El joven cerró los ojos en silencio y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Hasta ese instante no se había preguntado por qué estaba en aquel lugar, solo le importaba saber cómo pudo llegar. Ahora empezaba a comprender; él también había expresado su consentimiento para entrar en ese inusitado mundo, no concientemente, no de una manera directa. Y sin embargo, al apoyar su mano sobre el cristal de la pantalla, había dicho: ¡Sï!
Le costo mucho volver a hablar, las muchachas lo miraban expectantes esperando su respuesta.
- Vine a buscar a un amigo, alguién que amé mucho. No, eso no es cierto, alguién a quien amo todavía. El murío hace una semana, su perdida se me hacía insoportable... y entonces ocurrió, en cierta forma yo también toque el cuadro.
- Buscas a tú amigo entonces. ¿Cuál es su nombre?
- Francisco, así se llamaba.
- Su nombre sigue siendo el mismo ahora. Aquí el pasado no existe. Muy pronto ya no sentirás dolor, ni angustia.
Le costo mucho volver a hablar, las muchachas lo miraban expectantes esperando su respuesta.
- Vine a buscar a un amigo, alguién que amé mucho. No, eso no es cierto, alguién a quien amo todavía. El murío hace una semana, su perdida se me hacía insoportable... y entonces ocurrió, en cierta forma yo también toque el cuadro.
- Buscas a tú amigo entonces. ¿Cuál es su nombre?
- Francisco, así se llamaba.
- Su nombre sigue siendo el mismo ahora. Aquí el pasado no existe. Muy pronto ya no sentirás dolor, ni angustia.
Las jovenes se levantaron, sacudieron sus vestidos con delicadeza, y con una sonrisa se despidieron de Jorge.
- ¡No, no se vayan! No me dejen solo, no sé dónde ir. Por favor, no se vayan.
Mila se volvió hacía él y poniendo una de sus manos sobre su hombro lo miro fijamente. Había en sus ojos un brillo extraño, era como si un centenar de estrellas fulguraran en sus pupilas.
- Ya no nos necesitas más. Todo lo que podíamos decirte, ya te lo hemos dicho. Ahora deja que nos marchemos. No temas, aquí nada malo puede pasarte; no puedes extraviarte, lo encontraras
pronto. Solo sigue cerca a la orilla, no te alejes nunca de ella. ¡Lo encontraras!
Las jovenes le dieron la espalda y se alejaron cogidas del brazo, tal como las vió la primera vez.
Se quedo de pie sin poder moverse. Otra vez volvía a él ese sentimiento de tristeza profunda, insondable; solo comparable a ese mar que se abría a sus ojos.
Comenzó a caminar junto a la orilla, como le habían dicho. Después de un rato se detuvo, se sentía cansado. Le daba la impresión de que no se había movido del lugar, de tal modo era el paisaje tan regular. Respiro hondo y retomó el camino, sin apartar la mirada del horizonte; de pronto un pequeño declive le hizo perder el equilibrio, sus ojos se desviarón por unos instantes de la senda, sintió un agudo dolor en el tobillo y se agacho, con una de sus manos se frotaba el adolorido pie. Cuando se levantó tuvo que ahogar un grito, algo había cambiado en el paisaje. A cierta distancia de él caminaba una figura alta, bien proporcionada, sus cabellos oscuros flotaban acariciados por la brisa marina. ¡Esa figura! ¡Esa ropa! ¡Esa manera de caminar! ¡Por Dios!, ¡Por Dios! acaso era verdad. No era la vehemencia de su deseo, la que estaba engañando sus sentidos.
Aquella visión lo transtornaba profundamente, casí podía aspirar su aroma, ese aroma suave. Ese olor a sándalo que tan bien conocía; era el olor que lo envolvió la primera vez que se amarón. Era él, era Francisco, corrió y corrió, ya apenas unos pasos lo separaban de él, alargo su mano y le toco suavemente el hombro. El otro se volvió, dos trozos de zafiro lo miraron largamente con pasión intensa, pero a la vez con tanto amor; que su mirada se tornaba suave, tan suave como la caricia de las olas que morían a sus pies. Nada dijeron, nada había que decir, solo sus manos y sus cuerpos reconociéndose en cada curva, en cada hondonada.
Ahora la boca de Jorge buscaba la de Francisco, sus labios le besaban con urgencia; y después navegaban por sus mejillas, saboreando su sudor, sintiendo el latido rápido del cuello, ahogándose en ese latido: ¡tac tac tac! Una y otra vez bajo su boca, bajo su oreja apoyada sobre esa arteria; sobre la vida que gritaba a través de ella.
Francisco se separó ligeramente de él, para mirarlo a su antojo, para dejar que sus manos recorrieran su rostro, despacito... despacito. Como si temiera que aquella visión se borrara de pronto.
- ¡Mi amor! ¡Mi amor! Cuanto te he esperado. No sé calcular los días, las horas; esto aquí es imposible, no anochece nunca. Es un eterno día soleado. ¿Cuánto tiempo ha pasado... cuánto?
- ¡Que importa el tiempo! Ahora estoy aquí contigo, y ya nunca me iré de tu lado ni tú del mio.
El joven se deshizo por completo del apretado abrazo de su compañero, tuvó que forcejear ligeramente porque el otro no deseaba soltarlo.
- Sí importa, Jorge, todo importa. Yo no entiendo cómo llegue a este lugar, no recuerdo haber hecho ningún viaje. Y eso me está volviendo loco.
- ¿No recuerdas nada?
- Nada, nada... bueno, tengo una imagén, un recuerdo, no sé bien qué es. Solo veo un auto que se me viene encima, yo trato de correr para evitar el choque, pero es tarde, muy tarde. Siento un dolor espantoso, es como si todos mis huesos se rompíeran a la vez, y luego sangre, mucha sangre en el suelo...no sé de dónde viene, si de mi cabeza, de mi cuerpo. Luego, nada...
Francisco se dejo caer de rodillas, sus puños apretados golpeaban la arena una y otra vez.
- Dime, dime tú qué paso. Estuve en coma, y tú me trajiste aquí. ¿Qué es esto? Algun balneario del futuro donde algún loco controla el tiempo. ¡Dime qué es esto!
Jorge se arrodillo junto a él, la cabeza le daba vueltas. Cómo iba a decirle a su compañero que estaba muerto; que él había tenido que pasar por la pesadilla de ir a la morgue a reconocer su cuerpo; que él había llamado a la funeraria para que prepararan todo; que él había echado el primer puñado de tierra, húmeda y suave, sobre su ataud. No aquello era demasiado, estaba más allá de sus fuerzas. Tenía la barbilla apoyada sobre el pecho, sintiendo de nuevo, las lágrimas sobre sus mejillas.
- Te quedas callado, es qué no vas a decirme nada.
Jorge levantó la cabeza, su mano se deslizó con ternura por los cabellos de su amante. Como si con la fuerza de su amor pudiera borrar el dolor que iba a provocarle al saber la verdad.
- Francisco, tú estas muerto. Moriste en ese accidente que recuerdas.
4 comentarios:
Hermosa historia de amor y amistad, de sentimientos intensos...
Quién no quisiera, a veces, perderse dentro de la computadora y viajar por el etéreo mundo de la red para estar cerca de vosotros.
Aunque leyendoos, casi casi, se entra en vuestros corazones.
...me he alegrado cuando por fin se han reencontrado los dos protagonistas, pero ahora ¿qué va a pasar?... cuanta pasión a caballo entre la vida y la muerte... seguiremos esperando la continuación,un abrazo...
un mundo de ensueño y un reencuentro, seguire leyendote amiga.
Ay, me he quedado así, como....esperando.....
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