierte y ver de nuevos sus ojos brillantes admirando sus ceramios hermosos.
Fuentes:
Historia del Perú - Ramiro Matos
Los Mochica - Rafael Larco Hoyle
Atlas regional del Perú- Grupo La República
Tesoros del Perú- Grupo La República






6 comentarios:

Da Vinci dijo...

Así todos pudiésemos o fuésemos lo suficientemente valientes para acompañar en la muerte a los que en vida son toda nuestra vida.

un abrazo.

Dalia dijo...

una historia muy hermosa. Gracias.

Javier dijo...

Precioso relato, a veces cuando visito vuestros blogs, me refiero a los que me visitáis y escribís dede América siento que no os prestamos la atención que debiéramos.

pon dijo...

Bueno hoy por fin espero que blogger sea bueno y me deje entrar, porque llevo ni se sabe sin poder publicar en tus comentarios.
Primero agradecerte la respuesta al encargo, jejeje, precioso relato de amor más allá de la muerte. Es un contexto histórico muy interesante y muy poco trillado. Y tambien darte las gracias por tu sabes hacer con las palabritas, guapa.
Discúlpame la tardanza, entre que blogger está tonto y el poco tiempo que tengo......

pon dijo...

Hala, ha salido!!!

Tesalia dijo...

Que relato tan interesante; me fascina todo lo relacionado con el mundo antiguo, particularmente la mitología. Al leerlo he recordado un reportaje que vi recientemente sobre las monumentales pirámides que dedicaron Los Moche al Sol y la Luna, siempre opuestos, pero suplementarios, como su concepción del mundo. Es satisfactorio pensar que la pasión con que desarrolló Xotupe su arte nos permite hoy día conocer, a través de los ceramios que tanto apreciaba Su Señor, parte de la grandeza de la antigüedad. No merecían menos que permanecer juntos en la eternidad.
Recibe besos y abrazos amiga,
Tesalia