10 julio, 2007

Una ventana y el terror III

Los días se fueron sumando hasta convertirse en meses. Su amistad se había ido estrechando; Juan había logrado derribar en parte los muros con que Antonio se protegía, pero sentía que aún no se abría por completo a él, que existía una parte importante de su vida que mantenía en la penumbra; y que era precisamente aquella la que le causaba esas terribles pesadillas que lo atormentaban casi todas las noches.
Juan ya había perdido la cuenta de las veces que tuvo que levantarse para tranquilizarlo, en algunas ocasiones las crisis eran más fuertes; entonces lo estrechaba con fuerza entre sus brazos y acariciaba sus cabellos con ternura, hasta que poco a poco dejaba de temblar y sollozar. A pesar de que se recomía de ganas por preguntarle qué lo abrumaba tanto, prefería callar, porque las veces que lo había intentado solo conseguía que Antonio lo rechazara y se encerrara aún más dentro de sí. Ya hablaría cuando así lo deseara y Juan tenía todo el tiempo y la paciencia del mundo para esperar. Además disfrutaba tanto sentirlo entre sus brazos, aunque solo fuese un casto contacto. Ya eran varias las veces en que creyéndolo dormido se apartaba suavemente de su lado, entonces Antonio lo retenía con fuerza y reclinado sobre sus brazos se dormía plácidamente.
Antonio demostró que era muy bueno para las faenas manuales. Pronto se convirtió en uno de los más diestros pescadores, además cocinaba bastante bien, y conquisto las simpatías de lo camaradas. Pero él siempre guardaba los mejores pescados, la mejor porción para Juan y cuando al atardecer la sirena los llamaba de nuevo al encierro, Antonio sacaba sus manjares y se los ofrecía con una leve sonrisa. Juan le leía con frecuencia, le hablaba de músicos y pintores; de historia de héroes antiguos, de civilizaciones desaparecidas; y el espíritu rudo de Antonio se iba enriqueciendo.
Una de aquellas noches, mientras Juan comía un guiso de pescado, lo hacía saboreando cada bocado porque aún faltaban algunas horas para que las luces se apagaran. De pronto alzó la mirada y se encontró con los ojos oscuros y brillantes de Antonio. Más que mirarlo a él parecían querer penetrar en su interior, cómo si quisiera adivinar sus pensamientos.
- ¿Qué pasa... por qué me miras así?
- Hay algo que siempre me esta dando vueltas en la cabeza. Por qué siempre estas solo, los hombres te tratan... pero nunca más de lo necesario para hacerte un encargo.... y hay otros que te buscan, pero a los que tú apenas diriges la palabra.
- ¿No lo sabes...en verdad no sabes nada?. Es raro, aquí en prisión los secretos no existen.
- No sé, no sé nada, sino no te preguntaría. He escuchado "cosas", pero prefiero oírlas de tu boca. Lo que tú me digas, esa será la verdad.
- ¿Y qué has escuchado?
- Bueno... que a ti....que a ti no te gustan las mujeres. Que tú prefieres... a los hombres.
- Y bien, si eso fuera cierto me haría peor o mejor persona. Dibujaría mejor o peor; comería, dormiría, respiraría o me bañaría de forma diferente a como lo hago ahora.
- No, no...
- ¿Dejaría de ser tu amigo?
- No.... no sé, nunca lo había pensado antes. No sé.
- Sí, eso que dicen es cierto. Desde que recuerdo nunca me sentí atraído por ninguna mujer, en cambio los ojos se me iban tras algún chico guapo... ¿te ruborizas?, disculpa mi sinceridad. Bien, si quieres puedes recoger tus cosas y pedir que te cambien de celda. Yo lo voy a entender, toda mi vida ha sido igual, así que... cuando quieras.
- Yo no he dicho que quiera irme. Tú eres mi amigo, el único amigo que he tenido en mi vida. Y sé que yo soy como tu hermano... ¿verdad?
Juan tardo unos segundos en contestar, hubiera querido decirle que el no lo sentía como un hermano, ni como un amigo; el lo sentía como un amante, y lo deseaba, y era un tormento cuando se apretaba a el en sus noches de pesadillas; cuando se desvestía frente a el, cuando debían ir a las duchas. Que tenerlo cerca era como subir al paraíso y bajar al infierno.
- Sí, tu eres... tu eres... mi amigo. Y ahora que estamos siendo sinceros - al decir esto bajo los ojos involuntariamente- dime qué es lo que tanto te abruma, qué te ha pasado.
Antonio se sentó sobre el colchón, y abrazo sus rodillas. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Juan se acercó y se puso frente a él. Con ternura tomo una de sus manos y la apretó entre las suyas, Antonio no hizo ningún movimiento para apartar la suya.
- ¿Qué hacías tú en el movimiento?
- Distribuía propaganda, aleccionaba a la gente. Me encargaba de dirigir un pequeño diario clandestino que circulaba entre los miembros.
- ¿Nunca estuviste en una de las incursiones?
- No, solo sabía de ellas por lo que me informaban. Era para que lo pusiera en el periódico.
- Yo sí estuve Juan...yo si estuve. Y eso me esta matando.
- Pero qué paso...
- No sé qué te dirían a ti, pero las incursiones eran matanzas terribles. Llegábamos a los pueblos y tomábamos a los hombres para que unirlos a la fuerza; y a los que se resistian, sobretodo las autoridades, los ajusticiabamos. A veces matábamos mucha gente...demasiada. Tantas veces he cerrado los ojos en estas noches eternas y esas imágenes me persiguen ¡todo ese horror de miembros mutilados, de cuerpos despedazados!. Me persiguen sus ojos preñados de miedo, sus gritos de dolor. Juan... nunca me podre quitar su sangre de las manos... - de pronto callo angustiado- Si pudieras verte ahora, si pudieras ver cómo me estas mirando, ahora eres tú el que vas a desear no estar a mi lado.
Juan callaba, un torbellino se agitaba en su cabeza, cómo aquel hombre de ojos profundos, lleno de una sensibilidad que ni el mismo conocía podía haber cometido tantas atrocidades. Sus manos cayeron a los costados y se alejo de Antonio, sentía como si le hubieran arrancado algo de tajo y ahora no sabía cómo llenar aquel vacío. Sin decir nada se envolvió en las sábanas, hizo rodar su cuerpo hasta quedar frente a la pared. Las luces se apagaron, y aquel fue el primer día que no sintió el impulso de subir a la silla y pegarse a la ventana. Antonio se quedo sentado en silencio, la oscuridad era tan profunda que ya no distinguía a su compañero. No entendía que lo impulsaba hacía el otro, no sabía cómo había llegado a su lado. Pero ahora solo deseaba estrecharlo, sentir esa piel cálida junta a la suya y que aquellos remansos verdes lo volvieran a mirar como antes.
Le toco suavemente un hombro, el otro se volvió, Antonio se quito la camisa y se tendió junto a su compañero, sus manos buscaron a tientas los botones de la camisa de Juan y lo despojo de ella, luego recosto su cabeza sobre su pecho y lo abrazo con fuerza; sintió los brazos de Juan rodeando su cintura y luego la caricia suave de su mano entre sus cabellos. Los labios de Antonio buscaron los de Juan y se unieron en un beso breve y tierno.
- Yo me arrepiento de todo eso. Yo no puedo vivir con esta culpa...
- Yo sé, yo sé... pero ahora no pienses más en eso.
Sus bocas se buscaron, pero ahora era un beso salvaje mezcla de sangre y saliva,
sus brazos y piernas se entrelazaron. Se amaron con el desenfreno del deseo por tanto tiempo reprimido; y fue una explosión de estrellas y fluidos. Pero cuando aquel hambre apremiante fue satisfecho, llego otra unión más profunda, más intima. Se amaron con infinita ternura y ahora los besos eran como leves aleteos en la piel del otro, y las caricias menos urgentes, más dulces. Y sus cuerpos hallaron su ruta de nuevo... y ya no hubo más paredes, ni celdas, ni prisiones. Ahora el mar se extendía sereno; los atrapaba en sus espumosas ondas de plata. Ahora solo había un cielo azul y soleado. Y Juan sintió que ya no era necesario asomarse a la ventana para sentir la libertad... ahora perdido en las tibiezas de Antonio era libre de nuevo. Y Antonio sintió que sus pesadillas poco a poco se iban borrando, como la lluvia que limpia las veredas y los campos y se fue quedando dormido en la mirada verde de Juan.
La foto la he tomado prestada del blog de Un hombre virtuoso.

6 comentarios:

pon dijo...

Jopeeee qué historia más preciosa chavala!!!!
Me encanta, qué tierna y qué dulce. Qué bien escribes puñetera, qué bien cuentas.

Arquitecturibe dijo...

...... amarrado como estoy a esta historia, y recuperado de mis dolores de cabeza, regreso a reclamar tu presencia inmediatamente en mi galaxia! que tu sabes que siempre eres la primera en llegar!!!!
jejejejej es broma! un besote enorme y galactico!!!

Dalia dijo...

amiga me ha gustado tanto que no sé ni que decir.

Adoro como le das vida, alma, corazón y pulso a tus personajes... adoro la manera que tienes de entrelazarlos... de darles un entorno...

Gracias de verdad, disfrutada a más no poder.

devezencuando dijo...

El alivio de dos almas que por fin encuentran la libertad.

¡Precioso de verdad!.

Un beso.

Javier dijo...

Ay!!, Rosita que menudo posteo más largo me has dejado para leer, me lo imprimo y me lo leo tranquilamente.

Javier dijo...

Rosita, que me has enganchado con esta preciosa historia llena de ternura.

Besos