30 octubre, 2008

Los renglones torcidos (El encuentro)

Sin embargo, pese a tan mal comienzo para nuestras relaciones, los caminos ya estaban trazados y en algún momento se cruzarían inevitablemente. No fue mucho el tiempo que transcurrió para volver a vernos en unas circunstancias bastante inusitadas.
Todos los médicos del hospital estábamos obligados a cumplir con un día en el pabellón de emergencias; aquel lunes era el que me correspondía y siempre terminaba con un dolor de cabeza fatal. Había días tranquilos, pero estaban aquellos otros, en que apenas si podía tomarme unos minutos de descanso para beber un café. Personas con hemorragias internas, heridas infectadas, quemaduras graves, fracturas, lesiones múltiples por atropello, mujeres a punto de dar a luz, pacientes con isquemias, ataques cardiacos, envenenamientos. Bolsas de salino, vendas, carros de resucitación, inmovilizadores de cuello y miembros inferiores o superiores, cremas antibióticas, hilos de sutura, jeringas. Todo eso era lo cotidiano en emergencias.
Seguía haciendo mi ronda, recibiendo a los pacientes y trabajando junto a los internos.
- Doctor Douglas, hay un paciente en el área tres, acaba de ingresar, tiene una herida por perforación, ya le fue aplicado la vacuna anti-tetánica, requiere sutura- me dijo agitado uno de los jovenes internos.
- Enseguida voy para allá.
- Quedese con este paciente, tiene quemaduras de segundo grado, ya conoce el procedimiento.
Abrí las cortinas y me encontré con Greene, no pude reprimir un gesto de sorpresa. Oprimía una camisa sobre una herida en el muslo izquierdo. Estaba pálido y apretaba los labios con fuerza, el dolor debía estarlo matando.
- ¡Usted!... creo que mejor me voy a otro hospital. Solo incosciente podían haberme traido aquí.
Intento bajarse de la camilla, pero yo lo detuve sujetándole por los hombros. Lo sentí tensarse bajo mis dedos. Con fuerza aparto mis manos de su cuerpo.
- En sus condiciones no creo que vaya muy lejos, además, ¿cómo quiere que lo ausculte sin tocarlo?, vamos, déjeme ver la herida.
Sus manos se apretaban sobre el borde de la camilla, era evidente que toda esa situación le era violenta.
- Ahora estese quieto, voy a cortar sus pantalones para examinarlo y poder suturar.
Aquella perspectiva no pareció agradarle en absoluto, me acerque con una tijera para proceder con el corte, pero de pronto sentí mi muñeca sujetada con fuerza.
- No, dejelo así.
- ¿Qué lo deje así?, ¿es que acaso quiere desangrarse?. La herida no es muy grande, pero si profunda. ¿Cómo se lastimo?
- Gajes del oficio.
Volví a acercarme a él, pero me detuve. Había en sus ojos algo muy parecido al miedo, sus pupilas dilatadas, su mano sin soltar mi muñeca .
- ¿Pero qué le sucede, solo trato de ayudarle?
- No se acerque, no me ponga las manos encima... aleje eso de mi...¡alejelo!
- ¿Por qué vino aquí si no quiere ayuda?
- Trate de hacerlo por mi cuenta, pero había sangrado mucho, creo que me desmaye. La Sra. Taylor debe haberme encontrado. Siempre se da una vuelta por mi apartamento para dejarme algo de comer.
- Por favor Greene, déjeme atenderlo, voy a aplicarle un hemostático, si sigue perdiendo sangre necesitará de una transfusión y no creo que le agrade quedarse aquí por mucho tiempo. Haré todo lo más rápido que pueda.
Finalmente asintió con la cabeza y yo procedí a cortar una de las piernas del pantalón, la herida no se veía nada bien, los cuidados que él se había procurado no habían servido de mucho. Limpie la zona y luego le aplique una inyección de lidocaina, cuando hizo efecto empeze a suturarle. Levante la vista unos instantes para observarle, tenía los ojos cerrados y seguía tan pálido como antes. Repare entonces en una de sus delgadas manos, los dedos índice y medio presentaban una extraña deformidad... como si hubieran sido quebrados. Cuando volví a subir la mirada me encontré de nuevo con sus ojos, me miraban con una mezcla de rabia e impotencia. Sin duda odiaba tener que someterse a mi escrutinio, pero no tenía más salida.
- ¿Qué pasa, debe haber visto cosas peores aquí en emergencias?
- Perdone, es una lesión antigua ¿verdad?
- No creo que eso le importe.
Mientras maniobraba sobre la herida le sentía temblar, no era solo el dolor, había algo más. Ya había terminado de suturar, mis manos se posaron unos instantes sobre su muslo para colocar el vendaje, pero Greene me dio un empujón que me hizo trastabillar.
- Dejelo así, yo puedo ponerme la venda solo.
- Voy a hacerle una receta debe tomar por unos días analgésicos y algo para evitar la infección, puede conseguirlo todo en la farmacia. Con la pierna en ese estado no creo que pueda moverse, ¿quiere que lo ayude a conseguir un taxi?
- No, yo me las arreglo.
- Espere, voy a pedir que le traigan una silla de ruedas.
- Pero, usted es la persona más exasperante que he conocido. No quiero su ayuda, ya déjeme en paz.
- Bien, si tanto le disgusta mi ayuda déjeme llamar a la Sra. Taylor.
- No la moleste.
- Debe estar en la sala de espera, dudo que lo haya traído hasta aquí y luego se marchara sin más.
Intento bajar de la camilla, pero el dolor le hizo volver a sentarse. Indudablemente empezaba a entender que no iba a poder salir del hospital por si solo. Esa sola idea pareció aterrarle; su respiración se hacía cada vez más agitada, parecía mareado y temblaba ostensiblemente; sus ojos miraban la habitación con una expresión de angustia indescriptible, la frente se le iba cubriendo de sudor. Por los síntomas no me cabía ninguna duda que aquel hombre estaba sufriendo un ataque de pánico. Me acerque a él hablándole suavemente, tratando de serenarlo y hacerle entender que no tenía de qué preocuparse; quise hacer contacto corporal con él, como se recomienda en estos casos , pero dadas sus reacciones anteriores, no estaba dispuesto a recibir más "gestos amables" de su parte. Lo que ocurrió luego me dejo una sensación de profunda tristeza, se aferro a mí con fuerza, era doloroso verlo en aquel estado.
- Sacame de aquí, por favor sacame de aquí- murmuraba una y otra vez, su voz sonaba quebrada y distante - solo ayudame a salir de aquí.
Yo seguía sosteniendolo entre mis brazos, murmurandole palabras de consuelo, hasta que poco a poco se fue serenando, su respiración seguía siendo agitada pero lo peor de la crisis ya había pasado. Cuando fue consciente de que estaba abrazado a mi, me soltó rápidamente, sus pálidas mejillas se tiñeron de un leve rubor.
- Pocas personas saben de esto, usted...
- Me ofende... los médicos hacemos un juramento: "Todo lo que viere u oyere en el ejercicio de la profesión y en el comercio de la vida común y que no deba divulgarse, lo conservaré como secreto". El juramento de Hipocrates, ¿recuerda?. ¿Ahora me dejará llamar a Clarise?... ¿y traerle la silla de ruedas?
Por unos instantes, solo por unos instantes me pareció verlo sonreír. Pero pronto apago el gesto y de nuevo tenía los labios apretados.
- Sí, llamela. Lo de la silla... lo de la silla, ¡esta bien!
Mientras lo ayudabamos entre un enfermero y yo a sentarse, involuntariamente busqué sus ojos. Estos tenían el color de la plata bruñida. El me miraba también, dejo que el enfermero lo llevará hasta la puerta, pero cuando había avanzado un poco, dijo en voz alta.
- Gracias... Douglas.
Me quede unos instantes en el pasillo mirando como se alejaba junto con la buena Clarise y sentí que todo el cansancio del día se esfumaba... si pudiera derretir aquel tempano de hielo, lograr su amistad, lograr que volviera a confiar en alguien. Llamarse amigo de un hombre como Greene era todo un reto. Y yo no iba a dejar de intentarlo.

6 comentarios:

Marga dijo...

Menos mal que no tardaste mucho, pero me temo que ahora habrá que esperar a que pasen estos días...

Duros modales gasta el señor Green, un personaje de hierro, pero parece ser que Douglas descubrió un pequeño talón de aquiles, una brecha para poder traspasar esa muralla inexpugnable.

Me impresiona lo informada que estás para poder escribir Rosa, es realmente fantástico, tengo la sensación de que "Los renglones torcidos" no será un simple relato, no me va a dejar indiferente.

Sigue así linda!!!

Besitos

El César del Coctel dijo...

Mi querida Rosita... ya he tenido la dicha de adelantar la lectura de tus historias maravillosas... qué delicia leerte...

En este momento en Bogotá es la amdrugada (2:40 am), el ueño me vence.... y aunque estoy tentado a seguir escuchando Tangos y a seguir saboreando tus letras, debo dormir y descanzar un poco... ya leí hasta el más reciente post sobre House (y vaya que me has capturado)... pronto volveré gustoso a continuar.

Besos y abrazos

Hasta pronto

El César del Coctel dijo...

Mi Rosita, una vez más logras momentos de tensión... es como cuando ves una película y las escenas te hacen retorcer, reacomodar en la silla, brincar y buscar el escape a la tensión...

Me gusta mucho esta historia. Y aunque Greene parezca Plata Bruñida, algo fría y algo dura, como todo metal cederá al fuego.

Seguiré.

un-angel dijo...

Mmm, me resultó en cierto modo, digamos, ejem, "sexy" imaginar al duro e impenetrable Greene desvalido e indefenso en los brazos de Douglas...¿es así o mi mente perversa siempre va un par de pasos eróticos por delante del resto de la gente normal?...sí, me gustó como comunicaste esa sensación.
Voy a pasar al siguiente capítulo que tenía tarea pendiente...
Un beso

Dalia dijo...

ay amiga, que emocion!!!!

esta historia me gusta mucho pero mucho!!!

gracias!!!

Anónimo dijo...

Ay... pero bueno, es que nos llama tanto la atencion de hacernos amigos de quien ha sufrido o se encierra tras esa fachada de dureza... me veo tan reflejado... bueno luego platicamos mas ok

Buena Historia!!!