19 octubre, 2006

Dos vueltas de llave y un ángel II

Durmió dos noches con su hatillo como almohada. Cuanto agradeció que su madre le hubiera deslizado algunos bocadillos, lo del agua no era problema, cerca donde estaba había un viejo pozo y allí bebía toda la que necesitaba. Todavía se sentía adolorido, del cuerpo y del alma, y prefería quedarse tumbado envuelto en su vieja manta. Nadie parecía reparar en él, y en cierta forma era mejor así. Y el tercer día, pasó aquel hombre, con el sombrero echado sobre los ojos y los finos labios apretados; el hombre servicial que se conocía todos los caminos hacia mundos lejanos.
Cuando sus ojos tropezaron con los suyos, se detuvo en seco. Sentado en un viejo barril y sin el sol hiriendo sus ojos, lo podía observar a gusto. Que bello era, más bello que la estampa que su madre había pegado en la pared, junto a su camastro. Se había apoyado en un poste, tenía puesta una camisa azul, un poco justa, que modelaba su amplio pecho. La camisa era azul, sobre la carne tan blanca. Tan blanca en el cuello y en aquella cabeza rubia de pelo rizado. Y los ojos tan verdes, a través de una nube de incienso. Que no era incienso, sino el humo del cigarrillo pendiendo de unos labios sonrosados, bajo la nariz pequeña y recta. El le buscaba las alas, pero en ese instante no se le veían. Y vió su brazo fuerte, cuando se quitó el cigarrillo para mirarlo, para mirarlo mucho y decir:
- ¿Qué haces aquí muchacho?
- Me echaron de la casa, y no tengo dónde ir.
- Pero, quién te echo
- Mi padre, fue mi padre...
Y tuvo que callar y tragar saliva, porque sentía que las lágrimas lo ahogarían en cualquier momento, y no quería echarse a llorar delante de un extraño.
El joven rubio, se acerco a él y le palmeo el hombro con suavidad, clavo su mirada verde en los ojos azules del chico, y este sintió que su dolor se desvanecía en aquel verdor; era una mirada fresca, tan fresca como la hierba húmeda bajo su espalda adolorida.
- Pero, eres tan joven, qué edad tienes
- Ya cumplí 17 años.
- Un crío, eres casí un crío ¿ Y por qué te echo tú padre de la casa?
Ahora el muchacho bajo la mirada, no quería encontrarse con aquellos ojos dulces, cómo iba a contarle "aquello", sí él era un ángel, y los ángeles a veces tambien castigan, lo había leído en la Biblia. Y él había pecado.
Revolvío con su pie, calzado con una vieja bota, la tierra del suelo. No, el no podía contestar esa pregunta.
- Tan malo es, vamos, cuentáme qué paso.
- Mi padre dice que soy sucio, que soy un castigo de Dios. Pero, yo no sé porque habla así. Siempre me golpea, y dice que es para que me haga fuerte, que yo soy hombre y debo ser duro.
- Nadie debería maltratar a un chico como tú.
Sonreía mirándolo, le defendía sin conocerle. Y el muchacho se sintió agradecido, nunca a nadie le había importado que su padre lo golpeara.
- ¿Y qué hacías en casa de tu padre?
- Le ayudaba en el rancho. Llevaba los animales a pastar, colocaba los cercos, cortaba leña, y todo eso...
Y otra vez, esos ojos verdes hundiéndose en sus ojos, vagando por su rostro y también por su cuerpo, pero no, esto no podía ser. Seguro era imaginación suya, aquel joven debía tener el corazón de oro como sus cabellos.
- ¿Quieres irte conmigo?
- Sí, contigo no siento miedo. Sabes... tienes cara de buena persona, como de ángel.

Una sombra cruzó por el rostro del joven, y el muchacho de inmediato se arrepintió de lo que había dicho. Por un momento, dejo entrever sus sentimientos, y ya sabía por experiencia, que era mejor silenciarlos. Pero la nube se esfumó pronto y ahora el desconocido reía, pero era una risa extraña, con un fondo de dureza que lo hizó estremecer a su pesar.
- Mi nombre es Gabriel, y aunque es nombre de ángel, yo no lo soy. Bueno, te vienes conmigo entonces, tengo mi auto muy cerca de aquí. Debo echarle gasolina, porque el viaje será muy largo. ¿Conoces México?, allí hay muchos lugares donde un chico como tú puede trabajar. Si eres "amable", puedes sacar mucho dinero.
Lo miraba con sus ojos frescos como menta. Ellos tenían su propia música, como de canciones del rio que arrullan y envuelven, y hacen que uno quiera abandonarse a su corriente sin poner resistencia, solo dejarse llevar...
Ser "amable", qué quería decir con eso, el siempre era amable con todos; con sus hermanos, con los vecinos, con los animales, hasta con su padre. Su madre le había enseñado que debía tratar a los otros, como él quería ser tratado. Pero esto no siempre daba resultado, porque por más amable que fuera con sus amigos o con su padre, estos siempre parecían despreciarlo. Y entonces se preguntaba si su madre no habría interpretado mal sus lecturas de la Biblia, porque aquella bondad, definitivamente no daba resultados.
Vió al joven dar unos pasos y sin pensarlo se fue trás él, ahora caminaba a su lado. Que bello era, ¡Cómo le miraban las mujeres! ¡Cómo le miraban! ¿Quién sería la afortunada que se llevara aquel tesoro?
De rato en rato, volteaba hacía él y lo miraba risueño, con el cigarrillo colgando de los labios.
Subieron al auto, y hablaron poco, al muchacho el camino se le hacía eterno. Hicieron algunas paradas para comer algo ligero, y después a seguir conduciendo por la carretera. Era tan larga y terrosa, ya no había verde, ni rio, ni viento fresco; solo un calor pegajoso y molesto, sentía el polvo en su garganta, en sus cabellos oscuros, en sus viejas ropas.
El ángel ya no hablaba, ni sonreía, tenía la mirada fija en el camino, como si estuviera meditando en cosas importantes. Tarareaba una vieja canción. La última noche que pase contigo, quisiera olvidarla, pero no he podido... casí era un susurro. Y al muchacho le gustaba oir esa voz.
Finalmente el auto se detuvo, no sabía dónde estaba, sí ya habían llegado al dichoso México, o era otra parada. La voz del joven lo saco de sus pensamientos.
- Baja, ya llegamos
El chico tomó su hatillo y bajo rápido del auto. Afuera solo había hileras de casas cuadradas, todas iguales, descuidadas y descoloridas. En medio se habría un gran espacio sin pavimentar, alguno que otro farol iluminaba la callejuela. Le sorprendió ver lo animada que estaba aquella calle, pese al mal aspecto que tenía; había vendedores por todos lados, mezclándose con tipos tan distintos, que parecía que todas las razas del mundo hubieran convergido allí. Pero lo que más le llamaba la atención era no ver casí mujeres, parecía un reino solo de machos. Escuchaba la voz del ángel, pero distante, como si le escuchara entre sueños, solo cuando sintió su mano fuerte sobre el brazo reaccionó del todo.
- Ven, ya es tiempo que empieces a beber algo fuerte. ¿Alguna vez has bebido tequila?
Continuara... ¿Continuo?

5 comentarios:

Da Vinci dijo...

Continúa , por favor, esto está que arde.

Un beso.

Anónimo dijo...

Sí, por favor.. sigue sigue...

Dalia dijo...

ay pues si, claro que quiero que continues, aunque me da miedo leer lo que viene.

Pobre muchachito, un demonio con cara de ángel lo ha rescatado.

un-angel dijo...

...todavía no he leido una palabra, me lo llevo impreso y cuando lo lea te comento, ¿vale?...
Estoy expectante...
Un besote guapa

un-angel dijo...

Ya me lo lei, los dos capítulos de un tirón...estoy impresionado, Rosita, que fuerza narrativa, o al menos así le parece a mis ojos de "no-entendido".
Menudo arte.
Continúa, por favor...