27 abril, 2010

Un hombre solitario (final)

La vida puede cambiar en un segundo; mis días tranquilos habían desaparecido para siempre. La rutina de hace apenas unas horas antes jamás volvería a ser tal. Yo mismo no me sentía como el Jean de antes. Alguna vez sentí enojo contra alguien, quizá hasta un poco de resentimiento, pero el odio era una sensación que no había experimentado nunca antes.
Veía a Robert acurrucado en mis brazos, un ángel al que habían hundido en el fango y destrozado las alas con la crueldad de la que solo los seres humanos son capaces.
Afuera el día empezaba a nacer, el sol se colaba de a pocos hasta llenar la habitación. Un sol que ya no me calentaba. Tenía frío, pero era un frío que me nacía desde dentro. Y a pesar de todo, debía ir a la universidad y dictar clase. La responsabilidad por encima de todo... me preguntaba si podría hacerlo. Cuando George murió, solicite unos días de licencia y aun así al regresar recuerdo que me fue muy difícil continuar. Traté de moverme despacio para no despertar al muchacho, pero él se despertó sobresaltado y me aparto de su lado con brusquedad, en sus azules ojos había miedo. ¿Dónde estaba ese brillo alegre y confiado con el que siempre me había mirado?
- Shhhh, soy yo Robert, no tengas miedo.
- ¡Jean, Jean! - de nuevo se apretó contra mí.
- Tengo que ir a la universidad, no quisiera tener que hacerlo, pero tú sabes que debo ir - me miro unos instantes y luego asintió - ¿qué hacemos Robert, tu madre debe estar preocupada por ti, pero tampoco puede verte en estas condiciones?
- Solo acércame hasta mi casa; le diré a mi madre que ayer bebí de más y tuve una riña, se lo creerá todo. Ella siempre opta por lo más cómodo, no se molestara en hacerme preguntas ni nada.
- Pero, apenas puedes caminar. Puede haberte hecho más daño del que piensas, ahora estamos atados de manos, no podemos ir a un médico. Tus lesiones son demasiado evidentes, apenas hayamos puesto un pie fuera del hospital llamaría a la policía.
- No necesito un médico.
- ¿Es que siempre me vas a llevar la contraria?, por supuesto que necesitas uno. Conozco a Andrew, es un compañero de los tiempos en que estaba en la facultad, el estudio medicina; estamos en contacto con cierta regularidad, el tiene que verme por... - me callé de inmediato, sin darme cuenta estaba hablando más de la cuenta - bueno quizá si le explico la situación pueda contar con su discreción.
- ¿Por tiene qué verte ese médico?
- Nada, no es nada. Ahora tú eres quien importa - iba a seguir preguntando pero le señale el reloj - Vamos, te ayudaré a vestirte... ¿pero qué puedes ponerte?, quizá uno de mis pantalones te venga bien - lo escuché reírse con ese tono bajito con que siempre reía.
- Jean, tú no tienes más que ropa formal, mamá no es muy observadora cuando se trata de mi, pero no tanto. ¿Te imaginas si me ve llegar con uno de tus impecables pantalones?
- Mmmm, sí tienes razón en eso. Espera, tengo algunas cosas de George, lo de él te quedará perfecto. El era unos años más joven que yo, y contadas veces formal; casi siempre andaba en vaqueros.
Fui a buscar en una de las gavetas y la abrí, de pronto me quede como paralizado, mi mano descansando en el cajón a medio abrir. Recordé que en todo ese tiempo aquella gaveta había permanecido cerrada. Un aroma a madera y sándalo me inundó, ese era su olor; el que tantas veces sentí cuando lo abrazaba en las mañanas, en las tardes cuando regresaba del trabajo... cuando nos amábamos. Siempre cerraba los ojos cuando algo me resultaba difícil de afrontar, tomé uno de sus pantalones y cerré de golpe el cajón.
- Creo que este te vendrá bien - le dije poniendo la prenda a un lado - tengo algunas camisetas que hace mucho no uso y unos interiores nuevos - busque entre mi ropa y encontré una muy parecida a la que llevaba antes - bien, ya está todo listo. Levántate despacio.
- Jean, yo puedo solo, el dolor ha disminuido bastante. Ve a bañarte, te vas a retrasar.
- Bien, pero ten cuidado.
Cuando llegué al baño recordé que no había tenido tiempo de limpiar nada. Sus ropas estaban amontonadas a un costado del lavabo. En la ducha quedaban aun restos de un agua rojiza, pero lo que me revolvió el estomago fue el pequeño charco de sangre que estaba en medio, era del corte que se hizo al caer. Apenas tuve tiempo de alcanzar el retrete y vaciar lo poco que tenía. Guarde sus ropas en una bolsa plástica y las puse en el cesto de la ropa sucia, luego limpie rápidamente todo. Me sentía como si yo fuera el criminal. Me duche a toda prisa. Cuando entré a la habitación sentí un vértigo, era como estar viendo a George de nuevo; sus mismos ojos, casi su misma contextura, Robert se quedo mirándome como si adivinara lo que estaba sintiendo.
- Jean, ¿estas seguro que deseas que me ponga su ropa?
- Está bien, es solo que...
- Te lo recuerdo ¿verdad?
- Sí, me lo recuerdas mucho - y me volví para buscar la mía.
Tenía todo tan organizado que no me hacía falta revolver entre las cosas para saber qué ponerme, en menos de diez minutos ya estaba listo.
- ¿Quieres comer algo?
- No, la comida se me atragantaría.
- Vamos, pasa tu brazo sobre mi hombro.
- ¡Ya basta Jean!, Puedo caminar, no como siempre, pero puedo hacerlo.
En verdad Robert era fuerte, camino despacio pero con firmeza hasta la puerta.
- Lo ves.
- Si, ya lo veo, espera aquí, voy a sacar el auto de la cochera.
Subió despacio, se abrocho el cinturón de seguridad y espero.
- ¡Dios, no tengo la menor idea de dónde vives! - Robert volvió a reír, su risa era como un cosquilleo, como una pluma jugueteando por todos lados.
- A unos quince minutos de aquí, yo te guiare.
Íbamos en silencio, cada quien sumido en sus propios pensamientos y angustias.
- Detente aquí, es esa casa de allá, y no me vuelvas a repetir si puedo llegar, ¿estamos?
- No te molestaré más, ya me has demostrado que eres fuerte en más de una forma.
Era una casa de medianas proporciones, no tenía el lujo de la de Susan y lucía un poco descuidada, recordé lo que me había contado de su madre y sus "dotes" de ama de casa. Esperé hasta verlo llegar a la puerta, le vi hacerme un gesto de saludo con la mano y di la vuelta para encaminarme a la universidad. Desde allí podía tomar un atajo que me ahorraría varios minutos. Mientras conducía pensaba en Robert, ¿podría superar todo esto? ¡Lo haría!, ya no me quedaba duda, ahora que había visto su fortaleza y me imaginaba cómo la había ganado. Un padre del que nunca hablaba, no era un buen precedente; una madre a la que le importaba poco o casi nada en qué andaba su hijo. Había superado los años más complicados de la adolescencia, en fin, se había hecho hombre solo. Y lo admiré por ello, no se había involucrado en drogas ni alcohol, por el contrario, había continuado estudiando. Estaba seguro que en cuanto pudiera establecerse económicamente huiría de ese lugar sin pena ni arrepentimiento alguno.
Mis pensamientos estaban ahora concentrados en George, el abrir aquella gaveta, fue traerlo de nuevo a mis días, aunque nunca dejaba de estar presente en ellos; pero ahora con una intensidad dolorosa. Y el parecido en el que antes no había reparado. El tono azul de los ojos, la sonrisa siempre a flor de labios, su delgada esbeltez. Eran tan parecidos, y tan diferentes. En ese momento entendí que nunca podría tocar a Robert, no es que su belleza no me turbara los sentidos, era que simplemente... ¡no eras tú!, y nadie podría sustituirte jamás, había vivido dieciséis años contigo. Tenía grabadas en mi piel cada beso, cada caricia. La hora del desayuno era nuestra favorita para charlar; y nuestras tardes en que discutíamos sentados uno frente al otro es nuestro sillón favorito por cualquier bobada. No sé cómo resultaba lo nuestro, pero resultaba. Tú casi siempre andabas soñando y yo era tan práctico que podía llegar a la aspereza. Aun lo sigo siendo creo...
Por supuesto Robert y Susan no estaban como siempre en primera fila. Las clases eran una agonía y los muchachos se daban cuenta. Finalmente habían pasado las dos horas, tome mi portafolio y me dispuse a salir, pero una mano tiro de mi brazo suavemente. Al volverme vi a Mariela.
- Profesor Wilson, ¿esta usted bien?, no tiene buen semblante, parece cansado.
- Estoy bien, algo cansado es cierto, pero solo eso. Pediré un mes de licencia, tengo muchas cosas pendientes, le pediré a Stevenson que me remplace - la joven hizo una mueca de resignación.
- ¡En fin!, habrá que conformarse, él no es como usted. Debería patentar sus clases, y venderlas como somníferos.
El comentario de la joven me arranco una sonrisa - no deberías ser tan severa con el profesor Stevenson.
- Bah, ¿Le puedo pedir algo?
- Si claro.
- No use sus días de licencia para seguir trabajando, vaya a algún lado, duerma hasta las once, visite a sus amistades.
- Dormiré mucho Mariela, te doy mi palabra - la joven me extendió la mano y yo se la estreche con afecto.
- Cuídese mucho, en verdad lo aprecio.
- Y yo a ti Mariela. Voy a recoger algunas cosas de mi oficina.
- ¡Pero si se supone que no va a trabajar! Usted me lo prometió.
- Yo solo te prometí dormir mucho.
- Va a ser un mes muy largo - dijo bajando la cabeza.
- Mariela, tienes un gran talento nunca lo olvides ni permitas que alguien te haga dudar de ello.
- ¡No haga eso!, parece que se estuviera despidiendo para siempre.
- Perdona Mariela, no era eso lo que pretendía.
- Voy a la cafetería, no quiero verlo cuando se marche.
La observé alejarse, una futura gran escritora, no en vano era mi alumna estrella. De pronto se dio la vuelta y corrió a mis brazos - ¡cuídese mucho!
- Lo haré.
Me miro largo rato con sus ojos oscuros y profundos, además de brillante aquella joven era bastante intuitiva. Adivinaba la tormenta que tenía dentro de mi, y sin duda quería detenerla con su frágil cuerpo. Resulta que mis ángeles iban en aumento.
- Sé que algo lo hace sufrir mucho...
- Ya veo que no puedo mentirte, en realidad no estoy bien, por eso necesito el descanso para ordenar un poco mi vida.
- Que tenga éxito entonces, lo estaremos esperando. Más de un mes con Stevenson y no respondo de mí - volví a sonreír y nos separamos.
Nadie sabía que hacía un buen tiempo que solicite la licencia y ya estaba aprobada. Me dirigí a mi oficina, tome una caja y puse en ella mi afeitadora eléctrica, mis libros, algunos archivos, descolgué también mis diplomas... en la última gaveta, siempre bajo llave guardaba una foto de George, la miré por unos instantes y la guardé en el bolsillo de la camisa. Ahora era una habitación mas, todo vestigio mío había desaparecido. No deseaba ver a nadie, ni responder preguntas; me deslicé todo lo rápido que pude hasta el auto y puse todo en el asiento trasero. Mire el antiguo edificio - ¡adiós! - musite y puse el vehículo en marcha. Aquel intenso dolor de cabeza volvió a apoderarse de mí, de nuevo los latidos acelerados y sentir que me iba asfixiar. Me orille a un lado de la carretera y espere, espere. Saque las pastillas del bolsillo y me las trague, ahora ya casi no me hacían efecto. Perdí la noción del tiempo, no sé exactamente cuánto tiempo estuve en ese lugar; era como un ir y venir de la conciencia a la nada. Poco a poco me fui abriendo paso entre esa nube oscura. Miré el reloj, habían transcurrido dos horas.
Cuando llegue a casa y abrí la puerta, volví a experimentar ese sentimiento de soledad y tristeza que sentí cuando regrese del funeral de George. Los días me iban carcomiendo por dentro y por fuera, muy pronto ya no quedaría nada. El ruido del teléfono me saco de mis pensamientos, lo deje timbrar una y otra vez, ansiando que quien estuviera del otro lado de la línea comprendiera que estaba ausente; la contestadora tomo la llamada, era la madre de Susan.
- Señor Wilson, buenas tardes. Lo llamé a la universidad, pero me dijeron que ya había salido. Pensé que tal vez le gustaría cenar con nosotras hoy, a eso de las ocho. Espero su confirmación.
Cenar en casa de Susan... por qué no, un poco de compañía me vendría bien. Me apresure a tomar el teléfono.
- Señora Smith, soy el profesor Wilson, me dará mucho gusto cenar con ustedes.
- Se le escucha algo agitado, ¿se encuentra bien?
- Sí, es solo que corrí para no perder la llamada... pero ya ve.
- Lo esperamos a las ocho entonces.
- Hasta las ocho, y gracias por la invitación.
Me arregle cuidadosamente, cada detalle de mi ropa, la corbata del color perfecto para mi camisa azul cielo; los zapatos lustrados, el cabello bien peinado. Ensaye mi sonrisa, que siempre me salía muy mal. Tomé las llaves y salí rumbo a la casa de mi rubio ángel.
Por dentro la casa era más hermosa que por fuera, todo el mobiliario era de muy buen gusto, pero sin caer en la ostentación. Fue su madre la que salio a recibirme, pero de pronto vi a Susan bajando las escaleras a toda prisa para lanzarse a mi cuello.
- ¡Jean, como te he extrañado! - su madre la observaba con cierta reprobación en el rostro - Oh mamá, no pongas esa cara, él mismo me ha dicho que puedo llamarlo por su nombre, además es mi amigo, el mejor de todos.
- Me alegra verte tan recuperada Su.
La joven se me quedo mirando unos instantes. Su dorado cabello descansaba sobre uno de sus hombros. Estaba vestida con unos vaqueros y una blusa de color rosa que le iba de maravilla. Sus mejillas aun estaban algo pálidas, pero el brillo de sus ojos era el mismo de antes.
- Mmmm, te ves algo cansado y... mamá, voy a enseñarle la terraza a Jean, ya regresamos - y sin esperar respuesta me tomo de la mano y me llevo con ella por unas escaleras situadas a un lado del recibidor.
La vista era en realidad hermosa, a lo lejos se podía ver el mar y aspirar su aroma. Atardecía y ver desparecer el sol en el horizonte como hundiéndose en sus aguas, centellando con luces naranjas y rosa; era una de las cosas de las que más disfrutaba.
- Sabía que te gustaría, está es mi hora favorita, siempre subo aquí para ver el atardecer. Por lo menos logré que por unos minutos desapareciera esa tristeza que tienes en los ojos.
- Sabes, eres la segunda persona que me dice lo mismo.
- ¿Quién fue la otra, Robert...?
- No, Mariela.
- ¿Mariela?, no sabía que era cercana a ti.
- Tampoco yo, fue antes de salir, cuando le dije que me pediría una licencia por un tiempo - una sombra cruzo por sus hermosos ojos.
- ¿Una licencia?, ¿por qué?
- Hay algunas cosas que debo arreglar y necesito tiempo - su mano volvió a buscar la mía y la apretó suavemente.
- Has estado pensando mucho en él, ¿verdad?
Dios, es que todos se habían vuelto videntes o yo me había transformado en cristal.
- ¿Cómo sabes eso?
- Jean, te observé cuando me mostraste la foto de George. Tienes esa misma mirada, ¿quieres que charlemos de él?
- Hoy no Su, no podría soportarlo.
Nos quedamos observando los últimos fulgores del sol en silencio.
- Jean, te puedo confiar algo.
- Claro, dime de qué se trata.
- Creo que Robert te ama - mi mano se deshizo de la de ella con más brusquedad de la que hubiera deseado, Susan comprendió que había entrado a un terreno que no le correspondía - Disculpa, pero él y yo somos muy amigos, me basta escucharle hablar de ti para comprender lo que siente; era como verme a mí misma reflejada en sus palabras, en su mirada, en la forma que pronuncia tu nombre y sonríe. No sé si él adivino lo mismo en mi.
- No quiero hablar de eso Susan.
- Por favor discúlpame, no debí decirte nada.
- Hay un momento para todo, y este no lo es - por fortuna la voz de su madre rompió la tensión, nos llamaba para cenar - No te entristezcas, no estoy enojado, solo que me tomaste por sorpresa.
Cuando entramos al comedor, la muchacha estaba tan sonriente como cuando salio a recibirme. Ana me recibió con entusiasmo también. Pase una velada agradable, me reí como hacía mucho no lo hacía; ambas eran tan parecidas, la hermana ahora bromeaba tanto como Susan. Su madre también había abandonado su habitual seriedad y ahora parecía una de sus hijas. Si alguien nos hubiera visto por una de los grandes ventanales le hubiéramos parecido una familia feliz. Las mire sonriendo: Si yo hubiera sido distinto, sin duda hubiera querido unas hijas como aquellas y una mujer como Eleonor. Cuando me marché sentía que todo podía ser más llevadero, pero sabía que solo era una bonita ilusión, cuando volviera a casa todo sería como antes. Además ya no quedaba tiempo.
Mañana sería un día importante, aquella noche encendí la chimenea y en su hogar queme todas las fotos y cartas de George. Saque toda su ropa del armario y la puse en una maleta. Todos mis papeles estaban en orden, ese era yo, nunca dejaba nada al azar; salvo que fue el azar el que me alcanzó a mí.
El verano estaba llegando a su fin, se advertía en las tardes que empezaban a hacerse frías. El sol de mediodía tampoco era el mismo, al mirar al cielo veía como el límpido azul de verano se iba tiñendo de algunos nubarrones grises. Tampoco era el mismo cielo al anochecer, las estrellas ya no parecían disputarse el firmamento. Todo iba a cambiar.
Robert me visitaba casi a diario. Apenas si quedaba algún vestigio de la violencia sufrida, pero yo sabía bien que todo aquel horror aun lo lastimaba terriblemente. Le había entregado hacía mucho la bolsa con sus ropas de aquel día: "Solo tú puedes saber qué hacer con ellas".
Se quedaba conmigo hasta muy tarde, con la cabeza descansando sobre mi pecho y sus brazos rodeando mi cintura. Mirábamos la televisión recostados en el mismo sillón que antes usabamos George y yo. Le fascinaban las comedias; y a mi escuchar su risa, era tan bueno aquel sonido rompiendo el silencio, mi silencio. A menudo se quedaba dormido, entonces me daba cuenta de que no me equivocaba; siempre lo perseguía la misma pesadilla, una que yo conocía muy bien, despertaba temblando y gimiendo siempre lo mismo: ¡basta, basta!, entonces yo lo agitaba suavemente para despertarlo.
Un día llego algo más tarde de lo habitual, estaba resplandeciente.
- Mañana no tenemos clases, podemos estar juntos todo el día. Podemos ir a la playa, luego al cine, después pasaríamos por ese lugar al que fuimos a comer pasta y...
- Vaya, lo tienes todo pensado, ¿y mi opinión no cuenta?
- Claro, dime qué quieres hacer tú.
- Todo lo que tú dices, pero quiero invitar a alguien más - no pudo reprimir un gesto de fastidio.
- Vamos, siempre me tienes a tu disposición, además se trata de alguien a quien conoces bien.
- Ya, no será uno de los pesados de Foster o Stevenson.
- A esos no los invitaría ni a mi funeral, sabes que no soy muy amigo de los profesores. Es Susan, quiero incluirla en nuestros planes, ¿te parece?
- A Susan la puedo tolerar.
- Pues claro que la vas a tolerar o no hay paseo - me miro fingiendo disgusto, pero luego me sonrió - y ya es tarde, así que ve a ponerte la chaqueta para llevarte a casa.
- No quisiera tener que dejarte nunca Jean.
- Si, hasta que empiece a chochear y me lleves en menos de un pestañeo a la casa de reposo más lejana que exista - no sonrío siquiera, me miro con algo de reproche - vamos, sé que no harías algo así, fue una broma tonta.
- Espera, voy al baño un momento
- Bien, voy a sacar el auto, te espero en la entrada.
Cuando regreso tenía una expresión extraña en el rostro, pero pronto la borró con una sonrisa. Se subió al auto y se volvió hacía mi.
- ¿Me das un beso? - sentí que perdía el aplomo.
- ¿Y eso a qué viene? Robert, tú sabes que...
- Sí, si, sé bien lo que sientes, dame un beso... así, solo por que me quieres un poquito.
Tome sus tersos labios entre los míos y le di un beso tierno, que de pronto se hizo profundo. Nos separamos agitados.
Cuando nos despedimos, se quedo un rato apoyado sobre la puerta.
- Perdóname Jean Wilson, pero te amo, a pesar de sé que nunca podré tenerte... ¡te amo! - y se alejo corriendo hacía su casa. Tienes razón mi pequeño ángel, nunca podrás tenerme.
Si aquella noche con Susan y su familia fue maravillosa. No encuentro un término lo suficientemente hermoso para describir el día que pase junto a mis estudiantes predilectos. Desde la mañana que pasamos en la playa, viéndolos correr y tirarse en clavado sobre las olas; sus cuerpos jóvenes y firmes, sus risas. Hasta el atardecer paseando sin ningún rumbo fijo, Robert era siempre muy atento con Susan. Terminamos en el pequeño restaurante para hacer un banquete de pastas y vino, el más delicado, en atención a nuestra invitada.
Acompañamos a Su hasta la puerta de su casa, y no deje pasar la oportunidad para presentar a Robert a la señora Smith. Pareció sentirse muy a gusto con él. Cuando le toco el turno de bajar, el muchacho tardaba en hacerlo.
- Ya es tarde, recuerda que yo no tengo veinte años y apenas si puedo tenerme en pie. Hoy he vivido como si los tuviera y el día me esta pasando la factura.
- Es extraño, pero algo me dice que no debería dejarte solo.
- ¿Quieres la palma de mi mano para leerme la suerte?
- No te burles, es como un presentimiento.
- Vamos Robert, baja de una buena vez.
Me quede esperando hasta ver cerrarse la puerta tras él. Abrí la guantera y sopesé el peso del arma. Jack, espero que estés preparado, porque el destino está por llamar a tu puerta.

Conduje hasta el negocio del sujeto; era un lugar amplio, con varias pistas de circuito, alcancé a contar unas cuatro. A un costado se levantaban dos pequeñas edificaciones; una de ellas era el estacionamiento con relucientes motocicletas muy bien aseguradas, el otro parecía ser la tienda a la que se refería Robert, saque el arma de la guantera y la puse en mi bolsillo. La sentía liviana en el bolsillo de mi saco, tan liviana que podía olvidar que la llevaba en él. Me acerque y abrí la puerta, al instante un timbre anuncio mi llegada; aquel no era el hombre que esperaba encontrar, no tenía el rostro de un ser perverso y sin embargo lo era. Cuanto puede engañar un semblante; este hombre tenía un rostro bastante agraciado, una frente despejada, ojos verdes muy claros, nariz fina y recta, pero lo más apetecible en él eran sus labios. Entendía por qué había causado tanta impresión en mi amigo. Debía tener alrededor de unos treinta y cinco años.
- ¿Qué desea señor? - parecía un poco incómodo ante mi escrutinio.
- ¿Es usted Jack Nolan? - en su semblante pareció encenderse una luz de alerta, de cuántas cosas más tendría que culparse aquel maldito.
- ¿Es usted policía o qué?
- No, no soy policía.
- Entonces, ¿qué demonios quiere?
- ¿Conoce a Robert Johanson?
- Y a usted qué le importa - veía como ahora todas las luces de alarma estaban encendidas en su rostro, recién pude ver todo la crueldad y sordidez que escondía aquel hombre.
- No sé por qué se enoja, es una pregunta simple, ¿conoce o no a Robert?
- No, no conozco a ningún Robert, vienen mucha gente por aquí a diario no esperará que los recuerde a todos.
- Sin embargo estoy seguro que a este si debe recordarlo - cada vez estaba más agitado, el miedo empezaba a apoderarse de él.
- ¿Por qué tendría que recordarlo?
- ¿En verdad quiere que se lo diga?, es demasiado malvado - de pronto apareció como por encanto un grueso bate entre sus manos. Yo continué con el mismo tono tranquilo - Vamos Jack, admita lo que le hizo a Robert, de nada sirve que lo niegue porque yo sé muy bien lo que ocurrió hace dos meses exactamente, un jueves como hoy - Se me abalanzo para golpearme, pero al ver el arma en mi mano se quedo paralizado.
- ¿Quién es usted? - estaba blanco como un papel, y no pude evitar sonreír, aquello no era ni mucho menos el terror que debía haberle hecho sentir al muchacho.
- Soy... digamos... una especie de vengador - No sé en que momento me descuide, pero tenía al hombre sobre mí, tratando de quitarme el arma. Me golpeaba con el bate por todos lados, hasta que consiguió que soltara la pistola que se deslizó por el encerado piso. Escuche la voz de otra persona gritando que se detuviera, el hombre se detuvo.
- ¡Déjalo en paz o te juró que te mato! - era la voz de Robert - no intentes acercarte, sabes que tengo un buen motivo para acabar contigo...
El joven se arrodillo a mi lado, pude ver como dos alas hermosas surgían de su espalda y se plegaban sobre mí para protegerme.
- Jean, llamaré una ambulancia. No debes moverte.
- ¡Sácame de aquí Robert, solo sácame de aquí!, vamos a casa, pronto...
- No puedo hacerlo, si tienes algo roto puedo empeorar tus lesiones si te muevo.
- Ya no importa, te lo ruego.
Entonces me levanto en brazos, no entiendo cómo pudo hacerlo, se le veía tan frágil. Y avanzó conmigo hasta el auto, me acomodo en la parte trasera y nos fuimos de ese funesto lugar.
- Sabía que planeabas alguna tontería, pero no me imaginaba que fueras tan estúpido. Voy a llevarte a un hospital.
- ¡No, vamos a casa!
- Al hospital, y ahora no puedes hacer nada para evitarlo.
- Robert, igual voy a morir, ya no puedes hacer nada, nadie puede hacer nada - el muchacho se detuvo y se volvió a mirarme, sus ojos azules parecían inmensos, eran como un cielo de fines de verano, cuando las primeras lluvias empiezan a amenazar en el horizonte. Debía haber empezado a llover porque sentí unas gotas sobre mi rostro. Pero no eran frías, no lo eran.
- ¿Qué estas diciendo? - su voz sonaba rota.
- ¡Aquí no Robert, por piedad, llévame a casa! - volvió a tomar el volante y no paramos hasta llegar al único hogar que había conocido en mi vida, de nuevo me llevó en brazos y me puso sobre la cama - En el baño, en el gabinete hay un frasco de pastillas, es el único, rápido ve por él - lo vi alejarse a toda prisa.

George, ya empieza el otoño, fue por este tiempo en que nos conocimos, lucías tan bien con tu traje de oficial de Marina; eras el más apuesto de todos, las chicas no te dejaban en paz, pero tú me elegiste a mí. Aquella misma noche nos amamos por primera vez; con timidez al principio, luego perdimos la razón. Eras todo lo que siempre había buscado.

Empieza a llover de nuevo, tengo frío, pero no estoy asustado. Ya nunca volveré a sentir dolor alguno. Ahora las cosas están como siempre debieron estar.


Fragmento de la bella Banda Sonora de "A single man" compuesta por Abel Korzeniowski

3 comentarios:

El César del Coctel dijo...

Rosita, no imaginas cómo me has dejado... nunca imaginé algo así... me quedo en suspenso y preguntándome tantas cosas...no se....

Me ha gustado tanto la escena en la playa, en la que los tres compartían, y la comida y el vino... me ha gustado mucho esta parte:

"sus ojos azules parecían inmensos, eran como un cielo de fines de verano, cuando las primeras lluvias empiezan a amenazar en el horizonte"

... pero y.... mmmm... ¿ya?

Mi Rosita, no dejes de escribir
Esperaré otra historia más

Gracias
Un abrazo

un-angel dijo...

Ajjjjjj..."¿ya?",digo yo también...¿hemos de creer que Jean va a morir después de esa escena violenta? No sé...hay algo que me apasiona en la forma en que Jean ama a George incluso después de la muerte, en como incluso le lleva a no plantearse ni siquiera una relación con Robert que quizás le hubiese redimido. Quisiera ser amado así...pero creo que el hombre solitario merecía una esperanza, un ser que inspiraba tanto amor en sus semejantes debería estar destinado a algo mejor. Sin embargo, la creadora manda, como es natural, y este es el final de la historia...
Me gustó mucho, Rosita. No quise hacerte ninguna crítica, es solo que mi corazón estos días quiere creer en los finales felices.
Te quiero mucho, un beso grande.

Dalia dijo...

Rosa, pero qué historia!

De verdad, me ha encantado, la leí toda de un solo tirón.

Me dio un poco de tristeza el final, pero no le cambiaría ni una letra.

Felicitaciones amiga.