07 noviembre, 2008

Los renglones torcidos (Más eslabones)

Siempre que los turnos me lo permitían y que Clarise estaba dispuesta a acompañarme me aparecía por la casa de Greene. Ya no podía alegar el pretexto de la pierna, porque yo mejor que nadie sabía que estaba perfectamente bien. Así que empecé a fingir interés en su amplia colección de novelas. Debo confesar que soy un hombre más vinculado a lo estrictamente científico y nunca había experimentado ningún gusto especial en la lectura de novelas o poemas. Sin embargo, lo que en un principio fue mera simulación, se fue convirtiendo en un verdadero placer. Era Greene quien me recomendaba las obras, pero era tan celoso con sus libros, que en un principio no permitió que ninguno de sus "compañeros" salieran de casa. Pero yo era fiel en el cumplimiento de las fechas en que debía devolverlos y cuidadoso en extremo con ellos. Así que empezó a prestármelos de buen grado.
La manera en que se va forjando una amistad es algo inexplicable; qué hace que dos personas encuentren afinidades insospechadas, cómo se crean lazos tan fuertes que trascienden el tiempo, qué hace que lleguen a conocerce tan profundamente que las palabras casi sean innecesarias.
Nos volvemos de alguna forma dependientes de esa amistad; nos entristecemos si alguna sombra cruza su mirada; si la alegría decide acampar en sus labios, en los nuestros hace su hogar, y si algún atisbo de peligro le acechara nada nos detendría en acudir a su llamado, dónde y a la hora que fuera.
Nuestras charlas se fueron haciendo cada vez más amenas, lo único que me incomodaba era la humareda en que me envolvía, con sus eternos cigarrillos; aquel hombre parecía saber un poco de todo, bien podía mencionar los más representativos pintores del expresionismo o del romanticismo musical expresado en la melancolía de los nocturnos y valses de Chopin, así como citar pasajes de los más importantes novelistas. Tratar de las primeras culturas: Sumerios, Caldeos, Griegos; de la gloria y caída del gran Imperio Romano, de la Revolución francesa o de las grandes guerras; de los horrores, miserias y destrucción que dejan a su paso.
Tampoco le era desconocido lo relacionado a la astronomía; el sistema solar y lo que está más allá, nebulosas, galaxias, gigantes rojas y enanas blancas, agujeros negros cuya densidad absorbe hasta la propia luz.
Pero lo que conocía de manera más profunda era todo lo relacionado al mundo criminal; sabía de los casos más sonados de décadas atrás o los más recientes, la tecnología moderna parecía no tener secretos para su mente privilegiada. Era observador en extremo, me sorprendía las deducciones que de tales observaciones obtenía. En más de una ocasión me preguntaba si no era el mismísimo Sherlock Holmes, que de alguna forma se había escapado de las páginas de su creador.
Sus conversaciones eran tan fascinantes que no me daba cuenta del transcurrir del tiempo, y no era raro que en ocasiones nos sorprendieran las primeras luces de la mañana.
En muchas ocasiones no lo encontraba en casa, entonces daba por hecho que había salido a una de sus investigaciones. Sin embargo, todavía existían cosas a las que no aludía jamás, y yo no me atrevía a forzar ninguna confidencia. Me bastaba su agradable compañía.
Aun recuerdo la sorpresa que tuve la primera vez que lo vi aparecer por el hospital. Como era habitual en él vestía de gris y negro, estaba a un lado de la entrada fumando y observando distraidamente a las personas. Yo había terminado de ordenar mis cosas y luego de marcar mi tarjeta, mis ojos se encontraron con lo de él.
- ¡Franz!, pero qué te trae por aquí.
- Clare quiere que vayamos a su casa, ha preparado algo especial.
- ¿Especial?.. qué tiene de especial hoy.
- Pero... en verdad no sé cómo obtuviste el diploma de médico con esa memoria. Cómo es posible que no recuerdes ni cuándo naciste.
No pude evitar echarme a reír, la cara de mi amigo entre risueña y enojada, termino por sucumbir a mi risa; y de pronto estábamos riéndonos los dos en la puerta del hospital, olvidándonos de todo a nuestro alrededor. Era la primera vez que veía a Greene reír así, nunca tuve mejor regalo de cumpleaños en mi vida que el de esa noche de junio.
- Deja tu auto en el estacionamiento, el mio es más rápido.
- Tú manejas a lo loco, que son cosas distintas.
- Oh, hazme caso, no quiero encontrar la comida fría. Mira que Clare se ha esforzado mucho, y yo he puesto mi granito de arena.
- ¿Tú?, me vas a decir que tú has cocinado.
- ¡No!, yo he colaborado... en... ya lo verás, no voy a arruinar la sorpresa.
Mientras se acomodaba el cinturón de seguridad, me quede observándole largamente. ¿Podía ser este hombre que ahora me preparaba sorpresas el mismo que hace unos meses estaba dándome de puñetazos? Siempre sabía cuando mis ojos estaban sobre él, en realidad, no se le escapaba la observación de nadie; por eso resultaba imposible seguirle. Se volvió sonriendo, no me ruboriza confesar que aquellos ojos ejercían sobre mí una fascinación casi sobrenatural, cuando estos se clavaban en los mios como dos dagas de plata no había cosa en el mundo que no hubiera hecho por Greene. Puso una de sus manos sobre mi rostro, su contacto era cálido y suave; pero la caricia se fue tan pronto como había llegado.
- No cambies Tom- ese era el extraño diminutivo que le había dado a mi nombre- no permitas que nada ni nadie te cambie, ni siquiera yo. Eres un buen hombre, y un buen amigo.
Yo tome sus manos entre las mías, las palabras se me atropellaban por la emoción.
- Para mí, merecer tu amistad es más de lo que... eres la mejor persona que he conocido- sin pensarlo me arroje a sus brazos, él me retuvo unos segundos, pero después me separó con cierta brusquedad- perdona, no soy bueno para esto- me dijo un poco confuso.
El resto del tiempo, apenas si cruzamos alguna palabra; creo que en el fondo se arrepentía de haber llevado tan lejos, según sus parámetros, sus muestras de afecto hacía mí. Afortunadamente al llegar a la casa de Clare, volvió a ser el mismo de antes. La mesa estaba servida para cuatro personas. Al poco rato salio de la cocina el capitán Jackman llevando una botella de vino, aquel policía me despertaba una gran simpatía, tal vez porque sabía cuanto apreciaba a mi amigo. Me quede extasiado en la belleza de la vajilla, los bordes brillaban como oro recién pulido.
-Era de su madre- me susurro Clare- hacía tanto tiempo que no la veía, es en verdad hermosa... muy hermosa.
Esa era "la sorpresa" que había reservado para mí. Había removido sus más dulces recuerdos para ofrecérmelos aquella noche. Podía imaginar con cuánto cariño y cuidado conservaba cada una de esas piezas, porque las manos de su madre las habían tocado tantas veces, hasta dejar un poco de sí en ellas.
Jackman se retiro cerca de la medianoche y Clare no quería marcharse hasta dejar todo en orden, pero entre Greene y yo la convencimos de que dejara todo tal como estaba, ya nos ocuparíamos nosotros de lavar la vajilla.
Las noches empezaban a ser cálidas y el camino que hicimos para acompañar a nuestra amiga hasta su casa fue sumamente placentero. La fragancia a jazmín y hierba fresca, las calles solitarias y silenciosas, la tenue luz de los faroles, las casas con sus oscuras ventanas. Era como si el mundo entero durmiese y solo nosotros dos veláramos.
- Es tarde Tom, ¿quieres qué te lleve a casa o te sirve bien uno de los sillones?
- Estoy cansado y tengo mucho sueño, tú debes estar igual. Así que no pienso ir a ningún lado.
Cuando llegamos se apresuró a entrar en su habitación, trajo unas mantas y un par de almohadas y rápidamente improviso una cómoda cama para mí.
- Tom... yo tengo ciertas "peculiaridades", quizá te parezca que me porto como un niño, pero tengo mis razones para actuar así. Es imposible que pueda conciliar el sueño si las luces de la habitación no están encendidas y la puerta abierta. Me es insoportable estar en espacios cerrados. No siempre fui así... solo, desde... no importa, nada de eso importa ya.
Aquella última frase parecía decirla más para sí mismo que para mí.
- No tienes que darme ninguna explicación Franz, está es tu casa.
Me miró como si saliera de un ensueño, y luego de darme las buenas noches se alejo a su dormitorio. Aquello era un tormento, siempre que parecía que finalmente iba a hablarme de esa parte de su vida que me era desconocida se detenía. Pero el azar o el destino hicieron que aquella noche averiguara más de que habría imaginado.

5 comentarios:

un-angel dijo...

¡Hala, soy el primer!...
...mmmmmmmm, me gusta ver como se desenreda poco a poco Greene, como vamos conociéndole a la vez que lo hace el protagonista, y como van cayendo sus barreras y da esas muestras de insólita ternura...
...lo que no me ha gustado nada es QUE LO DEJES JUSTO EN ESE PUNTO, ¿ahora cuanto vamos a tener que esperar para saber lo que ocurrió esa noche perfumada?...ah, mi imaginación corre como un conejo, cielos, estoy teniendo pensamientos deshonestos!!!
Un beso, mi Rosa, y gracias por dejarnos compartir la historia...

Dalia dijo...

esta historia es excelente!!

aunque no puedo imaginarme a Tom con un rostro diferente al de Wilson jejeje besos

Arquitecturibe dijo...

Hmmmm estos eslabones me aprisionan tan fuerte y tan mortalmente!!!!
espero que sigas con estos reglones torcidos... que son de lo mejor
un beso enorme mi linda rosa.

El César del Coctel dijo...

Mi Rosita, has completado mi alegría con este capítulo. He leído cosas hermosas por las casitas que alcancé a visitar hoy... y este capítulo me ha parecido fabuloso... me gusta mucho cómo Greene muestra su interior... tal vez él no es que sea un personaje insoportable, sino que ha estado mucho tiempo solo...

Espero ancioso

Besos

Javier dijo...

Desde luego comentarte es alabar tu capacidad para entretejer historias. Un arte en el que me declaro nulo.