Otro día, todo sigue igual, no, en realidad, ya nada es lo mismo. Es mi trabajo lo único que permanece inalterable, los mismos papeles en mis manos, las mismas cifras; mis dedos corriendo en el teclado, casí sin pensar. Tengo el papel que me diste cerca a mí, solo tengo que adelantar un poco la mano para alcanzarlo. Respiro hondo, tomo el papel decidida y de nuevo lo dejo caer sobre el escritorio. En realidad, ya no necesito el papel, lo he visto tantas veces que tengo los números grabados a fuego en la memoria; lo conservo porque alguna vez estuvo entre tus manos y tiene algo de tí, de tú aroma, que a estas alturas ya no existe. Me he asomado a la ventana a las horas de siempre, pero no te he visto, ¿qué ha sido de tí?. Cómo extraña la vereda gris tus pasos, y el tendero tus saludos; nadie lleva ya comida al perro, sabes, y ha empezado a enflaquecer, cómo te extrañan mi ventana y mis días. El invierno ha llegado, lo sé porque el aire sopla más frío, y hay que encender más temprano la calefacción, tengo que buscar mantas extras. Y el viento helado se pega al cristal, y lo cubre de una escarcha fina. Aún puedo ver la calle, y me imagino que tú la recorres de nuevo y levantas tu mano sonriendo, siempre sonriendo. Tomo el telefóno y marco de prisa los números, escucho el sonido llamando una y otra vez, nadie responde.
¡Dios!, voy a traer a ese pobre animal dentro, sí no lo hago ahora quizá mañana este muerto.
Llego hasta el ascensor, con el animalito en brazos; la gente me mirá extrañada, y a mí qué me importan sus miradas, no tengo corazón para verlo morir de a pocos, estoy segura que tú también lo hubieras recogido y te lo habrias llevado a casa. Lo arropo en la cocina y le doy un poco de leche tibia, le he fabricado una cama mullida y cómoda con una manta vieja. Sus ojos de caramelo me miran enormes, un lenguetazo en mi mano, me imagino que me esta dando las gracias. Me asomo a la ventana, pero... sí es la anciana que tú ayudabas a cruzar; debo alcanzarla, aunque, por está época del año el tráfico disminuye y casí no hay ningún peligro en los cruces. La mujer acepta gustosa mi brazo, y la dejo del otro lado con una sonrisa en los labios, ¿te sonreía a tí igual?.
Me he dado cuenta, que en cierta forma estoy haciendo un poco mías tus costumbres. Dónde viviras, tantas veces viendote pasar y nunca me pregunte de dónde venías. Me pongo el abrigo de prisa, la bufanda y los guantes, voy a hacer tú camino; quizá los faroles, las esquinas, las banquetas... puedan decirme qué ha sido de tí. El frío me cala hasta los huesos, creo que siento su caricia helada en el pecho, tan cerca de mi corazón.
He tomado la esquina de la que siempre te veía surgir, una calle ancha y desierta se abre a mis ojos; muchas casas alineadas. Qué he de hacer, tocar una por una las puertas hasta encontrarte, hasta que alguién pueda decirme qué ha sido de tí. Cierro los ojos y aprieto fuerte el papel dentro de mi bolsillo. No sé cómo encontrarte... mañana averiguare con el tendero, quién sabe haya suerte. No quiero quedarme como la Penelópe de la canción, claro que aquí no hubo promesa alguna, no había nada, solo una sonrisa y un número... "Adios amor mío, no me llores volvere, antes que de los sauces caigan las hojas, y piensa en mí, volvere yo por tí..."
3 comentarios:
Me gusta tu historia, tus personajes y la narradora que te lleva hasta ellos.
Un beso
Si no llamas no lo sabrás.
ay y que se hizo Ernesto???? me alegra por el cachorro que se hayan hecho cargo de él.
Espero la continuación.
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