08 abril, 2010

Un hombre solitario (continuación)

Las clases habían concluido, Susan no se presentó aquel día, si mañana tampoco se presentaba, vería la forma de contactarla. Me había acostumbrado tanto a su dulce compañía, que el tiempo transcurrió como si algo no encajará, como la pieza de un rompecabezas que se quiere poner a la fuerza. Robert debía estar entrenando, así que tampoco estuvo conmigo camino a la sala de profesores. Mis ángeles me habían abandonado a mi suerte.
Busque la cancha de tenis, allí estaba Robert en todo su esplendor; vestido con unos pantalones algo ceñidos y cortos de color azul y remera blanca con ribetes haciendo juego, era ágil como un felino, de reacciones prontas, y apenas estaba entrenando. Me senté algo lejos de la cancha, quería pasar lo más desapercibido posible. Pero cuando el entrenamiento terminó, el joven me divisó y me hizo señas para que me acerque, el lugar estaba casi repleto.
- Señor Wilson, ¿pero qué hace allí tan lejos? Yo le tengo un asiento reservado en primera fila.
- Mejor me quedo donde estoy Robert.
- No, usted se queda aquí o juego terriblemente mal.
- Por dios, no actúes como un niño.
- Cualquiera diría que quiere esconderse.
- ¿Esconderme? No, no es eso, solo que no me gusta llamar la atención.
- Siempre lo acompaño, soy uno de sus ángeles como dijo el profesor Foster, así que es completamente normal que este aquí.
- A propósito, sabes algo de Susan.
- No, no sé nada de ella - me pareció que una sombra de fastidio asomo por unos segundos en su rostro - luego se sentó en el banco y empezó a despojarse de la camiseta. Mi respiración se aceleraba, sentía que temblaba ligeramente a la vista de su piel dorada, sus abdominales firmes y el ligero vello recorriendo su pecho hasta adelgazarse y perderse en la línea de sus pantalones. Se levantó y mi vista recorrió sus caderas firmes y sus piernas musculosas por el juego continúo. En verdad era tan hermoso aquel muchacho. De pronto se volvió hacía mí, tan rápido que apenas pude desviar la mirada de su cuerpo.
- ¿Le gusta?
- ¿Qué?, de qué hablas- mis mejillas ardían.
- Si le gusta cómo juego.
- Lo haces muy bien.
- Me alegra que le gusté, porque hoy jugaré solo para usted.
Trate de decirle algo, pero tenía la boca seca, ninguna palabra acudía a mis labios. El me sonrío, y luego se alejó hacía el lugar que ocupaba el juez.

Ambos muchachos eran buenos, dominaban bien las técnicas del juego; los golpes, las empuñaduras, los efectos, las posiciones corporales y los desplazamientos, ambos eran fuertes y resistentes, pero Robert era el mejor y con un ace magnifico dio por finalizado el juego. Sentía una satisfacción absurda, pero él me había dedicado aquel triunfo y cuando le vi levantar el pequeño trofeo y dirigirme una sonrisa en medio de la gente que empezaba a aglomerarse en torno al joven sentí que algo parecido a la felicidad surgía en mi ser, una felicidad olvidada. Me levanté de mi lugar, ya lo felicitaría luego, ahora era su momento de gloria y debía disfrutarlo al máximo.
Caminaba lentamente hacía el estacionamiento cuando sentí a alguien correr tras de mí, se trataba de Robert. Todavía vestía su tenida de juego.
- ¿No va a felicitarme?, después de todo, el juego era para usted.
- Claro que sí, pero es que estabas tan rodeado de gente...
- A mi no me importa la gente, solo usted.
Extendí mi mano para felicitarle pero el muchacho se lanzó a mis brazos, su aroma me inundó, su cuerpo joven pegado a mi cuerpo; al principio solo me deje abrazar, no sé en que momento mis brazos lo rodearon también. Estábamos a un lado del estacionamiento, enlazados, en una forma que a cualquiera que nos hubiera visto le habría parecido excesiva.
- No se vaya espéreme, voy a darme una ducha y regreso. Tenemos que celebrar mi triunfo.
- ¿Y tus amigos?, deben estar esperando por ti.
- Ya inventaré algo, sí, les diré que nos reunamos más tarde... no se vaya.
- De acuerdo, te espero en el auto.
Algo me decía que no estaba bien aquello, no era ético intimar con los alumnos, además que era una regla; si alguien nos sorprendía la pasaríamos muy mal. Varias veces puse la llave en el encendido; mi conciencia me decía que debía irme, huir de allí, sin embargo algo me obligaba a quedarme. Cerraba los ojos y su aroma me embriagaba de nuevo, el peso de su cuerpo sobre el mío, sus manos en mi espalda. Robert... ¿qué me sucede? solo tú sabes la respuesta.
De pronto unos toques en la ventanilla me despertaron de mis ensueños, era el joven. Ahora vestía unos jeans y una remera azul. Azul, azul, ¿por qué azul?
- Creí que no me esperaría.
- Siempre cumplo mis promesas. Dime, ¿te gusta mucho el azul?
- Si, hace juego con mis ojos - y soltó una pequeña risa. Cómo él, murmure sin querer
- ¿Qué dice?
- Nada, nada. Bueno, ¿qué quieres que hagamos?
- Vamos a comernos un buen plato de lasaña y champagne, después de todo estamos celebrando.
- Esa no es una buena mezcla, la comida italiana se acompaña con vino.
- Yo no sigo los convencionalismos, hago lo que me agrada. Soy diferente a los demás.
- Champagne entonces. ¿A qué te refieres con eso de qué eres diferente?
- No me gustan las mismas cosas que a todos. Ya no pregunté mas, todos tenemos nuestros secretos ¿verdad? - su respuesta me silencio del todo, mil cosas pasaban por mi mente como un torbellino. Por qué ese apego excesivo, ¿buscaba un sustituto de su padre?, o acaso... detuve mis pensamientos en ese justo momento, no quería ir más allá. Era como mirar dentro de una caja en la que se espera encontrar una sorpresa y luego tener que cerrarla desilusionado al hallarla vacía.
Comimos mucho y bebimos para celebrar, Robert tenía 20 años, así que ya era mayor de edad y tenía libertad para hacerlo. Compramos una botella de vino para llevarla con nosotros.
- Estamos un poco bebidos, es mejor que no conduzca. No quiero ningún policía cerca.
- Podemos caminar hasta su casa, ¿estamos cerca, creo?
- ¿Cómo sabes tú dónde vivo?
- Porque lo he seguido.
- Eres un chiquillo loco, ¿qué razón tenías para seguirme?
- Curiosidad.
- ¿Curiosidad?, tan extraño soy que debes estudiarme como un bicho.
- No, no ese tipo de curiosidad.
- ¿Cuál entonces?
- Estudio lo que me interesa.
- Y yo te parezco interesante - no dijo nada, solo se quedo mirando el suelo. Después de unos instantes volvió a hablar.
- Estamos cerca a la playa, vamos allá a beber nuestro vino. Y después si quiere podemos ir a su casa.
Me sorprendía la franqueza de este muchacho, nada parecía detenerlo. Ahora era yo quien sentía curiosidad, a dónde quería llegar con todo esto.

Empezaba a anochecer, el cielo era hermoso a esa hora, azules y naranjas se confundían con la oscuridad que se empezaba a adueñar del cielo. Cuando llegamos a la playa ya había anochecido, solo el resplandor de la luna nos iluminaba. Nos sentamos sobre la arena y estuvimos un largo rato sin decirnos nada, arrullados por el ir y venir de las olas.
- Hace calor - me dijo, sin mirarme.
- Sí, bastante.
- Por qué no abre el vino.
- Todavía siento los efectos del champagne ¿y tú quieres beber más?
- Tiene razón, el beber nos hace olvidar y yo no quiero olvidar este día. Es como un sueño.
- Claro, has ganado el torneo, jugaras con otras universidades... - me interrumpió algo enojado.
- No, no es por eso, es porque estoy aquí, a su lado - de pronto se levantó, Robert era impredecible - ¡Vamos a bañarnos!
- Que ocurrencia la tuya - entonces empezó a despojarse de sus ropas, hasta quedarse completamente desnudo ante mis ojos. La luna brillando en su piel, era como un Adonis de mármol. Corrió hasta el agua y se zambulló en ella con una deliciosa plasticidad. ¡No me hagas esto muchacho, no sabes lo qué estas haciendo!
- Esta casi tibia, venga, vamos venga.
Podía aceptar una invitación así, debía, quería. El parecía aguardarme, danzando con gracia en el agua, con la seguridad de que no podría negarme a su llamado.
Estaba loco, loco, no sé cómo me encontré quitándome las ropas y corriendo hacía él. Me sumergí, en verdad era refrescante. Robert se acercaba cada vez más a mí, unos centímetros más y perdería por completo la cabeza. Sus manos acariciaron mi rostro con ternura y luego acerco sus labios a los míos. Lo rechacé suavemente.
- No Robert, no hagas nada de lo que después te arrepientas.
- Usted me gusta de hace mucho, no, es más que eso... creo que lo amo.
Amar, amar, había quitado esa palabra de mi mente para siempre. George aun lo abarcaba todo en mi vida, estaba muerto desde hacía tres años, pero lo extrañaba al desayunar, al ducharme, al dormir.
- ¡No Robert! - pero él hizo caso omiso a mis negativas, empezó a besarme con dulzura, sus manos recorrían mi espalda suavemente... entonces mi boca se abrió para recibir la suya al igual que mis brazos para estrecharlo. Sentir otra piel después de tanto tiempo era una sensación extraña, era como entregarme a alguien por primera vez. George, perdóname, pero no puedo resistirme mas.
- Llévame a casa, quiero estar contigo siempre, siempre - me murmuró al oído.
- Robert no debemos, esto está mal.
- Nada está mal, ya no - me tomo de la mano y salimos del agua para vestirnos con prisa.
El camino se nos hizo corto, las manos me temblaban y las llaves se mezclaban entre mis dedos, no podía hallar la correcta. Suspiré al fin di con la maldita llave, abrí la puerta y fue como si un aire nuevo y cálido barriera con algunos recuerdos. Quise encender las luces, pero su mano me detuvo.
- No, deja todo así - y de nuevo me regalo la belleza de su desnudez.
- Yo borraré esa tristeza de tu mirada.
- Niño tonto, no sabes nada, nada.
- Dame está noche, solo está noche... mañana puedes olvidarlo todo; pensar que nunca fui tuyo - había tanto candor en sus palabras, que lo tome en mis brazos y le di un beso suave en la frente.
- No puedo Robert, no puedo.
- ¿No quieres estar conmigo, acaso no te agrado? - me dijo bajando la mirada y recogiendo sus ropas.
- Me gustas mucho, pero amo a otra persona. No mereces que disfrute de ti y luego te deje.
- ¿Puedo quedarme está noche?, no haremos nada si no quieres.
- ¿Y tú madre?
- Ni se dará cuenta si he vuelto o no.
- Espera, voy a quitarme está ropa húmeda, y a ponerme algo...
- No te pongas nada, quédate así conmigo abrazados, te prometo que estaré quieto.
Busque unas cobijas, las acomodé sobre la moqueta y me quite la ropa. Me acosté a su lado, él apoyo su cabeza sobre mi pecho, y yo deje mis dedos entrelazarse en sus cabellos. Que extraño era todo aquello, hace unas horas lo deseaba y ahora que lo tenía desnudo en mis brazos; el deseo se había transformado en una inmensa ternura.
- ¿A quién amas tanto? - su pregunta me tomo desprevenido.
- No quiero hablar de eso. Todavía duele.
- ¿Es que ya no te ama?
- Estoy seguro que si estuviera aquí me seguiría amando.
- ¿Dónde esta, discutieron, te dejo?
- Se fue a un lugar donde no puedo ir, no me dejo, él no me hubiera dejado nunca.
- No te entiendo.
- El está muerto Robert, muerto... y sin embargo lo siento en cada cosa que respiró. Está casa la compramos juntos y con él viví los años más felices de mi vida.
- Muerto, ahora entiendo tu mirada siempre triste, ese no querer intimar con nadie. ¿lo extrañas mucho?
- Cada día.
Se acomodo sobre uno de los codos y poso sus labios sobre cada uno de mis ojos, luego volvió a acomodarse en mi pecho.
- Si pudiera quitarte ese dolor lo haría, pero no sé cómo luchar contra esto.
- Solo quédate así, abrázame fuerte, déjame sentir tu calor. Sabes, tu me alivias tanto... tanto.
- Pero no lo suficiente.
- Ya no hables más - y le puse un dedo sobre la boca.
Nos quedamos dormidos, al despertar lo busqué a mi lado, pero ya no estaba.
Niño tonto, te dije que no sabías lo qué hacías. No me conoces en absoluto, piensas que seguirme es suficiente para entenderme.
Soy un ser complejo, solo tu George me comprendías y me tolerabas; a menudo discutíamos por tonterías, pero siempre ganabas. Bastaba una de tus bromas y me desarmabas, un beso profundo y ya no recordaba nada. Solo tú me conciliabas con la vida; me ayudabas a tolerar a los vecinos y sus antipáticos chiquillos. Desde que no estas ya no han vuelto a asomarse por la casa, creo que me temen. Deben pensar que soy un viejo loco, quizá tengan razón. Quiero confesarte algo, el día que recibí la noticia de tu muerte yo quise morir también, ¿recuerdas aquella pistola que guardaba en el cajón y que siempre detestaste?, aquel día descanso por varios minutos sobre mi sien... pero soy un maldito cobarde y no pude jalar el gatillo; preferí ser una sombra.
¿Qué hago ahora George?, tú siempre me dabas la luz que necesitaba cuando andaba embrollado. He lastimado a ese muchacho, a Susan también... yo no quiero, no quiero dañarlos. Me parece que en cierta forma se parecen a mí, seres solitarios que no saben lo que buscan.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo extraña mucho?
-Cada dia de mi vida

oWo

Otra vez me dejas aqui en casa leyendote hasta tarde.... ;3

El César del Coctel dijo...

mi Rosita, qué bueno se siente volver por tu casa de nuevo... la historia me apasiona... qué bonita escena la de la playa

un-angel dijo...

Debo reconocer que desenrollé dos palmos de lengua con la descripción de Robert en la cancha de tenis, uffff...
Ahora no sé, no sé si Wilson podrá superar su dolor, ni si en realidad Robert le podrá ayudar en ello...Vaya, me parece que tendré que seguir mañana, el deber me llama.
Un beso, mi Rosa...