Alma Beers no era diferente a cualquier otra muchacha; frágil y delgada, desordenada y tierna; sin muchas ambiciones, de pocas palabras. En realidad era la mujer ideal para Ennis, solo que tantos silencios agotaban sus vidas. Al mes de casados ya estaba embarazada de la pequeña Alma y no pasó mucho tiempo para que Francine se le uniera en un coro de berridos. La cocina se convirtió en una extensión de la habitación conyugal que compartían con las niñas. Pañales sucios, baberos, biberones; confundiéndose todo con las camisas sucias de Ennis, los platos por lavar y la sonrisa de Alma que a veces se le escurría por el lavabo.
Del Mar trabajaba en lo que se le presentara, ya sea en alguna granja o en la construcción de una autopista nueva, detestaba esto último, pero cuando hay dos nenas y una mujer que mantener no hay mucho que pensar. Los días pasaban grises, con esa monotonía agobiante que a veces trataba de aliviar con alguna salida a la ciudad. Alma siempre le insistía en que deberían dejar de vivir tan aislados; al fin logro que Ennis aceptara mudarse y fueron a vivir en un pisito sobre una lavandería en Riverton.
Del Mar trabajaba en lo que se le presentara, ya sea en alguna granja o en la construcción de una autopista nueva, detestaba esto último, pero cuando hay dos nenas y una mujer que mantener no hay mucho que pensar. Los días pasaban grises, con esa monotonía agobiante que a veces trataba de aliviar con alguna salida a la ciudad. Alma siempre le insistía en que deberían dejar de vivir tan aislados; al fin logro que Ennis aceptara mudarse y fueron a vivir en un pisito sobre una lavandería en Riverton.
Jack continuaba quebrándose huesos; pero sin perder un ápice de su arrogante entusiasmo. Y al anochecer, después de los rodeos cuando los vaqueros se reunían en el bar de Ruffus; buscaba una media sonrisa , unos ojos del color de la hierba, un cabello del tono rubio de su cerveza. Pero siempre confundía el camino; y sus ojos sonreían en vano, en el lugar equivocado y a la persona errada. Jimbo, el payaso del rodeo, había sido en aquella ocasión el objeto de sus tiernas miradas. Jack sorprendió de nuevo esa sombra de desprecio que ya había visto en los ojos de Aguirre, se mordió los labios y desvió la mirada. Pero Jimbo no dejo las cosas allí, se fue en dirección a un grupo de vaqueros que bebían y jugaban al billar. Jack sabía que hablaban de él, porque de rato en rato le miraban con recelo; algo le decía que era mejor salir pronto del lugar, así que termino su cerveza y salió a la calle. Habría avanzado unas cuadras, cuando un grupo le salio al frente, reconoció a los hombres del bar, el corazón empezó a latirle furioso; sin embargo, respiro hondo y avanzó aparentando frialdad hacía ellos.
- ¡Twist!, sabes... la gente como tú no es bien vista por aquí. Así que mejor coges tus putas cosas y te largas.
- En qué los molesto. A qué viene todo esto.
- Mira... tú sabes bien de lo que hablo. Nadie te quiere aquí... o tal vez necesites que te lo hagamos entender mejor...
Jack observaba las pesadas herramientas que tenían en sus manos. No, ese no era el momento para desafíos; los miro uno a uno, bajo el ala de su viejo sobrero y se alejo rumbo al motel donde se alojaba, saco sus cosas y las echo a la parte trasera de su camioneta. Los hombres no dejaron de vigilarlo hasta que lo vieron subirse y alejarse en ella.
Su ruta era tan desigual como la marcha de su camioneta; y así, entre tumbos, viajaba de un extremo a otro de Texas. Siempre inscribiéndose en los rodeos, era lo único que hacía bien y los últimos dólares ya casi habían desaparecido de sus bolsillos. - quizá esta vez sí, quizá por esta puta vez las cosas me salgan como pienso - Y en verdad, en aquella ocasión los hados del destino jugaron a su favor; dos seis en dos tiradas, eso sí que era ser afortunado. Gano una buena cantidad de dinero montando un inmenso toro, "Dormido", que por esa vez le hizo honor a su nombre y además conoció a una chiquilla hermosa Lureen; desinhibida, briosa y ágil como una yegua. Era de esas pocas mujeres que no esperan a ser tomadas, sino que se lanzan a servirse por sí mismas. Lureen era además hija de un viejo adinerado. ¿Quién no conocía en Texas a Newsome?, el comerciante de maquinaría agrícola. Cuando se entero que su hija andaba con aquel perdedor, puso el grito en el cielo. Pero Lureen era indómita y engreída, acostumbrada a tener todo aquello que deseaba... y ahora se le antojaba aquel vaquero de ojos endiabladamente bellos. Así que Newsome no le quedo más que ceder; y como para desmentir cualquier rumor, Twist no tardo mucho en convertirlo en abuelo. La vida de Jack estaba cargada de colores; los de la ropa de su mujer, los de la habitación de Boby, los de los elegantes muebles, los de los relucientes tractores, los de su nueva camioneta. Todo tenía color... menos su vida.
Cada vez que tenía oportunidad de alejarse de casa; se lanzaba en busca de algún rastro de Ennis, preguntaba en los ranchos pero nadie le daba razón de él. A nadie le había contado que el verano siguiente en que se conocieron volvió a Signal, en busca de trabajo; pero lo que en realidad deseaba saber era si del Mar volvió alguna vez por ahí. Aquella vez, cualquier duda que hubiera tenido con respecto a lo que Aguirre sabía, quedo disipada. Este se encargo de dejárselo todo bien claro - veo que encontraron cómo pasar el rato allá arriba. Yo no les pagaba para que los perros cuidaran las ovejas mientras ustedes se revolcaban. Aquí no hay trabajo para ti Twist. ¡Largate de mi oficina! - Jack bajó los ojos avergonzado y salió dando un portazo. Pero lo que Joe nunca sabría, es que aquel verano del 63, el había regresado a la montaña. Recordaba que el día en que se despidieron, Ennis le contó que había olvidado su camisa. Busco en el lugar donde levantaron el campamento por ultima vez... y allí estaba, escondida entre unas ramas, sacudida suavemente por el viento. Algo ajada, pero entera. Se había quedado mas que enredada en las ramas, enredada en el tiempo; con suavidad la liberó, no quería que se fuera a rasgar, y luego... hundió su rostro en ella. Buscaba en vano el olor de su cuerpo, de su sangre... pero habían desaparecido. Solo permanecían los manchones rojizos.
Y una mañana de junio, después de cuatro largos años, el nombre de Ennis le resultó familiar a alguien. Ennis vivía en Riverton. Se apresuro a escribir una postal preguntándole si estaría allí el 24. Y el corazón se le hizo ligero, y por primera vez, después de mucho tiempo se le antojo que el cielo era azul... tan azul, que podía ahogarse con solo mirarlo.
Y la postal llego a manos de Ennis; y le faltaba el aliento cuando estuvo frente a la oficina del correo para mandarle la respuesta - ¡claro que sí!. - Y la sonrisa se instaló en sus labios, sus ojos brillaron como si una constelación entera se hubiera precipitado en ellos. Y los grises desparecieron, y llegaron los colores... el azul, el verde, el blanco de las montañas de Brokeback, de la vida.
El 24, Ennis vestía su mejor camisa, sus vaqueros limpios y planchados. Varias botellas de cerveza amontonadas sobre una mesa y el cenicero cargado de colillas de cigarro eran testimonio de su impaciencia. Jack no le había mencionado la hora, pero para el la espera empezó desde el amanecer, y la tortura de las dudas también. ¿Y si no daba con la casa, si algo le impedía llegar, en fin, si al final se había desanimado?. No, Jack no era así, el no era dado a jurar, pero cuando prometía algo siempre cumplía. Empezaba a adormecerse por el cansancio y la bebida, de pronto el sonido de un motor lo saco de su modorra. Era él, tenía que ser Jack.
Alma le observaba en silencio intrigada, no entendía porque lo entusiasmaba tanto la venida del dichoso amigo y por qué se negaba a invitarlo a comer algo en el Knife & Fork. Nunca antes le había visto aquella sonrisa, aquella luz desconocida iluminándole el rostro.
Allí estaba apoyado en su reluciente camioneta; pero ahora todo el espacio estaba inundado de Jack, y el aire no olía a otra cosa que a tabaco y a pino. Y Twist, ya no vio otra cosa que sus ojos claros y sus rizos rubios; y de pronto solo eran sus labios buscándose, sus cuerpos reconociéndose en cada curva. Y Ennis empujándolo ansioso a un rincón y apretando sus labios a los suyos con brutalidad; y sus manos vagando sobre la ropa queriendo encontrar el calor de la piel. El espacio entre los cuerpos era casi inexistente; labios y lenguas enlazadas; pechos apretados, sintiendo uno el latido del otro; muslo y entrepierna, anhelantes; pies pisándose torpemente entre ellos. - ¡hijo de puta!, ¡hijo de puta!