16 julio, 2011

El edifico "S" V

15 de Julio

Aquel momento no volvió a repetirse nunca más. El milagro que había logrado Jo, solo duró aquella noche, los habitantes del edificio "S" no volvimos a reunirnos, al menos no de aquella agradable manera.
Aparentemente todo siguió como antes, yo empecé a buscar entre mi listado de contactos los teléfonos de antiguas amigas. Debía probarme que seguía siendo el mismo, ese que no perdía oportunidad de llevarse una mujer guapa a la cama. Pero no era cierto, algo en mí había cambiado, podía mentirme cuanto quisiera, dormir con una chica diferente cada noche pero seguir anhelando en secreto otro cuerpo.
Me enteré por Patricia que Jo estaba saliendo con alguien. Incluso me aseguró que lo había visto subir con él a su departamento para salir al día siguiente muy temprano.
- Parece que la cosa va en serio entre ellos, Juan José es tan dulce con Adrián. Lo llena de obsequios e invitaciones a los mejores restaurantes de la ciudad.
- Creo que nuestro amigo debe ir con cuidado, me imagino que lo debe conocer bien – le respondí tratando de disimular la molestia que me producían aquellas noticias. Como hubiera deseado decirle a Patricia que se callara, que no tocara mas el asunto, al menos no conmigo – ¿Y cómo sabes todo eso?
- Tengo buenos oídos y mejor memoria. Además de una que otra cosa que de cuando en cuando me suelta Juan José. No se detiene a conversar mucho conmigo, bien sabes que su favorita es Gianella, cuando no sale con Adrián da por seguro que está en el departamento de su vecina. Hablando de esto, sabes que casi ya no veo a la muchachita, será que también anda enamorada. ¿No sé si la has visto últimamente? – me pregunto.
- No, en realidad creo que no la veo desde… – me quede pensando asombrado de la rapidez con que habían transcurrido los días. No la veía desde la reunión en casa de Jo – desde el día del concierto – terminé la frase.
- Yo la he visto hace un par de días. Paúl, aquí entre nosotros, esa chica tiene algo. Está más delgada y pálida que nunca – me quede mirándola a los ojos, quería saber si estaba realmente preocupada por Gianni o era ese afán suyo por saber los pormenores de la vida de los demás. No, en verdad su mirada reflejaba ansiedad.
- ¿Piensas que esta enferma? – le dije, mi voz reflejaba la preocupación que aquella noticia me hacía sentir.
- Si quieres una respuesta sincera, te diré que sí  ¡Paúl, Paúl, espera… espera!
Escuchaba las llamadas de Patty, pero en ese momento poco me importaba lo que pudiera decirme. Subí a toda prisa las escaleras hasta llegar al departamento de Gianni.
Llamé con suavidad primero y luego hasta con cierta rudeza, apoye el oído sobre la puerta, pero no escuchaba nada detrás de ella. Me volví al oír los pasos de Patricia que intentaba en vano seguirme en mi desatinada carrera, la mujer llegó casi sin aliento.
- ¡Dios!, hay que ver como corres. No me dejaste terminar de hablar. Ella no esta, la vi salir a eso de las nueve.
- ¿Nueve?, ¿Estas segura?
- Sí, si, sé que ella no suele salir a esas horas. Pero estoy segura con respecto a eso.
- ¿Iba sola o alguien la acompañaba?
- Iba sola. Un taxi la esperaba afuera, se subió en él y se fue.
- ¿A dónde, a dónde? – sin darme cuenta estaba apretando con fuerza el brazo de la mujer. Ella hizo un gesto de dolor que me hizo detener – Perdóname, Patty, perdóname… ¿te he lastimado?
Ella me miró entre asustada y extrañada. Se frotaba el brazo derecho suavemente.
- ¿Pero qué te ocurre?, no tengo la menor idea de dónde pueda haber ido. ¿Crees que no me siento preocupada por Gianella también?
- Es cierto, perdí la cabeza por unos instantes – Me incliné hacía ella e hice algo que nunca antes había hecho, la bese con ternura en la frente, Patricia levantó los ojos y me sonrió.
- ¿Por qué no le preguntas a Juan José?, creo que no ha salido todavía. Salvo que haya eludido mi vigilancia, pero eso sería muy raro – había adoptado la postura de los detectives de televisión. Sabía que lo hacía con la intención de hacerme sonreír, y lo logro – Estoy segura que en otra vida fui policía, o espía.
- No te lo voy a discutir – le respondí, mientras la veía subir lentamente por las escaleras hasta llegar a su departamento.
¿Qué había ocurrido, por qué me estaban excluyendo de sus vidas? ¿Qué había hecho ahora para caer en desgracia? Me hacía mil preguntas antes de atreverme a golpear la puerta de Jo. El corazón me latía furioso, al igual que las sienes hasta el punto de sentirme mareado. Me atemorizaba tener que enfrentarlo. Estar a solas con él. Me sobrepuse a mis miedos, me importaba mucho más lo que pudiera estar ocurriendo con Gianni. Golpee un par de veces antes de que abriera. No era yo a quien esperaba sin lugar a dudas, ya que estaba apenas vestido con una bata gris; cuando vio que se trataba de mí, se apresuro en envolverse en ella, pero era tarde. Había tenido el tiempo suficiente para observar unos cardenales surcándole los muslos, también los tenía en los antebrazos; llevaba el cabello a un lado de la frente cubriéndola por completo. Mi mano avanzó hasta su rostro y le aparte el sedoso mechón, lo que vi me indigno aun más. Tenía un golpe terrible, un moretón redondeado como hecho con algún objeto romo; no muy pesado por lo visto, o no esgrimido con demasiada fuerza porque de lo contrario le hubiera roto el hueso. Olvidé el motivo que me había llevado a su apartamento y toda mi atención se concentró en sus heridas, quién podía atreverse a lastimar a alguien como él.
- ¿Quién te hizo esto Jo? – le pregunté, impidiéndole mover el rostro que había sujetado poniendo mi pulgar sobre su mejilla y el resto de mis dedos entre la oreja.
- ¡Nadie, nadie! - y me apartó de su lado con cierta violencia.
- ¿Fue ese hombre con el que sales, ese tal Adrián? – vi como sus ojos se abrían sorprendidos, pero luego sonrío ligeramente como comprendiendo la forma en que me había hecho de aquel nombre.
- Estoy bien, Adrián no tiene nada que ver con esto. Fue… fue una riña tonta a la salida de un bar.
- ¿Un bar?, por favor Jo, invéntate algo más creíble. Tú nunca bebes, por qué estarías en un bar. Además esos golpes no son de una riña, al menos no una como a la que te refieres. Porque no me dices la verdad.
- Qué derecho crees que tienes para interrogarme así.
- Pensé que éramos… bueno no exactamente amigos, pero por lo menos compañeros y me importa lo que te suceda… lo que le suceda a cualquiera de este edificio – una sonrisa cínica arqueo sus labios.
- ¿Ah sí? Hace dos semanas que no te apareces por aquí ni por donde Giannella. Tampoco creo que sepas nada de Helena o de la señora Wasser. No me vengas con esa historia de que te importamos.
- Me importan, aunque te parezca increíble tengo sentimientos. Sí estoy aquí es por algo que dijo Patricia sobre Gianni – vi como su expresión cambiaba, ahora sus ojos me interrogaban, era cómo si tratara de adivinar que tanto sabía.
- ¿Qué fue lo qué te dijo?
- ¿Qué sabes de ella que yo no se?
- Puedo hablar libremente con respecto a mis cosas, pero no de las confidencias que otros me hacen.
- ¿Entonces Giannella te ha dicho algo de forma confidencial?
- Dime qué es lo que te ha comentado Patty, dudo que te haya pedido discreción al momento de decírtelo.
- Me dijo que había visto a nuestra amiga bastante desmejorada. Y lo mas extraño es que contrariamente a sus costumbres, hoy salio del edifico a las nueve de la mañana. ¿Qué le sucede a ella? – me lleve las manos ambos lados de la cabeza frotándome las sienes, la cabeza empezaba a dolerme terriblemente – ¿Qué te sucede a ti?, por favor no me dejes en ésta incertidumbre.
Se envolvió más en la bata, y dejo caer su hermosa cabeza sobre el pecho.
- No puedo Paúl, no puedo traicionar a Gianella. Si sabes algo será porque salga de sus propios labios.
- Y qué me dices con respecto a ti, ¿también le has hecho un juramento a alguien?
- Eso es algo que me concierne solo a mí. Ni siquiera Gianni sabe nada, ni lo sabrá espero, no quiero aumentar sus… – se detuvo de improviso, se daba recién cuenta de que había hablado de más.
- Aumentar sus qué… ¿sus penas, sus sufrimientos? – lo vi dejarse caer sobre un sillón, como si las escasas fuerzas que lo sostenían le hubieran abandonado por completo.
- No me hagas esto, te ruego que no me sigas presionando. Ella volverá en unos días. Entonces le preguntaré si puedo hablar libremente contigo de lo que me a confiado – su tono de voz era casi un sollozo, pero yo estaba cegado, dolido, y seguí implacable atormentándolo.
- Sabes que mientes terriblemente ¿Unos días dices?, ¿entonces se ha ido de vacaciones con alguien, tiene trabajo fuera? – la última pregunta se negaba formarse en mi cerebro, me aterraba lo que de ella pudiera surgir – ¿acaso Gianni esta enferma, es eso? – Nada me respondió. Lo observe levantarse para asirme con fuerza a la altura de los hombros, sus ojos chispeaban con miles de destellos celestes y azules. Los delgados dedos se crispaban sobre mi ropa.
- ¿Quién te crees para entrometerte en la vida de los demás? Qué puede importarte a ti lo que nos suceda, has vivido con muchas de estas personas durante años y nunca te has interesado por ellas. ¿Qué ha cambiado ahora?, ¿En que somos distintos Gianni y yo del resto? Quiero que te largues de aquí.
Que parte perversa de mi ser me estaba llevando a tratarlo de aquella manera, solo sabía que no podía detenerme.
- ¡No será que en el fondo no quieres que me vaya!, será que te gusta jugar rudo, por eso todos esos moretones. ¡Es eso!, te agrada que te tomen a la fuerza – me puse detrás de él sujetándole con una mano los brazos sobre el pecho, mientras que con la otra mano entreabría su bata buscando el cálido contacto de su piel. Sentí el vello suave de su vientre entre mis dedos - ¡Así, es así como te gusta!
- ¿Y a ti, lo estas disfrutando? – me dijo en un susurro volviendo el rostro hacía el mío, buscando el contacto de nuestros labios. Cuando sentí su aliento cerca de mi cuello lo solté rápidamente.
Me dirigí hacía la puerta azotándola al cerrarla, pero antes tuve una fugaz visión de Jo acomodándose la bata y secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Quise volver sobre mis pasos y pedirle perdón, pero lo había lastimado mucho. Había agregado más heridas a las que llevaba por dentro y por fuera. ¿Qué  sucedía conmigo, por qué razón lo había martirizado de aquella forma?
Baje hasta mi departamento, no saldría a ningún lado por el resto del día. El dolor de cabeza había ido en aumento, busque los analgésicos y me tome tres o cuatro, no lo recuerdo bien. Solo sé que de pronto mi pesado sueño se vio interrumpido por unos gritos acompañados del ruido de cosas rompiéndose. Me levanté todavía adormilado, y abrí la puerta, frente a mí estaba Helena envuelta en una bata rosa, llevaba el cabello recogido y no tenía una sola gota de maquillaje. Lucía mucho mejor de aquella sencilla forma que con todos los artificios a los que recurría para “embellecerse”. La pobre mujer temblaba toda.
- ¿Has escuchado eso? ¡Dios parece que se están matando! – me dijo en un hilo de voz.
- ¡Viene del departamento de Jo! – le grite corriendo hacía las escaleras.
- ¡¿De quién hablas?! – me gritaba mientras echaba a correr detras de mí.
- ¡De Juan José, de Juan José! – cuando llegue a su puerta ya estaban allí, Gianni, Patricia y Orlando, y subiendo con pasos inseguros se acercaba la señora Wasser.
Ver a Gianni, escuchar los gritos que se habían convertido en lamentos fue todo uno solo. La muchacha había cambiado terriblemente, allí de pie, vestida solo con un pijama podía ver lo delgada que estaba. Su rostro aun más pálido por la emoción que experimentaba se destacaba en la penumbra del lugar. Fue Orlando quien nos despertó a todos de nuestra inercia. Golpeo la puerta con fuerza mientras alzaba la voz para hacerse oír en medio de aquel alboroto.
- ¿Qué sucede allí dentro? ¡Abran, abran o llamaré a la policía!
- ¡Nadie lo necesita aquí!, ¡Largo, esto es asunto nuestro! – grito una voz gruesa y amenazadora, que por supuesto no era la de Jo.
- ¡Abra por las buenas! – le grité también yo.
- ¿Es que todos los inquilinos están allí afuera? – nos grito arrojando algo contra la puerta, lo que nos hizo retroceder involuntariamente.
- ¡Sí, todos estamos aquí afuera!, así que no se busque problemas y abra esa puerta – le volví a gritar.
La puerta se abrió y a un costado aparecido un hombre alto y atlético. Era un hombre agraciado; pero había algo en sus ojos pequeños y en sus delgados labios que opacaba todo el resto. Ese era el rostro de un hombre envilecido. ¿Cómo pudo Jo enredarse con alguien así? Nos miro a todos con increíble desdén.
- Ya lograron lo que querían montón de entrometidos. Estoy hastiado de él, quizá alguno de ustedes quiera comerse las sobras – nos dijo mirando primero a mi compañero y luego clavando sus ojos en mí. Escucharlo hablar así me enfureció. Me abalancé sobre el hombre y de no haberme detenido Orlando creo que hubiera faltado muy poco para que lo matara.
- ¡Déjalo Paúl, déjalo! – me decía Orlando halando de mí con todas sus fuerzas – es mejor que vayamos a ver cómo esta Juan José.
Recobré el sentido, y digo esto porque mientras lo golpeaba no era dueño de mi mismo y entendí que hacer lo que me decía mi vecino era lo más sensato. Me olvide de aquel hombre y me deje conducir por aquel.
La habitación era un desastre, objetos rotos por todos lados. Pero mi mirada se centro en el grupo que rodeaba a una figura que yacía en el suelo. En apariencia parecía no tener daño alguno, solo cuando me fije en como se había teñido de rojo la blanca bata de Patricia me dí cuenta que por el contario debía estar malherido. Mientras ella lo sostenía, Helena presionaba con fuerza una toalla sobre un costado. Todo sucedió tan rápido; escuchar las sirenas, ver llegar a los paramédicos e inclinarse sobre él  desplegando una serie de artefactos, para finalmente levantarlo y colocarlo en una camilla para trasladarlo a la ambulancia. Helena, Orlando y Patricia eran los que parecían conservar su sangre fría. Los escuché decir que seguirían de cerca al vehículo y nos llamarían en cuando tuvieran noticias. Yo estaba de pie, como clavado al piso, sin atinar a hacer absolutamente nada.
Cuando el grupo salió repare en la señora Wasser, se había despojado de su abrigo y cubierto con él a Gianni que temblaba en un rincón.
- ¡El no Pauli!, ¡El no!, eso no es justo, la Muerte me buscaba a mí, ¡a mí! Qué ha sucedido entonces, ¿acaso su terrible guadaña ha errado la dirección? – La muchacha parecía fuera de sí. Zemira la miraba con infinita piedad y yo… existía alguna palabra para describir lo que sentía… si existía no podía hallarla – Pauli, dile que regrese, no permitas que se marche. Dile que la aguardo de hace mucho y que ya no me asusta irme con ella. Pero que no se atreva a mirarlo a él.
Empecé a entenderlo todo, Gianni estaba muy enferma; probablemente desde que la conocí, eso explicaba su extremada delgadez que ella trataba de disimular poniéndose prenda tras prenda, su palidez. Con el corazón oprimido observé como se desplomaba al suelo a pesar de los esfuerzos que hacía la señora Wasser por sujetarla.
No, no podía ser posible tanto dolor en un solo día. Jo… Gianni. Corrí hacía ella, apenas respiraba.
- ¡Zemira, pide ayuda, pronto, pronto! –Toda la escena previa con Jo se repetía; la sirena, los paramédicos arrodillados alrededor con sus implementos. Eran como esos sucesos que llaman “déjà vu” solo que la sensación de lo ya vivido no me era en absoluto extraña, porque no se trataba de un sueño o de un hecho perdido en la memoria. Lo había vivido hace unos momentos, todo resultaba tan espantosamente similar. Los hombres levantando a Gianni para ponerla sobre la camilla, yo diciéndole a Zemira que seguiría a la ambulancia y me comunicaría con ella en cuanto tuviera alguna noticia. ¡Eran las mismas palabras que Orlando había usado!
Mientras seguía el vehículo iba pensando si Gianni tenía familia, no recordaba haberla escuchado hablar de ellos nunca, cómo avisarles de lo que estaba ocurriendo. ¡Esa angustia que casi no me permitía respirar! ¡Esa angustia cada vez que nuestra veloz carrera hacía el hospital se veía interrumpida! ¡Dios, Dios, a Ti que no he orado desde niño y que hasta he cuestionado Tu existencia, no permitas que ellos mueran!
Había varias personas en el hospital aguardando la llegada de la ambulancia y para quienes yo era un perfecto desconocido. De inmediato fue ingresada a emergencias. Pero ya era demasiado tarde… ¿Cómo puede ser demasiado tarde para alguien que apenas sobrepasa los veinte años? ¿Dónde se ira ahora todo ese tiempo que aun le faltaba por vivir?
Una mujer se precipito sobre el cuerpo de la joven sollozando desconsolada, mientras que del otro lado un hombre se acerco y beso la frente y las manos de Gianni. Los otros eran unos muchachos bastante parecidos a ella, lloraban abrazados a los pies de la joven; asumí que se trataba de sus padres y hermanos.
- ¡Gianella, Gianella, por favor hija mía, por favor, despierta! ¡Dios mío, Gianella, te hice sufrir tanto, tanto… y ahora ni siquiera puedo pedirte perdón!
- Señora, no se atormente más. Ella la hubiera perdonado – la mujer se volvió hacía mi y me observo largamente, creo que trataba inútilmente de recordarme.
- No, usted no me conoce, yo era amigo de Gianni… yo la llamaba así. Vivíamos en el mismo edificio… no sabía que estuviera tan enferma… – tuve que callar porque la tristeza me impedía seguir hablando.
- No me extraña que no supiera nada de su enfermedad – era el hombre maduro quien se dirigía a mí –  Gianni, como le decía usted, se lo ocultaba a todos. Incluso nosotros nos enteramos hace casi dos años. Si llego a conocerla lo suficiente debe saber que tenía un espíritu indomable. Quizá por eso abandono pronto la casa, apenas al cumplir la mayoría de edad. La abrumamos con tantos conceptos de moralidad, de pecado…
- Tú no querido, fui yo quien me mostré siempre intolerante con su forma de ser, me pasé toda su corta existencia juzgándola. Este es el castigo a mi intolerancia.
- ¿Qué enfermedad tenía Gianni señor Ríos? – pregunte porque deseaba desviar los amargos pensamientos de la pobre mujer.
- Anemia aplásica idiopática, su médula ósea no producía las células sanguíneas suficientes. Ella acepto someterse a un transplante de médula, yo fui el donante. Al principio todo parecía ir bien, pero luego de tres meses comenzaron a manifestarse complicaciones. Gianni empezó a sufrir fuertes dolores estomacales, vómitos y fiebre. Luego de varios exámenes el médico nos dijo que todos los síntomas indicaban un caso de enfermedad de injerto contra huésped (EICH). Cierto tipo de mis glóbulos blancos estaban atacando el cuerpo de mi hija. Debía tomar como cinco o seis medicamentos distintos a diario. Ella ya no vivía con nosotros y nada la haría volver. Nos comunicabamos a diario, pero eran contadas las veces que nos devolvía las llamadas. Tampoco quería que supiéramos dónde vivía. Así que solo nos quedaba rogar a Dios que estuviera siguiendo el tratamiento.
- ¡Usted la quiso mucho! Sé que no me equivoco al afirmar esto – me dijo la madre levantado la frente que había mantenido sobre el pecho de su hija, parecía haber envejecido años en unos minutos.
- Ahora me doy cuenta de cuanto la quería señora. Por la paz de usted y la de ella, no la recuerde con dolor. Tienen que haber existido algunos momentos buenos que recordar.
- Yo siempre le hice la vida imposible – al decir esto volvió a esconder el rostro entre las sábanas que cubrían a Gianni.
- Eso es imposible señora, hasta en la peor relación siempre hay algo que rescatar. Sé de lo que hablo, los vínculos con mis padres son bastante malos, casi ni nos hablamos, salvo para esas fechas ineludibles como los cumpleaños y las navidades. Pero siempre voy a recordar una noche de verano;  tendría  unos catorce años, mi padre me dejo instalar las luces navideñas exteriores de acuerdo a mi gusto, cuando finalmente las encendimos las observó sorprendido y me dijo: “Paúl, dudo que haya otra casa que rivalice con la nuestra. Has hecho un trabajo estupendo”. Nunca volví a escuchar un halago de su parte... había olvidado ese verano… en verdad lo había olvidado…
La señora Ríos me tendió sus manos conmovida y lloramos en silencio por unos minutos.
- Me debo ir, tengo otro amigo que esta muy mal. Está ha sido una noche que por nada del mundo quisiera volver a vivir.
- De corazón espero que ese amigo suyo tenga mejor suerte que nuestra niña – me dijo el hombre poniéndome una de sus manos sobre el hombro. Yo le sonreí agradecido de que pensara en mí en medio de un dolor que no me atrevía siquiera a imaginar.
Me retire en silencio, dejándolos junto a su hija. Conseguí comunicarme con Orlando, me indico a que Clínica había sido trasladado a nuestro amigo. Después de muchos esfuerzos consiguieron estabilizarlo, pero el pronóstico era aun reservado. Me pidió que los buscara en Cuidados Intensivos. No quise decirles nada de Gianni, era mejor contarles lo sucedido estando frente a ellos.
Cuando llegue a la Clínica pregunte por la Sala de Cuidados Intensivos. Estaban todos sentados en unos sillones de color azul, sus rostros lucían fatigados y con esa inconfundible huella que nos deja la tristeza. Al verme se levantaron para cada uno expresarme a su manera lo preocupados que estaban por Jo y lo agradecidos de que yo estuviera con ellos. Me estremecí al pensar en la noticia que les tenía reservada.
Creo que por mucho que ansiaríamos velar, la fatiga y la tensión de los momentos vividos habían hecho mella en todos nosotros. La voz de un médico nos devolvió a la realidad, su rostro estaba sereno, lo cual era una buena señal. Nos dijo que ya estaba fuera de peligro y que en el transcurso de la mañana sería trasladado a una habitación. Cerré los ojos y por primera vez después de más de veinte años dí gracias a Dios.

Julio 16

Todos hemos podido ver por unos instantes y hablar brevemente con Jo. Él se limitaba a escucharnos pues aun se encuentra demasiado débil. Nos hemos puesto de acuerdo en no decirle nada sobre la muerte de Gianni hasta que este lo suficientemente fuerte para resistir el golpe que va ser para él enteresarse que nuestra amiga no está más con nosotros.
La señora Wasser se quedará a su lado mientras el resto asistimos al funeral. El ataúd está cerrado y en una sala privada. No hay profusión de flores, solo un bello ramo de azucenas descansa sobre el féretro. Nadie salvo sus padres, hermanos y mi persona tenemos acceso a esta. Esto gracias a la bondad de los señores Ríos y debido al verdadero cariño que le tenía a su hija. Mis compañeros tuvieron que permanecer en el salón con el resto de personas que venían a presentar sus condolencias. Por un momento quise interceder por ellos para que se les permitiera estar conmigo, pero Patricia me lo impidió. No necesite que me dijera nada. Me sonrió tristemente mientras negaba con la cabeza.
Nadie vestía de negro, Gianni hubiera detestado eso. Cuando finalmente fue llevada a la capilla donde se harían las últimas oraciones antes de que su cuerpo fuera cremado, incline la cabeza y deje mis lágrimas caer.
Cuando todo termino vi salir a su padre con una pequeña urna entre las manos. Eso era todo lo que quedaba de Gianni, cenizas, cenizas, cenizas…




No hay comentarios.: