Luego de conocer a aquel enigmático hombre no deje de acosar con preguntas a la pobre Sra. Taylor, hasta que no tuvo más salida que rendirse a mi curiosidad.
- Mi querida amiga, tiene que tomar en cuenta que él tiene alguna ventaja, usted ya le ha contado algo sobre mí y yo no sé nada sobre su persona.
- ¿Quieres que te sea sincera?
- Por supuesto.
- De seguro ya olvido todo lo que le dije de ti en el mismo instante en que termine de hablar. Es que Franz es así, no tiene mayor interés en nadie, lo único que parece importarle es su trabajo.
- ¿Su trabajo?, y qué es lo que hace ahora, pues si no me equivoco usted dijo que era un ex-policía.
- Sí, ahora hace unas investigaciones no sé de qué se tratan ni para quién las hace. En ese sentido no suelta prenda, es hombre muy reservado. Puedes imaginarte que ni a mí que soy algo así como su madre me cuenta nada.
- ¿Y del resto?
- ¿A qué te refieres?
- Pues... a lo que menciono usted, eso de que tenía razones para ser tan descortés.
De pronto un gesto de alarma se dibujo en el apacible rostro de mi amiga; parecía como quien se detiene al ver que ha avanzado más de lo que debía y ahora se encontraba en un terreno difícil. Cerró los ojos con fuerza y su mano apretó la mía.
- No me preguntes más, no soy quién para hablar sobre sus asuntos, date por satisfecho con lo que te he contado.
Soltó mi mano y me dio a entender que la conversación había terminado, al menos en lo referente a Greene.
Ya podrán imaginarse la sensación que aquello me dejó. ¿Qué era eso tan terrible que le había ocurrido que ni siquiera debía mencionarse?
Seguí tanteando el terreno, dónde más podía buscar. No fue difícil dar con la Delegación a la que había pertenecido. Nunca antes me imagine hallarme en un lugar así, y me alegraba que fuera por mi propia voluntad. Era una oficina de amplias ventanas cubiertas por persianas, a un lado y otro del ancho corredor se alineaban muchos escritorios, detrás de ellos trabajaban un número igual de policías, la mayoría de ellos uniformados. Todo era un continuo alboroto allí, gente que entraba y salía, hombres esposados estrechamente vigilados por algún guardia, quejas y amenazas. De pronto me dí cuenta de lo absurdo de mis investigaciones, qué les iba a decir, cómo explicaría las razones de mis preguntas. Me quede unos instantes cavilando, y ya había decidido marcharme del lugar cuando sentí una mano posarse en uno de mis hombros, me volví sobresaltado.
- Buenos días, ¿quiere hacer alguna denuncia?
- No, yo... yo estoy tratando de ubicar al teniente Greene.
El policía me miró extrañado, el corazón se me detuvo cuando le vi dirigirse a una oficina y salir de ella a un hombre que por su comportamiento y su mirada autoritaria supuse que era el oficial en jefe de la Delegación.
- ¿Es Ud. quién pregunta por el teniente Greene?
- Bueno, yo sí... es que soy un conocido suyo y estoy tratando de ubicarlo.
- ¿Desde cuándo conoce a Greene?
- Desde... desde hace un tiempo.
- Miente Ud. señor... y perdone que sea tan directo.
- Soy el Dr. Anthony Douglas, trabajo en el Hospital San Marcos y conocí al teniente en casa de la Sra. Clarise Taylor.
Al escuchar el nombre de la mujer, sus gestos se suavizaron y un asomo de sonrisa se dibujo en sus labios. Puso su gruesa mano sobre mi espalda y practicamente me empujo hasta su oficina.
- Es difícil decir ciertas cosas sin ser ofensivo, pero déjeme decirle algo, aquí y en cualquier Delegación el nombre de Greene es muy respetado, y aunque ya no forme parte del cuerpo, no nos agrada que nadie hurgue en su vida. No dudo que lo haya visto alguna vez donde la Sra. Taylor, es el único lugar que visita, pero que le conozca, eso es demasiada audacia.
Le mire los galones en las hombreras para nombrarle correctamente y no seguir embrollando todo más de lo que ya estaba.
- Disculpe capitán, era simple curiosidad, no pretendo molestar a Greene ni a nadie.
- Hace casi tres años que salió de aquí por su propia voluntad, con todos los honores que se merece un hombre como él.
- Nuevamente le pido disculpas.
- Deje a ese hombre en paz, no olvide mi consejo doctor...
- Douglas
- Sí, doctor Douglas.
Salí de allí con más dudas que con las que había entrado. Greene era una leyenda, un héroe.
Todo aquel misterio que envolvía a este personaje me fascinaba, y las advertencias del capitán no hicieron sino acrecentar mi curiosidad.
Vino a mí una idea temeraria, si sus amigos se negaban a hablar, entonces debía recurrir a sus enemigos.
Porque, no son acaso los que de alguna forma se sienten molestos, celosos o relegados, los que están más dispuestos a hablar. Sí, era a ellos a quien debí recurrir desde el principio. Pero dónde hallarlos.
Quién diría que la suerte empezaría por primera vez a jugar de mi lado. Me subí al auto y anduve unas cuadras, aquel era un barrio anodino y silencioso, las casas eran todas iguales en forma y color, parecía que la imaginación brillaba con su ausencia en aquel vecindario. De pronto tuve que frenar en seco, un tipo se había plantado frente a mí. Mil cosas pasaron por mi mente. ¿Querría robarme el auto, que le diera algo de dinero, porque tenía un aspecto lamentable, o quizá asesinarme? Se acercó a la ventanilla y toco con viveza el vidrio, con un gesto me instaba a que lo bajara.
- No tenga miedo señor, no tenga miedo, no pienso hacerle daño.
Quise arrancar el auto pero me era imposible sin llevarme por delante al pobre hombre, y aquello era doblemente imposible para mí, como ser humano y como médico. Así que abrí un pequeño resquicio de la ventanilla.
- Es sobre Greene señor, he oído que está averiguando sobre él.
Basto ese nombre para despertar todos mis sentidos, abrí sin pensar toda la ventanilla, una cabeza mugrienta y una sonrisa de dientes amarillos se asomo por ella.
- ¿Qué sabes sobre ese hombre?
- Ohhhh, muchas cosas, muchas, pero tengo hambre y frío. Me vendría bien algo de comer y un buen trago para calentarme. Algún dinerillo me haría recordar mucho mejor todavía.
Me baje del auto y anduve con el tipo hasta un pequeño restaurante, el dueño quizo echarlo, pero cuando le dije que venía conmigo, hizo una mueca de desagrado pero lo dejo entrar.
- Por favor, sirvale lo que pida. Y traiga una botella de wisky.
El hombre comió como para una centuria, después se recosto sobre la silla y entrecerró sus ojillos venenosos.
- ¿Cómo supiste que estaba buscando a Grenee?
- Mmmm, tengo oidos muy finos y la Delegación está muy cerca, usted sabe, se escucha unas palabras por aquí, otras por allá. Me entero de muchas cosas, no sabe cómo me sirve eso.
Y de nuevo apareció esa sonrisa amarillenta y odiosa en sus labios. Aquel hombre me era repulsivo en más de un sentido. No había que ser muy brillante para darse cuenta que vendía información, tal como lo estaba haciendo conmigo.
- Habla ahora, ya ves que cumplo con mi palabra, después que me cuentes lo que sabes tendrás el dinero.
- Si, si, ahora ya tengo la lengua más floja. Bueno, ese desgraciado de Greene metió a la cárcel a mucha gente, dicen que "limpio el vecindario", entre ellos a mi padre y a mi hermano. Los acusaron de ser proveedores de cocaína, pero nunca les encontraron nada encima, todo fue una sucia mentira de ese policía.
- Claro, tu familia debe ser todo un ejemplo de virtudes.
- Mire, no se meta con mi familia o no se entera de nada, ¿entendido?
De allí en adelante me mordería la lengua, dijera lo que dijera, había encontrado a mi "informante", y no iba a dejarle ir tan fácilmente.
- Greene llegó aquí hace unos años, era el policía más joven de la Delegación. Dicen que era muy brillante así que ascendió rápidamente. Desde que puso sus sucias narices aquí, no pararon los arrestos. Poco a poco vi a mis amigos caer en sus redes, siempre tenía a mano una de sus tretas para atraparlos. Llegó un momento en que su solo nombre era motivo de alarma, si sabíamos que Greene estaba tras los pasos de alguien era casi seguro que no tardaría en atraparlo.
De pronto sonrió con crueldad y los ojos le centellaron, se meció en la silla, y volvió a llenarse por enésima vez el vaso. Se paso las manos por el grasiento pantalón y le escuche emitir una especie de risita apagada.
- Todo le salía bien al maldito Greene, hasta que... durante una de las redadas que hacía por el barrio... ¡jajajaja!
- ¿Qué sucedió?
No sé por que razón tenía deseos de agarrar a puñetazos a aquel sujeto, su ojos maliciosos, su sonrisa torva, todo ese entusiasmo vengativo con el que me narraba lo sucedido me revolvian el estomago.
- Pues... su compañero, su mejor "amigo" lo vendió, lo dejo solo con sus enemigos. Ohhh, la trampa fue muy bien hecha, Greene confiaba en él... pobre imbecil, no sabía que su gran amigo trabajaba para nosotros. Lo que le paso después no lo sé, pero no debe haber sido nada bueno, no, nada bueno...¡jajajaja!
- Deja de reirte maldita sea.
- Bien, ya le conté lo que sabía, venga ese dinero.
Le arroje con desprecio unos billetes y me aleje con el corazón oprimido, cuanto entendía ahora la forma de ser de Greene. Una traición, y viniendo de alguien a quien seguro apreciaba. En aquellos momentos me arrepentí de haber hurgado en el pasado del ex-teniente, su historia era dolorosa, no quería imaginar qué habían hecho con él aquellos mafiosos. Por eso la Sra. Taylor había callado, y con razón, esa no era una historia como para mezclarse en ninguna conversación.
Regrese al hospital agotado, con un sabor amargo en la boca.
Todos tenemos un lado oscuro, primitivo, salvaje; pero este queda dominado por la razón, quizá por eso que llamamos "consciencia", de no ser por estos frenos seríamos unos seres bestiales, destrozándonos unos a otros. Sin embargo, hay para quienes estos límites no existen, el bien y el mal son cosas irrelevantes, es más, carecen de significado. No sienten arrepentimiento alguno por sus actos. Pueden cometer los crímenes más crueles, las acciones más perversas y luego salir a las calles a pasear o sentarse a comer como el más ejemplar de los ciudadanos.
El resto del día transcurrió triste y tedioso, no veía las horas de terminar mi turno y marcharme. Mis pacientes notaban mi cambió, habitualmente me interesaba en sus asuntos y los hacía sentirse más cómodos. Pero ahora apenas si les hablaba para lo estrictamente necesario.
Apenas llegue a casa me puse ropa cómoda y me arroje sobre la cama, de seguro aquella noche no iba a poder conciliar el sueño. Estaba hojeando una revista médica cuando unos golpes recios en la puerta me hicieron estremecer. ¿Quién podría venir a buscarme?, ¿acaso aquel horrible hombre me había seguido hasta mi casa?. Me acerque a ver por la mirilla, cuál no sería mi sorpresa al ver al mismísimo Greene parado tras ella.
- Teniente Greene, que...
No alcance a terminar la frase, solo sentí un puñetazo estrellarse contra mi boca, y luego el sabor de la sangre.
- Quién quiera que sea usted, no se meta en mi vida ¿le queda claro?
- Pero... pero, ¿acaso no me recuerda?, soy Douglas, la Sra. Taylor nos presento hace dos días.
De nuevo aquel nombre volvía a surtir efecto. Greene se quedo un rato pensativo, se puso un cigarrillo en la boca, lo encendió y se me quedo mirando fijamente.
- Me parece recordarlo, pero en todo caso la advertencia es la misma.