20 octubre, 2006

Dos vueltas de llave y un ángel (final)

Llegarón hasta un bar, uno de los muchos que pululaban por el lugar. Solo que este tenía habitaciones que se alquilaban en el piso superior.
El joven se acerco a la barra, el hombre le saludo como a un viejo conocido; entonces su mirada reparó en el muchacho y una sonrisa maliciosa jugueteó en sus labios.
- Dame una habitación, lo mejor que tengas
- Tendrás que pagarme ahora
Y él sin desprenderse del eterno cigarrillo, sacó unos billetes y se lo entregó al hombre. Este puso los billetes en el mostrador y empezó a contarlos.
- ¿A quién le vas a dar la tirada? Faltan treinta.
- Mañana.
- Ahora.
- Mañana.
- Ni hablar. Tengo otras ofertas. Si te favorezco es para que cumplas. Treinta más. Ahora.
¡Clic!, hizo la mano de él. Y, como por arte de magia o por milagro, allí estaba la hoja fina, larga, reluciente.
- Mañana
- Está bien mañana - contesto el hombre y se dió la vuelta para buscar la llave.
¿Clic!", de nuevo y la hoja brillante, como por milagro o por magia desapareció de su mano. El hombre puso una botella y dos vasos sobre el mostrador. El líquido era ligeramente oscuro, como un té raleado. El ángel sirvió en los vasos y le alargo uno al muchacho.
- Bebe
El vasito tendría algo fresco, porque él tenía mucha sed. Pero al llevarlo a los labios notó que era fuerte, quemaba los labios y la garganta.
- Bebe
El segundo vasito resbalo hasta su pecho, y pareció que se desataba fuego en el.
- Bebe
- Este tercer vasito, le llego hasta las entrañas.
- Bebe
¿Qué vasito era éste? ¿El quinto o el numero mil? No importaba. No importaba nadita. El calor en el pecho era bueno; y esa pesadez que sentía en los brazos y en las piernas, también era agradable. Y la mano de él, suave como seda resbalando por su cuello. ¡Qué alegría! !Qué buena era la vida!. Y allí estaban las alas. Ahora sí podía verlas.
- Vamos arriba
¡Qué cosa maravillosa volar así!, apoyado en el pecho amplio sintiendo retumbar su corazón, elevándose sobre Juaréz, subiendo a un cielo color de navaja nueva, flotando blandamente, remontándose más alto, tan alto. Trás-trás, dos vueltas de llave. El cuerpo tendido ahora sobre una nube blanda. Agua del pozo con musgo verde acariciando, acariciando. Y sus labios besando cada rincón de su cuerpo, besos frescos, como agua de rio.
El cuadrado de luz ya no estaba distorsionado. Ahora no era un cuadrado exactamente, sino un rectángulo sobre el piso polvoriento, junto al camastro. La luz era amarilla. Podía ser el sol o el poste del alumbrado. ¿Noche o día? ¡Qué importaba, siendo la ventana tan estrecha! ¡Sol o bombilla! ¡Qué importaba, siendo la espalda una llaga viva! La puerta estaba cerrada con dos vueltas de llave: trás-trás. Los pasos se alejaron pesados por el pasillo.
El primer extraño vino con el ángel, y él muchacho pensaba: "¿Quién es este?" La llave hizo: trás-trás. Y el extraño solo ya con él en la habitación tenía los ojos turbios de deseo, y un olor penetrante a borrachera fresca. Vinieron muchas noches y muchos extraños, con el ángel siempre.
Y las noches y los extraños se quedaron largamente, por turnos exactos, mientras él se iba a la calle con su camisa ceñida que a veces era a cuadros, o listada, o verde o simplemente azul. A la calle él, después que la llave hacia trás-trás, con los ojos verdes mirando la noche, y el cigarrillo encendido en los labios dulces, sonrientes, con su tenue color rosado.
Después fue a todas horas. De noche, de día, y ya no sentía nada; ni el tiempo, ni los cuerpos, ni los ojos, ni su propio cuerpo en movimiento, ni la voz:
- ¿Cuánto?
Y los billetes crujiendo entre sus dedos finos, que parecían hechos para cosas buenas, pero allí estaban contando dinero y echandolo en una caja cuya llavecita le pendía del cuello.
Y él era la máquina que los producía. Billetes verdes, para los ojos de musgo, que apenas si acariciaban ya, excepto cuando llegaba borracho, y así borracho y desnudo, volvía a tener alas y lo remontaba hasta el cielo.
Nada sabía más alla de esa ventana, él lo protegía de todo guardándolo con dos vueltas de llave, de la vida. Había momentos buenos, cuando llegaba y desplegaba sus alas blancas, y lo envolvía en ellas para llevarlo lejos, muy lejos de allí. Entonces volaba sobre los pinos, sobre el rio cristalino, se hundía entre las nubes blancas y volvía a ver el cielo azul. Pero había momentos que no le gustaban. La llaves hacía: trás-trás y la puerta se abría, de noche, siempre de noche. El lo tomaba del brazo y salian juntos a la calle, y afuera risotadas y palabras feas, borrachos en las esquinas, y más chicos como él apoyados en las paredes, esperando... esperando ¿Acaso también los visitaban extraños, que llegaban con ángeles de cabellos dorados?. Y los hombres que no dejaban de mirarlo, por qué lo miraban tanto, ya había escuchado cosas sobre sus ojos y su boca, de lo guapo que era. Pero a él le avergonzaba escuchar esos halagos, por qué tenían que decirle esas cosas delante de Gabriel.
- Tienes que mostrarte un poco. Vamos, sonríe, mira que te pones guapo cuando sonríes.
Y el muchacho sonreía, porque deseaba gustarle siempre. Y se arrimaba más a su lado. ¿Cómo se defendería de este mundo inexplicable, si no existiera él, y la habitación de piso polvoriento, y la llave que hacía trás-trás?
Se incorporó a medias y miró por la ventana. Otra vez el dolor en la espalda. No puede dolerme más, no puede. Y la ventana estaba tan alta. Estrecha pero alta. ¿Por qué penso en el poste? No debió de haber pensado en eso nunca. Nunca.
Arrimo una silla y la puso sobre una vieja mesa, que le servía para hacer sus meriendas. Se encaramo sobre ellas. Aún tenía en el bolsillo de su camisa algunos billetes, que todavía no le habia entregado. Alzo las manos y alcanzó el alféizar y saltó hacía afuera, trato de cogerse del poste pero como no tenía alas, la caida fue espantosa. Cuando se levanto le dolía el tobillo.
Se sentía desnudo, aunque sabía que estaba vestido. El desgarrón en el pantalón no le importaba. Y el tobillo tampoco, aunque conforme iba caminando el dolor se hacía más intenso. De día todo era distinto. El tumúlto era distinto. Pero el desamparo era el mismo. No habían palabrotas horribles tras cada esquina. Pero se sentía desnudo, avergonzado ante las miradas de las gentes que pasaban a su lado de prisa. Qué dificíl era hacerce entender. ¿El límite de Juarez, el paso... dónde estaba el límite?. Tenía que caminar hasta la antigua estación de gasolina, frente a la oficina de servicio postal; allí habia una terminal de autobuses. Tumúlto otra vez. Pero que distinto. De día todo era tan distinto. ¡Qué verguenza! Que no me miren, que no me miren. Hacía tanto que no se miraba en un espejo, qué especto tendría. Jadeaba, se sentía tan cansado, y el sol que no dejaba de lastimarle los ojos. Allá en las montañas, el sol nunca hiere los ojos, nunca. Solo unos cuantos pasos, ya podía ver la fila de gentes aguardando frente a la puerta del desvencijado camión. Tres billetes verdes, cuatro quizá ¿Serían suficientes?. Puso el pie en el estribo, con los billetes apretados en el puño. ¿Por qué no me dejan subir? El chofer le hacía señas para que se apresurara, que no estorbara el paso. Y el quería apresurarse pero no podía, ni siquiera podía moverse. ¿Por qué no me dejan subir? Intento de nuevo. El sudor le corría por las sienes, la angustia casí no lo dejaba respirar. ¿Por qué no podía moverse? No podía. ¿Por qué me agarran? ¿Es qué alguién lo sujetaba? Quiero subir, por favor, dejenme subir. Iba a gritar su impotencia, cuando vió la camisa azul.
Estaba a su lado, allí, en el estribo, sujetándolo con su fuerte brazo, hundiendo sus dedos finos en la carne de su propio brazo, inmovilizándolo.
La llave hizo trás-trás. Otra vez el cuadrado de luz sobre el piso polvoriento. La mano de él hizo: ¡clic!, y por milagro o por magia, allí estaba la hoja reluciente, el filo hacia afuera. Era broma, claro. Y como era broma el chico no tenía miedo.
- Ya deja eso, no juegues.
Pero la hoja se acercaba, con el filo hacía afuera, refulgiendo con su brillo azulado.
- No juegues Gabriel, el diablo empuja la mano.
El no podía hacer nada, qué podía hacer. Solo atino a cubrirse el rostro con las manos.
- Chiquito tonto. La cara no, que la tienes muy linda.
Le había desgarrado la camisa, y sujetándolo por el cuello, le cruzaba la espalda desnuda formando cuadrados pequeños. La sangre comenzó a brotar por las canalitas que formaban los cuadrados sobre la carne y el yodo cayo como una oleada de fuego sobre la espalda desnuda.
- Por si se te ocurre otra vez. Por si se te ocurre.
El dolor era insoportable, cayo aullando sobre el piso polvoriento. Sentía llamas devorándole la espalda. Nunca había sentido un dolor igual. La llave hizo trás-trás y los pasos se alejaron pesadamente, hasta apagarse. Tardo mucho en arrastrarse hasta su cama y tenderse boca abajo, y quedarse quieto, muy quieto como una pobre lagartija torturada por niños crueles, que agoniza bajo el sol.
Hizo un gran esfuerzo, y logro sentarse sobre la cama, sus ojos otra vez se fijaron en la alta ventana. A pesar del infierno en su espalda. Solo un pedacito de cielo se veía a través de su estrechez, pero no era azul, parecía manchado por nubes grises como ropa sucia. El tobillo comenzaba a hincharsele y casí no podía sostenerse sobre él.
Volvió a dejarse caer sobre la cama, ya no veía el cielo. ¿Y para qué verlo? ¿Puede existir un lugar dónde los padres no digan cosas terribles? ¿Dónde los hombres lo miren con ojos limpios y no con esas miradas que lo ensucian antes de tocarlo? ¿Dónde beba agua fresca de rio y no ese líquido que le hacía perder la verguenza? ¿Dónde Cristo muestre sonrisas de bondad, y no tipos sucios transitando por su cuerpo cansado? ¿Dónde las manos de lo ángeles jamas hagan ¡clic! para exhibir hojas de filo reluciente? ¿Dónde la llave de San Pedro cante música celestial al dar dos vueltas en la puerta de Dios: trás-trás?
Trás, trás y se volvió lentamente. Allí estaba él, solo y borracho. Sin navaja en la mano, sin remordimientos. Trayendo el único cielo, el verdadero. Y se estremeció al ver brotar de la camisa azul, dos alas del color de la nieve. Sintió otra vez la hierba fresca acariciando su espalda lacerada, y el musgo de sus ojos acariciando, siempre acariciando. Y dentro de su cuerpo, una fuente tibia que manaba, manaba, diluyendo los huesos, haciendo una masa suave de sus músculos y sus vísceras, al ver los labios sonrosados apenas entreabiertos. Y la sensación dulce en la boca, como si estuviera saboreando miel dorada y espesa. Y el calor en su centro, extendiéndose por sus piernas, y sus brazos atrayendolo contra su pecho hasta sentir la blanca nieve de las alas.
Vió al fin cómo las alas se abrieron inmensas, cubriéndolo, para remontarlo por encima del mundo. Y ya no veía la ventana estrecha, ni el piso polvoriento, ni el viejo camastro. Ahora solo veía aquel musgo verde de sus ojos acariciando, acariciando...siempre acariciando.
FIN
Quisiera contarles un final más feliz, que el muchacho hubiera podido escapar de toda aquella sórdidez, pero la vida no siempre tiene finales felices.

6 comentarios:

pon dijo...

El diablo empuja muchas manos, los ángeles muchas veces no lo son...
y es cierto, no siempre los finales son felices.

un-angel dijo...

...es cierto, la vida no tiene a menudo finales felices, los angeles no son lo que parecen... que historia más dura, pero en fin, merece la pena leerla, el dolor del protagonista es tan palpable como si lo estuviese viviendo uno mismo...
Enhorabuena por la historia, desde luego no es de las que te dejan indiferente.
Un besito.

Max dijo...

Una historia muy dura y me temo que bastante real, que por desgracia estará ocurriendo frecuentemente y en muchos lugares a la vez...
Impresiona como lo cuentas.

Dalia dijo...

Ay que rabia, todo lo que escribí se perdió porque Blogger dió un error, bueno ahi voy otra vez.

Te felicito RosadeFuego por tu excepcional relato.

hacía tiempo que un relato no me llenaba así de angustia, me sentía como si estuviera dentro de una niebla espesa donde no se puede pensar, ni ver o analizar nada, donde el tiempo no se puede medir y la mente está bloqueada.

Tu relato tiene un mensaje incomparable sobre el poder que puede tener una persona sobre otro(s) seres humanos.

Te felicito, hace mucho que no leía algo así de tenso, angustiante y a la vez, tan excelentemente escrito.

Ana desde el Sur del Mundo dijo...

No leo ningún comentario y me lanzo a escribirte...
Duele. La vida duele, las elecciones que hacemos duelen. Los deseos duelen... y es sinónimo de estar vivos... mas... es sinónimo de hacer algo para que no duela más, seguir adelante, buscarle la vuelta para vivir mejor.
A veces se logra.
A veces no.
Lo importante es no rendirse.
Cuánto dolor... y cuántos sufren por ese espacio que no tienen para Ser libremente... ojalá una sola vez al menos podamos contribuir para que alguien haga una buena elección y se le evite un poco de dolor.
Un beso.
Ana.
(ahora si, a leer las otras opiniones).

Ana dijo...

Soy consciente de que los finales tristes existen por desgracia. También lo soy de que tu historia podría tener a su protagonista de carne y hueso en un sórdido hotel perdido. Pero es tan doloroso...
Dos vueltas de llave y estás en otro mundo. Un clic y el sueño se acaba.
Me has dejado impresionada. Por una parte por tu forma de escribir que me ha llevado a esa habitación iluminada por luz amarilla. Por otra me has dejado chof. Pero que tristeza por Dios...
Espero que ahora tus dedos tecleen las palabras precisas para hacer que salga de este fango en el que metí los pies.
Un beso. Felicidades.