11 abril, 2010

Un hombre solitario

Me levanté y fui a ducharme, pasaban de las seis. Mi rutina se había roto, al menos por este día. No hubo tiempo para contemplaciones en el espejo; apenas tuve tiempo de coger una camisa, el resto de mi indumentaria y salir a toda prisa hacía el auto.
Durante el tramo del camino que sabía encontraría libre, aceleraba al máximo permitido, el aire golpeando con fuerza mi cara me iba despertando del todo. Ayer había sido un día tan extraño, que a menudo pensé si realmente lo había vivido o solo fue un sueño. Pronto me encontré en medio de un tráfico terrible ¡lo sabía, lo sabía! unos minutos más tarde y no me libraría de este fastidioso atasco. Pasaron veinte minutos antes de salir del atolladero aquel, pero en ese tiempo pensaba en qué iba a ocurrir cuando tuviera de nuevo frente a mí a Robert. Cómo podría mirarlo con naturalidad después de lo ocurrido entre nosotros. Habíamos traspasado los muros de una relación formal, había faltado muy poco para... , y ¡él era mi alumno! Cómo permití que llegáramos a esa situación. Yo era el adulto, quien debía haber detenido las cosas en lugar de dejarme llevar por un arrebato. Qué consecuencias traería todo aquello. Cuando tomé el camino hacía la universidad mis manos temblaban ligeramente sobre el volante y el corazón se me aceleraba. Tenía miedo de llegar, tanto miedo.
Finalmente estacione el auto y atravesé el lugar corriendo, ya llevaba diez minutos de retraso; durante todo el tiempo que enseñe en la universidad, nunca había llegado tarde. Llegue jadeando hasta el aula, me detuve en el pasadizo para tomar un poco de aliento y acomodarme la corbata. Respiré hondo y transpuse el umbral, todos los muchachos estaban ya reunidos... excepto Susan y Robert. Puse mi portafolio sobre el escritorio y me apoye con las manos sobre él; no sabía cómo sentirme ante su ausencia, si debía estar aliviado o triste, debo reconocer que era este segundo sentimiento el que ocupaba más espacio. Los dos asientos vacíos de mis alumnos favoritos. Los demás jóvenes parecían no haber reparado en mi presencia porque seguían charlando exactamente igual como antes de que entrara. Vi a Mariela, darle un codazo a su compañero y así poco a poco todos fueron guardando silencio.
- Debo disculparme por mi tardanza, el tráfico me hizo perder unos minutos.
Todos me miraron como diciendo, ¡está bien, cuál es el problema!, solo la joven latina se levanto y hablo.
- Está bien profesor, es solo que nos extrañaba que no llegará, usted es siempre tan puntual.
- Gracias Mariela, ya veré como les compensó estos minutos.
Pero pese a mis esfuerzos, aquella no fue una de mis mejores clases, me distraía por instantes. Finalmente, les pedí que leyeran un capítulo de "Crimen y castigo", estábamos estudiando a los escritores rusos, después lo comentaríamos. Eso me permitió poder levantarme y mirar por la ventana, a lo lejos podía divisar las canchas de tenis. Me quede contemplándolas y sin querer mi vista se volvió al lugar que siempre ocupaba Robert. ¿Dónde estas chiquillo, dónde estas? De nuevo miré hacía afuera y me perdí en los recuerdos de la tarde anterior; el juego, sus palabras, su sonrisa...
- ¡Profesor!- de nuevo era la voz de Mariela.
- Bien, quién desea empezar. Tu Jonathan, podrías decirle a la clase qué opinas de lo que has leído - el chico se levantó algo desganado, la ausencia de Susan también le afectaba. Empezó a hablar, pero su explicación era inconexa, por ratos se trababa; era evidente que había visto solo una palabras una tras otra, pero que en conjunto no le habían dicho nada.
- No esta mal, pero creo que debes leer el capítulo con más detenimiento Jonathan. ¿Alguien quiere opinar?
Algunas manos se levantaron, la de Mariela también. Aquella muchacha era brillante, siempre sacaba las mejores notas y sus opiniones eran dignas de ser escuchadas.
- Empieza Mariela, te escuchamos.
La joven consiguió sacarme de mis pensamientos y traerme al atormentado mundo de Raskolnikov. Sin duda tenía un talento innato, había leído muchos de sus escritos, no me extrañaría que en un futuro no muy lejano se convirtiera en una excelente escritora.
- Bien Mariela, has sabido captar la esencia la lectura - la joven me sonrío y se sentó tranquilamente sin ufanarse.
Finalmente la clase terminó, pero antes de que los chicos empezaran a marcharse los detuve unos instantes.
- ¿Sabe alguno de ustedes algo de Susan?, hace dos clases que no viene.
Nadie contesto nada en concreto, solo escuchaba murmullos, pero entre ellos alguien dijo algo lo suficientemente alto para que pudiera escucharlo - "Parece que le rompieron el corazón a la pobre" - era una voz con un cierto tono de rabia, reaccione de inmediato.
- ¿Quién ha dicho eso? - veinticinco pares de ojos se volvieron hacía mi expectantes.
- ¿A que se refiere profesor?
- Un comentario sobre corazones rotos creo - Jonathan se adelanto, sus ojos me miraban con autentica ira, por un momento pensé que me iba a dar un golpe cuando vi como apretaba los puños.
- Fui yo profesor.
- El resto puede salir, tú quédate Jonathan - el grupo salio hablando entre ellos en voz baja y sin quitarnos la vista de encima. Cuando todos salieron, cerré la puerta, me senté en una de las carpetas y le pedí que se sentará en otra frente a mi.
- ¿Por qué dijiste eso?
- Creo que usted lo sabe bien profesor.
- ¿Qué tengo yo que saber? - de nuevo sus ojos me miraron de aquella terrible forma.
- Susan está enamorada de usted, no se haga el desentendido.
- Pero, con qué derecho me hablas de ese modo.
- Con el derecho de que yo la quiero.
- Sabes bien que los profesores debemos mantenernos al margen de cualquier relación que no sea puramente docente con los alumnos - sin querer, una de mis manos se paseo por mi frente. Allí estaba yo mintiendo descaradamente, siendo un hipócrita - Jonathan, nadie puede mandar en los sentimientos de los demás, no puedes obligar a nadie a que te ame. ¿Dime, has intentado acercarte a ella, invitarla a salir o solo te has limitado a contemplarla? - el muchacho bajo la mirada.
- Susan es una alumna especial, como lo es Mariela, no hay nada más.
- Quizá de parte de usted, pero qué me dice de Susan.
- No tienes derecho a preguntar algo que solo le concierne a ella.
- Basta ver cómo lo mira y lo sigue a todos lados.
- ¡Ya basta Jonathan!, creo que ya fue suficiente.
- ¿Por qué preguntó por ella, entonces?
- Pregunté cómo lo haría por cualquiera de los muchachos si falta más de un día - trato de seguir con la discusión, pero yo lo evite levantando una mano como señal de que daba el asunto por terminado. Jonathan salio del aula y yo me quede con la seguridad de que me había ganado un enemigo.
Tenía la idea de preguntarle a la asistente de clase que averiguara lo qué ocurría con Susan, pero luego de aquella conversación ya no estaba seguro de si era lo más sensato. Sin embargo mi preocupación era sincera, además no iba a dejarme intimidar por un alumno.
- Sandy, por favor, podrías averiguar si la alumna Smith se encuentra bien, hace dos días que no asiste a clase.
- Claro profesor Wilson, en unos minutos le llevo la respuesta a la sala de profesores.
- ¿No te importa si espero aquí?
- No, claro que no - la vi buscar con su delgado dedo en un listado y luego marcar un número de teléfono. Me aleje para darle privacidad.
Sandy era una mujer que llevaba varios años trabajando en el área administrativa de la universidad. Era una persona muy agradable, siempre estaba dispuesta a colaborar. No recordaba haberle visto nunca hacer un mal gesto. Debía estar alrededor de los cincuenta años, pero tenía el ánimo y la vitalidad de una muchacha de veinte - ¡Profesor!, la escuché llamarme.
- Dime Sandy.
- Me contestó su madre, dice que está enferma desde el martes por la tarde. Está con fiebre, ya ha ido el médico a verla, pero al parecer no encuentran el origen de la fiebre, si no mejora la van a trasladar a una clínica - debí haberme puesto muy pálido, porque la señora se levanto y se acerco rápidamente a mi lado - Profesor Wilson... ¿se encuentra bien? Dios, parece que va a desmayarse... - Sandy estaba a punto de iniciar un alboroto.
- Estoy bien Sandy, es solo que no he probado bocado en todo el día - lo que pretendí sea una mentira, resultó siendo cierto, en todo el día no había comido nada. Pero yo sabía bien que no era aquello lo que me había alterado tanto. Sé que no es lo usual... pero me darías su número de teléfono, me gustaría conversar personalmente con su madre.
- Sé lo doy si me promete que en este momento se va directo a la cafetería.
- Te lo prometo
- Me basta, usted es un hombre de palabra, tenga - y me tendió un pequeño papelito rosa.
- Gracias Sandy.
Me fui directo a la cafetería, en verdad no me sentía muy bien; el no ver a Robert, la discusión con Jonathan y para cerrar la tarde, enterarme que Susan estaba enferma. Me pedí un par de emparedados livianos y un capuccino. Lo único que deseaba era irme a casa. Por suerte ese día solo tenía clases con ese grupo.
La cabeza había empezado a dolerme terriblemente. Los tres nombres resonaban en mis oídos. Hubo un instante en que vire ligeramente con el coche y casi fui a dar con el parachoques del auto que venía en sentido contrario. Tuve que acelerar para evitar escuchar los insultos del hombre. No podía seguir, me orille a un costado de la carretera. El dolor era insoportable, me quede unos instantes con la cabeza recostada sobre el borde del asiento, tenía el pulso acelerado y me costaba respirar. Tarde varios minutos en recuperarme; cuando volví a tomar la carretera todavía sentía un fuerte latido en las sienes. Bajaría en la primera farmacia que viera en el camino para comprar un analgésico.
Estacione el auto de cualquier manera en la cochera y entré a la casa. Solo deseaba tomar las pastillas y tirarme a la cama. Quería dormir, dormir, no quería pensar en Robert, ni en Susan, mucho menos en Jonathan, quería sacarlos de mi cabeza. Cómo podía haber hecho tantos estragos en las personas sin darme cuenta.
Debí haber tomado una dosis mayor a la que me indicaron en la farmacia porque me desperté cuando daban las nueve. El dolor de cabeza había desaparecido pero me sentía amodorrado. Busque en mis bolsillos el papel con el número de Susan, lo mire como si se trataran de jeroglíficos, dudaba de si era una hora conveniente para llamar. Tome el teléfono y marque los números, una voz de mujer me contesto.
- Buenas noches, la familia Smith.
- Sí, quién habla.
- Soy Jean Wilson, profesor de literatura de Susan. Me informaron que estaba enferma y quise saber cómo seguía. Ella es muy buena alumna...
- ¿Jean Wilson? - la voz de la mujer sonaba alterada - ¡dios es usted!
- No la entiendo señora
- Venga a verme señor Wilson - oía la voz de mujer convertirse en un sollozo.
- ¿Qué le sucede?
- Solo venga, apunte la dirección - tome una libreta que tenia en un cajón del velador y un lapicero.
- Dígame señora Smith.
- State Hall 332, es una casa que está en una esquina, tiene grandes ventanas, le será fácil reconocerla. No tarde, se lo ruego - cuando colgó el teléfono pude escuchar su llanto.
Me acomodé las ropas, saque el auto de la cochera. Nuevamente estaba en la carretera. Aquel día se había convertido en una pesadilla que parecía no tener fin. Tarde casi una hora en ubicar la calle. La mujer tenía razón, era una casa hermosa, con sus grandes ventanales iluminados, todas las cortinas estaban corridas, salvó una, a través de ella me pareció ver la silueta de alguien. En cuanto estacione el auto la luz se apago enseguida. Apenas había puesto un pie en el umbral cuando la puerta se abrió; tras ella apareció una mujer de edad mediana, de cabellos de un rubio muy parecido a los de Susan, no cabía duda de que se trataba de su madre. Me miraba fijamente, como si quisiera adueñarse de mis pensamientos.
- Lo he visto en varias ocasiones, cuando he tenido que ir por la universidad.
- Disculpe, pero yo no la recuerdo señora.
- Me lo imagino, con tanta gente que va y viene no tendría por qué recordarme - con un gesto me invitó a entrar - tomé asiento, espere un momento quiero mostrarle algo.
- ¿Cómo sigue Susan?
- Ella no está aquí ahora, está con su hermana en la clínica, yo estaba con ellas, había regresado por unas cosas cuando usted llamó.
La mire angustiado, no podía creer que aquella chiquilla alegre y dulce, estuviera tan enferma que había sido necesario internarla.
- ¿En verdad le importa mi hija?
- Señora, piensa que estaría aquí si no me interesa por ella.
- Cuál es su interés por Susan
- ¡Por dios señora Smith!, yo no pretendo nada de su hija. Es una chica muy buena, es difícil no apreciarla.
No me respondió, solo la vi subir por las escaleras, cuando volvió a reaparecer llevaba un pequeño libro de tapas rosadas en las manos. Me lo tendió en silencio y se sentó frente a mí. Me sentía como el acusado que aguarda que el jurado delibere para dictar su sentencia.
Abrí el libro, un aroma suave se desprendió de él, era el mismo perfume que siempre llevaba Susan. ¡Era su diario!
- Yo no puedo leer esto, y usted tampoco debió haberlo hecho. Aquí están sus secretos, sus pequeñas alegrías o sus desencantos... cosas que ella confía a estas páginas porque no desea decírcelas a nadie más. Pienso que ni siquiera usted tenía derecho a leer nada.
- Qué haría si ve que su hija va perdiendo poco a poco su alegría, se vuelve cada vez mas taciturna y en su mirada no encuentra más que tristeza, una tristeza que hace que un día ya no quiera levantarse de la cama hasta enfermar. ¿Qué haría usted?, ¿No movería cielo y tierra para saber qué está matando a su pequeña? - la mujer estaba ahora casi gritando, con una voz llena de angustia - ¡Léalo, léalo, su nombre está en todas partes!
Comencé a repasar el libro; parecía un itinerario de todas las cosas que habíamos hecho juntos. Los temas de las clases; lo guapo que era, lo mucho que le gustaban mis ojos castaños, lo estupendas que eran mis clases. Las veces que me había acompañado a la sala de profesores. Todo alternado con letras de canciones románticas. Allí estaba el incidente con Foster y... cada palabra que yo le dije la última vez que nos vimos. Y terminaba con: "El no me ama, creo que ni siquiera le simpatizó. No volveré a la universidad, no volveré a ningún lado".
El libro se escapo de entre las manos y yo agaché la cabeza para ocultar mis desazón.
- Yo ignoraba que fuera algo tan serio, pensé que era una ilusión de chiquilla; que pronto aparecería un guapo chico y se olvidaría de todo, le juro...
- Perdone, no quise ser tan dura, pero me resulta insoportable ver a mi Susan así.
- Dice que iba de regreso a la clínica, permítame que la acompañe - Asintió con un gesto leve, tomo una pequeña maleta que estaba sobre uno de los sillones y salimos juntos - yo la llevaré, no está en condiciones de conducir - De pronto me tomo de brazo con fuerza y entre lágrimas me repetía que la ayudará a sacar a su niña del abismo en que se encontraba - Hare lo que sea por ayudarla, se lo prometo.
Notar tardamos mucho en llegar a la clínica. Ella iba delante mío para indicarme el camino, cuando llegamos a la habitación pude verla tendida en una cama, tenía una vía adherida a su brazo izquierdo, estaba pálida y ojerosa; parecía dormir. A su lado estaba una muchacha muy parecida a ella pero algo mayor. Cuándo me vio, miro a su madre extrañaba.
- El es el señor Jean Wilson, ella es Ana, mi otra hija - la joven debía estar enterada de todo el asunto porque me dirigió una mirada fría y ni una palabra de saludo salio de sus labios.
- Ana, no seas grosera; he podido entender muchas cosas. El señor Wilson no es lo que nos imaginábamos - pero Ana seguía con un gesto adusto grabado es sus facciones.
- Buenas noches, señor Wilson.
- Buenas noches Ana, por favor me dejarían a solas con Susan.
- ¡Por supuesto que no!- rugió la muchacha.
- ¡Basta ya Ana!, ven conmigo a la cafetería.
Cuando salieron me acerque a la cama. Susan, niña hermosa, por qué tuviste que poner los ojos en mí.
- Susan, llamé suavemente - la joven abrió los ojos y una sonrisa se dibujo en sus labios.
- Profesor Wilson, ¿usted aquí? - me cogió una de las manos y la retuvo entre las suyas.
- Llámame Jean, siempre que estemos fuera de la universidad - le dije dándole un golpecito en el brazo libre.
- ¿Por qué ha venido a verme?
- Porque me importas mucho Su.
- ¿Me quiere entonces? - y sus ojos se iluminaron.
- Claro que te quiero mi ángel, pero no de la forma en que un hombre ama a una mujer. Te quiero como la más preciada de mis amigas.
Los ojos de la chiquilla volvieron a ensombrecerse y de nuevo por sus mejillas resbalaron unas lágrimas.
- No Su, no llores, por favor. Debo decirte algo, algo muy personal, pero debes prometerme que esto quedará entre tú y yo; ni siquiera debes mencionárselo a tu madre. ¿Podrás guardar este secreto? - la joven asintió.
- Susan, eres muy bella, cualquier hombre hubiera envidiado la suerte que he tenido de que una joven como tú pusiera los ojos en mí. Sabes, yo habría enfrentado todo, los prejuicios por las edades, las sanciones en la escuela, las habladurías; todo, por tenerte a mi lado. Pero sucede... - le iba a contar esta niña mi secreto, ¿sería sensato hacerlo, o empeoraría su situación?.
- Dime Jean, qué es lo que debes decirme.
- Susan, a mi no me agradan las mujeres. Desde hace ocho años compartía mi vida con George, él murió en un accidente automovilístico tres años atrás. Yo lo amaba Susan, lo amaba tanto que quise morir junto con él. Siempre he llevado una conducta intachable en la universidad, nadie sospecha nada - los ojos de Susan, se abrieron muy grandes y me miró como si no creyese una palabra de lo que le decía. Me lleve la mano a uno de los bolsillos, busque mi billetera y entre un escondrijo saque una foto; en ella estábamos George y yo sonrientes y abrazados, era de aquel largo verano que pasamos juntos. Puse la foto sobre el regazo de la muchacha. Ella la observó largo rato.
- Se ven tan felices, ¿lo amaba mucho verdad?
- Aún no puedo olvidarlo, pienso que nunca lo haré.
- Jean, yo no sabía nada sobre ti. Debo parecerte tan tonta.
- No, solo una joven sensible y romántica, pero debes tener cuidado Su, este mundo es duro. Entonces, ¿quieres que seamos los mejores amigos? Deseo verte bien y que vuelvas a ser esa Susan alegre y hermosa.
- La joven se levanto un poco y me estrecho fuertemente.
- Nadie sabrá jamás nada por mí. Y si quiero ser tú amiga favorita, tú ángel como antes.
- Siempre has mi ángel mi Su, siempre.
Cuando su madre y su hermana regresaron, nos hallaron hablando amenamente, y a Susan sonriendo y poniendo esos gestos de niña traviesa que tanto me agradaban. Su madre corrió hacía mi y me abrazo con fuerza.
- No sé que le habrá dicho, pero le doy las gracias. Si alguna vez quiere visitarnos siempre será bienvenido.
- Sr. Wilson lo juzgué con ligereza, perdóneme por favor. Ver a mi hermana sonreír de nuevo es algo que... - y me dio un beso en la mejilla.
- Ya debo irme, pero quiero verte pronto en clase Susan. No quiero que te atrases en el curso.
- Si pudiera mañana mismo estaba allí, pero estoy segura que no me dejarán salir tan pronto de aquí... ¡como odio los hospitales!
- Ten paciencia, creo que un par de días serán suficientes. ¡Buenas noches a todos!
Mientras iba por el corredor un profundo sentimiento de satisfacción me llenaba el corazón. Había salvado a uno de mis ángeles, ahora me faltaba ir tras el otro.

6 comentarios:

Dalia dijo...

Querida Rosa, me alegra mucho que estés escribiendo de nuevo.

Ahroa no puedo leerte porque estoy atareada en el trabajo, pero tan pronto tenga un chance devoraré todo lo que hayas escrito.

Un abrazo,

Dalia

Anónimo dijo...

De nuevo yo... hago copypaste al celular.. te comento luego... abrazos :K

Anónimo dijo...

Hola... cosas chistosas... ya sabes que no celebro cumpleaños... pero me ha dado risa... este 11 de Abril, fecha en que publicaste la historia... fue la fecha en que Ofr cumplio 32 años jajaja... solo como dato curioso

El César del Coctel dijo...

Mi Rosita, qué conmovedor capítulo... me gusta mucho cómo llevas al lector de una lado a otro, de un sentimiento a otro...

gracias por seguir escribiendo

un-angel dijo...

Aqui mi segunda nohe de trabajo en compañía del hombre solitario...como me terminen pillando usando el internet les daré tu teléfono, Rosita, jeje...me encantó esta parte, esa forma de amar de Susan...no sé si realmente una mujer llevaría tan bien una revelación así de labios del hombre de quien está enamorada. Pero el secreto de Wilson está empezando a ser vox populi, eespero que esto no termine por volverse en contra suya...venga, voya leer otro capítulo, corcho...

Dalia dijo...

Mi Rosi, defintivamente por aquí se me está haciendo imposible leerte, estoy copiando todo a Word para imprimir tu historia y leerla en casa, en el metro, en el autobus, porque de noche o en el trabajo ya no puedo.

Besos, te quiere tu amiga.