Hace más de diez años que conocí a Franz Greene, nada podía augurar todo lo que iba a vivir al lado de aquel hombre. Aún hoy cuando escribo estas lineas su influencia está presente. Nuestro extraño vínculo para el que no puedo encontrar una definición adecuada; es algo que va más allá de una simple relación de amistad y sin embargo tampoco pasamos esa línea, esa delgada línea que nos separa, que nos detiene de liberar otros deseos que estoy seguro siempre hemos querido dejar en libertad. Nuestra amistad llegó a ser tan profunda que podía entender sus gestos, adivinaba las tormentas en sus ojos antes que estas estallaran; así es Greene, genial y atormentado, justo e impredecible.
Aún ahora nos buscamos, de tarde en tarde nos reunimos para recordar días pasados y al terminar nuestras bebidas nos cuesta separarnos, nuestra relación es como una adicción; a menudo destructiva pero necesaria. Sus ojos en los míos, su cuerpo separado pero ardiendo como el mío, su mano buscando el roce con la mía, y siempre deteniéndonos en el umbral. Es su miedo y el mío, sus prejuicios y los míos, su angustia y la mía. A quién tenemos que rendir cuenta de nuestros actos, quién nos acecha para juzgarnos, qué fantasma vaga por la habitación para congelar nuestras ansias. ¡Nadie nos tortura, sino nosotros mismos!
Cada noche es igual, nos despedimos y el corazón nos late desbocado, me quedo recargado contra la puerta adivinando que él también está recostado del lado contrario. Pero Greene sabe como yo que sí damos ese paso ya nada podrá detenernos... quizá mañana, quizá mañana olvidemos todo y al fin pueda hundirme en la profundidad de sus ojos de acero.
Pero antes debo decir cómo conocí a Greene, fue en una reunión en casa de la Sra. Taylor, viuda de un oficial de la policía. Aquella era una mujer de temple, había perdido a su esposo en los primeros años de su matrimonio y sin embargo había sacado a dos hijos adelante, siempre admire su entusiasmo y su coraje. Para mí, joven médico, era una satisfacción frecuentar su casa. No soy hombre demasiado sociable, siempre he preferido la tranquila soledad en la que me refugiaba después del trabajo a las continuas reuniones que tanto parecían agradar a mis compañeros. El aire dentro de la habitación estaba enrarecido, y empezaba a sentirme sofocado, busque apartarme del runruneo de las conversaciones, mis pasos me guiaron hasta el patio trasero. No había andado unos metros cuando tuve que detenerme sobresaltado, una figura se recortaba a la luz de la luna, una lucelilla y unas volutas azuladas me me dieron a entender que probablemente se había alejado para fumar tranquilamente. Al momento el hombre se levantó y camino hacía la puerta, yo me adelante con la mano extendida para presentarle mis saludos, pero paso por mi lado como si fuera invisible. La Sra. Taylor había sido testigo de todo y se acerco a mí un poco avergonzada.
- Por favor, Anthony no vayas a enojarte, Franz es un hombre algo extraño, pero es buena persona.
- Un maleducado es lo que es.
- Tiene sus razones para ser como es, no lo juzgues con ligereza. No es muy gentil, al menos desde...
- ¿Desde qué Sra. Taylor?
- Olvidalo hijo, olvidalo. ¿Quieres que te lo presente?
- No, gracias. ¿Para qué quiero yo la amistad de un hombre así?
La mujer sonrió y luego de observarme un rato se alejo a seguir atendiendo a sus invitados. Pero pese a mi negativa a ser presentado a aquel hombre, las medias palabras de la viuda me dejaron intrigado, qué podía haberle ocurrido para volverse tan irascible. Lo observaba desde mi asiento, estaba de pie, en el rincón más alejado de la habitación bebiendo a pequeños sorbos su trago, parecía distraído, ausente. No tendría más años que yo, alto y bien formado, su cabello era de un rubio muy oscuro; su rostro agraciado, de nariz finamente delineada, labios delgados y ojos muy claros, de un color indefinible, al menos así me lo parecieron en esos momentos. De pronto su mirada se volvió hacía donde yo estaba, el escrutinio al que le estaba sometiendo no había pasado inadvertido, avanzó hacía mí, y yo eche hacía atrás involuntariamente, pensé que me iba a dar un golpe. Como presintiendo la escena la Sra. Taylor le corto el paso, lo tomo suavemente del brazo y lo puso frente a mí.
- Anthony, este es el teniente... quiero decir ex-teniente de la policía Franz Greene.
- Franz, el es un amigo muy querido de quien ya te había hablado, ¿recuerdas?, el Dr. Anthony Douglas.
¿De quien ya te había hablado?, qué tenía que contarle sobre mi a aquel tipo tan desagradable. Apenas si hizo un gesto de asentimiento a modo de saludo y después giro sobre sus talones, cogió su abrigo se despidió cálidamente de la anfitriona y se marcho. Que extraño me pareció aquel contraste en sus actitudes; la frialdad, casi la descortesía mostrada hacia mí con aquella calidez hacía nuestra común amiga.
Fue así como conocí a Greene. Dicen que "Dios escribe derecho sobre reglones torcidos", nunca como en aquellos días entendí la verdad de aquella frase.
5 comentarios:
Que satisfacción reencontrarte como escritora y con algo tan bueno como esto. De lo que se puede esperar del argumento, es pronto para decirlo, pero ya has dibujado un sutil entramado de pasiones latiendo por debajo de la piel...ya tienes un cliente esperando la siguiente ración...
Un beso, grande como siempre.
No sé si estoy en casa de la Sra. Taylor o frente a mi ordenador...
Ya me he metido de lleno dentro de la historia y dándole vueltas a qué le habrá pasado al ex-teniente...
Rosa!!! tienes el poder en tus manos, úsalo preciosa.
Besitos y abracitos
guao! interesante comienzo.
Rosita, me atrapas de nuevo... al igual que Marga me sentí en medio de la escena. ¿Sabes?, yo nunca había ecuchado la frase... me has puesto a pensar.
Reflexioonaré sobre la frase y su relación con tu historia... ya corro a leer los otros capítulos
Ah... mira... que buen inicio... te digo que algun dia seremos escritores... bueno esperaremos a ver (jaja, seguire leyendo xD) estos renglone storcidos...
Felicidades Ross
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