Eran los años blancos, los años de las trenzas y de las faldas grises; de las medias que nunca querían estar bajo las rodillas y se deslizaban perezosas hasta los talones.
Eran los días buenos, donde todo o casí todo era felicidad. Y la etapa de mis cuadernos pulcros, porque aún ahora me gustan así, y de las carreras con las chicas para alcanzar los omnibús verdes y cuadrados como cajas de zapatos, de la línea siete.
Estudiabámos solo niñas en la escuela, y era un revuelo de rubores y sonrisas, cuando a la salida veíamos a los muchachos arremolinados, esperando... a la novia, a la amiga. Venían de los colegios cercanos, siempre en grupos apretados y ruidosos.
Cabello rubio al viento, ojos verdes de hierba fresca, cuerpo delgado y vestir casí siempre desaliñado. Así era Sebastián, el chico que a la salida inundaba mis ojos y mi corazón cada vez que lo veía. Con el que me topaba casí siempre en las mañanas, y ocasionalmente al regreso, porque resulta que era mi vecino. Sebastián nunca hablaba mucho; una media sonrisa si estabamos solos, y una sonrisa burlona cuando estaba con sus amigos.
Sus padres eran italianos, tenía un hermano pequeño; Luciano, tan rubio y guapo como él; y una hermana, Catalina, que en contraste con ellos era morena y regordeta, con la que nos hicimos muy amigas. Su madre era una mujer grande y fuerte, se notaba que era ella quién llevaba las riendas de la casa; y la que repartía sopapos sin reparos cuando los creía necesarios. De su padre, nunca supe mucho, solo le ví un par de veces; era un hombre alto y enjuto, que en algún lugar del tiempo olvido la sonrisa. Su apellido se me perdió en la memoria.
Lo veía a menudo jugar al fútbol con sus amigos de la cuadra desde mi ventana, y luego correr sudoroso a echarse agua encima con la manguera que descansaba en mi jardín. Los años le fueron robando la niñez, las formas redondeadas de su cuerpo; entonces, ví pintarse la adolecencia en su flexible anatomía. Pero su sonrisa de medio lado nunca cambió, ni sus maneras toscas, ni su forma de expresarse simple y directa.
Un día su madre decidió que el barrio empezaba a quedarles chico y desapareció junto con ellos, nunca más volví a verles, y el tiempo les fue enterrando en la memoria.
Años después, como esas noticias que llegan sin buscarlas supe de él; se había enredado con malas juntas, cuestiones de drogas dijeron, y terminó con un balazo, en una esquina de mala muerte.
Una vida cegada tan pronto, como el trigo dorado de tus cabellos. Mi buen amigo, mi amor primero. Ojála nunca te hubieras marchado. Sabes, te escribí algunos poemas que todavía conservo entre rumas de papeles de los que me cuesta desprenderme; porque son parte de mi vida, y los veo amarillear por el tiempo en un rincón del armario. Y cuando mis ojos vuelven a recorrer sus líneas, mi recuerdo vaga por aquellos días. Y te veo de nuevo con tu cabello rubio; tus ojos claros y buenos, tú figura de niño en el umbral de la hombría, te recuerdo siempre así Sebastián, lo demás, lo demás quizá fue solo una amarga mentira.
"Sé me ha dormido un sueño en el café,
vencido por el tiempo de nunca volver...
Quiero echar la vista atrás
dónde se encuentra
tú plumier y tú compas, y mis trenzas.
Y volver a rebuscar por un solar
tú las ganas de pelear
y yo el susto que me daba
no verte más a fin de curso.
Ay, amor, amor primero
y de segundo, tercero y cuarto.
Ay amor, te quise tanto
cuando el beso era amor
y el amor tanto".
El de la foto, por supuesto no es Sebastián, pero está cerca a su recuerdo.
Y ahora... voy por otro café.
6 comentarios:
Ay Rosa.....
Se llamaba Gabriel y estábamos en la misma clase desde los 4 años. Siempre nos habíamos llevado bien, compartiendo varicelas, caramelos chupados, balonazos, ruta escolar, pupitres curso tras curso.
Crecimos y él se iba convirtiendo en un adolescente espigado y yo me escondía. Tras el pelo largo escondía una cara llena de gafas de culo de vaso, tras las camisas enormes y la espalda encogida escondía un pecho que me avergonzaba, tras los libros me escondía yo todo lo posible con la esperanza de desaparecer.
Y un día en una fiesta de no sé quién, yo con mis gafas y mi camisa gigante, en un rincón como siempre, Gabriel se acercó y me llevó a otro rincón vacío, y me dijo "no te escondas tía", me abrazó, me quitó las gafas, me besó y yo creí que me moría. Fue mi primer beso y mi primer abrazo de hombre. Nunca me han temblado tanto las rodillas. Luego bailamos, él sonreía sin parar y yo no sabía donde poner las manos.
No hubo nada más entre nosotros, ni nada menos.
Guardo este recuerdo en mi memoria y mi corazón, es un tesoro.
Gabriel murió el invierno pasado, un coche se lo llevó.
Cuando nos veíamos en las reuniones que de vez en cuando hacemos los compas del cole, me decía "no te escondas tía", como una contraseña secreta.
Sebastián, Gabriel.....
Pon...he traído la nostalgía de los años blancos, mezclados de temores, tristezas y alegrías. No sé porque hoy te he sentido como nunca tan cercana. Como mi amiga de al lado de la carpeta, que me sonríe en la complicidad de nuestros sueños de chiquillas.
Pues tú con tu café y yo con mi té, hoy nos sentamos juntas en silencio en tu casa ¿vale?.
que recuerdos... son muy lindos y muy tristes a la vez...
Me vais a hacer llorar entre las dos hoy.
Que pena de destino y que injusta la vida que te obliga a recordar cuando lo que te gustaría es vivirlo.
Un besito a ambas dos.
Que hermoso si todo fuese como cuando niños.
Que todo fuese como
"Cuando el canal era el río,
cuando el estanque era el mar
y navegar era jugar con el viento
era una sonrisa a tiempo..."
Pero nos hacemos grandes. Suerte que perduran los recuerdos.
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