22 agosto, 2008

Nada cambia, solo se transforma


House era como una fortaleza rodeada de espesos muros, nada podía entrar ni salir de ella. Sin embargo, en algunas ocasiones, los pesados postigos se abrían y se podía dar un vistazo al interior, muy breve... después, las puertas volvían a cerrarce como si una poderosa mano las hubiera empujado de golpe.

Eran tan pocos los que habían podido ver más allá de esos muros.
Eran tan pocos los que habían podido dejarlo sin palabras o remover algún sentimiento que él se encargaba de acallar rápidamente (los sentimientos impiden ver las cosas con objetividad), eran pocos los que habían logrado ese efecto en aquel genial hombre, y eso era decir bastante. Estaba aquella paciente Adler, aún recordaba sus palabras - "se esconde en su oficina y no quiere ver a los pacientes porque no le gusta como lo miran, la vida le hizo una mala pasada y se quiere desquitar con todo el mundo"- y Giles, el músico de jazz que le dijo directamente que toda aquella obsesión por resolver intrincados casos médicos solo respondían a una cosa, se aferraba a esto porque no tenía nada más; no había esposa, ni hijos, ni besos en las mañanas; a su pesar, en su interior sabía que aquello era verdad, tampoco había podido evitar una sonrisa sincera cuando Giles le extendió la hermosa trompeta que era su inspiración, bien guardada en un estuche. Aún podía recordar el cálido abrazo de Andie, la pequeña niña con cáncer que lo rodeo con sus brazos agradecida, y sabía bien que ella echaba por el suelo toda su teoría acerca de que "todos mienten", porque ella no mentía, como tampoco mentía Adam, el niño autista a quien él había entendido mejor que sus propios padres, cuando este le regalo su preciado video-juego portátil.
Pero así estaban bien las cosas, resolvía los casos porque eran un reto a su brillante mente, no por los aplausos ni las muestras de gratitud, tampoco le importaba que en más de una ocasión fueran otros los que cosecharan las simpatías de los paciente que él había salvado.

Sin querer, siempre era sin querer, había ocasiones en que hablaba de su vida... algo amargo, triste, un pedazo que guardaba muy hondo, pero que de pronto por alguna circunstancia saltaba de nuevo a su memoria y las palabras salían de su boca sin desearlo.
Recordaba a la muchacha que había sido violada, ella había adivinado su dolor, y sabía que nadie mejor que él podía entenderla; y no ceso de acosarlo hasta que se vio acorralado y tuvo que confesarle lo que su padre solía hacerle cuando se salía de sus estrictos parámetros, le contó que lo castigaba obligandole a dormir en el jardín o a bañarse con hielo. No podía pensar en su padre sin que el odio se instalará en sus azules ojos, sí, aquel odio que le había confesado a Cuddy cierta vez que sus padres vinieron a verle al hospital. El correcto señor House que había hecho de la verdad una regla inviolable. Recordaba que Cameron había escuchado sus palabras mezcla de amargura y tristeza - "mi padre se parece a ti, no en la extremada bondad, sino en esa moralidad casi enfermiza de decir siempre la verdad. Esa es una buena cualidad para un niño explorador o para un testigo policial, pero en un padre es un defecto"- la joven lo escuchaba en silencio con sus cálidos ojos verdes clavados en él, en realidad, siempre eran cálidos. Por eso se le grabo a fuego aquello, había aprendido bien la lección, pero en sentido contrario: "todos mienten"

Todo era tan contradictorio en House, inusual. Rechazaba el contacto con los pacientes, rehuía de cualquier vínculo con otra persona fuera de la índole que fuera. Con su grosería, su sarcasmo, su manera brutal de decir las cosas; podía mantenerlos a todos a raya, bien lejos de él. Y pese a esto tenía que reconocer que esa estupenda maquinaría que encerraba en su cráneo no podía echarse a andar si no tenía algunos elementos. Necesitaba alguien con quien discutir sus teorías; alguien que siempre estuviera de acuerdo con sus ideas, no importaba lo audaces que pudieran ser, pero también necesitaba una mente critica que le hiciera poner los pies en el suelo y porque no, alguien que lo admirara profundamente. Le hacía falta quien le obligara a ordenar su desempeño profesional que no dijera sí a todo, porque muy a su pesar tenía que reconocer que no siempre tenía razón.

También estaba ese dolor en su pierna, ese dolor que a veces se hacía insoportable porque era mucho más que un dolor físico, porque cada vez que este le hacía encogerse sobre sí mismo y agarrase a algún mueble le recordaba que la única vez que fue vulnerable, la única vez que se entregó a alguien, había quedado así. Así, así... con aquella enorme cicatriz que le recorría el muslo derecho y le había dejado una cicatriz más honda, más terrible, más dolorosa en el alma. Una pierna inútil que lo ataba para siempre a un bastón para sostener lo que quedaba.

Mantenerlos a todos a raya, fuera de su espacio, eso era lo mejor ¡nadie, nadie volvería a lastimarlo! Además siempre tenía a la mano su vicodin, una botella de wisky, sus discos, su piano, su guitarra, su moto y sus putas... no necesitaba más.

Pero había algo que no encajaba en todo aquello, una pieza que estaba fuera de lugar, y eso lo atormentaba, porque él amaba descifrar jeroglíficos, armar puzzles que nadie más podía armar. Y esa pieza le molestaba. Esa pieza tenía nombre y era Wilson, era su amigo, en realidad, su único amigo. Nadie lo conocía como el impecable Dr. James Wilson, era él el depositario de sus confidencias, sus temores, sus frustaciones, sus amarguras y sus tristezas. Había hecho lo imposible por alejarlo también de su lado; desde bromas pesadas hasta casi hacerlo perder su licencia médica e ir a parar a la cárcel, y sin embargo, allí estaba, siempre a su lado. Solo a Wilson le permitía decirle sus verdades, tirarselas a la cara sin miramientos, su voz resonaba en su cabeza como si fuera su conciencia, quizá por eso lo necesitaba, porque hasta donde recordaba él era un inconsciente. Pero esto no era suficiente, había cosas que no encajaban; era lo mismo que cuando escribía en su pizarra blanca con el marcador, apuntando los síntomas, clavando su mirada y repasando cada uno de ellos buscando la respuesta. Por qué Wilson permanecía a su lado, a pesar de todo y por qué él le permitía tantas cosas. Por qué era amigo de alguien tan opuesto a sí mismo. Wilson era sensible, amistoso, crédulo; además de preocuparse extremadamente por su imagen, nunca había nada en este hombre fuera de lugar desde su cabello bien peinado y cuidado hasta sus zapatos finos y perfectamente limpios. Mientras que él solo se bañaba, cogía lo primero que encontraba que todavía pudiera usarse, alguna camisa que jamás planchaba y un blazer, no importaba si combinaba o no; en cuanto el calzado, le bastaban un par de tennis, el cabello, que ya empezaba a ralear, siempre revuelto y la barba sin afeitar de dos o tres días, era tan molesto tener que hacerlo. Quizá solo era cuestión de costumbres, y simplemente sucedía que se había acostumbrado a su paciencia de santo; a sus llamadas de atención, suaves o rudas, pero siempre sinceras; a escucharlo cada vez que tenía un fracaso amoroso; a su deliciosa comida que el otro se dejaba robar con alguna leve protesta; a su silenciosa compañía, cuando todo lo que necesitaba era eso; a los ratos que lo buscaba en su consultorio para evadir las consultas, a Cuddy o simplemente para conversar. Tenía que admitir que Wilson de alguna forma que no sabía bien explicarse era importante, casi indispensable para seguir viviendo.

Y ahora, qué iba a hacer ahora. De nada le había servido su capacidad de deducción, había resuelto lo que aquejaba a Amber, pero tarde, demasiado tarde...
Está vez Wilson no iba a sonreír, a elevar sus ojos al cielo para pedir paciencia, no, esta vez no lo iba a perdonar. Había sentido su mirada cuando despertaba, cansado, medio muerto en una de las camas del hospital; era una mirada nueva, una mirada que pensó jamás vería en los ojos de su amigo. Había decepción, rabia, tristeza; todo junto y revuelto haciendo una mezcla imposible de tragar.
Recordaba con un escalofrío cuando le preguntó a su amigo si quería que arriezgara su vida para salvar la de Amber y el otro le respondió sin titubear con un movimiento de cabeza afirmativo. Y él fue literalmente a freírse el cerebro para poder recordar, recordar eso que le impedía diagnosticar a la joven, pero ahora ni siquiera eso contaba. Maldecía la hora en que se le ocurrió embriagarse y peor aún hacer esa llamada que cambiaría el destino de sus vidas, el de Amber para siempre, el de ellos... eso no podía saberlo.

Las cosas estaban así, y House sentía por segunda vez que las paredes le quedaban estrechas, el aire de la habitación era irrespirable, que estaba al borde de un abismo y nada podía detener su caída. Ya había experimentado todo aquello cuando Stacy se alejó de su vida... allí estaba ese dolor, que se escurría por sus pálidas mejillas transformado en lágrimas. Pero este dolor era más intenso que aquella vez, no estaba seguro si quería levantarse de esa cama y continuar viviendo; recoger los pedazos que aún le quedaban y volver a ser el médico más insoportable del Princeton- Plainsboro. Ya no tenía claro si debía hablarle, pedirle perdón o más bien suplicarle que lo perdone, acosarlo hasta que cambiará de opinión o dejar todo como estaba, esperar que las heridas se curaran, a que por algún milagro, Wilson volviera a ser el de antes. Pero él mejor que nadie sabía que hay heridas que no se curan jamás. Ahora otra de sus teorías se tambaleaba, "la gente nunca cambia".
Continuara....

7 comentarios:

Arquitecturibe dijo...

Y entonces se hizo la luz...
Y quien mejor que mi rosa Peruana para darla a conocer???
genial... simplemente magistral.... pero quien lo podria haber hecho mejor, si esta, mi querida rosa, ya habia hecho mil cuentos con todas las ideas que se nos ocurrio hace algun tiempo?
Tienes mi admiracion y lo sabes.
Saludos desde mi lejana galaxia

pon dijo...

House es capaz de inspirar libros enteros. Será porque en el fondo es tan tierno......

Javier dijo...

Pues esperaremos a ver a dónde nos llevas.

Marga dijo...

Jajajajjaa, al final terminará gustándome el doctor!!!

Yo no me pierdo este continuará...

Besitos preciosa

Dalia dijo...

ohhhhhh

ehhh XD!!!!!

no tengo palabras, como diablos hiciste para capturar asi el alma de House???

eres mi idolo!!

El César del Coctel dijo...

Hola Mi Rosita de Fuego. Por fin me daré la oportunidad de leer muchas entradas de tu casita.

Inicio con este capítulo. Y te digo que me gusta

Anónimo dijo...

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