20 enero, 2008

Manuel Raquel

Inspirada en "Raquel Manuel" de Tam Tam go

Era un invierno, hace ya unos diez o doce años, aquel día en el barrio se armó un barullo, como siempre que llegan vecinos nuevos. Se aparco junto a la pequeña casa que había estado tanto tiempo en venta una camioneta pequeña, detrás iba un auto conducido por una señora, a pesar de los años se notaba que debía haber sido toda una belleza en sus tiempos, tenía en su mirada un algo de dulce y apacible; como quien no lleva remordimientos ni rencores en el alma, a su lado iba un chiquillo de unos diez años muy bien puesto y peinado, tenía los mismos ojos de su madre, en realidad se parecía mucho a ella, era un muchacho muy apuesto.
Al ver que se trataba de una mujer sola, algunos vecinos se ofrecieron a ayudarle en la mudanza, la mujer les agradeció con una enorme sonrisa, mientras los adultos se afanaban en bajar y acomodar caja y muebles; los chiquillos del barrio rodeamos a nuestro nuevo vecino, pero el pobre nos miraba con ojos asustados y como si quisiera que la tierra lo tragará.
- Vamos, chico, cuál es tu nombre. Te aseguro que aquí no nos comemos a nadie...así que deja esa cara de susto.
El muchacho nos miro con sus enormes ojos claros y con un carraspeo respondió.
- Me llamó Manuel, Manuel Valencia.
- ¿Y de dónde vienes?
- De Trujillo, era muy lindo allá, pero el trabajo de mamá no rendía y decidió venirse a la capital.
- ¿Y tú papá?
El muchacho enrojeció terriblemente, bajo los ojos y entre sus espesas pestañas una lágrima se quedo enredada.
- El... bueno, el tuvo que viajar a la tierra de mis abuelos a trabajar, hace mucho que no lo veo.
- Ya, ya no te pongas triste, ya vas a ver lo bien que lo vas a pasar aquí. ¿Te gusta el fútbol; aquí jugamos todos los días después de la escuela, en un descampado que esta a unas cuadras.
El se quedo en silencio, con la mirada baja. Entonces pudimos observarlo a nuestro gusto. Iba tan bien vestido que parecía sacado de una revista de ropa para niños, toda su ropa estaba impecable, su cabello castaño claro bien peinado, sus uñas limpias; además tenía una cara demasiado bonita para ser un hombre. Nos limitamos a mirarnos unos a otros con cierta malicia.
- Bueno Manuel, nos vamos a jugar un partido... no quieres cambiarte y venir a jugar con nosotros.
- No, gracias. Debo ayudar a mamá.
- Hay un montón de gente con ella, ni se va a dar cuenta que no estás.
- En verdad, hoy no, estoy un poco cansado por el viaje, pero se los agradezco, han sido muy gentiles conmigo.
Todos nos miramos, nadie en el barrio hablaba de esa forma tan correcta, nos encogimos de hombros y cogiendo nuestra pelota nos fuimos a jugar. Yo me retrase un poco, me daba un poco de lástima dejarlo allí solo, apoyado sobre su auto sin atinar qué hacer... el maletero estaba abarrotado de cosas.
- ¿Quieres que te ayude un poco?
- No, no es necesario, anda ve a jugar con tus amigos, hace un día muy bonito para que lo pierdas bajando bultos.
- Pero yo quiero hacerlo, anda, déjame ayudarte.
Al fin sonrió, desde que llego no lo había visto sonreír, tenía una sonrisa bonita; dientes blancos y parejos enmarcados en unos labios finos y sonrosados.
- A propósito me llamo Francisco, pero todos me dicen Fran; así me puedes llamar tú también.
- Esta bien Fran, sabes todo esto es mío... no sé que sacar primero.
- Vamos a llevar todo adentro, ya tu madre debe haber decidido cuál es tú habitación...¿qué te parece si lo llevamos todo para allá?
Desde aquel día no convertimos en inseparables, eramos lo mejores amigos. Y desde aquel día supe que un lazo indestructible nos uniria para siempre. Algo que no sabía definir pero que me acompañaría siempre.
Con el tiempo los chicos se fueron dando cuenta que Manuel era diferente a nosotros, había mucho de femenino en él. Jamás quiso jugar con el grupo, parecía no encontrarle ningún sentido a correr tras una pelota, en medio del barro, porque el jardinero del lugar solía regar a conciencia el lugar para que no fuéramos a molestar, pero eso era por completo inútil; igual nos íbamos a revolcar y terminabamos hechos más de lodo que de piel. Cuando volvíamos, divisabamos a Manuel desde su ventana concentrado en sus estudios, nos miraba y nos hacía un gesto de saludo con la mano.
Poco a poco se fue quedando solo, ya muchos chicos empezaban a hacer bromas sobre él; solo quedamos Antonio, Pedro, Martín y yo fieles a su amistad y a su extraña manera de ser. Pero era yo el más cercano a él, su madre siempre me permitía subir a su habitación, previó baño, todo era inmaculado en aquella casa, podía pasar mi dedo por cualquier repisa y no encontrar ni una sola mota de polvo.
Entonces me sentaba sobre su cama y nos poníamos a conversar de cualquier cosa. El siempre sonreía, pero era una sonrisa triste y amarga, yo sabía bien que en la escuela también lo habían empezado a molestar. Es que era esa manera suya tan extremadamente educada (jamas había oído salir un juramento de sus labios), limpia, delicada... yo nunca antes había visto a un muchacho actuar así.
Recuerdo un día especialmente terrible en que tuvimos que apelar a todas nuestras fuerzas para ayudar a nuestro dulce Manuel. Fue una tarde de junio el viento soplaba llevándose las amarillentas hojas que caían de los árboles, el cielo era plomizo y triste... tan triste como siempre suele ser en los meses de otoño e invierno, ni una pincelada azul... gris, todo gris. Siempre suele ser igual hasta que llega la primavera, y sobretodo el verano y entonces es como si la vida empezara de nuevo.
Aquel día íbamos los cuatro a buscar a Manuel para irnos al cine, cuando de pronto escuchamos unos chillidos, alguien suplicaba que lo dejaran en paz; reconocimos la voz de nuestro amigos, corrimos adentrandonos entre los arbustos. Un grupo de muchachos rodeaban a Manuel que estaba tirado sobre el suelo; entre todos intentaban ponerle un traje rosa, lleno de bobos y lazos. Nos arrojamos sobre ellos, reconocimos a varios chicos de la escuela; emprendimos a patadas y puñetazos contra todos, hasta que desistieron y decidieron marcharse.
- Pero por qué se enojan tanto, sí ese trajecito es lo que mejor le viene a su amiguita... a la "Manuelilla".
Todos rompieron a reír y se fueron murmurando cosas desagradables sobre nuestro amigo. Ayudamos a levantarse a Manuel del piso, el pobre estaba con la ropa hecha trizas y todo magullado. No paraba de llorar, mientras intentaba deshacerse del estúpido traje.
- Pero hombre, deja de llorar, por qué no te defendías, al menos unos cuantos puñetazos hubieras podido repartir.
- Yo no peleo nunca, yo no sé pelear... yo no sirvo para nada..
Lo llevamos a casa, allí le hicimos bañarse, me extrañaba que estuviera tanto rato sin salir del baño.
- Pero qué pasa Manuel es que te has ahogado en la tina o qué
-Es que está toalla es muy pequeña... y.... me da vergüenza
- ¿Vergüenza?, pero si estamos entre hombres, ya dejate de tonterías y sal de una buena vez.
Cuando salio finalmente llevaba una diminuta toalla atada a la cintura... su piel clara resplandecía, tenía las formas delicadas, parecía una muchacha más que un chico con toda aquella belleza. Todos nos quedamos unos instantes sin saber qué decir, sin poder apartar los ojos de aquella piel suave y hermosa, de aquel cabello húmedo que se pegaba a su rostro, de aquellos ojos de esmeralda... recién empezábamos a descubrir la intensidad de la sensualidad, de nuestros deseos y aquello visión nos perturbo a todos. Tratamos de disimular, le arrojamos una toalla grande y la ropa que debía ponerse. Pero seguíamos sin apartar los ojos de aquel cuerpo desnudo, era un sentimiento nuevo; las curvas de sus caderas, los pectorales que empezaban a dibujarse en su pecho y su vientre plano.. el no nos miraba pero parecía como si disfrutara de nuestra admiración. Finalmente se vistió, le ayudamos a curar los raspones. Jamás le contamos a nadie, ni siquiera entre nosotros comentamos nunca lo que habíamos sentido aquel día, pero yo veía las mismas ansias pintadas en los rostros de mis compañero, así que no me avergonzó sentirla... ese día supe que ya no eramos más niños.


La adolescencia empezaba a apoderarse de nuestros cuerpos, ya no eramos más chiquillos corriendo y saltando sin preocuparnos de nada, ahora las muchachas eran nuestra prioridad; y muchos presumían de haber perdido ya su virginidad, en realidad no sabíamos si creerles o no... todo era un carnaval de alardes. Yo aún conservaba la mía y no me importaba asegurar lo contrario. Pedro andaba con una rubita, Lidia, muy simpática que se reía de todo, a mi me parecía algo tonta, pero me cuidaba bien de guardar mis opiniones; Antonio era el más afortunado de los cuatro, salía con una chiquilla, Daniela, de cabellos oscuros, ojos azules y un cuerpo que quitaba el aire de solo mirarla. Martín andaba tras una muchachita algo feucha pero muy inteligente, parecía saber de todo, pero nunca alardeaba de sus conocimientos y siempre estaba dispuesta a ayudar a quien se lo pidiera, de las tres Leonor, era mi favorita. Yo me la pasaba con Manuel yendo al cine o invitando a algunas chicas a salir o a bailar a las discos; pero yo me daba cuenta que Manuel accedía a esto último más por complacerme que porque realmente le gustará. Su ocasional acompañante terminaba aburriéndose terriblemente; apenas si le hablaba y bailaba algunas piezas a duras penas, se refugiaba en su botella de cerveza. A menudo le veía mirarme desde su rincón con una intensidad que me desconcertaba.
Un día me invito a ver una película a su casa, su madre había salido a dar unas clases, así que estábamos completamente solos en casa. Mirábamos una película de acción, con un tipo que hacía mil acrobacias sin despeinarse ni sudar. De pronto Manuel apago el televisor y se acomodo frente a mí en el sillón.
- Fran... yo tengo que decirte algo, ya no puedo con esto, me está matando. Aunque creo que tú ya te has dado cuenta que yo soy algo diferente al resto.
- Y... un poquito, no sé... pero tú sabes que eso no me importa, a mí me gusta mucho tu compañía.
Manuel se acerco un poco más a mí y yo empecé a sentir un cierto azoramiento, no sabía por qué pero temía continuar en aquella intimidad.
- Fran, a mí no me gustan las chicas... a mi me agradan los muchachos; esto no es de ahora, lo sé desde que tengo uso de razón... ¡Por Dios, te has puesto pálido!
- Manuel, los chicos y yo siempre te creíamos algo "delicado", pero esto... esto, es una sorpresa.
Entonces Manuel puso una de sus blancas y suaves manos sobre la mía y la apretó suavemente. Yo me sentía paralizado no atinaba a moverme. El acarició mi rostro con su otra mano y suavemente atrajo su rostro hacía el mío; podía sentir su respiración y su fresco aliento sobre mi rostro, fue entonces cuando sentí sus labios sobre los míos; con dulzura me besaba hasta que su lengua tibia empezó a acariciarme por dentro de la boca,buscando la mía, sus manos vagaban por mi espalda tratándome de desprenderme de la camiseta, fue entonces que reaccione.
- No, no Manuel...¿qué haces?
- Yo te quiero Fran, te quiero desde aquel día que te quedaste conmigo a bajar los bultos del auto el día que llegue, te quiero porque siempre estás a mi lado y me defiendes y nunca me has cuestionado. Fran... yo, yo te amo. Toda mi vida he vivido este error de la naturaleza, llevar un cuerpo de hombre una mujer en la mente.
- Fran yo te quiero, pero no así... Manuel, Manuel... que difícil es esto, yo nunca quise hacerte pensar lo que no era. Claro que me agradas muchísimo y te amo, pero como se ama a un hermano... yo no puedo quererte de otra manera.
Manuel se levanto y se fue a la cocina en silencio, regreso con dos botellas de cerveza y el rostro inundado de lágrimas.
-Perdona, no quisiera hacerte sentir mal pero no puedo evitar llorar; no sé, tenía alguna esperanza, siempre eras tan dulce conmigo. Vamos brindemos por nuestra amistad... aún tengo eso...¿verdad?
-Siempre la tendrás Manuel, siempre.
Lo abrace con fuerza y nos pusimos a llorar juntos. Nunca más volvió a tocar el tema.
Tuve que alejarme un tiempo del país había obtenido una beca por un año, estudiaba Sociología, y viajaba mucho. Cada vez veía menos a Manuel, pero lo sentía sin rumbo, había conseguido un trabajo administrativo en un banco... pero cada vez le costaba más disimular su verdadera esencia. Aquella doble vida lo estaba arruinando.
El día que me marche estaba alegre y soleado. Mis padres, familiares y amigos fueron a despedirme; allí estaba él con los ojos llenos de lágrimas, me abrazo con fuerza, yo tuve que desprenderme disimuladamente de sus brazos.
- No quisiera que te fueras... Dios sabes que no quiero que te vayas, pero así deben ser las cosas, escribeme siempre que puedas, no me olvides.
- Anda chico que solo es un año, no me voy para siempre.
- Un año son muchos días... demasiados.
- Cuidate Manuel, prometeme que no harás locuras. ¡Prometelo!
En ese momento empezaron llamar a los pasajeros para que aborden el vuelo... y no pude escuchar su promesa.

Continuara...

6 comentarios:

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

¡Hola! ¡Qué bonito relato, y cuánto se debieron alegrar la vista! Me ha gustado. Entré a leérlo porque me encantaba esa canción "Manuel-Raquel". Me acuerdo que la tarareaba mucho, es preciosa. Un saludo muy grande.

Anónimo dijo...

No te dejo una rosa, te dejo miles de ellas...

Es un relato fantástico, espero con ansia la continuación, me enganchaste amiga!!!

Un beso, un abrazo y muchas rosas
(Mountain)

Arquitecturibe dijo...

Solo me disgusta de este tipo de relatos que la impasiencia y la curiosidad se me disparan al mismo tiempo... lo cual es muy peligroso a mi edad!!!!
Gracias por esa historia Rosita... de verdad.....
Un besote enorme desde mi lejana galaxia

hermes dijo...

Me ha encantado tu historia y me tambien me gustaría que hubiera un regreso, que continuara y haber que ocurria...

Un abrazo amiga rosa

Javier dijo...

Como siempre encadenando bellas historias cargadas de belleza y sensibilidad.

Anónimo dijo...

Para mi el relato es, bueno por si solo, más no pegada a la canción, de acuerdo a esta, Manuel Raquel es un niño delicado y arrogante,tipo legal, un amigo, un aliado, él un tipo tranquilo, ella una dama valiente. Hasta ahí genial, el final del relato no se pego al "single". Él/ella muere según tengo entendido, de suicidio, en esos tiempos la dictadura franquista en España, no permitía -como en toda dictadura- homosexuales en sus escuelas y en las calles, Manuel Raquel no fue mas que una victima de pesadumbre y presión militar-social. Raquel Manuekl no aguanto, y se fue, sin más. Para Rodrigo Franco, el cineasta, compositor del tema, él solo fue una baja más.