La banda de Möbius no tiene arriba ni abajo, principio ni fin, exterior ni interior. Es una superficie no orientable, un cuerpo espacial imposible pero existente, una superficie contínua y eterna, el infinito perfecto, el laberinto perfecto del que no se puede escapar.
Pon, 23 de octubre del 2006
- ¿Muerto?... eso es imposible, es absurdo.
- Francisco, yo te enterre... ¡Por Dios!
De pronto el joven se entreabrio la camisa y tomo la mano de Jorge y la colocó sobre su pecho.
- Sientes estos latidos, el corazón de un hombre muerto no late así.
Le sujetaba la mano con fuerza, casi hasta lastimarlo. Luego la puso sobre su rostro.
- Sientes mi respiración... entonces ¿cómo puedo estar muerto?
- Francisco, ni yo mismo puedo explicarme lo qué sucede, no me pidas entonces que te diga nada.
De pronto los ojos de Jorge miraban sorprendidos como Francisco se iba despojando de su ropa. Ahora formaban un pequeño montón bajo sus pies. Esperaba en silencio, sin moverse, solo sus ojos hablaban por él; su mirada era tierna, acarariciadora; una mezcla de intenso deseo y profundo amor. Jorge se acerco temblando hasta él, con suavidad lo atrajo hasta su cuerpo y lo estrecho con fuerza. Sus labios besaron aquellos ojos de cielo; y luego navegaron por sus mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas y del sudor que resbala por sus sienes. Finalmente se fundió en su boca sonrosada y suave, la tomo en la suya y bebio de ella aquel conocido sabor de menta y tomillo. Sus manos se crisparon sobre la tierna carne de su amigo y acariciaron ardorosas su espalda, para continuar en un vértigo descendiendo...descendiendo.
Ambos yacían sobre la arena, Jorge luchaba por desprenderse del estorbo de sus ropas. Ahora su piel estaba libre de ataduras y se tendía como un cálido manto sobre la piel de Francisco, la urgencia de su deseo los obligaba a apretarse el uno contra el otro, hasta fundirse en uno solo.
Descansaban los dos sobre la arena, con el deseo aún martillando en su pecho, en sus venas. Francisco se había adormilado ligeramente, y ahora Jorge le contemplaba extasiado. Que bello era su amado. Sus cabellos oscuros como la noche, caían en suaves ondas sobre su frente; sus delicados labios sonreían, con la sonrisa de un niño agotado despues de un fatigoso juego. Como amaba la suavidad de su cuello al contacto con sus labios, y sus pectorales suavemente dibujados. Sus ojos se perdían en su vientre firme, en la suave curva de sus muslos; amaba cada rincón de ese cuerpo. No pudo resistir abarcarlo poco a poco con sus besos , reteniendo el aliento, apenas rozando la piel. Pero su amigo despertó, se revolvía risueño con esas leves caricias.
- Pero, ¿qué haces? Me estas haciendo cosquillas.
- No quiero olvidarte nunca, quiero grabar en mis labios todos tus sabores, todas tus formas.
- ¡Estas loco! Anda, vamos a bañarnos un rato, estamos llenos de sudor.
El muchacho no espero respuesta y corrió hasta el mar, se hundió en sus aguas, y volvió a salir. Jorge lo miraba sonriendo "eres tan chiquillo a veces, me haces sentir que el tiempo no pasa. Y que en tú sonrisa puedes extinguir las horas, los días, los años..."
Francisco lo llamaba desde el agua, Jorge se levanto y se fue hacía él. Estuvieron bastante rato jugueteando, pero sin alejarse mucho de la orilla. Después se tendieron un rato al sol, para secarse y descansar. Les extrañaba no sentir hambre, hacía horas en el caso de Jorge y días para Francisco que no probaban bocado alguno; y sin embargo, tenían la misma sensación de quién acaba de comer y beber bien.
Sus cuerpos jovenes y dorados por la luz del sol, hubieran servido de inspiración a los antiguos pintores del renacimiento que tanto se extasiaban en los bellos mancebos. Fue Francisco quién se levanto primero y comenzó a vestirse, el otro lo detuvo malicioso.
- Vamos, no te vistas, me gusta tanto verte sin nada encima.
- Ya dejáme vestir, hemos ido muy lejos, imaginate que alguién nos hubiera visto. Tú me haces perder la cabeza.
- No creo que a nadie le importe aquí lo que hagas o dejes de hacer. Pero entonces... ¿Has visto a alguién?
- Sí, unas muchachas muy guapas. Creo que eran... Gloria y Mila, asi me dijeron que se llamaban.
- ¿ Y alguién más?
- Bueno, había un grupo de chiquillos jugando en el agua, una mujer los cuidaba.
- ¿ Hablaste con ellos?
- No, la mujer me saludo. Y luego siguio mirando a los niños. Se notaba que se interesaba mucho por ellos.
- Esos pequeños deben haber muerto también, y de seguro esa mujer vino aquí para cuidarlos.
- No sé de qué hablas
- Gloria y Mila no hablaron contigo.
- Casi nada, unos pocas palabras. Me dijeron que debía esperar, pero no me dijerón qué, y después se alejaron rápidamente.
- Hay un hombre que pinta cuadros en la playa, pinta a las personas que pasean por ella, pero no a cualquiera, sino a aquellas que van a morir pronto, es como si las atrapara dentro del lienzo. Y luego, cuando mueren, de alguna manera encuentra a la persona que más los amaba y le propone entrar al cuadro, para seguir a su lado. Yo entre a través de la pantalla del computador. De alguna manera, sin saberlo, yo quería encontrarte.
- Es la cosa más increíble que he escuchado en mi vida. Y si no fuera porque estas aquí, en este lugar extraño, creería que has enloquecido.
Francisco terminó de vestirse y Jorge se vio obligado a hacerlo también. Se levantaron y empezaron a caminar, sus manos se buscaron y así continuaron avanzando cerca a la orilla.
No habrían caminado mucho, cuando sintieron un viento frío y extraño, levantarón los ojos y vieron un agujero negro e insondable, que se iba ensanchando poco a poco, los muchachos vieron con terror que se cerraba sobre ellos. Fue entonces cuando Jorge sintió que algo jalaba de él, como sí una inmensa aspiradora lo succionara. Sentía las manos de Francisco cerrarse sobre la suya, para evitar que volara al interior del agujero, pero era imposible. Sus manos se fueron soltándo y Jorge se precipito en aquella negra abertura.
El otro muchacho, se quedo sobre la arena con los puños cerrados, y los ojos arrasados en lágrimas. Solo le quedaba ver cómo el agujero se iba cerrando hasta convertirse en un pequeño punto en el cielo, y luego nada.
Jorge se vió de pronto de nuevo en la habitación, allí estaban sus muebles, su mullida cama. Las cosas de Francisco amantonadas sobre un sillón. El estaba sentado en el piso, también lloraba, pero qué podía haber ocurrido. Un ruido que llegaba de la cocina le saco de sus pensamientos, se levanto de prisa y corrió hasta allá. Le sorprendió ver a Daniel, un buen amigo de ambos; era un muchacho simpático y bondadoso, un poco curioso, pero ese era un defecto menor.
Daniel al verlo parado en la puerta, con el rostro desencajado y la ropa toda arrugada, no pudo evitar dar un grito ligero que ahogo rápidamente. Además le extrañaba verlo allí, el recordaba haber revisado la casa por completo y éstaba seguro de que no había nadie.
- Jorge, pero... de dónde has salido. Me he pasado el día buscándote, cuando no te encontre en la casa fui a preguntar por tí por los alrededores pero nadie me daba razón.
- Yo, yo... acabo de llegar. Salí un rato a... a respirar.
- Es raro que nadie te haya visto salir. El portero no me dijo nada.
- Estaba distraido seguro, y no me vio salir.
Jorge se movía pensativo. Entonces una idea cruzó su mente. Clavó los ojos en su amigo, que estaba ocupado lavando los trastos en el fregadero y una repentina rabia se apodero de él.
- Daniel, tú moviste algo en el computador. Dime ¿lo hiciste?
Había tomado al otro de la camisa y lo zarandeaba con desesperación. Daniel logro zafarse y retrocedió asustado hasta la pared. Sus ojos le miraban con una expresión de miedo y asombro. Nunca antes había visto a Jorge en aquel estado, siempre tuvo un carácter agradable y sus maneras eran suaves y corteses. Distaba mucho de aquel hombre que lo miraba ahora enfurecido y demudado.
- Pero...¿qué te pasa Jorge? Estas actuando como un demente.
El otro se llevó las manos a la cabeza con un gesto de desesperación. Retrocedió lentamente hasta la cama y se sentó sobre ella. Cerró los ojos para calmarse y ordenar sus ideas. después de todo su pobre amigo no tenía la culpa de nada.
- Perdóname Daniel, perdóname por favor. Pero trata de entenderme. Está demasiado reciente la muerte de Francisco y no me hago todavía a la idea, cualquier cosa me saca de quicio. Y al verte revolviéndo las cosas me enfurecí.
- Amigo, no te preocupes. Yo solo quería ayudar, no sé, tanto tiempo sin salir de aquí, sin contestar las llamadas. Toda la gente de la facultad estaba preocupada por tí. Y decidí venir a ver cómo andaban las cosas.
- ¿Y cómo entraste?
- El portero estaba también preocupado, pero no se atrevía a entrar. Lo único que lo tranquilizaba era que escuchaba ruidos. Así que penso que estabas bien, fue él quien me abrió la puerta.
- Bien amigo te agradesco mucho todo esto. Pero ahora dime algo, ¿hiciste algo con la computadora cuando llegaste?
- No, solo la apague, tuve que resetearla, había un extraño paisaje de una playa. No tenía forma de cerrarlo y pulse el botón de resetear y después la apague.
- ¡Dios!, tus intenciones eran buenas, pero me has hecho un daño terrible. Te lo ruego Daniel, dejáme solo. Agradezco tú ayuda, pero ahora necesito estar solo. Vete, vete...
Daniel lo miró como se mira a alguien que ha perdido la razón, movió la cabeza con tristeza y salió cerrando la puerta con fuerza. Apenas cerró la puerta tras de sí, Jorge corrió hasta la computadora, busco en todos los archivos el dichoso cuadro, pero nada, no había rastro de él.
Trató de recordar, qué había estado haciendo aquella vez. Sí, las fotos, él estaba revisando los archivos de fotografías de Francisco. Comenzó a revisarlas unas tras otra, pero nada ocurría. Entonces vió su rostro reflejado en un espejo cerca al computador, se sobrecogío al verse a sí mismo en aquel estado. Sus ojos brillaban como poseídos por la fiebre y su cara tenía una expresión atemorizante. Se alejo del computador, y paseo un rato por habitación: "No, así no voy a encontrarlo, no en este estado. Debo tranquilizarme, debo tranquilizarme..." Respiro hondo, penso en todos los ratos agradables que habían pasado juntos; en el sabor de su piel, que aún conservaba en sus labios. Poco a poco la paz fue inundando su corazón; sentía sus músculos relajarse, su respiración hacerse suave y acompasada, sus manos ya no temblaban más. Entonces volvió a sentarse frente al computador y a repasar nuevamente las fotos, ahora sonreía de nuevo. Pensaba que si Francisco hubiera vivido unos años más, habría visitado hasta el lugar más recóndito de la tierra. De pronto la pantalla volvió a oscurecerse y apareció ante sus ojos la pintura de la playa, de nuevo sintió el calor del sol y la brisa fresca. Cerro los ojos y puso la mano sobre la pantalla, cuando los abrió, estaba sobre la arena.
Corría y corría por la orilla en busca de Francisco, pero no lo veía por ningún lado. Distinguio entonces un hombre mayor frente a un caballete que pintaba el paisaje marino, se acerco hasta el y se detuvó contrariado.
- Usted, usted... es el hombre de los cuadros, claro que es usted, ¿cuál es su nombre?
- Eso no importa, pero si quieres darme un nombre que sea Kroyer. Pero mirá, mirá hacía allá, alguien te espera.
Jorge desvió la mirada y vió a Francisco caminando por la orilla, tomó la mano del viejo entre las suyas y se la llevo hasta los labios. El hombre lo quedo mirando unos segundos, solo hasta que los vió reunirse y abrazarse; luego sus ojos volvieron al lienzo que estaba dibujando, una sonrisa se dibujo en sus labios.
Afuera se escucho una pequeña explosión, la computadora se había sobrecargado. Jorge había tomado aquella pequeña precaución, nadie volvería a apartarlo del lado de quien amaba.
Amigo lector, te invito a ampliar la imágen de La Playa, pon tú mano sobre la pantalla y espera, quién sabe encuentres lo que estas buscando.