El cansancio debe haberme vencido a mi también, porque desperté en un sillón de la habitación de Franz. El aun dormía, estaba apoyado sobre uno de sus costados, su rostro descansando sobre la almohada, su cabello alborotado y las mejillas sonrosadas; era tan frágil dormido. Como si la poderosa y afinada maquinaria que movía aquel cuerpo descansara también. Mientras lo observaba, sus palabras resonaban una y otra vez en mis oídos, realmente había dicho lo que dijo, o acaso había sido una ilusión.
Cuando lo vi removerse en la cama me aparte rápidamente, no deseaba que me sorprendiera en aquella muda admiración.
- ¡Tom!
- ¿Si? - le dije aparentando despertar recién.
- Cómo hemos podido dormir tanto tiempo, son casi las ocho de la mañana.
- Necesitabas descansar, ayer fue un día agotador.
- Tienes razón, estoy tan cansado, cansado de todas las formas que te puedas imaginar. Este caso me está absorbiendo la vida. Más... son los renglones torcidos y no hay descanso posible.
Me acerque y me senté junto a él en la cama. Lo veía tan abatido, sus ojos brillaban con un fulgor enfermizo. Le toque la frente, no había signos de fiebre, y sin embargo temblaba ligeramente.
- Tom... sé que dije algo anoche, pero no recuerdo bien qué fue.
- Dijiste muchas cosas, además estabas medio inconsciente, entonces, qué importancia puede tener.
- A mi si me importa. ¿Qué dije?
- Nada, murmurabas sobre el caso, eso es todo.
Entrecerró los ojos, su expresión me decía claramente que no me creía absolutamente nada. Pero al parecer no tenía intenciones de seguir insistiendo, lo vi darse la vuelta y comenzar a buscar ropa limpia en su cajón.
- Bien, si tú lo dices así debe ser. Ahora vamos a darnos una ducha ... - parecía azorado por lo que acaba de decir, tenía las mejillas encendidas. - quiero decir, cada quien por su lado... ve a tú habitación - de modo que ahora era "mi" habitación - y yo me quedare aquí.
Me dí la vuelta rápidamente antes de que viera una sonrisa dibujarse en mis labios. Me parecía increíble que aquel hombre intrépido, ingenioso y de notable inteligencia fuera capaz de perder todo su aplomo... ¿ante mí?
Estaba terminando de cambiarme cuando lo vi parado en el umbral de la puerta. Ya estaba vestido. Me observaba con esa mirada suya profunda, turbadora, ansiosa y a la vez dulce, triste, como de un animal herido.
- Cuando vas a cambiar esos grises Franz, todo tu guardarropa es de ese color - dije por decir algo y aliviar la tensión que había entre nosotros.
No dijo nada solo se acerco hasta mí, se despojo del saco y me estrecho con fuerza contra su cuerpo, sus manos buscaban mi piel por debajo de la camisa y sus labios se unieron a los mios en un beso demandante. Suavemente me reclinó sobre la cama, sus dedos trataban de abrir torpemente los botones. Su respiración anhelante explotaba sobre la piel de mi cuello, ahora era yo quien temblaba. Poco a poco me atreví a deslizar mis manos por su espalda, y ascender hasta hundirlas entre sus suaves cabellos. Mi audacia me llevo a dar un paso más y busque también su piel, era tan cálida, tan suave. El no se movió, no se levanto aterrado, no se enojo... la delicia de el peso de su cuerpo sobre el mío, de sus gemidos tan quedos que apenas podía oírlos; nadie antes me había hecho estremecer así. Y no deseaba que la realidad llegara, ahora que lo tenía en mis brazos, rendido al fin...
El teléfono parecía llevar un buen tiempo timbrando. Escuchamos por el altavoz una voz desconocida que le decía a Franz si iba a cancelar la cita de las nueve en el albergue. Greene se levanto de prisa, como el soldado que escucha el sonido de la diana al alba. Me dejó allí tendido, sin aliento, con su aroma danzando en el aire, con los labios ansiando otro beso; uno más Franz, solo uno más, deseaba susurrarle al oído. Pero ya no era mio. Lo vi tomar el teléfono, pero ya habían colgado del otro lado.
- Mi libreta... allí tengo el número del albergue - y salio corriendo rumbo al estudio. Me levante y volví a acomodarme la ropa, parecía que se iba a convertir una constante en mí llevar siempre las camisas arrugadas, y le di alcance.
- No, no señor Wells ha sido un retraso involuntario. Allí estaremos - consulto su reloj - en unos veinte minutos. ¿Pero qué haces allí parado Tom?, ve a sacar el auto mientras terminó de ordenar todo.
- ¿Piensas salir así? - le dije sin poder contener la risa - y luego dices que yo doy la nota cómica en todo esto.
Se miro en el espejo que tenía a un lado de la puerta. La camisa a medio abrochar, la corbata enredada en su cuello desnudo, lo cabellos revueltos. Y el saco probablemente tirado en algún rincón de la habitación. Cerró los ojos realmente desesperado y fue a encerrarse al baño.
- Por Dios, ve a sacar ese maldito auto y quita esa sonrisa burlona de la cara.
- Ya voy, ya voy. ¿Dónde se fueron sus modales señor Greene?
- Al mismo lugar donde te voy a mandar a ti si no te apresuras.
Ahora era yo quien lo esperaba con la llave en el encendido. De nuevo era Greene, el detective impecable y genial.
- ¡Muevete de allí Tom! Si tú conduces llegaremos al atardecer.
Estuvimos exactamente en el tiempo señalado a Wells. El Albergue para Menores de Cavendich, era un edificio antiguo de principios del siglo XX, rodeado de anchos muros que se alternaban con espacios enrejados. Al interior se levantaban grandes pabellones enquistados sobre el verde esmeralda del césped; de trecho en trecho se alzaban hermosas glorietas, que invitaban a refrescarse del sol en verano y leer plácidamente a su sombra. Los inviernos no eran bienvenidos para estas delicadas estructuras; si bien podían brindar algo de abrigo, este era precario y temporal.
Wells era un hombre entrado en años, de mirada franca y gestos amables.
- Pensé que ya no vendría señor Greene.
- Por favor, disculpenos nuevamente.
- Esta bien, uno de los auxiliares lo llevará a la habitación del muchacho, no ha querido hablar con nadie y apenas come.
- Gracias Sr. Wells - le dijo mi amigo, no tardo en aparecer uno de los auxiliares uniformados que nos condujo hasta el lugar.
El jovencito estaba sentado en la cama con la mirada ensimismada en el jardín que veía desde la ventana. Se volvió ligeramente cuando escucho nuestros pasos, pero luego nos dió la espalda como si no nos hubiera visto.
- ¡Raúl!, ese es tu nombre ¿cierto?, al menos el que figura en tus registros.
- Llámeme como quiera, es igual.
- Necesito hablar contigo.
- Pero yo no quiero hablar con usted ni con nadie.
- El tiempo apremia, y estoy seguro que tú sabes más de lo que aparentas.
- Ya le dije que no sé nada.
Franz saco una foto de Vogle y se la mostró a Raúl. El muchacho no pudo disimular un gesto de sorpresa.
- ¿Lo has visto antes verdad?
- No, porque no entiende que no... - Franz le corto la frase, y arrojo otras fotografías sobre una mesa.
- ¡Miralas bien! - Raúl tenía un gesto de espanto en el rostro - quiso volver la cara, pero Franz se lo impidió - ¡No, vas a mirarlas bien! Ese hombre a quién dices no haber visto nunca asesino a todos estos niños, los desangro. Ahora dime de nuevo que no lo has visto antes.
El muchacho se llevó las manos a los ojos y empezó a sollozar. Franz lo había llevado al límite, pero yo conocía bien a mi amigo, y la crueldad no era parte de su personalidad.
- ¡Sí, sí lo he visto! - grito angustiado - me fui con él un par de veces. Esa noche... él me advirtió que no vendría, pero pagaba muy bien y yo fui a esperarle sin que lo supiera. Lo vi sacando algo del maletero del auto, cuando me di cuenta de lo que se trataba tuve que taparme la boca para no gritar. Era un pequeño, estaba tan pálido que asustaba verlo; lo ato al poste de metal con unas cadenas y lo dejo allí. Miró a todos lados, estaba completamente seguro de que nadie lo había visto. Yo estaba paralizado, si ese hombre me veía me mataría. Cuando lo vi alejarse me acerque al niño pero estaba muerto. Al rato escuche a un hombre del vecindario cruzar por ahí y luego dar un grito, me imagino que él daría la alarma a la policía. Cuando quiero puedo hacerme invisible, nadie se dio cuenta que yo había estado todo el tiempo allí. En la mañana quise marcharme, pero me encontré con usted.
- ¿Dónde te llevaba cuando te recogía?
- No recuerdo bien, creo haber visto un letrero que decía Calle Madison. El sitio estaba bien cuidado, con alfombras por todos lados - Franz me dirigió una mirada significativa - Las casas estaban bastante alejadas unas de otras.
- ¿Recuerdas que modelo era el auto o el color?
- No sé, parecía un Honda... el color lo recuerdo bien, era plateado.
- Dime, ¿estarías dispuesto a repetir en un Juicio todo lo que me acabas de decir?
- No quiero terminar atado a un poste.
- Estamos tras él, ya no puede hacerte daño. Además hay un programa de protección a testigos. Tendrás un nombre nuevo, una ciudad nueva, una vida nueva.
El chiquillo miro largamente a mi amigo.
- ¿Es cierto lo que dice?
- Lo es.
- Haré lo que me pide entonces, pero quisiera que me acompañe en el Juicio ese.
- Te lo prometo.
Cuando salimos de la habitación Raúl estaba más tranquilo, y hasta había empezado a comer con apetito de la bandeja que tenía sobre el velador. Aquel día admire profundamente a mi compañero.
El celular sonaba insistente en su bolsillo.
- Es Jackman, tiene los resultados de las investigaciones. Vamos a la Delegación.
Cuando llegamos a la Estación de Policía, Jackman nos condujo de inmediato a su oficina.
- Amigos míos la suerte juega finalmente de nuestro lado. Un vendedor tiene una cinta de seguridad. Vogle no es un hombre que se pierda entre la multitud, compró las botas hace casi dos años en "Hazelbrook Blue", la tienda queda a unos 500 kilómetros de aquí. En cuanto al serrín, eso si es más difícil, los agentes andan todavía en eso, pero creo que ya están sobre la pista correcta. ¿Recuerdas Franz que en uno y solo en uno de los pequeños encontramos rastros de sangre bajo las uñas?
- Cómo no recordarlo.
- Se hicieron exámenes de ADN, pero pese a tener importantes similitudes con el de Vogle, este presentaba variantes que lo invalidaron como prueba en el Juicio. Estos son los resultados de los análisis de los cabellos que me diste. Bien, estos coinciden con los encontrados en la sangre. Creo que esto cae en tu campo Tom, observa estos resultados. Tome la portátil que me extendía Jackman y revise cuidadosamente las imágenes.
- Esto... esto solo puede darse en hermanos... ¡hermanos gemelos!
Era la primera vez que fui yo quien deje a Franz totalmente asombrado. Por unos segundos no fue capaz de articular palabra alguna.
- Hay dos tipos de gemelos los dizigóticos que presentan diferencias genéticas y los monozigóticos como los Vogle, que son genéticamente iguales. Pero existen ciertas discordancias que hacen que uno pueda desarrollar ciertas enfermedades físicas o mentales; es lo que los médicos llamamos código epigénetico, es una información reguladora que no está contenida en el ADN. Se han hecho estudios de como el ambiente o ciertos micronutrientes introducen modificaciones a los genes.
- Me siento como si estuviera recorriendo las frías calles de Londres en busca de los personajes de Stevenson - dijo aun asombrado Franz.
- Púes digamos que es algo así.
- Capitán Jackman, le traemos también noticias, no tan extraordinarias como está, pero si importantes. El jovencito nos contó todo lo que sabía de Vogle, de cualquiera de ellos, podría reconocer la casa donde lo llevó. Debemos actuar rápido, no tiene ni la menor idea que conocemos su escondite y menos aun su secreto.
El móvil de Jackman interrumpió nuestra conversación. El capitán puso el altavoz para que todos pudiéramos escuchar la información.
- Capitán, encontramos el aserradero, está entre Lanyon y Utterson, a unos 100 kilómetros de la tienda donde compro las botas. Tenemos identificado al sujeto, trabaja allí como operario. Pedimos instrucciones.
El capitán miro cómo interrogando a Greene, este le hizo un signo afirmativo con la cabeza.
- Procedan a detenerlo, rodeen el área, utilicen armas no letales, muerto no nos sirve de nada.
- Capitán, yo saldré para Madison, es ahora o nunca. Necesito a sus mejores hombres. ¡Un mapa capitán, pronto!, Greene y Jackman estaban inclinados sobre el mapa discutiendo sobre las rutas de escape que podría tomar Vogle y cómo bloquearlas. Todas las patrullas cercanas a la zona fueron informadas y estas se lanzaron a bloquear los caminos. El móvil del capitán volvió a sonar, todos esperábamos ansiosos las noticias.
- Objetivo neutralizado. Nos dirigimos hacía Cavendich.
- Bien hecho, teniente.
Yo pensaba que aquella noticia entusiasmaría a Franz, pero por el contrario tenía el ceño más arrugado y los labios apretados.
- ¿Pero qué pasa Franz no te alegra esta captura? - le dije extrañado.
- Creo que hemos atrapado al pacífico Dr. Jekyll, pero el perverso Mr. Hyde sigue libre - nos dijo mientras se colocaba el chaleco antibalas y el resto del uniforme.
Todos los hombres con Greene a la cabeza, salieron rumbo a Madison.
- Tom, ¿quieres venir conmigo realmente? por nada del mundo quisiera exponer tu vida a peligro alguno.
- ¿No es para esto que me has preparado durante meses? Yo no tengo miedo Franz, si podemos atrapar a ese infernal hombre me sentiré satisfecho.
- ¡Ese es mi Tom! Sube rápido y ponte esto - me dijo, mientras tiraba sobre mis rodillas uno de los chalecos.
El muchachito iba en el asiento trasero custodiado por dos agentes. Era tal cual lo había descrito Raúl, un barrio silencioso con grandes casas, aisladas las unas de las otras.
- Estamos cerca - le escuchamos decir con voz temblorosa a nuestro amiguito.
- Bien Raúl no debes tener miedo, pronto está pesadilla terminará para ti.
Solo tranquilízate... ¿reconoces la casa?
- Sí, es aquella, la verde de cerco blanco.
- Ahora quédate con los agentes, no te muevas de su lado.
El escuadrón había rodeado sigilosamente la casa; fue Greene quien forzó la puerta, de inmediato lo rodearon el resto de hombres, yo entre ellos. Lo primero que nos hizo retroceder fue un hedor insoportable. Todos los agentes se dispersaron por la casa. Sentí la mano de Greene cerrarse sobre mi muñeca.
- Arriba Tom, el olor viene de arriba.
Subimos a toda prisa, el espectáculo era estremecedor, a pesar de los años transcurridos, aún no puedo borrar la tremenda impresión que me dejo aquella visión. En el centro de la habitación que debía ser la suya, estaba tendido Vogle. Las facciones eran casi irreconocibles por el avanzado estado de descomposición y por las brutales cuchilladas que le cubrían el rostro y el cuerpo. Toda la habitación estaba llena de sangre, aquello era anormal.Franz se había apartado de mi lado y buscaba una de las últimas piezas para completar el caso.
- ¡Aquí Tom, mira esto!
Eran bolsas de las que se utilizan en lo hospitales para almacenar sangre, todas habían estado perfectamente refrigeradas y codificadas, pero ahora estaban todas revueltas y la mayoría de ellas rotas. A eso se debía la excesiva cantidad de sangre en la habitación.
- ¡La sangre de los niños! - dije acongojado.
- Sí Douglas, la sangre de los niños.
De pronto sus ojos repararon en una alfombra de color canela que se extendía frente al televisor. Recortó con una tijerilla algunas fibras.
- De seguro son similares a las que encontramos en la muñeca del niño, recuerdas que dije que en su momento jugarían su papel. Era aquí dónde cometía sus crímenes.
- ¿Quién piensas que lo mataría?
- La novela de Stevenson deja la interrogante, no se sabe si Hyde se apodera finalmente y por completo del Dr. Jekyll o aquel logra de alguna forma sobreponerse a sí mismo en el último momento. Pues aquí la interrogante esta respondida, Jekyll se ha librado para siempre de su odioso doble. Por favor amigo mió, que abran las ventanas, el aire es aquí irrespirable.
Apenas había dicho esto cuando cayo desmayado a mis pies. Lo acomodamos en uno de los sillones de la habitación, poco a poco fue saliendo de su letargo, abrió los ojos, en ellos se agazapa un terror como nunca antes le había visto, ni siquiera aquella vez en que me contó su terrible historia.
Los hombres regresaron para informar al capitán Jackman, no habían encontrado rastro alguno del lugar donde se dedicaba a sus macabros actos. Debía existir en algún lado de la casa algo parecido a un laboratorio con todos los implementos para desangrar a sus victimas, las cadenas, las cintas que usaba de mordaza.
- La casa tiene un sótano - le escuchamos decir a Franz, todos nos volvimos hacía él, estaba mortalmente pálido, tenía la mano apoyada en una de las paredes como si en cualquier momento fuera a perder el equilibrio - observen el rombo sobre el que descansa el cadáver, el diseño de flores del lado que mira hacía usted capitán, no sigue el mismo patrón. Se acercó y nos señalo el dibujo al que se refería, miren aquí las hojas siguen una natural curvatura... pero de pronto, la armonía se rompe. La ranura es imperceptible y no la hubiera notado salvo por ese detalle. Debe tener algún mecanismo que la abre, capitán quizá sus especialistas deban hacer todo lo necesario antes de levantar el cuerpo, mientras permanezca allí es imposible hacer nada más. Por favor déme un par de horas
- Ve Franz, yo te llamaré.
Cuando llegamos al auto me dio las llaves - conduce tú por favor, ahora no puedo - y recostó la cabeza sobre la ventanilla.
- ¿Qué te sucede Franz?
- Tom, debo bajar a ese lugar... y no se si pueda. No quiero, Dios, no quiero hacerlo. ¿Es que mis antiguos fantasmas no van a dejarme nunca en paz? Si bajo allí temo perder el control, casi lo hice hace un rato. Temo que mis miedos puedan más que mi raciocinio.
Entendí hasta qué punto Greene había forzado su mente y su cuerpo para solucionar el caso, y ahora que finalmente le daba término, estaba a punto de derrumbarse. Sin duda recordaba su encierro en aquel inmundo agujero y todo lo que experimento el tiempo que estuvo en el; la sensación de asfixia, el sentir que jamás saldría de allí.
Cuando llegamos, dio algunos pasos y volvió a desplomarse sobre el piso. Lo levante como pude y abrí la puerta a duras penas. Lo deposite suavemente sobre uno de los sillones, le afloje el nudo de la corbata y las ropas, puse sus piernas sobre unos almohadones y espere unos segundos a que recuperará la consciencia. Lentamente su respiración se fue normalizando y abrió ligeramente los ojos.
- Franz, debes dejar esto. Estas exigiéndote más allá de tus fuerzas, ¿acaso quieres terminar en un hospital?
- No ahora, jure que así se me fuera la vida en ello lo terminaría. Además tengo una promesa pendiente con Raúl.
- ¡Franz!, vas a matarte y si a ti te pasa algo... yo
- ¿Tanto te importo?
No le conteste nada solo le bese poniendo mi alma en aquel beso. Busque unos tranquilizantes leves en mi maletín y se los ofrecí con un poco de agua.
- Toma esto, solo dormirás un poco. Te doy mi palabra que si Jackman llama te despertare - Alargo su mano y tomo las pastillas.
- Confió en ti Tommy, siempre...
El medicamento fue haciendo su efecto, después de un rato dormía tranquilamente.
Levante los mechones que caían sobre su frente y acaricie su rostro.