Cuando nos apeamos del tren un coche nos aguardaba, nos vimos atravesando rápidamente el trecho que nos separaba de la enorme edificación que conformaba la universidad, albergando en sus entrañas miles de mentes que administrarían el futuro de la vieja Inglaterra. No pude dejar de sentir una cierta reverencia al contemplar el magnífico edificio.
Un mozo se acerco y nos abrió la portezuela con una reverencia, luego fuimos puesto en manos de otro sirviente que nos condujo al alojamiento del renombrado doctor. Aquel empleado parecía la personificación de la diligencia y la discreción, apenas un saludo había salido de sus labios, y luego silenciosamente nos llevo a través de salas y corredores, atravesamos un hermoso jardín hasta que finalmente nos dejo a las puertas de un pequeño y elegante chalet, paso nuestras tarjetas y pronto fuimos introducidos al estudio del brillante pensador.
El doctor era un hombre delgado, de patillas largas, mirada azul y dura. Iba impecablemente vestido, cuando entramos levanto la vista de unos papeles que tenía sobre el escritorio y con un ademán nos indicó que tomáramos asiento. Sus maneras era frías pero corteses.
- Señores, sé el asunto que vienen a tratar, y les digo que por desgracia, ninguna información puedo ofrecerles que les ayude a esclarecer la desaparición del joven Laurents. Debo comunicarles que me encuentro profundamente afectado con este penoso asunto. Este joven se destacaba particularmente del resto de los alumnos; despertaba simpatías en cualquiera que lo tratara. Oh, mister Holmes, nunca antes había ocurrido algo parecido durante el largo tiempo que llevo al frente de la universidad y este asunto puede afectar el prestigio de la misma.
- Seremos breves doctor, solo deseamos contar con su autorización para hacer algunas investigaciones al interior de la universidad, como es lógico; todo esto se hará con la mayor discreción, no es nuestro deseo armar ningún escándalo.
- Tienen entonces mi autorización, deseo que ese joven aparezca. Le ruego que ponga en juego todas las facultades de las que viene precedido y de con el paradero de Laurents.
- Cuente con ello, no solo por el bienestar del muchacho sino porque mi propio prestigio está en juego. Es un caso completamente nuevo para mí y debo confesarle que aquí se mueven aguas más profundas de lo que a simple vista parece.
- ¿Es que ya tiene alguna hipótesis ?
- Aquí mi buen amigo Watson, podrá decirle que siempre me muestro reacio a adelantar comentarios hasta que tengo todos los hilos en la mano. Pero, sí, aguas profundas y tenebrosas se mueven alrededor de este joven, y yo he de poner hasta mi último esfuerzo por librarlo de ellas.
- Me asustan sus palabras mister Holmes. ¿Acaso pueden verse amenazados otros de los estudiantes?, sí es así, por favor dígamelo, que yo pondré las medidas necesarias. Comprenderá usted que la seguridad de esos jóvenes esta bajo mi responsabilidad.
Las palabras del ilustre hombre estaban cargadas de emoción y de sincera preocupación, la dureza de sus ojos se había esfumado y en ellos solo se veía agazapado un profundo temor. Holmes se acerco hasta el hombre y colocó una de sus delgadas manos sobre el brazo del profesor, y sus grises ojos adquirieron una solemnidad que le había visto en muy pocas ocasiones.
- No tema mi estimado doctor, este el el último golpe que se descarga. Sus estudiantes están seguros.
El caballero estrechó la mano de mi compañero con una mezcla de respeto y gratitud; parecía imposible que aquel hombre afamado por su carácter huraño y severo, hubiera abandonado por completo sus costumbres. Y por un breve instante, esos segundos en que Holmes abandonaba al razonador y dejaba libre al hombre; su mirada se suavizo, y sus labios esbozaron una sonrisa de simpatía.
Aquel fue el breve dialogo que se produjo entre aquellos hombres y hasta el día de hoy, pese a los años transcurridos, aún recuerdo con emoción esa mañana de noviembre.
- Mi querido amigo, le recomiendo que se dedique a visitar los muchos lugares de interés que ofrece este lugar. Por ahora no le necesito, ya nos reuniremos al mediodía para merendar algo y luego marcharemos para visitar a Douglas, aunque sospecho que no seremos visitas de su agrado. Tengo ahora mucho material por investigar
Me quede pues libre por unas horas, qué podía hacer sino aprovecharlas visitando esta intrincada mezcla de arquitectura, torres y agujas que se elevan al cielo como queriendo demostrar el sentido que hay que dar al conocimiento y las ciencias. Aquello era un bullicio de estudiantes, recorriendo el lugar en busca de sus aulas y lugares de investigación. El primer lugar que atrajo mi atención fue la reconocida Bodleian Library, con su precioso techo artesonado; sus brillantes estantes repletos de libros y manuscritos auténticos, de siglos pasados; pulidas mesas y sillas para los lectores. Una parte de esta se encuentra en la Tower of the Five Orders llamada así porque está ornamentada en sentido ascendente, con columnas de cada uno de los cinco órdenes de la arquitectura clásica. Y a un lado del salón, enmarcado sobre un atril el siguiente juramento que cualquiera que desee acceder a un libro debe hacer:
Juro no sacar de la Biblioteca, ni marcar, modificar o dañar de modo alguno, ningún volumen, documento u otro objeto perteneciente a esta biblioteca o bajo su custodia, o dañarla bien sea por el fuego o la llama, y no fumaré en la Biblioteca, y prometo obedecer todas las normas de la Biblioteca.
Mi siguiente visita me llevó al hermosísimo jardín botánico de Kew, rodeado de árboles, flores y un césped suave y primorosamente cuidado, situado en el corazón mismo de la universidad. Finalmente llegue hasta los comedores del Christ Church, con su amplia escalera central, sus ventanas de arcos sobre los decorados de madera y sus largas mesas. El tiempo corre veloz y ya casi había olvidado a Holmes y el trágico motivo que nos había traído a Oxford, cuando sentí una mano sobre mi hombro, me volví sobresaltado y descubrí el rostro taciturno de Holmes.
- Ya veo querido amigo que usted a aprovechado el tiempo mejor que yo.
- Por su aspecto veo que no ha avanzado mucho en el caso.
- Por el contrario Watson, he hecho muchas averiguaciones, y creo que debemos visitar sin más dilación a ese tal Douglas. Pero hemos de ser cuidadosos, porque ese tipo hila fino, pero yo hilo más fino aún.
El lector debe recordar el caso de Charles Augustus Milverton, y como en aquella ocasión la vista de aquel hombre le inspiraba a mi compañero una profunda repulsión por la crueldad con la que chantajeaba a sus víctimas. En está ocasión pronunció el nombre de Godfrey Douglas como si le quemara los labios, su boca se había curvado en un gesto del más profundo desprecio. Sus puños apretados eran muestra de la emoción que lo embargaba.
- Debemos movernos rápido Wartson, he enviado un par de telegramas y sin duda ya Lestrade y sus hombres de Scotland Yard deben estar listos cuando lleguemos. Ojalá sigan mis instrucciones al pie de la letra o el pez se escapará de la red y eso sería terrible. Usted perdonará, pero no tenemos tiempo para meriendas, luego nos echaremos algo al estomágo en el comedor del tren. Ya revise el itinerario, en unos diez minutos sale uno para la City. De prisa Watson, de prisa, allí está el coche que nos trajo.
- Buen hombre, una libra si nos lleva a la estación en menos de diez minutos.
En un momento nos vimos corriendo para alcanzar el tren, se me hacía difícil seguir el paso rápido y elástico de mi compañero, pero me había contagiado su desasosiego, y yo corría tras él como podía.
Al cabo de unos minutos ya estábamos ubicados en nuestro compartimento. Mi amigo continuaba en silencio, pero la rigidez de su cuerpo y la fijeza de sus ojos, me hacían adivinar que algo muy grave ocupaba sus pensamientos.
- ¡Por vida mía Watson!, ¿no puede ir este armatoste más rápido?
- Pero, qué ocurre Holmes, desde que abordamos en tren no ha dicho una sola palabra.
- Ese joven Watson, ese joven está en un peligro mortal... y aún más. ¡Si no llegamos a tiempo no me lo perdonaré jamás!
- Deme alguna pista de lo que ocurre, sus palabras no me dicen nada.
- Debí haber relacionado los hechos con más rapidez, existía un patrón, pero lo hechos ocurrían en lugares sin relación alguna. ¿Qué nexo podía haber entre un caso ocurrido hace tres años en Amsterdam; y luego otro hace dos años en Viena; un tercero en Roma hace exactamente un año y medio; y otros dos ocurridos aquí en Londres, en un espacio entre un año y seis meses?
- ¿De qué habla Holmes, qué casos son esos?
- !Raptos Watson, raptos! Nunca fueron resueltos. No habría reparado en ellos, si no hubiera estado una y otra vez un hombre mezclado en ellos, de forma muy sutil, tan sutil, que si no fuera por el infortunado Albert, jamás hubiera podido establecer el vínculo que unía las desapariciones. Siempre se deslizaba el nombre de alguna dama, como para desviar la atención, en todo caso podía atribuirse el alejamiento del joven a una fuga de tipo amoroso. Solo que cada vez que se mencionaba al entorno del joven, se hablaba de un hombre muy agradable... podía ser Marcelo o Vincent, o Godfrey pero las características físicas eran siempre las mismas.
- ¡Por Dios! ¡Douglas!
- ¡Exacto!, Douglas. Se relacionaba con los jóvenes, los atraía con su cautivante personalidad... todos eran muchachos hermosos Watson. Unos meses de amistad y luego desaparecían sin dejar rastro. Por supuesto él se dejaba ver por un tiempo, para desaparecer después, sin que nadie sospechara.No hace falta tener una mente muy lúcida para imaginarse con que propósito mantenía a los jóvenes cautivos. Y luego tenía que callarlos, no podía dejarlos libres para que luego lo acusaran frente a un tribunal de sodomía. Las cartas que tan oportunamente conservó mister Laurents, y que he encontrado muy bien escondidas entre las pertenecias que guarda en la universidad, serán las pruebas concluyentes para enviarlo a la horca.
Cuando alcanzamos la estación del tren, Holmes salto fuera con agilidad y rápidamente cogimos un coche de alquiler.
- Pronto llegaremos Watson, que todas las fuerzas del Bien y la Justicia nos acompañen para salvar a ese muchacho no solo del daño físico sino del moral. Esta vez Douglas ha cometido un error y lo sabe. Antes fueron estudiantes extranjeros o de pueblos lejanos, jóvenes que nadie echaría en falta por mucho tiempo; pero esta vez sus ojos se pusieron en alguien conocido y con un padre que iba a mover cielo y tierra para hallar a su hijo. Dudo que haya podido tocar al joven, debe estar planeando deshacerse de él y huir.
Mientras hablabamos el coche corría a todo lo que daban los caballos a Regent Street, pronto nos apeamos en el 391; era una casa elegante que no se destacaba de las otras que ocupaban la populosa calle. Un hombre se acerco a nosotros, reconocí al inspector Lestrade.
- La casa está rodeada, los hombres están lo suficientemente lejos para no ser vistos pero no tanto como para actuar si las cosas se ponen negras.
- ¿Ha visto algún movimiento en la casa, alguien ha salido o entrado?
- Nada se ha movido allí.
- ¡Ahora Lestrade, que sus hombres cierren todas las salidas, usted, Watson y yo iremos por delante! ¡Vamos, las pistolas listas!
Un par de fuertes policías echaron la puerta abajo, todos nos metimos dentro como una tromba. Todo estaba en silencio, los guardias subieron al segundo piso, para volver al poco rato. Nada, no había rastro del infortunado muchacho ni de su carcelero.
Cómo podría describir la decepción de mi amigo, se dejo caer más que sentarse en uno de los sillones y se cubrió el rostro. De pronto su mirada se fijo en algo que parecía ser visible solo para él. Entonces, todos reparamos en la alfombra, entremezclado con los dibujos de la misma habían rastros de sangre, el rostro de Holmes se encendió, y de nuevo me hizo recordar al sabueso que encuentra el husmillo perdido. Se lanzó al suelo y estuvo con los ojos pegados al mismo, el rastro lo llevó hasta la cocina. Esta era una habitación amplia, aparte de los estantes que guardaban los cacharros, solo había una pequeña mesa redonda de madera y unas sillas a su alrededor; pero lo que llamó nuestra atención fue que al costado de uno de los estantes había una gran mancha de sangre fresca con la forma de una mano, el rastro de sangre seguía hasta la puerta trasera y terminaba en un pequeño invernadero. Mi amigo se abalanzó hacía el estante, forcejeo por todos lados, tiró al suelo platos y cacharros, hasta que de pronto al mover una palanca habilmente disimulada, el estante cedió moviendose a un costado. Una escalera oscura y descuidada llevaba hasta una pequeña habitación completamente cerrada, solo una pequeña hendidura permitía entrar un poco de aire. Nada había en ella solo una vieja cama de metal y sobre ella, cubierto solo por una manta el joven Laurents.
Estaba demacrado y apoyaba su bella cabeza sobre la pared. Sus ojos parpadearon cuando la luz de las linternas lo alumbro. No mostraba ni alegría, ni terror, en su azul mirada.
- Afuera hay un hombre muerto Holmes, tiene una herida en un costado, debe haber muerto desangrado.
- Sí, es Douglas. Ya hablaré con usted Lestrade, ahora por favor, déjeme a solas con el muchacho. No Watson, no se vaya, quedese conmigo.
Está fue la primera y la última vez que vi a Holmes con una ternura que parecía imposible en aquel hombre de maneras frías y reservadas; cuya existencia parecía ser toda raciocinio sin corazón, él que tan enemigo era de cualquier manifestación de sentimientos, estaba ahora medio arrodillado delante del muchacho.
- ¿Se encuentra usted bien jovencito, nadie lo ha lastimado?
El muchacho lo miro detenidamente, los ojos se le llenaron de lágrimas y sin pensarlo le echo los brazos al cuello, mientras sollozaba. Holmes lo estrecho entre los suyos, acariciando torpemente sus rubios cabellos. Creo que en esos momentos fue el padre que nunca sería.
- Esta golpeado, ese bruto lo ha golpeado mucho ¿verdad?... pero, él no...
- No, no señor, yo no lo deje. Me amenazó de todas formas, no he comido desde el día que me encerró aquí. Solo me dejaba algo de agua, me obligo a desvestirme. Siempre que se acercaba yo luchaba con todas mis fuerzas y terminaba golpeándome. Pero yo sabía que aquella situación no iba a prolongarse por mucho tiempo, yo me debilitaría y pronto ya no podría resistirme. Así que saque uno de los barrotes de la cama, estaba muy vieja y no fue difícil soltarlo. Y hoy cuando de nuevo vino a atormentarme... me defendí, forcejeamos, y él mismo termino por hundirse el arma. Yo solo quería herirlo para poder escapar.
El joven de nuevo se refugió en los brazos de Holmes llorando como un niño perdido a mitad de la noche. Esta de más decir que todas mis simpatías eran para el pobre muchacho y no me averguenza reconocer que me alegre que una justicia superior a la humana hubiera alcanzado a un ser tan malvado como aquel.
- Es un joven valiente. Ahora procuré levantarse, eso es, despacio. Watson, haga el favor de revisar a nuestro amigo en su calidad de médico, luego veremos de conseguir algo de ropa y comida. Pronto lo devolveremos a su padre que tanto lo ha echado de menos y ya verá como poco a poco está horrenda pesadilla quedará atrás y usted volverá a ser el joven alegre e inteligente que siempre ha sido.
Cuando salimos al invernadero vimos el cuerpo de Douglas que yacía sobre unas cortinas teñidas de sangre, las que seguramente había arrastrado al caer, a su costado, cerca de su brazo, aún estaba el objeto que le había acarreado la muerte.
Encontramos algunas ropas del propio Douglas para vestir al joven, y lo sacamos de aquel espantoso lugar. El encuentro con su padre fue emotivo, con mucha dificultad pude disipar el nudo que se iba formando en mi garganta. Observe de reojo a Holmes y vi que sus ojos brillaban mientras una sonrisa tranquila le iluminaba el delgado rostro.
- Vamos mi querido Watson, nuestro trabajo aquí ha terminado. Le he dejado al inspector Lestrade los lugares donde se alojó Douglas, allí debió tener escondrijos similares. Por desgracia, los cuerpos de los otros jóvenes deben yacer allí, los infelices no tuvieron la suerte de mister Laurents.
- Solo tengo algo que no alcanzó a comprender, si Laurents hirió a su captor en el escondrijo, cómo se explica la marca ensangrentada de la mano, y por qué razón camino hasta el salón y luego, herido como estaba regresó hasta el invernadero.
- Aquí mi buen Watson entramos al terreno de las especulaciones, conociendo su naturaleza cruel, cerro el escondite para evitar que el muchacho escapara, fue allí donde dejo impresa la huella de su mano, sin saber que nos estaba dando una valiosa pista. Aún herido, pero con la suficiente fuerza, fue hasta la sala para buscar el arma que tenía guardada en una gaveta, regreso hasta el escondite para matar a su víctima, pero las fuerzas lo abandonaron, camino unos pasos y se desplomó. ¿le parece que encaja bien todo esto?
- Perfectamente, estoy seguro que todo ocurrió tal como lo describe.
Salimos en silencio con la seguridad que el amor de aquel padre pronto disiparía los últimos nubarrones de la limpia mirada del joven. Aspire el frío aire invernal, pero por alguna razón, mientras caminaba con Holmes hasta nuestras habitaciones en Baker, el aire me pareció más puro.
Ilustraciones: Sidney Paget
Fotos: Vista de la Universidad de Oxford, Bodleian Library, Las aventuras de Sherlock Holmes, Granada TV
Albert Laurents: Jude Law