15 noviembre, 2007

El muchacho que vino de ningún lado

Para Cristina




Un sobre lacrado, una soledad insondable, una luz enceguecedora, unas piernas que apenas me sostenían. Así me encontré un día en Nuremberg; la gente se amontonaba a mi alrededor, me hablaban y yo quería responderles pero solo salían de mi boca sonidos ininteligibles. Un hombre se acerco a mi lado, yo lo mire asustado y solo atine a alargarle el sobre, el hombre lo abrió y proclamo a la pequeña muchedumbre mi nombre.
Oh, que amarga fue mi existencia desde entonces, paseado por todas partes, de nuevo en una jaula, exhibido como un animal. Yo nada sabía de educación y me alimentaba y hacía mis necesidades frente a las gentes que me observaban divertidas, sin ninguna compasión de mi deplorable condición. Mi cautiverio se había hecho aún más intolerable, de la soledad había pasado al tumulto y a la burla. Y así hubiera continuado hasta que un médico determinó que mis facultades mentales estaban intactas, por lo tanto era apto para aprender. Mi condición se debía a la crueldad de haber sido separado del resto de mis semejantes y privado de toda forma de aprendizaje y comunicación
Cuando finalmente pude hablar, fue entonces que pude relatar a las gentes que me rodeaban mi extraño destino. Jamás comprendí porque había sido arrancado del mundo de los hombres y confinado a un universo de encierro y silencio; a una celda cuyas dimensiones fueron buenas mientras que a mi cuerpo de tres años le permitía moverse a sus anchas, pero conforme mis miembros se fueron alargando la celda resulto demasiado pequeña y ya no podía ponerme en pie... fue así hasta que cumplí los diecisiete años.
Las gentes me asediaban de preguntas y yo me sentía mareado y confuso, les dije que recordaba que un hombre me llevaba los alimentos consistentes en pan negro y agua. Solía sentir en el agua un sabor extraño que me provocaba somnolencia al despertar me encontraba aseado, el hombre me enseñaba unas palabras y siempre me hacía escribir un nombre una y otra vez hasta que pude hacerlo a la perfección, decía que ese era mi nombre Kaspar Hauser.
Oh, cuanto me alegrado de que el buen profesor Von Feuerbach se encargara de mi instrucción. He realizado grandes avances, en seis semanas he aprendido a leer y a escribir y eso me ha abierto un mundo que jamás imagine vislumbrar.
Aún es para mí difícil a pesar de mis logros llegar a sincronizar sentimientos y palabras; primero afloran los primeros y me inundan... solo unos segundos después soy capaz de expresar una palabra.
Oh cuanto disfruto de la compañía de los jóvenes como yo y de los niños... sobre todo de estos últimos, con ellos inventamos mil juegos y les he fabricado una replica del caballito de madera con el solía jugar y les cuento historias de sus aventuras y ellos ríen y su risa es como el sonido de una pequeña campana.
La presencia de los adultos me turba un poco, nunca sé bien qué decir, siempre me parece que están examinándome y eso me hace sentir agobiado. Entonces me refugio en el campo, y me tiendo en pasto suave con el rostro al sol y las nubes paseando ante mis ojos. Y dejo que el viento acaricie mi cuerpo, me agrada escuchar su murmullo entre las hojas de los árboles, es un lenguaje que me parece comprender, como comprendo las palabras de las piedrecillas arrastradas por el río.
Y pienso que es allí donde pertenezco; dicen que soy un noble, pero yo no quiero muebles de terciopelo, ni camas mullidas, ni cortinajes dorados, ni reverencias. Yo solo quiero la libertad, la libertad de la naturaleza; ninguna seda rivaliza con las flores al llegar la primavera; ni ningún manjar se compara a las frutas silvestres.
Hoy después de salir de la iglesia he querido pasear, un hombre me ha seguido y me he estremecido... su rostro me parece un mal augurio, me ha entregado unos papeles y me ha dicho que en ellos está el nombre de mi madre. Me he apresurado en abrirlos, pero de pronto he sentido un dolor agudo en el pecho, me he llevado la mano hasta el y he visto el mango de un puñal hundido hasta el fondo y la sangre manando a borbotones.
Los ojos se me cierran, un adormecimiento se apodera de mí, tengo frío. Pero saben, no tengo miedo. Esta realidad nunca fue mi realidad, estoy tendido sobre la hierba que tanto amo mirando el cielo y me duermo con el azul grabado en los ojos.

"Pero lo más humano de todo es comprender que si bien, lo que sea la realidad no depende de nosotros; lo que la realidad significa resulta competencia, problema y en cierta medida opción nuestra"

Basado en "El enigma de Kaspar Hauser "

8 comentarios:

devezencuando dijo...

Esta es una de las historias que junto con "El hombre de la máscara de hierro", me han cautivado desde que las leí. Sobre todo porque forman parte de una leyenda...

Vidas y destinos de los que nunca sabremos a ciencia cierta.

pon dijo...

Una rosa no, un ramo para la escritora.

Anónimo dijo...

Me quito el sombrero y te saludo!!!

Fantástico.

Un beso (mountain)

Anónimo dijo...

Madre mía... alucinada estoy. ¿Como puedes llegar a tejer eso? Me has llegado realmente a conmover Rosa y te agradezco por ello.
La libertad..

El vídeo es fantástico. Gracias y un abrazo.

Javier dijo...

Una historia que ha quedado sumida en el misterio, quién era en realidad, que oscuro secreto guardaba que no debía ser desvelado.

JfT dijo...

Sabía de la historia, pero desconocía su contenido.
Como Pon, yo también acerco otro ramo para esta increíble escritora que siempre consigue emocionarnos de verdad.

Gracias enormes.

JfT

CRISTINA dijo...

Desde luego, un enigma.
Y un enigma siempre es interesante...

Gracias por este post.

Una rosa, por supuesto, y un beso

Anónimo dijo...

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