27 abril, 2010

Un hombre solitario (final)

La vida puede cambiar en un segundo; mis días tranquilos habían desaparecido para siempre. La rutina de hace apenas unas horas antes jamás volvería a ser tal. Yo mismo no me sentía como el Jean de antes. Alguna vez sentí enojo contra alguien, quizá hasta un poco de resentimiento, pero el odio era una sensación que no había experimentado nunca antes.
Veía a Robert acurrucado en mis brazos, un ángel al que habían hundido en el fango y destrozado las alas con la crueldad de la que solo los seres humanos son capaces.
Afuera el día empezaba a nacer, el sol se colaba de a pocos hasta llenar la habitación. Un sol que ya no me calentaba. Tenía frío, pero era un frío que me nacía desde dentro. Y a pesar de todo, debía ir a la universidad y dictar clase. La responsabilidad por encima de todo... me preguntaba si podría hacerlo. Cuando George murió, solicite unos días de licencia y aun así al regresar recuerdo que me fue muy difícil continuar. Traté de moverme despacio para no despertar al muchacho, pero él se despertó sobresaltado y me aparto de su lado con brusquedad, en sus azules ojos había miedo. ¿Dónde estaba ese brillo alegre y confiado con el que siempre me había mirado?
- Shhhh, soy yo Robert, no tengas miedo.
- ¡Jean, Jean! - de nuevo se apretó contra mí.
- Tengo que ir a la universidad, no quisiera tener que hacerlo, pero tú sabes que debo ir - me miro unos instantes y luego asintió - ¿qué hacemos Robert, tu madre debe estar preocupada por ti, pero tampoco puede verte en estas condiciones?
- Solo acércame hasta mi casa; le diré a mi madre que ayer bebí de más y tuve una riña, se lo creerá todo. Ella siempre opta por lo más cómodo, no se molestara en hacerme preguntas ni nada.
- Pero, apenas puedes caminar. Puede haberte hecho más daño del que piensas, ahora estamos atados de manos, no podemos ir a un médico. Tus lesiones son demasiado evidentes, apenas hayamos puesto un pie fuera del hospital llamaría a la policía.
- No necesito un médico.
- ¿Es que siempre me vas a llevar la contraria?, por supuesto que necesitas uno. Conozco a Andrew, es un compañero de los tiempos en que estaba en la facultad, el estudio medicina; estamos en contacto con cierta regularidad, el tiene que verme por... - me callé de inmediato, sin darme cuenta estaba hablando más de la cuenta - bueno quizá si le explico la situación pueda contar con su discreción.
- ¿Por tiene qué verte ese médico?
- Nada, no es nada. Ahora tú eres quien importa - iba a seguir preguntando pero le señale el reloj - Vamos, te ayudaré a vestirte... ¿pero qué puedes ponerte?, quizá uno de mis pantalones te venga bien - lo escuché reírse con ese tono bajito con que siempre reía.
- Jean, tú no tienes más que ropa formal, mamá no es muy observadora cuando se trata de mi, pero no tanto. ¿Te imaginas si me ve llegar con uno de tus impecables pantalones?
- Mmmm, sí tienes razón en eso. Espera, tengo algunas cosas de George, lo de él te quedará perfecto. El era unos años más joven que yo, y contadas veces formal; casi siempre andaba en vaqueros.
Fui a buscar en una de las gavetas y la abrí, de pronto me quede como paralizado, mi mano descansando en el cajón a medio abrir. Recordé que en todo ese tiempo aquella gaveta había permanecido cerrada. Un aroma a madera y sándalo me inundó, ese era su olor; el que tantas veces sentí cuando lo abrazaba en las mañanas, en las tardes cuando regresaba del trabajo... cuando nos amábamos. Siempre cerraba los ojos cuando algo me resultaba difícil de afrontar, tomé uno de sus pantalones y cerré de golpe el cajón.
- Creo que este te vendrá bien - le dije poniendo la prenda a un lado - tengo algunas camisetas que hace mucho no uso y unos interiores nuevos - busque entre mi ropa y encontré una muy parecida a la que llevaba antes - bien, ya está todo listo. Levántate despacio.
- Jean, yo puedo solo, el dolor ha disminuido bastante. Ve a bañarte, te vas a retrasar.
- Bien, pero ten cuidado.
Cuando llegué al baño recordé que no había tenido tiempo de limpiar nada. Sus ropas estaban amontonadas a un costado del lavabo. En la ducha quedaban aun restos de un agua rojiza, pero lo que me revolvió el estomago fue el pequeño charco de sangre que estaba en medio, era del corte que se hizo al caer. Apenas tuve tiempo de alcanzar el retrete y vaciar lo poco que tenía. Guarde sus ropas en una bolsa plástica y las puse en el cesto de la ropa sucia, luego limpie rápidamente todo. Me sentía como si yo fuera el criminal. Me duche a toda prisa. Cuando entré a la habitación sentí un vértigo, era como estar viendo a George de nuevo; sus mismos ojos, casi su misma contextura, Robert se quedo mirándome como si adivinara lo que estaba sintiendo.
- Jean, ¿estas seguro que deseas que me ponga su ropa?
- Está bien, es solo que...
- Te lo recuerdo ¿verdad?
- Sí, me lo recuerdas mucho - y me volví para buscar la mía.
Tenía todo tan organizado que no me hacía falta revolver entre las cosas para saber qué ponerme, en menos de diez minutos ya estaba listo.
- ¿Quieres comer algo?
- No, la comida se me atragantaría.
- Vamos, pasa tu brazo sobre mi hombro.
- ¡Ya basta Jean!, Puedo caminar, no como siempre, pero puedo hacerlo.
En verdad Robert era fuerte, camino despacio pero con firmeza hasta la puerta.
- Lo ves.
- Si, ya lo veo, espera aquí, voy a sacar el auto de la cochera.
Subió despacio, se abrocho el cinturón de seguridad y espero.
- ¡Dios, no tengo la menor idea de dónde vives! - Robert volvió a reír, su risa era como un cosquilleo, como una pluma jugueteando por todos lados.
- A unos quince minutos de aquí, yo te guiare.
Íbamos en silencio, cada quien sumido en sus propios pensamientos y angustias.
- Detente aquí, es esa casa de allá, y no me vuelvas a repetir si puedo llegar, ¿estamos?
- No te molestaré más, ya me has demostrado que eres fuerte en más de una forma.
Era una casa de medianas proporciones, no tenía el lujo de la de Susan y lucía un poco descuidada, recordé lo que me había contado de su madre y sus "dotes" de ama de casa. Esperé hasta verlo llegar a la puerta, le vi hacerme un gesto de saludo con la mano y di la vuelta para encaminarme a la universidad. Desde allí podía tomar un atajo que me ahorraría varios minutos. Mientras conducía pensaba en Robert, ¿podría superar todo esto? ¡Lo haría!, ya no me quedaba duda, ahora que había visto su fortaleza y me imaginaba cómo la había ganado. Un padre del que nunca hablaba, no era un buen precedente; una madre a la que le importaba poco o casi nada en qué andaba su hijo. Había superado los años más complicados de la adolescencia, en fin, se había hecho hombre solo. Y lo admiré por ello, no se había involucrado en drogas ni alcohol, por el contrario, había continuado estudiando. Estaba seguro que en cuanto pudiera establecerse económicamente huiría de ese lugar sin pena ni arrepentimiento alguno.
Mis pensamientos estaban ahora concentrados en George, el abrir aquella gaveta, fue traerlo de nuevo a mis días, aunque nunca dejaba de estar presente en ellos; pero ahora con una intensidad dolorosa. Y el parecido en el que antes no había reparado. El tono azul de los ojos, la sonrisa siempre a flor de labios, su delgada esbeltez. Eran tan parecidos, y tan diferentes. En ese momento entendí que nunca podría tocar a Robert, no es que su belleza no me turbara los sentidos, era que simplemente... ¡no eras tú!, y nadie podría sustituirte jamás, había vivido dieciséis años contigo. Tenía grabadas en mi piel cada beso, cada caricia. La hora del desayuno era nuestra favorita para charlar; y nuestras tardes en que discutíamos sentados uno frente al otro es nuestro sillón favorito por cualquier bobada. No sé cómo resultaba lo nuestro, pero resultaba. Tú casi siempre andabas soñando y yo era tan práctico que podía llegar a la aspereza. Aun lo sigo siendo creo...
Por supuesto Robert y Susan no estaban como siempre en primera fila. Las clases eran una agonía y los muchachos se daban cuenta. Finalmente habían pasado las dos horas, tome mi portafolio y me dispuse a salir, pero una mano tiro de mi brazo suavemente. Al volverme vi a Mariela.
- Profesor Wilson, ¿esta usted bien?, no tiene buen semblante, parece cansado.
- Estoy bien, algo cansado es cierto, pero solo eso. Pediré un mes de licencia, tengo muchas cosas pendientes, le pediré a Stevenson que me remplace - la joven hizo una mueca de resignación.
- ¡En fin!, habrá que conformarse, él no es como usted. Debería patentar sus clases, y venderlas como somníferos.
El comentario de la joven me arranco una sonrisa - no deberías ser tan severa con el profesor Stevenson.
- Bah, ¿Le puedo pedir algo?
- Si claro.
- No use sus días de licencia para seguir trabajando, vaya a algún lado, duerma hasta las once, visite a sus amistades.
- Dormiré mucho Mariela, te doy mi palabra - la joven me extendió la mano y yo se la estreche con afecto.
- Cuídese mucho, en verdad lo aprecio.
- Y yo a ti Mariela. Voy a recoger algunas cosas de mi oficina.
- ¡Pero si se supone que no va a trabajar! Usted me lo prometió.
- Yo solo te prometí dormir mucho.
- Va a ser un mes muy largo - dijo bajando la cabeza.
- Mariela, tienes un gran talento nunca lo olvides ni permitas que alguien te haga dudar de ello.
- ¡No haga eso!, parece que se estuviera despidiendo para siempre.
- Perdona Mariela, no era eso lo que pretendía.
- Voy a la cafetería, no quiero verlo cuando se marche.
La observé alejarse, una futura gran escritora, no en vano era mi alumna estrella. De pronto se dio la vuelta y corrió a mis brazos - ¡cuídese mucho!
- Lo haré.
Me miro largo rato con sus ojos oscuros y profundos, además de brillante aquella joven era bastante intuitiva. Adivinaba la tormenta que tenía dentro de mi, y sin duda quería detenerla con su frágil cuerpo. Resulta que mis ángeles iban en aumento.
- Sé que algo lo hace sufrir mucho...
- Ya veo que no puedo mentirte, en realidad no estoy bien, por eso necesito el descanso para ordenar un poco mi vida.
- Que tenga éxito entonces, lo estaremos esperando. Más de un mes con Stevenson y no respondo de mí - volví a sonreír y nos separamos.
Nadie sabía que hacía un buen tiempo que solicite la licencia y ya estaba aprobada. Me dirigí a mi oficina, tome una caja y puse en ella mi afeitadora eléctrica, mis libros, algunos archivos, descolgué también mis diplomas... en la última gaveta, siempre bajo llave guardaba una foto de George, la miré por unos instantes y la guardé en el bolsillo de la camisa. Ahora era una habitación mas, todo vestigio mío había desaparecido. No deseaba ver a nadie, ni responder preguntas; me deslicé todo lo rápido que pude hasta el auto y puse todo en el asiento trasero. Mire el antiguo edificio - ¡adiós! - musite y puse el vehículo en marcha. Aquel intenso dolor de cabeza volvió a apoderarse de mí, de nuevo los latidos acelerados y sentir que me iba asfixiar. Me orille a un lado de la carretera y espere, espere. Saque las pastillas del bolsillo y me las trague, ahora ya casi no me hacían efecto. Perdí la noción del tiempo, no sé exactamente cuánto tiempo estuve en ese lugar; era como un ir y venir de la conciencia a la nada. Poco a poco me fui abriendo paso entre esa nube oscura. Miré el reloj, habían transcurrido dos horas.
Cuando llegue a casa y abrí la puerta, volví a experimentar ese sentimiento de soledad y tristeza que sentí cuando regrese del funeral de George. Los días me iban carcomiendo por dentro y por fuera, muy pronto ya no quedaría nada. El ruido del teléfono me saco de mis pensamientos, lo deje timbrar una y otra vez, ansiando que quien estuviera del otro lado de la línea comprendiera que estaba ausente; la contestadora tomo la llamada, era la madre de Susan.
- Señor Wilson, buenas tardes. Lo llamé a la universidad, pero me dijeron que ya había salido. Pensé que tal vez le gustaría cenar con nosotras hoy, a eso de las ocho. Espero su confirmación.
Cenar en casa de Susan... por qué no, un poco de compañía me vendría bien. Me apresure a tomar el teléfono.
- Señora Smith, soy el profesor Wilson, me dará mucho gusto cenar con ustedes.
- Se le escucha algo agitado, ¿se encuentra bien?
- Sí, es solo que corrí para no perder la llamada... pero ya ve.
- Lo esperamos a las ocho entonces.
- Hasta las ocho, y gracias por la invitación.
Me arregle cuidadosamente, cada detalle de mi ropa, la corbata del color perfecto para mi camisa azul cielo; los zapatos lustrados, el cabello bien peinado. Ensaye mi sonrisa, que siempre me salía muy mal. Tomé las llaves y salí rumbo a la casa de mi rubio ángel.
Por dentro la casa era más hermosa que por fuera, todo el mobiliario era de muy buen gusto, pero sin caer en la ostentación. Fue su madre la que salio a recibirme, pero de pronto vi a Susan bajando las escaleras a toda prisa para lanzarse a mi cuello.
- ¡Jean, como te he extrañado! - su madre la observaba con cierta reprobación en el rostro - Oh mamá, no pongas esa cara, él mismo me ha dicho que puedo llamarlo por su nombre, además es mi amigo, el mejor de todos.
- Me alegra verte tan recuperada Su.
La joven se me quedo mirando unos instantes. Su dorado cabello descansaba sobre uno de sus hombros. Estaba vestida con unos vaqueros y una blusa de color rosa que le iba de maravilla. Sus mejillas aun estaban algo pálidas, pero el brillo de sus ojos era el mismo de antes.
- Mmmm, te ves algo cansado y... mamá, voy a enseñarle la terraza a Jean, ya regresamos - y sin esperar respuesta me tomo de la mano y me llevo con ella por unas escaleras situadas a un lado del recibidor.
La vista era en realidad hermosa, a lo lejos se podía ver el mar y aspirar su aroma. Atardecía y ver desparecer el sol en el horizonte como hundiéndose en sus aguas, centellando con luces naranjas y rosa; era una de las cosas de las que más disfrutaba.
- Sabía que te gustaría, está es mi hora favorita, siempre subo aquí para ver el atardecer. Por lo menos logré que por unos minutos desapareciera esa tristeza que tienes en los ojos.
- Sabes, eres la segunda persona que me dice lo mismo.
- ¿Quién fue la otra, Robert...?
- No, Mariela.
- ¿Mariela?, no sabía que era cercana a ti.
- Tampoco yo, fue antes de salir, cuando le dije que me pediría una licencia por un tiempo - una sombra cruzo por sus hermosos ojos.
- ¿Una licencia?, ¿por qué?
- Hay algunas cosas que debo arreglar y necesito tiempo - su mano volvió a buscar la mía y la apretó suavemente.
- Has estado pensando mucho en él, ¿verdad?
Dios, es que todos se habían vuelto videntes o yo me había transformado en cristal.
- ¿Cómo sabes eso?
- Jean, te observé cuando me mostraste la foto de George. Tienes esa misma mirada, ¿quieres que charlemos de él?
- Hoy no Su, no podría soportarlo.
Nos quedamos observando los últimos fulgores del sol en silencio.
- Jean, te puedo confiar algo.
- Claro, dime de qué se trata.
- Creo que Robert te ama - mi mano se deshizo de la de ella con más brusquedad de la que hubiera deseado, Susan comprendió que había entrado a un terreno que no le correspondía - Disculpa, pero él y yo somos muy amigos, me basta escucharle hablar de ti para comprender lo que siente; era como verme a mí misma reflejada en sus palabras, en su mirada, en la forma que pronuncia tu nombre y sonríe. No sé si él adivino lo mismo en mi.
- No quiero hablar de eso Susan.
- Por favor discúlpame, no debí decirte nada.
- Hay un momento para todo, y este no lo es - por fortuna la voz de su madre rompió la tensión, nos llamaba para cenar - No te entristezcas, no estoy enojado, solo que me tomaste por sorpresa.
Cuando entramos al comedor, la muchacha estaba tan sonriente como cuando salio a recibirme. Ana me recibió con entusiasmo también. Pase una velada agradable, me reí como hacía mucho no lo hacía; ambas eran tan parecidas, la hermana ahora bromeaba tanto como Susan. Su madre también había abandonado su habitual seriedad y ahora parecía una de sus hijas. Si alguien nos hubiera visto por una de los grandes ventanales le hubiéramos parecido una familia feliz. Las mire sonriendo: Si yo hubiera sido distinto, sin duda hubiera querido unas hijas como aquellas y una mujer como Eleonor. Cuando me marché sentía que todo podía ser más llevadero, pero sabía que solo era una bonita ilusión, cuando volviera a casa todo sería como antes. Además ya no quedaba tiempo.
Mañana sería un día importante, aquella noche encendí la chimenea y en su hogar queme todas las fotos y cartas de George. Saque toda su ropa del armario y la puse en una maleta. Todos mis papeles estaban en orden, ese era yo, nunca dejaba nada al azar; salvo que fue el azar el que me alcanzó a mí.
El verano estaba llegando a su fin, se advertía en las tardes que empezaban a hacerse frías. El sol de mediodía tampoco era el mismo, al mirar al cielo veía como el límpido azul de verano se iba tiñendo de algunos nubarrones grises. Tampoco era el mismo cielo al anochecer, las estrellas ya no parecían disputarse el firmamento. Todo iba a cambiar.
Robert me visitaba casi a diario. Apenas si quedaba algún vestigio de la violencia sufrida, pero yo sabía bien que todo aquel horror aun lo lastimaba terriblemente. Le había entregado hacía mucho la bolsa con sus ropas de aquel día: "Solo tú puedes saber qué hacer con ellas".
Se quedaba conmigo hasta muy tarde, con la cabeza descansando sobre mi pecho y sus brazos rodeando mi cintura. Mirábamos la televisión recostados en el mismo sillón que antes usabamos George y yo. Le fascinaban las comedias; y a mi escuchar su risa, era tan bueno aquel sonido rompiendo el silencio, mi silencio. A menudo se quedaba dormido, entonces me daba cuenta de que no me equivocaba; siempre lo perseguía la misma pesadilla, una que yo conocía muy bien, despertaba temblando y gimiendo siempre lo mismo: ¡basta, basta!, entonces yo lo agitaba suavemente para despertarlo.
Un día llego algo más tarde de lo habitual, estaba resplandeciente.
- Mañana no tenemos clases, podemos estar juntos todo el día. Podemos ir a la playa, luego al cine, después pasaríamos por ese lugar al que fuimos a comer pasta y...
- Vaya, lo tienes todo pensado, ¿y mi opinión no cuenta?
- Claro, dime qué quieres hacer tú.
- Todo lo que tú dices, pero quiero invitar a alguien más - no pudo reprimir un gesto de fastidio.
- Vamos, siempre me tienes a tu disposición, además se trata de alguien a quien conoces bien.
- Ya, no será uno de los pesados de Foster o Stevenson.
- A esos no los invitaría ni a mi funeral, sabes que no soy muy amigo de los profesores. Es Susan, quiero incluirla en nuestros planes, ¿te parece?
- A Susan la puedo tolerar.
- Pues claro que la vas a tolerar o no hay paseo - me miro fingiendo disgusto, pero luego me sonrió - y ya es tarde, así que ve a ponerte la chaqueta para llevarte a casa.
- No quisiera tener que dejarte nunca Jean.
- Si, hasta que empiece a chochear y me lleves en menos de un pestañeo a la casa de reposo más lejana que exista - no sonrío siquiera, me miro con algo de reproche - vamos, sé que no harías algo así, fue una broma tonta.
- Espera, voy al baño un momento
- Bien, voy a sacar el auto, te espero en la entrada.
Cuando regreso tenía una expresión extraña en el rostro, pero pronto la borró con una sonrisa. Se subió al auto y se volvió hacía mi.
- ¿Me das un beso? - sentí que perdía el aplomo.
- ¿Y eso a qué viene? Robert, tú sabes que...
- Sí, si, sé bien lo que sientes, dame un beso... así, solo por que me quieres un poquito.
Tome sus tersos labios entre los míos y le di un beso tierno, que de pronto se hizo profundo. Nos separamos agitados.
Cuando nos despedimos, se quedo un rato apoyado sobre la puerta.
- Perdóname Jean Wilson, pero te amo, a pesar de sé que nunca podré tenerte... ¡te amo! - y se alejo corriendo hacía su casa. Tienes razón mi pequeño ángel, nunca podrás tenerme.
Si aquella noche con Susan y su familia fue maravillosa. No encuentro un término lo suficientemente hermoso para describir el día que pase junto a mis estudiantes predilectos. Desde la mañana que pasamos en la playa, viéndolos correr y tirarse en clavado sobre las olas; sus cuerpos jóvenes y firmes, sus risas. Hasta el atardecer paseando sin ningún rumbo fijo, Robert era siempre muy atento con Susan. Terminamos en el pequeño restaurante para hacer un banquete de pastas y vino, el más delicado, en atención a nuestra invitada.
Acompañamos a Su hasta la puerta de su casa, y no deje pasar la oportunidad para presentar a Robert a la señora Smith. Pareció sentirse muy a gusto con él. Cuando le toco el turno de bajar, el muchacho tardaba en hacerlo.
- Ya es tarde, recuerda que yo no tengo veinte años y apenas si puedo tenerme en pie. Hoy he vivido como si los tuviera y el día me esta pasando la factura.
- Es extraño, pero algo me dice que no debería dejarte solo.
- ¿Quieres la palma de mi mano para leerme la suerte?
- No te burles, es como un presentimiento.
- Vamos Robert, baja de una buena vez.
Me quede esperando hasta ver cerrarse la puerta tras él. Abrí la guantera y sopesé el peso del arma. Jack, espero que estés preparado, porque el destino está por llamar a tu puerta.

Conduje hasta el negocio del sujeto; era un lugar amplio, con varias pistas de circuito, alcancé a contar unas cuatro. A un costado se levantaban dos pequeñas edificaciones; una de ellas era el estacionamiento con relucientes motocicletas muy bien aseguradas, el otro parecía ser la tienda a la que se refería Robert, saque el arma de la guantera y la puse en mi bolsillo. La sentía liviana en el bolsillo de mi saco, tan liviana que podía olvidar que la llevaba en él. Me acerque y abrí la puerta, al instante un timbre anuncio mi llegada; aquel no era el hombre que esperaba encontrar, no tenía el rostro de un ser perverso y sin embargo lo era. Cuanto puede engañar un semblante; este hombre tenía un rostro bastante agraciado, una frente despejada, ojos verdes muy claros, nariz fina y recta, pero lo más apetecible en él eran sus labios. Entendía por qué había causado tanta impresión en mi amigo. Debía tener alrededor de unos treinta y cinco años.
- ¿Qué desea señor? - parecía un poco incómodo ante mi escrutinio.
- ¿Es usted Jack Nolan? - en su semblante pareció encenderse una luz de alerta, de cuántas cosas más tendría que culparse aquel maldito.
- ¿Es usted policía o qué?
- No, no soy policía.
- Entonces, ¿qué demonios quiere?
- ¿Conoce a Robert Johanson?
- Y a usted qué le importa - veía como ahora todas las luces de alarma estaban encendidas en su rostro, recién pude ver todo la crueldad y sordidez que escondía aquel hombre.
- No sé por qué se enoja, es una pregunta simple, ¿conoce o no a Robert?
- No, no conozco a ningún Robert, vienen mucha gente por aquí a diario no esperará que los recuerde a todos.
- Sin embargo estoy seguro que a este si debe recordarlo - cada vez estaba más agitado, el miedo empezaba a apoderarse de él.
- ¿Por qué tendría que recordarlo?
- ¿En verdad quiere que se lo diga?, es demasiado malvado - de pronto apareció como por encanto un grueso bate entre sus manos. Yo continué con el mismo tono tranquilo - Vamos Jack, admita lo que le hizo a Robert, de nada sirve que lo niegue porque yo sé muy bien lo que ocurrió hace dos meses exactamente, un jueves como hoy - Se me abalanzo para golpearme, pero al ver el arma en mi mano se quedo paralizado.
- ¿Quién es usted? - estaba blanco como un papel, y no pude evitar sonreír, aquello no era ni mucho menos el terror que debía haberle hecho sentir al muchacho.
- Soy... digamos... una especie de vengador - No sé en que momento me descuide, pero tenía al hombre sobre mí, tratando de quitarme el arma. Me golpeaba con el bate por todos lados, hasta que consiguió que soltara la pistola que se deslizó por el encerado piso. Escuche la voz de otra persona gritando que se detuviera, el hombre se detuvo.
- ¡Déjalo en paz o te juró que te mato! - era la voz de Robert - no intentes acercarte, sabes que tengo un buen motivo para acabar contigo...
El joven se arrodillo a mi lado, pude ver como dos alas hermosas surgían de su espalda y se plegaban sobre mí para protegerme.
- Jean, llamaré una ambulancia. No debes moverte.
- ¡Sácame de aquí Robert, solo sácame de aquí!, vamos a casa, pronto...
- No puedo hacerlo, si tienes algo roto puedo empeorar tus lesiones si te muevo.
- Ya no importa, te lo ruego.
Entonces me levanto en brazos, no entiendo cómo pudo hacerlo, se le veía tan frágil. Y avanzó conmigo hasta el auto, me acomodo en la parte trasera y nos fuimos de ese funesto lugar.
- Sabía que planeabas alguna tontería, pero no me imaginaba que fueras tan estúpido. Voy a llevarte a un hospital.
- ¡No, vamos a casa!
- Al hospital, y ahora no puedes hacer nada para evitarlo.
- Robert, igual voy a morir, ya no puedes hacer nada, nadie puede hacer nada - el muchacho se detuvo y se volvió a mirarme, sus ojos azules parecían inmensos, eran como un cielo de fines de verano, cuando las primeras lluvias empiezan a amenazar en el horizonte. Debía haber empezado a llover porque sentí unas gotas sobre mi rostro. Pero no eran frías, no lo eran.
- ¿Qué estas diciendo? - su voz sonaba rota.
- ¡Aquí no Robert, por piedad, llévame a casa! - volvió a tomar el volante y no paramos hasta llegar al único hogar que había conocido en mi vida, de nuevo me llevó en brazos y me puso sobre la cama - En el baño, en el gabinete hay un frasco de pastillas, es el único, rápido ve por él - lo vi alejarse a toda prisa.

George, ya empieza el otoño, fue por este tiempo en que nos conocimos, lucías tan bien con tu traje de oficial de Marina; eras el más apuesto de todos, las chicas no te dejaban en paz, pero tú me elegiste a mí. Aquella misma noche nos amamos por primera vez; con timidez al principio, luego perdimos la razón. Eras todo lo que siempre había buscado.

Empieza a llover de nuevo, tengo frío, pero no estoy asustado. Ya nunca volveré a sentir dolor alguno. Ahora las cosas están como siempre debieron estar.


Fragmento de la bella Banda Sonora de "A single man" compuesta por Abel Korzeniowski

13 abril, 2010

Un hombre solitario

Sin embargo aquella noche estaba muy lejos de terminar. Cuando regresé a casa, Robert me esperaba sentado en unos de los escalones de la entrada. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos.
- Robert... ¿qué te sucede?
- Podemos entrar, tengo un poco de frío - cuando lo observé más atentamente me dí cuenta que llevaba una camiseta ligera y sus vaqueros, pero lo que me extraño es que lucía desaliñado. Como si hubiera salido a toda prisa.
- Pasa, te daré algo caliente, estas temblando - trató de ponerse de pie, pero luego volvió a dejarse caer, aquello me preocupo realmente - qué tienes Robert, dime la verdad.
- Aquí no es un buen lugar para hablar... espera, enseguida me levantó.
- Ya basta, no puedes ni dar un paso - abrí la puerta y lo levanté en brazos, lo deposité suavemente en uno de los sillones; me apresure a buscar una manta gruesa para abrigarlo - regreso enseguida, voy a prepararte un té con limón.
Cuando regrese me pareció verle más pálido que antes. En la oscuridad no había reparado en los moretones que tenía a un lado del rostro y en los brazos, aquello me hizo estremecer. Me apresuré a hacerle beber a sorbos el té. Algo de color regresó a sus mejillas.
- ¿Te sientes mejor?, me dirás ahora qué te sucedió.
- Siéntate a mi lado por favor.
Me fui a sentar cerca a él, se movió un poco y apoyo su cabeza en mi regazo, mientras sus brazos me rodeaban la cintura.
- He cometido una locura, una locura que me ha costado muy cara.
- ¿Qué has hecho Robert?
- Aquella mañana me fui sin despertarte, estabas tan tranquilo, y yo me sentía feliz de haber dormido a tu lado, de haber sentido tu calor, tu piel... pero también me dolía tu rechazo. Regresé a casa, mi madre dormía. Me fui a mi habitación y estuve tirado en la cama, mil cosas pasaban por mi mente. No tenía deseos de levantarme, hasta que el sol del mediodía me ánimo un poco - Hola mamá - le dije cuando la vi en la cocina - ¿Y tú qué haces aquí, no deberías estar estudiando? - me respondió malhumorada - No te preocupes mamá, ya voy de salida. Tomé mi moto y me fui al circuito, estuve dando saltos y vueltas por mucho rato. No me había percatado de que Jack, el dueño del establecimiento, me había estado observando todo el tiempo. Entonces dí por terminado el juego y me acerque a él para pagarle.
- Hola Rob, eres muy bueno en esto.
- Es un solo un pasatiempo, lo mío es el tenis.
- ¿Quieres un refresco?
- No quiero nada - Jack es un tipo de unos treinta años, bastante atractivo, hubo un tiempo en que suspiraba por él... pero había algo que no me gustaba; sería esa crueldad que una vez le vi cometer contra un pobre perro que se había refugiado en uno de los estacionamientos. Cogió una llave de autos y empezó a golpearlo, yo me lancé sobre él y me puse delante del infeliz animal- ¡Basta, basta, vas a matarlo! - entonces se detuvo e hizo cómo que no se había dado cuenta que lo estaba golpeando tan fuerte - Eres un bastardo - le grite, mientras recogía al animalito, me fui con el hasta una veterinaria, pero el médico me dijo que tenía varios huesos rotos, no sobreviviría.
Desde aquel día lo deteste en verdad, nunca volví al lugar. Pero a veces los chicos querían ir y me arrastraban con ellos. Yo no llevaba mi motocicleta, me quedaba a un lado observándolos, hasta que se olvidaban de mi y yo aprovechaba para marcharme. En una ocasión, me acerque a la pequeña tienda que tenía al lado por una cerveza. Pero no estaba por ningún lado - Hey, dónde andas, necesito una cerveza - le grite desde fuera, - Estoy aquí, pasa no hay problema - algo me decía que era mejor quedarme donde estaba, pero de todas formas quería la cerveza. Llegué hasta su habitación, escuchaba correr el agua de la ducha, de inmediato me volví sobre mis pasos, pero sentí dos manos fuertes que me sujetaban por los brazos, me hizo volverme, estaba chorreando agua por todos lados y sin nada encima - ¿Te gusto verdad chiquito?, anda vamos a pasarla bien un rato - lo empuje, pero él se apresuro a cerrar la puerta - vamos, no te hagas de rogar, he visto cómo me miras, te voy a dar más placer del que nunca has tenido en tu vida - No me resistí más, me entregue a él y no puedo negar que lo disfrute, fue la primera vez que estuve con un hombre. Volví varias veces a tener sexo con él, porque solo era eso, entre nosotros no existía ni existirían jamás vínculos afectivos. Pero empezó a tratarme con rudeza, a decirme cosas humillantes. Cada vez era peor fue entonces cuando decidí dejar de verlo, tampoco quise acompañar más a los chicos, les dije que ya no era divertido. Hace dos años de aquello. No sé qué locura me llevo ayer a regresar allá.
- Sabía que algún día volverías.
- No estoy aquí por ti imbécil, solo quería correr un rato.
- Estas más guapo que antes, el solo verte me pone malo.
- ¡Toma tu dinero y vete al infierno!
- No quieres recordar viejos tiempos.
- ¿Recordar?, más bien quisiera pensar que nunca tuve nada que ver contigo. Eres un maldito enfermo.
- ¡Vamos a la casa! - y empezó a tirarme del brazo.
- ¡Suéltame idiota, déjame en paz! - empezamos a forcejear, debe haberme noqueado, porque cuando desperté estaba en su cama y con él sobre mí. Creo que el resto... ya te lo imaginas.
Se acurruco sobre mi pecho, hasta que sentí humedecerse mi camisa. Temblaba terriblemente.
- Robert, es necesario ir a la policía, ese desgraciado no puede quedarse sin castigo.
- No, todos se enterarían, no podría soportar eso. Por favor, déjame usar tu ducha, quiero quitarme toda esta suciedad de encima, su maldito olor o voy a enloquecer.
- Si haces eso borraras la evidencia, no habrá forma de meter a ese tipo a prisión, ¿quieres que siga como si nada después de lo que te ha hecho?
- No me importa. Yo no lo denunciaré; no quiero ser el bicho raro de la universidad, que todos murmuren cuando paso a su lado. Además las pruebas que hacen los policías deben ser odiosas; tener a unos tipos hurgando dentro de uno. Y luego tener que relatar con todo detalle lo que paso. Si lo atrapan tendrá que ser sometido a juicio y yo tendré que casi desnudarme frente a toda esa gente... no puedo hacer eso Jean, no me pidas eso.
- Robert, por favor, denuncia a ese hombre.
- ¡No!
- Bien, no puedo obligarte a hacer algo que no quieres, pero estas cometiendo un grave error. El baño está al final del pasillo, enseguida te alcanzó una toalla y algo de ropa limpia.
Cuando regrese ya se había desnudado, tenía la cabeza apoyada sobre el vidrio de las puertas corredizas. Apreté los puños; tenía los muslos llenos de moretones y sangre, la espalda estaba surcada de arañazos.
- ¡Vete!, no quiero que me veas así, ¡vete! - me volví para salir pero de pronto su voz entrecortada me detuvo - no puedo, no puedo solo con esto, ayúdame a entrar a la ducha - cerré los ojos, debía tomar valor para lo que iba a decirle.
- No voy a ayudarte, no me parece justo que ese bastardo te haya dejado así y tú no quieras denunciarlo. Llámame si cambias de opinión y decides ir a la policía - y cerré la puerta tras de mí, me quede apoyado sobre ella, hasta deslizarme hasta el piso. Me abrace las rodillas y hundí el rostro en ellas para llorar. Podía oír sus gemidos de dolor y sus forcejeos intentando entrar a la ducha y abrir las llaves. Escuche el agua golpeando el vidrio. Lo había hecho, finalmente lo hizo. De pronto un golpe seco me estremeció, abrí la puerta. Estaba tirado en el suelo del baño, un corte limpio le surcaba un costado de la frente.
- ¡Robert, Robert, por dios! - le gritaba mientras lo sacudía ligeramente, al fin abrió los ojos.
- Estoy bien, solo resbale al salir. Perdóname Jean, por favor perdóname, pero ya he pagado una cuota muy alta por ser como soy; no estoy dispuesto a pasar de nuevo por todo eso.
Lo ayude a levantarse y lo vestí con una de mis batas, de nuevo lo alcé en brazos y lo acomode sobre mi cama.
- Voy a traer el botiquín para curarte la frente - no me había percatado de ello, pero mi mirada se había endurecido, me di cuenta cuando me observe en un espejo de la habitación.
- No me odies Jean, te lo ruego.
- No te odio, pero has cometido una estupidez, ahora ya no se puede hacer nada.
Regresé con lo necesario para curarle, un pesado silencio reinaba entre los dos. No le perdonaba el permitir que aquel hombre no recibiera su castigo; pero odiaba como nunca en mi vida había odiado a ese Jack, si hasta su nombre me producía una sensación de nauseas. Ver los golpes en su rostro en su cuerpo, la sangre manchando su piel; no quería imaginar la brutalidad con que lo había violado, el dolor y la angustia que debía haber sentido.
- Nunca más querrás siquiera abrazarme, te debo asquear. Fui yo quien me busque todo esto.
- Nada ha cambiado, eres mi ángel, puro y hermoso - me quite la chaqueta, la corbata y los zapatos y me acosté a su lado. El se acomodo como siempre, dejando descansar su cabeza sobre mi pecho, yo acaricie sus cabellos con toda la dulzura de la que era capaz. De nuevo empezó a llorar y yo lloré con él.
- Jean, me duele mucho, no, no es lo físico, es un dolor que no puedo describirte. Es como si hubieran matado algo en mí.
Me levanté y le bese sobre los ojos como él hizo aquella vez conmigo - yo te curaré, no te digo que el dolor desparecerá, pero por lo menos te lo haré más llevadero. ¡Te lo juro Robert! - el muchacho me estrecho con más fuerza, seguí acariciándolo hasta que se quedo dormido. Quise moverme para arroparlo mejor, pero entre sueños se apretaba más a mi.

George, tú sabrías qué hacer. Qué debo hacer con este ángel, no puedo abandonarlo. Estoy perdido... perdido.
Dicen que la justicia es ciega... pues esta vez será más ciega que nunca, porque yo me voy a encargar de ti Jack. Las escorias como tú no deben existir. Una de estas noches, cuando estés tranquilamente dormido en tu cama. Durmiendo tan bien como si nada pesara en tu conciencia... la justicia te alcanzará y vendrá de mi mano. Sabes, aun guardo ese revolver con aquella bala que era para mí, por algo el destino desvió su ruta para ponerla en la tuya.

11 abril, 2010

Un hombre solitario

Me levanté y fui a ducharme, pasaban de las seis. Mi rutina se había roto, al menos por este día. No hubo tiempo para contemplaciones en el espejo; apenas tuve tiempo de coger una camisa, el resto de mi indumentaria y salir a toda prisa hacía el auto.
Durante el tramo del camino que sabía encontraría libre, aceleraba al máximo permitido, el aire golpeando con fuerza mi cara me iba despertando del todo. Ayer había sido un día tan extraño, que a menudo pensé si realmente lo había vivido o solo fue un sueño. Pronto me encontré en medio de un tráfico terrible ¡lo sabía, lo sabía! unos minutos más tarde y no me libraría de este fastidioso atasco. Pasaron veinte minutos antes de salir del atolladero aquel, pero en ese tiempo pensaba en qué iba a ocurrir cuando tuviera de nuevo frente a mí a Robert. Cómo podría mirarlo con naturalidad después de lo ocurrido entre nosotros. Habíamos traspasado los muros de una relación formal, había faltado muy poco para... , y ¡él era mi alumno! Cómo permití que llegáramos a esa situación. Yo era el adulto, quien debía haber detenido las cosas en lugar de dejarme llevar por un arrebato. Qué consecuencias traería todo aquello. Cuando tomé el camino hacía la universidad mis manos temblaban ligeramente sobre el volante y el corazón se me aceleraba. Tenía miedo de llegar, tanto miedo.
Finalmente estacione el auto y atravesé el lugar corriendo, ya llevaba diez minutos de retraso; durante todo el tiempo que enseñe en la universidad, nunca había llegado tarde. Llegue jadeando hasta el aula, me detuve en el pasadizo para tomar un poco de aliento y acomodarme la corbata. Respiré hondo y transpuse el umbral, todos los muchachos estaban ya reunidos... excepto Susan y Robert. Puse mi portafolio sobre el escritorio y me apoye con las manos sobre él; no sabía cómo sentirme ante su ausencia, si debía estar aliviado o triste, debo reconocer que era este segundo sentimiento el que ocupaba más espacio. Los dos asientos vacíos de mis alumnos favoritos. Los demás jóvenes parecían no haber reparado en mi presencia porque seguían charlando exactamente igual como antes de que entrara. Vi a Mariela, darle un codazo a su compañero y así poco a poco todos fueron guardando silencio.
- Debo disculparme por mi tardanza, el tráfico me hizo perder unos minutos.
Todos me miraron como diciendo, ¡está bien, cuál es el problema!, solo la joven latina se levanto y hablo.
- Está bien profesor, es solo que nos extrañaba que no llegará, usted es siempre tan puntual.
- Gracias Mariela, ya veré como les compensó estos minutos.
Pero pese a mis esfuerzos, aquella no fue una de mis mejores clases, me distraía por instantes. Finalmente, les pedí que leyeran un capítulo de "Crimen y castigo", estábamos estudiando a los escritores rusos, después lo comentaríamos. Eso me permitió poder levantarme y mirar por la ventana, a lo lejos podía divisar las canchas de tenis. Me quede contemplándolas y sin querer mi vista se volvió al lugar que siempre ocupaba Robert. ¿Dónde estas chiquillo, dónde estas? De nuevo miré hacía afuera y me perdí en los recuerdos de la tarde anterior; el juego, sus palabras, su sonrisa...
- ¡Profesor!- de nuevo era la voz de Mariela.
- Bien, quién desea empezar. Tu Jonathan, podrías decirle a la clase qué opinas de lo que has leído - el chico se levantó algo desganado, la ausencia de Susan también le afectaba. Empezó a hablar, pero su explicación era inconexa, por ratos se trababa; era evidente que había visto solo una palabras una tras otra, pero que en conjunto no le habían dicho nada.
- No esta mal, pero creo que debes leer el capítulo con más detenimiento Jonathan. ¿Alguien quiere opinar?
Algunas manos se levantaron, la de Mariela también. Aquella muchacha era brillante, siempre sacaba las mejores notas y sus opiniones eran dignas de ser escuchadas.
- Empieza Mariela, te escuchamos.
La joven consiguió sacarme de mis pensamientos y traerme al atormentado mundo de Raskolnikov. Sin duda tenía un talento innato, había leído muchos de sus escritos, no me extrañaría que en un futuro no muy lejano se convirtiera en una excelente escritora.
- Bien Mariela, has sabido captar la esencia la lectura - la joven me sonrío y se sentó tranquilamente sin ufanarse.
Finalmente la clase terminó, pero antes de que los chicos empezaran a marcharse los detuve unos instantes.
- ¿Sabe alguno de ustedes algo de Susan?, hace dos clases que no viene.
Nadie contesto nada en concreto, solo escuchaba murmullos, pero entre ellos alguien dijo algo lo suficientemente alto para que pudiera escucharlo - "Parece que le rompieron el corazón a la pobre" - era una voz con un cierto tono de rabia, reaccione de inmediato.
- ¿Quién ha dicho eso? - veinticinco pares de ojos se volvieron hacía mi expectantes.
- ¿A que se refiere profesor?
- Un comentario sobre corazones rotos creo - Jonathan se adelanto, sus ojos me miraban con autentica ira, por un momento pensé que me iba a dar un golpe cuando vi como apretaba los puños.
- Fui yo profesor.
- El resto puede salir, tú quédate Jonathan - el grupo salio hablando entre ellos en voz baja y sin quitarnos la vista de encima. Cuando todos salieron, cerré la puerta, me senté en una de las carpetas y le pedí que se sentará en otra frente a mi.
- ¿Por qué dijiste eso?
- Creo que usted lo sabe bien profesor.
- ¿Qué tengo yo que saber? - de nuevo sus ojos me miraron de aquella terrible forma.
- Susan está enamorada de usted, no se haga el desentendido.
- Pero, con qué derecho me hablas de ese modo.
- Con el derecho de que yo la quiero.
- Sabes bien que los profesores debemos mantenernos al margen de cualquier relación que no sea puramente docente con los alumnos - sin querer, una de mis manos se paseo por mi frente. Allí estaba yo mintiendo descaradamente, siendo un hipócrita - Jonathan, nadie puede mandar en los sentimientos de los demás, no puedes obligar a nadie a que te ame. ¿Dime, has intentado acercarte a ella, invitarla a salir o solo te has limitado a contemplarla? - el muchacho bajo la mirada.
- Susan es una alumna especial, como lo es Mariela, no hay nada más.
- Quizá de parte de usted, pero qué me dice de Susan.
- No tienes derecho a preguntar algo que solo le concierne a ella.
- Basta ver cómo lo mira y lo sigue a todos lados.
- ¡Ya basta Jonathan!, creo que ya fue suficiente.
- ¿Por qué preguntó por ella, entonces?
- Pregunté cómo lo haría por cualquiera de los muchachos si falta más de un día - trato de seguir con la discusión, pero yo lo evite levantando una mano como señal de que daba el asunto por terminado. Jonathan salio del aula y yo me quede con la seguridad de que me había ganado un enemigo.
Tenía la idea de preguntarle a la asistente de clase que averiguara lo qué ocurría con Susan, pero luego de aquella conversación ya no estaba seguro de si era lo más sensato. Sin embargo mi preocupación era sincera, además no iba a dejarme intimidar por un alumno.
- Sandy, por favor, podrías averiguar si la alumna Smith se encuentra bien, hace dos días que no asiste a clase.
- Claro profesor Wilson, en unos minutos le llevo la respuesta a la sala de profesores.
- ¿No te importa si espero aquí?
- No, claro que no - la vi buscar con su delgado dedo en un listado y luego marcar un número de teléfono. Me aleje para darle privacidad.
Sandy era una mujer que llevaba varios años trabajando en el área administrativa de la universidad. Era una persona muy agradable, siempre estaba dispuesta a colaborar. No recordaba haberle visto nunca hacer un mal gesto. Debía estar alrededor de los cincuenta años, pero tenía el ánimo y la vitalidad de una muchacha de veinte - ¡Profesor!, la escuché llamarme.
- Dime Sandy.
- Me contestó su madre, dice que está enferma desde el martes por la tarde. Está con fiebre, ya ha ido el médico a verla, pero al parecer no encuentran el origen de la fiebre, si no mejora la van a trasladar a una clínica - debí haberme puesto muy pálido, porque la señora se levanto y se acerco rápidamente a mi lado - Profesor Wilson... ¿se encuentra bien? Dios, parece que va a desmayarse... - Sandy estaba a punto de iniciar un alboroto.
- Estoy bien Sandy, es solo que no he probado bocado en todo el día - lo que pretendí sea una mentira, resultó siendo cierto, en todo el día no había comido nada. Pero yo sabía bien que no era aquello lo que me había alterado tanto. Sé que no es lo usual... pero me darías su número de teléfono, me gustaría conversar personalmente con su madre.
- Sé lo doy si me promete que en este momento se va directo a la cafetería.
- Te lo prometo
- Me basta, usted es un hombre de palabra, tenga - y me tendió un pequeño papelito rosa.
- Gracias Sandy.
Me fui directo a la cafetería, en verdad no me sentía muy bien; el no ver a Robert, la discusión con Jonathan y para cerrar la tarde, enterarme que Susan estaba enferma. Me pedí un par de emparedados livianos y un capuccino. Lo único que deseaba era irme a casa. Por suerte ese día solo tenía clases con ese grupo.
La cabeza había empezado a dolerme terriblemente. Los tres nombres resonaban en mis oídos. Hubo un instante en que vire ligeramente con el coche y casi fui a dar con el parachoques del auto que venía en sentido contrario. Tuve que acelerar para evitar escuchar los insultos del hombre. No podía seguir, me orille a un costado de la carretera. El dolor era insoportable, me quede unos instantes con la cabeza recostada sobre el borde del asiento, tenía el pulso acelerado y me costaba respirar. Tarde varios minutos en recuperarme; cuando volví a tomar la carretera todavía sentía un fuerte latido en las sienes. Bajaría en la primera farmacia que viera en el camino para comprar un analgésico.
Estacione el auto de cualquier manera en la cochera y entré a la casa. Solo deseaba tomar las pastillas y tirarme a la cama. Quería dormir, dormir, no quería pensar en Robert, ni en Susan, mucho menos en Jonathan, quería sacarlos de mi cabeza. Cómo podía haber hecho tantos estragos en las personas sin darme cuenta.
Debí haber tomado una dosis mayor a la que me indicaron en la farmacia porque me desperté cuando daban las nueve. El dolor de cabeza había desaparecido pero me sentía amodorrado. Busque en mis bolsillos el papel con el número de Susan, lo mire como si se trataran de jeroglíficos, dudaba de si era una hora conveniente para llamar. Tome el teléfono y marque los números, una voz de mujer me contesto.
- Buenas noches, la familia Smith.
- Sí, quién habla.
- Soy Jean Wilson, profesor de literatura de Susan. Me informaron que estaba enferma y quise saber cómo seguía. Ella es muy buena alumna...
- ¿Jean Wilson? - la voz de la mujer sonaba alterada - ¡dios es usted!
- No la entiendo señora
- Venga a verme señor Wilson - oía la voz de mujer convertirse en un sollozo.
- ¿Qué le sucede?
- Solo venga, apunte la dirección - tome una libreta que tenia en un cajón del velador y un lapicero.
- Dígame señora Smith.
- State Hall 332, es una casa que está en una esquina, tiene grandes ventanas, le será fácil reconocerla. No tarde, se lo ruego - cuando colgó el teléfono pude escuchar su llanto.
Me acomodé las ropas, saque el auto de la cochera. Nuevamente estaba en la carretera. Aquel día se había convertido en una pesadilla que parecía no tener fin. Tarde casi una hora en ubicar la calle. La mujer tenía razón, era una casa hermosa, con sus grandes ventanales iluminados, todas las cortinas estaban corridas, salvó una, a través de ella me pareció ver la silueta de alguien. En cuanto estacione el auto la luz se apago enseguida. Apenas había puesto un pie en el umbral cuando la puerta se abrió; tras ella apareció una mujer de edad mediana, de cabellos de un rubio muy parecido a los de Susan, no cabía duda de que se trataba de su madre. Me miraba fijamente, como si quisiera adueñarse de mis pensamientos.
- Lo he visto en varias ocasiones, cuando he tenido que ir por la universidad.
- Disculpe, pero yo no la recuerdo señora.
- Me lo imagino, con tanta gente que va y viene no tendría por qué recordarme - con un gesto me invitó a entrar - tomé asiento, espere un momento quiero mostrarle algo.
- ¿Cómo sigue Susan?
- Ella no está aquí ahora, está con su hermana en la clínica, yo estaba con ellas, había regresado por unas cosas cuando usted llamó.
La mire angustiado, no podía creer que aquella chiquilla alegre y dulce, estuviera tan enferma que había sido necesario internarla.
- ¿En verdad le importa mi hija?
- Señora, piensa que estaría aquí si no me interesa por ella.
- Cuál es su interés por Susan
- ¡Por dios señora Smith!, yo no pretendo nada de su hija. Es una chica muy buena, es difícil no apreciarla.
No me respondió, solo la vi subir por las escaleras, cuando volvió a reaparecer llevaba un pequeño libro de tapas rosadas en las manos. Me lo tendió en silencio y se sentó frente a mí. Me sentía como el acusado que aguarda que el jurado delibere para dictar su sentencia.
Abrí el libro, un aroma suave se desprendió de él, era el mismo perfume que siempre llevaba Susan. ¡Era su diario!
- Yo no puedo leer esto, y usted tampoco debió haberlo hecho. Aquí están sus secretos, sus pequeñas alegrías o sus desencantos... cosas que ella confía a estas páginas porque no desea decírcelas a nadie más. Pienso que ni siquiera usted tenía derecho a leer nada.
- Qué haría si ve que su hija va perdiendo poco a poco su alegría, se vuelve cada vez mas taciturna y en su mirada no encuentra más que tristeza, una tristeza que hace que un día ya no quiera levantarse de la cama hasta enfermar. ¿Qué haría usted?, ¿No movería cielo y tierra para saber qué está matando a su pequeña? - la mujer estaba ahora casi gritando, con una voz llena de angustia - ¡Léalo, léalo, su nombre está en todas partes!
Comencé a repasar el libro; parecía un itinerario de todas las cosas que habíamos hecho juntos. Los temas de las clases; lo guapo que era, lo mucho que le gustaban mis ojos castaños, lo estupendas que eran mis clases. Las veces que me había acompañado a la sala de profesores. Todo alternado con letras de canciones románticas. Allí estaba el incidente con Foster y... cada palabra que yo le dije la última vez que nos vimos. Y terminaba con: "El no me ama, creo que ni siquiera le simpatizó. No volveré a la universidad, no volveré a ningún lado".
El libro se escapo de entre las manos y yo agaché la cabeza para ocultar mis desazón.
- Yo ignoraba que fuera algo tan serio, pensé que era una ilusión de chiquilla; que pronto aparecería un guapo chico y se olvidaría de todo, le juro...
- Perdone, no quise ser tan dura, pero me resulta insoportable ver a mi Susan así.
- Dice que iba de regreso a la clínica, permítame que la acompañe - Asintió con un gesto leve, tomo una pequeña maleta que estaba sobre uno de los sillones y salimos juntos - yo la llevaré, no está en condiciones de conducir - De pronto me tomo de brazo con fuerza y entre lágrimas me repetía que la ayudará a sacar a su niña del abismo en que se encontraba - Hare lo que sea por ayudarla, se lo prometo.
Notar tardamos mucho en llegar a la clínica. Ella iba delante mío para indicarme el camino, cuando llegamos a la habitación pude verla tendida en una cama, tenía una vía adherida a su brazo izquierdo, estaba pálida y ojerosa; parecía dormir. A su lado estaba una muchacha muy parecida a ella pero algo mayor. Cuándo me vio, miro a su madre extrañaba.
- El es el señor Jean Wilson, ella es Ana, mi otra hija - la joven debía estar enterada de todo el asunto porque me dirigió una mirada fría y ni una palabra de saludo salio de sus labios.
- Ana, no seas grosera; he podido entender muchas cosas. El señor Wilson no es lo que nos imaginábamos - pero Ana seguía con un gesto adusto grabado es sus facciones.
- Buenas noches, señor Wilson.
- Buenas noches Ana, por favor me dejarían a solas con Susan.
- ¡Por supuesto que no!- rugió la muchacha.
- ¡Basta ya Ana!, ven conmigo a la cafetería.
Cuando salieron me acerque a la cama. Susan, niña hermosa, por qué tuviste que poner los ojos en mí.
- Susan, llamé suavemente - la joven abrió los ojos y una sonrisa se dibujo en sus labios.
- Profesor Wilson, ¿usted aquí? - me cogió una de las manos y la retuvo entre las suyas.
- Llámame Jean, siempre que estemos fuera de la universidad - le dije dándole un golpecito en el brazo libre.
- ¿Por qué ha venido a verme?
- Porque me importas mucho Su.
- ¿Me quiere entonces? - y sus ojos se iluminaron.
- Claro que te quiero mi ángel, pero no de la forma en que un hombre ama a una mujer. Te quiero como la más preciada de mis amigas.
Los ojos de la chiquilla volvieron a ensombrecerse y de nuevo por sus mejillas resbalaron unas lágrimas.
- No Su, no llores, por favor. Debo decirte algo, algo muy personal, pero debes prometerme que esto quedará entre tú y yo; ni siquiera debes mencionárselo a tu madre. ¿Podrás guardar este secreto? - la joven asintió.
- Susan, eres muy bella, cualquier hombre hubiera envidiado la suerte que he tenido de que una joven como tú pusiera los ojos en mí. Sabes, yo habría enfrentado todo, los prejuicios por las edades, las sanciones en la escuela, las habladurías; todo, por tenerte a mi lado. Pero sucede... - le iba a contar esta niña mi secreto, ¿sería sensato hacerlo, o empeoraría su situación?.
- Dime Jean, qué es lo que debes decirme.
- Susan, a mi no me agradan las mujeres. Desde hace ocho años compartía mi vida con George, él murió en un accidente automovilístico tres años atrás. Yo lo amaba Susan, lo amaba tanto que quise morir junto con él. Siempre he llevado una conducta intachable en la universidad, nadie sospecha nada - los ojos de Susan, se abrieron muy grandes y me miró como si no creyese una palabra de lo que le decía. Me lleve la mano a uno de los bolsillos, busque mi billetera y entre un escondrijo saque una foto; en ella estábamos George y yo sonrientes y abrazados, era de aquel largo verano que pasamos juntos. Puse la foto sobre el regazo de la muchacha. Ella la observó largo rato.
- Se ven tan felices, ¿lo amaba mucho verdad?
- Aún no puedo olvidarlo, pienso que nunca lo haré.
- Jean, yo no sabía nada sobre ti. Debo parecerte tan tonta.
- No, solo una joven sensible y romántica, pero debes tener cuidado Su, este mundo es duro. Entonces, ¿quieres que seamos los mejores amigos? Deseo verte bien y que vuelvas a ser esa Susan alegre y hermosa.
- La joven se levanto un poco y me estrecho fuertemente.
- Nadie sabrá jamás nada por mí. Y si quiero ser tú amiga favorita, tú ángel como antes.
- Siempre has mi ángel mi Su, siempre.
Cuando su madre y su hermana regresaron, nos hallaron hablando amenamente, y a Susan sonriendo y poniendo esos gestos de niña traviesa que tanto me agradaban. Su madre corrió hacía mi y me abrazo con fuerza.
- No sé que le habrá dicho, pero le doy las gracias. Si alguna vez quiere visitarnos siempre será bienvenido.
- Sr. Wilson lo juzgué con ligereza, perdóneme por favor. Ver a mi hermana sonreír de nuevo es algo que... - y me dio un beso en la mejilla.
- Ya debo irme, pero quiero verte pronto en clase Susan. No quiero que te atrases en el curso.
- Si pudiera mañana mismo estaba allí, pero estoy segura que no me dejarán salir tan pronto de aquí... ¡como odio los hospitales!
- Ten paciencia, creo que un par de días serán suficientes. ¡Buenas noches a todos!
Mientras iba por el corredor un profundo sentimiento de satisfacción me llenaba el corazón. Había salvado a uno de mis ángeles, ahora me faltaba ir tras el otro.

08 abril, 2010

Un hombre solitario (continuación)

Las clases habían concluido, Susan no se presentó aquel día, si mañana tampoco se presentaba, vería la forma de contactarla. Me había acostumbrado tanto a su dulce compañía, que el tiempo transcurrió como si algo no encajará, como la pieza de un rompecabezas que se quiere poner a la fuerza. Robert debía estar entrenando, así que tampoco estuvo conmigo camino a la sala de profesores. Mis ángeles me habían abandonado a mi suerte.
Busque la cancha de tenis, allí estaba Robert en todo su esplendor; vestido con unos pantalones algo ceñidos y cortos de color azul y remera blanca con ribetes haciendo juego, era ágil como un felino, de reacciones prontas, y apenas estaba entrenando. Me senté algo lejos de la cancha, quería pasar lo más desapercibido posible. Pero cuando el entrenamiento terminó, el joven me divisó y me hizo señas para que me acerque, el lugar estaba casi repleto.
- Señor Wilson, ¿pero qué hace allí tan lejos? Yo le tengo un asiento reservado en primera fila.
- Mejor me quedo donde estoy Robert.
- No, usted se queda aquí o juego terriblemente mal.
- Por dios, no actúes como un niño.
- Cualquiera diría que quiere esconderse.
- ¿Esconderme? No, no es eso, solo que no me gusta llamar la atención.
- Siempre lo acompaño, soy uno de sus ángeles como dijo el profesor Foster, así que es completamente normal que este aquí.
- A propósito, sabes algo de Susan.
- No, no sé nada de ella - me pareció que una sombra de fastidio asomo por unos segundos en su rostro - luego se sentó en el banco y empezó a despojarse de la camiseta. Mi respiración se aceleraba, sentía que temblaba ligeramente a la vista de su piel dorada, sus abdominales firmes y el ligero vello recorriendo su pecho hasta adelgazarse y perderse en la línea de sus pantalones. Se levantó y mi vista recorrió sus caderas firmes y sus piernas musculosas por el juego continúo. En verdad era tan hermoso aquel muchacho. De pronto se volvió hacía mí, tan rápido que apenas pude desviar la mirada de su cuerpo.
- ¿Le gusta?
- ¿Qué?, de qué hablas- mis mejillas ardían.
- Si le gusta cómo juego.
- Lo haces muy bien.
- Me alegra que le gusté, porque hoy jugaré solo para usted.
Trate de decirle algo, pero tenía la boca seca, ninguna palabra acudía a mis labios. El me sonrío, y luego se alejó hacía el lugar que ocupaba el juez.

Ambos muchachos eran buenos, dominaban bien las técnicas del juego; los golpes, las empuñaduras, los efectos, las posiciones corporales y los desplazamientos, ambos eran fuertes y resistentes, pero Robert era el mejor y con un ace magnifico dio por finalizado el juego. Sentía una satisfacción absurda, pero él me había dedicado aquel triunfo y cuando le vi levantar el pequeño trofeo y dirigirme una sonrisa en medio de la gente que empezaba a aglomerarse en torno al joven sentí que algo parecido a la felicidad surgía en mi ser, una felicidad olvidada. Me levanté de mi lugar, ya lo felicitaría luego, ahora era su momento de gloria y debía disfrutarlo al máximo.
Caminaba lentamente hacía el estacionamiento cuando sentí a alguien correr tras de mí, se trataba de Robert. Todavía vestía su tenida de juego.
- ¿No va a felicitarme?, después de todo, el juego era para usted.
- Claro que sí, pero es que estabas tan rodeado de gente...
- A mi no me importa la gente, solo usted.
Extendí mi mano para felicitarle pero el muchacho se lanzó a mis brazos, su aroma me inundó, su cuerpo joven pegado a mi cuerpo; al principio solo me deje abrazar, no sé en que momento mis brazos lo rodearon también. Estábamos a un lado del estacionamiento, enlazados, en una forma que a cualquiera que nos hubiera visto le habría parecido excesiva.
- No se vaya espéreme, voy a darme una ducha y regreso. Tenemos que celebrar mi triunfo.
- ¿Y tus amigos?, deben estar esperando por ti.
- Ya inventaré algo, sí, les diré que nos reunamos más tarde... no se vaya.
- De acuerdo, te espero en el auto.
Algo me decía que no estaba bien aquello, no era ético intimar con los alumnos, además que era una regla; si alguien nos sorprendía la pasaríamos muy mal. Varias veces puse la llave en el encendido; mi conciencia me decía que debía irme, huir de allí, sin embargo algo me obligaba a quedarme. Cerraba los ojos y su aroma me embriagaba de nuevo, el peso de su cuerpo sobre el mío, sus manos en mi espalda. Robert... ¿qué me sucede? solo tú sabes la respuesta.
De pronto unos toques en la ventanilla me despertaron de mis ensueños, era el joven. Ahora vestía unos jeans y una remera azul. Azul, azul, ¿por qué azul?
- Creí que no me esperaría.
- Siempre cumplo mis promesas. Dime, ¿te gusta mucho el azul?
- Si, hace juego con mis ojos - y soltó una pequeña risa. Cómo él, murmure sin querer
- ¿Qué dice?
- Nada, nada. Bueno, ¿qué quieres que hagamos?
- Vamos a comernos un buen plato de lasaña y champagne, después de todo estamos celebrando.
- Esa no es una buena mezcla, la comida italiana se acompaña con vino.
- Yo no sigo los convencionalismos, hago lo que me agrada. Soy diferente a los demás.
- Champagne entonces. ¿A qué te refieres con eso de qué eres diferente?
- No me gustan las mismas cosas que a todos. Ya no pregunté mas, todos tenemos nuestros secretos ¿verdad? - su respuesta me silencio del todo, mil cosas pasaban por mi mente como un torbellino. Por qué ese apego excesivo, ¿buscaba un sustituto de su padre?, o acaso... detuve mis pensamientos en ese justo momento, no quería ir más allá. Era como mirar dentro de una caja en la que se espera encontrar una sorpresa y luego tener que cerrarla desilusionado al hallarla vacía.
Comimos mucho y bebimos para celebrar, Robert tenía 20 años, así que ya era mayor de edad y tenía libertad para hacerlo. Compramos una botella de vino para llevarla con nosotros.
- Estamos un poco bebidos, es mejor que no conduzca. No quiero ningún policía cerca.
- Podemos caminar hasta su casa, ¿estamos cerca, creo?
- ¿Cómo sabes tú dónde vivo?
- Porque lo he seguido.
- Eres un chiquillo loco, ¿qué razón tenías para seguirme?
- Curiosidad.
- ¿Curiosidad?, tan extraño soy que debes estudiarme como un bicho.
- No, no ese tipo de curiosidad.
- ¿Cuál entonces?
- Estudio lo que me interesa.
- Y yo te parezco interesante - no dijo nada, solo se quedo mirando el suelo. Después de unos instantes volvió a hablar.
- Estamos cerca a la playa, vamos allá a beber nuestro vino. Y después si quiere podemos ir a su casa.
Me sorprendía la franqueza de este muchacho, nada parecía detenerlo. Ahora era yo quien sentía curiosidad, a dónde quería llegar con todo esto.

Empezaba a anochecer, el cielo era hermoso a esa hora, azules y naranjas se confundían con la oscuridad que se empezaba a adueñar del cielo. Cuando llegamos a la playa ya había anochecido, solo el resplandor de la luna nos iluminaba. Nos sentamos sobre la arena y estuvimos un largo rato sin decirnos nada, arrullados por el ir y venir de las olas.
- Hace calor - me dijo, sin mirarme.
- Sí, bastante.
- Por qué no abre el vino.
- Todavía siento los efectos del champagne ¿y tú quieres beber más?
- Tiene razón, el beber nos hace olvidar y yo no quiero olvidar este día. Es como un sueño.
- Claro, has ganado el torneo, jugaras con otras universidades... - me interrumpió algo enojado.
- No, no es por eso, es porque estoy aquí, a su lado - de pronto se levantó, Robert era impredecible - ¡Vamos a bañarnos!
- Que ocurrencia la tuya - entonces empezó a despojarse de sus ropas, hasta quedarse completamente desnudo ante mis ojos. La luna brillando en su piel, era como un Adonis de mármol. Corrió hasta el agua y se zambulló en ella con una deliciosa plasticidad. ¡No me hagas esto muchacho, no sabes lo qué estas haciendo!
- Esta casi tibia, venga, vamos venga.
Podía aceptar una invitación así, debía, quería. El parecía aguardarme, danzando con gracia en el agua, con la seguridad de que no podría negarme a su llamado.
Estaba loco, loco, no sé cómo me encontré quitándome las ropas y corriendo hacía él. Me sumergí, en verdad era refrescante. Robert se acercaba cada vez más a mí, unos centímetros más y perdería por completo la cabeza. Sus manos acariciaron mi rostro con ternura y luego acerco sus labios a los míos. Lo rechacé suavemente.
- No Robert, no hagas nada de lo que después te arrepientas.
- Usted me gusta de hace mucho, no, es más que eso... creo que lo amo.
Amar, amar, había quitado esa palabra de mi mente para siempre. George aun lo abarcaba todo en mi vida, estaba muerto desde hacía tres años, pero lo extrañaba al desayunar, al ducharme, al dormir.
- ¡No Robert! - pero él hizo caso omiso a mis negativas, empezó a besarme con dulzura, sus manos recorrían mi espalda suavemente... entonces mi boca se abrió para recibir la suya al igual que mis brazos para estrecharlo. Sentir otra piel después de tanto tiempo era una sensación extraña, era como entregarme a alguien por primera vez. George, perdóname, pero no puedo resistirme mas.
- Llévame a casa, quiero estar contigo siempre, siempre - me murmuró al oído.
- Robert no debemos, esto está mal.
- Nada está mal, ya no - me tomo de la mano y salimos del agua para vestirnos con prisa.
El camino se nos hizo corto, las manos me temblaban y las llaves se mezclaban entre mis dedos, no podía hallar la correcta. Suspiré al fin di con la maldita llave, abrí la puerta y fue como si un aire nuevo y cálido barriera con algunos recuerdos. Quise encender las luces, pero su mano me detuvo.
- No, deja todo así - y de nuevo me regalo la belleza de su desnudez.
- Yo borraré esa tristeza de tu mirada.
- Niño tonto, no sabes nada, nada.
- Dame está noche, solo está noche... mañana puedes olvidarlo todo; pensar que nunca fui tuyo - había tanto candor en sus palabras, que lo tome en mis brazos y le di un beso suave en la frente.
- No puedo Robert, no puedo.
- ¿No quieres estar conmigo, acaso no te agrado? - me dijo bajando la mirada y recogiendo sus ropas.
- Me gustas mucho, pero amo a otra persona. No mereces que disfrute de ti y luego te deje.
- ¿Puedo quedarme está noche?, no haremos nada si no quieres.
- ¿Y tú madre?
- Ni se dará cuenta si he vuelto o no.
- Espera, voy a quitarme está ropa húmeda, y a ponerme algo...
- No te pongas nada, quédate así conmigo abrazados, te prometo que estaré quieto.
Busque unas cobijas, las acomodé sobre la moqueta y me quite la ropa. Me acosté a su lado, él apoyo su cabeza sobre mi pecho, y yo deje mis dedos entrelazarse en sus cabellos. Que extraño era todo aquello, hace unas horas lo deseaba y ahora que lo tenía desnudo en mis brazos; el deseo se había transformado en una inmensa ternura.
- ¿A quién amas tanto? - su pregunta me tomo desprevenido.
- No quiero hablar de eso. Todavía duele.
- ¿Es que ya no te ama?
- Estoy seguro que si estuviera aquí me seguiría amando.
- ¿Dónde esta, discutieron, te dejo?
- Se fue a un lugar donde no puedo ir, no me dejo, él no me hubiera dejado nunca.
- No te entiendo.
- El está muerto Robert, muerto... y sin embargo lo siento en cada cosa que respiró. Está casa la compramos juntos y con él viví los años más felices de mi vida.
- Muerto, ahora entiendo tu mirada siempre triste, ese no querer intimar con nadie. ¿lo extrañas mucho?
- Cada día.
Se acomodo sobre uno de los codos y poso sus labios sobre cada uno de mis ojos, luego volvió a acomodarse en mi pecho.
- Si pudiera quitarte ese dolor lo haría, pero no sé cómo luchar contra esto.
- Solo quédate así, abrázame fuerte, déjame sentir tu calor. Sabes, tu me alivias tanto... tanto.
- Pero no lo suficiente.
- Ya no hables más - y le puse un dedo sobre la boca.
Nos quedamos dormidos, al despertar lo busqué a mi lado, pero ya no estaba.
Niño tonto, te dije que no sabías lo qué hacías. No me conoces en absoluto, piensas que seguirme es suficiente para entenderme.
Soy un ser complejo, solo tu George me comprendías y me tolerabas; a menudo discutíamos por tonterías, pero siempre ganabas. Bastaba una de tus bromas y me desarmabas, un beso profundo y ya no recordaba nada. Solo tú me conciliabas con la vida; me ayudabas a tolerar a los vecinos y sus antipáticos chiquillos. Desde que no estas ya no han vuelto a asomarse por la casa, creo que me temen. Deben pensar que soy un viejo loco, quizá tengan razón. Quiero confesarte algo, el día que recibí la noticia de tu muerte yo quise morir también, ¿recuerdas aquella pistola que guardaba en el cajón y que siempre detestaste?, aquel día descanso por varios minutos sobre mi sien... pero soy un maldito cobarde y no pude jalar el gatillo; preferí ser una sombra.
¿Qué hago ahora George?, tú siempre me dabas la luz que necesitaba cuando andaba embrollado. He lastimado a ese muchacho, a Susan también... yo no quiero, no quiero dañarlos. Me parece que en cierta forma se parecen a mí, seres solitarios que no saben lo que buscan.