Y las mañanas después de aquella noche nunca volvieron a ser iguales. Procuraban mantenerse la mayor parte del tiempo separados, para evitar cualquier sospecha. Ellos sabían bien que pisaban terreno peligroso.
Cómo disimular ante todos esas ansias que los hacían buscarse en una mirada furtiva; en un roce leve de las manos al pasarse las redes o unos papeles; cuando sus cuerpos debían de acercarse y estos se estremecían a su pesar. Y luego ansiando las noches para refugiarse uno en los brazos del otro, para abrir las rejas de la prisión y escapar volando, remontándose sobre el mar verdoso, sintiendo la brisa fresca y el griterío de los pájaros saludando la mañana.
Una de aquellas noches, Juan descansaba sobre el pecho de Antonio, adormecido con el suave compás de sus latidos. De pronto Antonio se incorporo con suavidad y se puso sobre su compañero. Se quedo unos largos segundo contemplando su faz risueña. Como amaba aquellos ojos que parecían poseer toda las gradaciones de los verdes según su estado de ánimo. Sí estaba triste eran como el color de la hierba; si estaba inspirado eran del tono de las claras uvas, pero si estaba feliz... sí estaba feliz eran como ahora, dos trozos de esmeraldas.
Juan tampoco decía nada, su mirada se perdía en los ojos de Antonio; mientras sus manos le acariciaban el rostro y los rizos oscuros, siempre brillantes.
- ¿En que piensas?
- En como solemos cambiar; aún lo que consideramos más profundo en nosotros, inamovible... en unos minutos cambia, cambian nuestros sentimientos y nuestros gustos. Yo antes quería que llegara la mañana pronto, me pasaba las horas subido sobre esa silla ansiando ver los primeros rayos de luz; para mí escuchar cerrarse las rejas tras de mí era como el sonido de la muerte. Ahora... ahora mi vida empieza cuando esas rejas se cierran y termina cuando se abren.
Antonio callaba, una sonrisa grande arqueaba sus labios; y una luz se encendía en sus ojos nocturnos. Dejo entonces descansar su cuerpo sobre el de Juan, y se enlazo a el. Sus labios carnosos en los labios delgados; el triángulo oscuro de su pecho en la blancura virginal; su vientre agitado en el vientre sereno; su sexo pleno en el sexo ansioso; sus piernas morenas en las piernas claras. Sus latidos y su sangre en los compases y la sangre. De pronto un ruido seco de alguien golpeando la reja los hizo sobresaltarse, Antonio se deslizo hasta su colchón sin hacer ruido. Ambos aguantando la respiración, ambos esperando ver surgir de las sombras aquello que tanto habían temido.
En medio de la celda había una bola de papel. Ambos se levantaron a toda prisa, Juan se hizo primero de la nota y la abrió. En una esquina estaba el símbolo de la "hoz y el martillo"; era un mensaje del grupo. Sus ojos cayeron sobre aquella nota escrita con una letra menuda y apretada; era un aviso, debían estar alertas, algo muy grande se preparaba.
Era el mes de junio, el invierno lamía la isla con su neblina espesa y su intenso frío. Por aquellas épocas los internos solían entrar más temprano, eran muy pocos los que se aventuraban a pescar. Estas eran malas épocas para todos, nadie solicitaba los dibujos de Juan y el tenía que sobrevivir de sus reservas; solo que ahora debía compartirlas con Antonio y estas se agotaban más pronto. Pero a este no le preocupaba el frío y era casi el único que aguardaba junto a las redes, esperando que algo cayera.
Aquel mediodía durante el almuerzo, las notas se deslizaban por debajo de las mesas, al pasarse un plato. Eran pocos los que hablaban, los rostros de la mayoría estaban ceñudos, Antonio sintió un frío intenso recorrer su cuerpo, el conocía bien aquella mirada....ese brillo de acero en los ojos... era presagio de muerte. Cuando estuvo solo abrió su nota, el miércoles serían trasladados a una prisión de máxima seguridad, pero eso jamás ocurriría porque para ese día se estaba planeando un gran motín, no solo en la isla, sino en otros dos penales más. Hablo con algunos de los camaradas, todo estaba arreglado ya, sería en la madrugada cuando los guardias están más relajados; se tomaría rehenes, el traslado debía ser evitado a cualquier precio.
Al atardecer cuando las rejas se cerraron Antonio y Juan volvieron a encontrarse. Sus miradas se cruzaron, nada había que decir, ambos sabían lo que ocurriría y que ellos queriéndolo o no formaban parte de todo.
El miércoles los presos del Pabellón Azul se amotinaron, tomaron a varios guardias como rehenes; todo era una horrenda confusión de gritos, amenazas y disparos. Después fueron estallidos por todas partes, parecían que aviones los bombardearan. El olor a humo, a tierra, a carne quemada, a muerte casi no les permitía respirar. Cuando todo empezó Antonio busco la mano de Juan y nunca la soltó... Ahora que parecía que todo había terminado un silencio más aterrador que el retumbar de las explosiones lleno toda la isla, a través de la humareda veían a muchos presos sobre el suelo con las manos detrás de la cabeza, los levantaban y se los llevaban ... después disparos, después nada.
- Antonio, así no, así no. Vamos al mar... es mejor dormir allá.
Antonio no dijo nada, ayudo a levantarse a su amigo y juntos corrieron hasta una de las salidas. Una voz a sus espaldas les ordenaba detenerse, pero ellos seguían corriendo, entonces un disparo certero alcanzo a Antonio, Juan se desangraba desde hacía mucho. Miro a su amigo e hizo un esfuerzo para acercarse a el, ahora sentía su cuerpo tibio junto al suyo.... y poco a poco sus ojos se fueron cerrando. Ya no sentía dolor, ni frío, ni miedo; solo el rumor de las olas golpeando las piedras, y arriba el cielo plomizo de invierno. Apretó fuerte la mano de Antonio en la suya.
- Ahora ya somos libres mi amor... ahora ya somos libres.
8 comentarios:
libres y eternos...
Libres...volando a un mundo en el que sólo habitarán ellos dos.
Por dios qué llorera. Esperaba un final feliz.......qué tristeza......
............ si yo fuera libre, empezaría por liberarme muchas veces más....
un beso desde mi lejana galaxia!
Me has dejado sin palabras, y es que a veces el precio que ha de pagarse por la libertad es muy alto, y no todos estamos dispuestos a pagarlo. Tal vez esa sea la gran verdad que se esconde detrás de tu historia, la felicidad nunca es duradera o al menos no en este mundo, en el cual cada uno a su manera es presidiario, y volar, volar es un anhelo tan alto, que también posee un alto precio.
...me lo leí de un tirón, Rosita... que triste, pero que bonito tambíén, me encantó la idea de sentirse más libres cuando la puerta de la celda se cerraba para así poder disfrutar de su amor que cuando estaban fuera. El final... bueno, como dice el amigo pe-jota, no debería tener que pagarse tan alto precio por la libertad, pero quizás el mundo real en gran medida es así.
Un beso, escritora.
Un bello relato.
Aunque el amor y la libertad no deberían tener costes tan excesivos me han cautivado ciertos detalles de la relación entre los prisioneros... Leí una vez que el que puede sentirse libre entre las paredes de una celda, puede sentirse libre en cualquier sitio, supongo que es una buena moraleja para esta historia.
Gracias por compartir tu buen hacer.
Un saludo.
...ah, y la fotografía que empleaste tomada de mi blog no tiene autor reconocido, al menos no figuraba referencia en donde yo la obtuve, pero no quiero colgarme méritos ajenos, que vaya a quien corresponda. En cualquier caso, gracias por tu visita.
Hermoso, amiga rosadefuego, contarnos un amor como el de Juan y Antonio entre tanta oscuridad y horror, como lo has hecho. Me llevó a pensar en un concepto tan relativo como es, en muchos casos, la libertad...
Gracias por esta historia, y por visitarme como lo has hecho.
Ahora leo lo que salteé por terminar la historia.
Un beso,
JfT
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