13 octubre, 2008

María se bebe la calles

Dedicada a cualquier María, en cualquier parte del mundo.

Cómo superar algunas cosas, cómo superar el dolor y la tristeza, esa que deja huellas en la piel y en el alma.

María, tuvo una madre que era el ejemplo de cualquier buena madre; el hogar brillando, siempre pulidos los suelos, las ventanas relucientes adornadas con cortinillas de encaje guardando el amor. Ana era la cocinera de las mejores tortas, y había que ver los rostros de María y sus hermanos para disputarse los restos de crema.Y siempre los blancos mandiles para la escuela, los cuadernos revisados. La camisa planchada para Antonio, la raya del pantalón perfecta, el portafolio a la mano. Y es que Antonio era su hombre, su vida, la sangre de su venas. Hasta que una tarde Antonio no volvió más, dicen que se largó con una rubia de dudosa reputación. Y Ana se quedo con los ojos ausentes, ya no hubo pasteles ni paseos por el parque, ni sonrisas. Ana seguía siendolo en cuerpo, pero su espíritu huyo tras su amado y los pequeños crecieron ansiando las caricias de una madre que ya había olvidado cómo entregar amor. A menudo se tumbaba en su amplio sillón en el salón oyendo sus tangos, soñando con días mejores, y entonces una sonrisa asomaba a sus labios. Un día soleado creyó tener alas y se lanzó por una ventana en busca de su amor
Antonio jamás volvió y con él arrastro el dolor de su madre y el odio de unos hijos olvidados que jamás entendieron el por qué de su partida.

María crecía, crecía como las flores; y soñaba con el primer beso que le daría su amado, y se estremecía al pensar en las primeras caricias. Ella pensaba que era la princesa de cabellos de oro y labios de fresa.
A quién contar sus cuitas de amor, sus primeras escapadas, su primer contacto con otros labios, las primeras promesas de amor; y un día sin apenas darse cuenta había perdido en un pliegue de la noche su inocencia. Y al amanecer el viento le decía que algo había cambiado en su cuerpo, ayer se durmió liviana, liviana como una plumita en el aire y hoy amanecía con una pesadez extraña. Buscó a su amado extendiendo su bracito de marfil, no había nada, ni siquiera la tibieza de un espacio recién abandonado.
Recogió su roja candidez del suelo, cubrió su desnudez y apenas empezó a darse cuenta de las paredes que la rodeaban, algo desconchadas por algunos sitios. Eran apenas cuatro habitaciones; una cocina pequeña, con algunos cacharros colgados de la pared, la cocina con sus hornillas cociendo los días; el baño desaseado, con algunas fotos de mujeres recortadas de revistas ajadas; la habitación en la que había despertado, con un tocador viejo y un gran espejo donde se reflejaba su figura esbelta, las ventanas eran altas y pequeñas, ya no podría mirar el sol y las estrellas y la luna como antes. Al final un patio terroso, con una lavandería, con algunos trapos colgados sacudidos por el aire.
María se preguntaba cómo llego allí, solo recordaba unos besos, mucha bebida en sus labios, y la sangre que ardía en sus venas y las ganas de perderse en sus fuertes brazos y quedarse pegada a sus labios que solo sabían a miel y cosas prohibidas. Por qué nadie le contó de todo aquello, de cómo el alma se va en un gemido, y las piernas se enlazan a un torso sudoroso, ansiando fundirse más a ese cuerpo que le roba la vida.
María pronto comprendió que aquel sería su mundo, la ternura se fue diluyendo junto con la sangre en el lavabo. Los pasos antes amados, ahora le aterraban, sabía que cualquier motivo sería bueno para abofetearla, o golpearla hasta dejarla tirada en el suelo sin apenas poder moverse. No le alegro el día que supo que el vientre estaba habitado por una vida que no debía venir, no en medio de ese dolor.
María recordaba la primera vez, que le juró que fue sin querer. Y ya eran tantas las veces. Tantos, los sueños que se le iban rompiendo golpe a golpe, abrazada al niño que nació prisionero del miedo.
Y la princesa de cabellos dorados, se sienta frente al espejo, y limpia su llanto, un poco de color para borrar los golpes y con el carmín en los labios, se le va la vida. Y esperando aquel beso, como la primera vez, se hace vieja ante el espejo.
Y es por las vecinas que oculta sus heridas y ahoga sus gritos, sus lágrimas, le teme a los golpes que pueden venir detrás de cualquier mirada o palabra. Y calla, encerrada entre cuatro paredes que le absorven la vida.
María, todo le perdona, los gritos, los golpes, las palabras que hieren más que las bofetadas. No sabe decir que no, él es su amo y señor, ella siempre le perdona a sus pies sobre la lona. Y él la toma cuando quiere, y ella solo mira al techo mientras arremete sus entrañas, dónde quedo la dulzura, dónde las palabras tiernas... qué viento aciago se llevo aquello que ella siempre pensaba: "Que el amor es un mandamiento de dos"
Su patria es su casa, su mundo la cocina y el mundo se le viene encima, que hastió cocer el guisado del mediodía, de fregar los platos, de fregar las ropas manchadas de otros amores. Que cansada de no alcanzar a ver el sol entre esas altas ventanas, cuya luz apenas veía como un abanico dorado o plateado sobre el viejo sillón; esa era la hora feliz de la princesa. Y olvidaba que se iba apagando como una vela en un rincón sin que nadie se diera cuenta. Podía amanecer muerta mañana y el mundo no se daría cuenta, nada cambiaría, nada se movería.
Un día María hizo un hatillo de sus pocas pertenencias, dejo abandonado su corazón en el sucio colchón y tomó a su pequeño, rubio como el sol.
María se fue una mañana,
María sin decir nada, sin mirar atrás, sin lágrimas, con una sonrisa olvidada tiñendo sus labios de fresa.
María ya no tiene miedo. María empieza de nuevo.
Y él quizá gritando: María yo te necesito, pero ella ya no tiene color en la sangre, la princesa de los cabellos de oro estaba ya lejos para oír sus ruegos.
María se bebe las calles,
María escapó de sus gritos.
María ya no tiene miedo.
María empieza de nuevo.



Maria se bebe las calles: Pasión Vega

6 comentarios:

Mar del Norte dijo...

Gracias por recordar a tantas Marías valientes..... aunque muchas ya no estan...
Gracias por el hermoso relato...
1beso

Dalia dijo...

buen relato!

un-angel dijo...

sabes, yo siempre miré esta canción como una María desesperada por apurar la vida, seguramente porque nunca la he escuchado despacio y la veré a partir de ahora con otros ojos, con los tuyos, mi Rosa...

Marga dijo...

Y María gritó basta por ella y por todas las Marías que necesitaban que una empezase.

Triste pero necesario Rosa.

Besitos

Javier dijo...

La lucha contra la violencia de género es un asunto de todos, ni debemos ni podemos girar la cara y mirar para otro lado.

pon dijo...

O como decía Sabina, deja de mirar por el retrovisor y pisa el acelerador, nena, vale la pena.

Qué bonito canta Pasión Vega.